A continuación extractos de textos que reflejaron la situación revolucionaria vivida en la España Libertaria. El primero pertenece al capítulo "Julio de 1936: la revolución social española" del trabajo titulado "Historia de la CNT" publicado por la CNT de Madrid en el sitio madrid.cnt.es. El trabajo utilizó las siguientes fuentes: "El proletariado militante" (Anselmo Lorenzo, 1901), "La anarquía a través de los tiempos" (Max Nettlau, 1935), "Historia del anarcosindicalismo español" (Juan Gómez Casas, 1973), "Historia de la FAI" (Juan Gómez Casas, 1977), "El eco de los pasos" (Juan García Oliver, 1978), "El relanzamiento de la CNT, 1975-1979" (Juan Gómez Casas, 1984), "AIT, la Internacional desconocida" (Fidel Gorron Canoyra, 1986), "Antología Documental del Anarquismo Español" (Franciso Madrid y Claudio Venza, 2001), "Ministros anarquistas" (Dolors Marín, 2005), "El anarcosindicalismo en el decurso histórico" (José Luis García Rua, 2007), Periódico CNT - http://www.periodicocnt.org/, Periódico Solidaridad Obrera - http://soliobrera.cnt.es/, Periódico Tierra y Libertad - http://www.nodo50.org/tierraylibertad/.
El segundo es un extracto de la obra de Gastón Leval “Colectividades
Libertarias en España”
.
"Historia de la CNT"
Capítulo: "Julio de 1936: la revolucion social española"
El pueblo en armas
Tras el alzamiento en Marruecos el 17 de julio de 1936, en Barcelona,
convertida en un hervidero, la CNT dio la consigna revolucionaria. Los
militantes del sindicato de Transportes se apoderaron de las armas que
había en los barcos anclados en el puerto. La Generalitat quiso
evitarlo, pero estando desbordada por los acontecimientos no pudo
lograrlo. La CNT procedió a requisar ese mismo día los medios de
transporte y los principales edificios públicos.
Conseguir armamento. Ese era el gran problema. Cada miembro del grupo
poseía una pistola. Como armas largas, los Winchesters recogidos por
Sanz y la brigada de alcantarillas del municipio de entre los que habían
tirado los fugitivos escamots aquel día de octubre en que se
acreditaron como no aptos para llevar armas. De dichos Winchesters había
unos trescientos ya limpios y engrasados, con sus respectivas
dotaciones. Habíamos alentado a los compañeros de los cuadros de defensa
a que fuesen adquiriendo por su cuenta cada uno una pistola y a
observar dónde, en un momento dado, podrían hacerse con armas largas y
cortas. Así y todo, era poco, muy poco. Además, podía decirse que España
empezaba más allá de Barcelona, y en ella ni se había dado cumplimiento
al acuerdo de constituir los Comités regionales de Defensa. De armas
estaban peor que nosotros.
"El eco de los pasos". Juan García Oliver.
"El eco de los pasos". Juan García Oliver.
El 18 de julio CNT y UGT declararon la huelga general en todo España.
El levantamiento era inminente y la CNT pidió a Companys, en reiteradas
ocasiones, que abriera los cuarteles y pusiera los depósitos de armas a
disposición de las fuerzas obreras para poder hacer frente a la
reacción. El presidente de la Generalitat se negó tajantemente una y
otra vez. Todo esto a pesar de que sólo disponía de dos mil guardias mal
pertrechados para enfrentarse a un ejército de unos cinco mil militares
provistos con armas de guerra. Companys temía el triunfo del
levantamiento fascita, pero mucho más temía entregar las llaves de la
ciudad condal a la revolución social anarquista de la CNT, el sindicato
que durante años se había dedicado a reprimir desde el poder.
Las sirenas de las fábricas y de los buques surtos en el puerto de
Barcelona lanzaban sus persistentes alaridos, que ponían la carne de
gallina a las tropas sublevadas contra el pueblo español y por una
España nazifascista. Grito frenético de combate para los que sabían lo
que querían decir sus ululantes requerimientos... ¡Adelante, cuadros de
defensa confederal! ¡Adelante, grupos anarquistas! ¡Adelante, juventudes
libertarias y mujeres libres! ¡Una vez más, adelante, viejos hombres de
acción que del pasado solamente conserváis los recuerdos y la pistola
escondida!
Desde la radio, Companys cantaba la misma palinodia que en octubre de 1934. No había aprendido nada. Acompañado de los jerarcas del Frente Popular, guardadas las espaldas, clamaba pidiendo ayuda desde Radio Barcelona, instalada en el palacio de la Generalidat. Antes, en las primeras horas de la mañana, desde el balcón de la comisaría superior de Policía, en la Avenida Layetana, había visto pasar a los líderes del anarcosindicalismo, a Ascaso, a Durruti, a García Oliver, con fusiles ametralladores en la mano, acompañados de sus hermanos de grupo, Jover, Ortiz, Aurelio, Sanz, «Valencia», en camiones repletos de militantes confederales, fusiles en alto, banderas rojinegras al viento.
Durruti y yo acudimos al ruego de Companys que nos transmitió un teniente de Asalto en la puerta del sindicato de la Construcción y del Comité regional. Estaba rodeado de oficiales del ejército incorporados a puestos de mando de Seguridad y Asalto: Escofet, los hermanos Guarner, Herrando, sargentos y cabos. Al vernos, abriendo los brazos, exclamó: «Filis meus, gents de la CNT, avui sou l'única esperanga de Catalunya! Oblideu-ho tot i salven les llibertats del nostre poblé!».
Aquello era ridículo. Era demasiado olvido del pasado, de los compromisos contraídos y no cumplidos. Curiosos nos miraban Federico Escofet, comisario de Orden público, el comandante Guarner, el capitán Guarner, Herrando, «el del peluquín», jefe de los guardias de Asalto de Barcelona.
Companys nos llamó para intentar capitalizar nuestra presencia como la de un cuerpo de guardia más para su defensa.
—¿Es todo, Companys? —le dije—. Pensé que nos llamabas para darnos armas. Nos vamos. Aquí nada se nos ha perdido.
—No, armas para daros no tengo ninguna. Solamente quería desearos mucha suerte...
Iba a empezar un discurso y nos pareció mejor marcharnos sin decir nada más, no fuese que a su guardia también se le ocurriese sublevarse. Después de todo, nada importante nos diría Companys.
Desde la radio, Companys cantaba la misma palinodia que en octubre de 1934. No había aprendido nada. Acompañado de los jerarcas del Frente Popular, guardadas las espaldas, clamaba pidiendo ayuda desde Radio Barcelona, instalada en el palacio de la Generalidat. Antes, en las primeras horas de la mañana, desde el balcón de la comisaría superior de Policía, en la Avenida Layetana, había visto pasar a los líderes del anarcosindicalismo, a Ascaso, a Durruti, a García Oliver, con fusiles ametralladores en la mano, acompañados de sus hermanos de grupo, Jover, Ortiz, Aurelio, Sanz, «Valencia», en camiones repletos de militantes confederales, fusiles en alto, banderas rojinegras al viento.
Durruti y yo acudimos al ruego de Companys que nos transmitió un teniente de Asalto en la puerta del sindicato de la Construcción y del Comité regional. Estaba rodeado de oficiales del ejército incorporados a puestos de mando de Seguridad y Asalto: Escofet, los hermanos Guarner, Herrando, sargentos y cabos. Al vernos, abriendo los brazos, exclamó: «Filis meus, gents de la CNT, avui sou l'única esperanga de Catalunya! Oblideu-ho tot i salven les llibertats del nostre poblé!».
Aquello era ridículo. Era demasiado olvido del pasado, de los compromisos contraídos y no cumplidos. Curiosos nos miraban Federico Escofet, comisario de Orden público, el comandante Guarner, el capitán Guarner, Herrando, «el del peluquín», jefe de los guardias de Asalto de Barcelona.
Companys nos llamó para intentar capitalizar nuestra presencia como la de un cuerpo de guardia más para su defensa.
—¿Es todo, Companys? —le dije—. Pensé que nos llamabas para darnos armas. Nos vamos. Aquí nada se nos ha perdido.
—No, armas para daros no tengo ninguna. Solamente quería desearos mucha suerte...
Iba a empezar un discurso y nos pareció mejor marcharnos sin decir nada más, no fuese que a su guardia también se le ocurriese sublevarse. Después de todo, nada importante nos diría Companys.
El 19 de julio la sublevación llegaría a Barcelona, donde, para los
militares sublevados -al mando de Llano de la Encomieda, siendo el
general Goded el máximo responsable de toda la región- el golpe no se
trataba más que de un sencillo paseo militar, como venía siendo
habitual. Craso error. En muchos puntos del país, especialmente en las
calles de Barcelona, la controvertida "gimnasia revolucionaria" anarcosindicalista practicada a lo largo de todo el gobierno republicano iba a dar sus frutos.
Cuando los militares empezaron la preparación de su golpe de Estado,
en el Comité de Defensa confederal de Barcelona les llevábamos una
ventaja de casi un año y medio en el estudio de los planes para
contrarrestar la sublevación militar. El Comité de Defensa confederal
existía desde los primeros días de la República. Los Cuadros de Defensa
confederal también. Pero nuestro aparato combatiente se preparaba para
luchas revolucionarias en las que nosotros tendríamos la iniciativa.
[...]
Nuestra preparación era superior a la simplona previsión de los militares que habían de sublevarse. Pensaban que todo sería como siempre: redoble de tambores, colocación en las paredes del bando declarando el estado de guerra y regreso a los cuarteles a dormir tranquilos. A lo sumo, como ocurrió con los escamots de Dencás y Badía en octubre de 1934, con algunos tiros, muchas corridas, y a casita. Porque, ¿quién iba a poder con el ejército?
[...]
Nuestra preparación era superior a la simplona previsión de los militares que habían de sublevarse. Pensaban que todo sería como siempre: redoble de tambores, colocación en las paredes del bando declarando el estado de guerra y regreso a los cuarteles a dormir tranquilos. A lo sumo, como ocurrió con los escamots de Dencás y Badía en octubre de 1934, con algunos tiros, muchas corridas, y a casita. Porque, ¿quién iba a poder con el ejército?
En las horas previas al golpe en Barcelona, la ciudadanía, espectante
y a la espera de que se anunciara el levantamiento, se mantenía pegada a
la radio que iba informando sobre la situación del conflicto en los
distintos puntos del país.
Las calles permanecían vacías y, a medida que avanzaba la noche, la
militancia confederal fue levantando barricadas y tomando posiciones en
cada esquina de la ciudad. El anarcosindicalismo se impuso desde las
primeras horas.
Barricada en la barcelonesa Plaça de Sant Pere, 19 de julio de 1936.
La estrategia militar estaba clara: envolver la ciudad con las tropas
y avanzar hacia la plaza de Cataluña por las arteiras principales de la
ciudad: la Diagonal, la Gran Vía y el Paralelo.
Alrededor de las 4 de la madrugada del 19 de julio las tropas
nacionales abrieron las puertas de los cuarteles. Las tropas se habían
lanzado a la calle y acampado en las Plazas de España, Universidad y
Cataluña, a la vez que ocupaban los principales edificios, como el
Hotel Colón, el Ritz y la Telefónica y la sección del puerto desde
Correos y Telégrafos hasta el Paralelo.
Se informó de lo acontecido y al poco tiempo las sirenas, llamando al combate, dieron la señal de alarma por toda la ciudad.
Por la calle Pedro IV, el Arco del Triunfo, la Ronda de San Pedro,
Plaza Urquinaona, Vía Layetana, fusiles en alto, banderas rojinegras
desplegadas y vivas a la revolución, llegamos al edificio del Comité
regional de la CNT, en la calle Mercaders, frente al caserón de la
Dirección general de Orden público, con sus guardias de Asalto
aglomerados en la puerta y la acera.
[...]
Companys, refugiado desde las primeras horas del día en la Dirección general de Orden público, rodeado del capitán Escofet, del comandante Guarner, del capitán Guarner y del teniente coronel Herrando y no menos de un centenar de guardias de Asalto, no parecía muy animado a salir a la calle a pegar tiros. Como en octubre, se reservaba para la radio y para enterarse de cómo se hacían matar los demás y, en todo caso, también como en octubre, para rendirse.
[...]
Companys, refugiado desde las primeras horas del día en la Dirección general de Orden público, rodeado del capitán Escofet, del comandante Guarner, del capitán Guarner y del teniente coronel Herrando y no menos de un centenar de guardias de Asalto, no parecía muy animado a salir a la calle a pegar tiros. Como en octubre, se reservaba para la radio y para enterarse de cómo se hacían matar los demás y, en todo caso, también como en octubre, para rendirse.
Los miembros de los Comités de Defensa empezaron a llamarse y a ser
conocidos como «los milicianos». Sin transición alguna, los cuadros de
defensa se transformaron en Milicias Populares. La estructura primaria
de los cuadros de defensa había previsto su ampliación y crecimiento
mediante la incorporación de cuadros secundarios. Bastó con dar cabida
en ellos a los millares de trabajadores voluntarios que se sumaron a la
lucha contra el fascismo. Hombres y mujeres se lanzaron a las calles,
pero seguían faltando las armas.
En la calle Fernando, no serían todavía las siete de la mañana del
día 19 de julio, un grupo de obreros acababa de asaltar una armería, en
la que solamente encontraron escopetas de caza. Joaquín Cortés, conocido
militante confederal, bastante reformista y signatario del manifiesto
de los Treinta, estaba ensayando un puñado de cartuchos de caza en su
escopeta de dos cañones. Se rió al vernos y no pude evitar decirle que,
si en vez de ser «treintista» fuese «faísta», en vez de una escopeta de
caza tendría un fusil ametrallador. Nos reímos todos. Cortés se
incorporó a nuestra pequeña columna, en dirección a la plaza del Teatro,
donde habíamos decidido fijar nuestro puesto de mando.
[...]
Los militares, en derrota, se fueron replegando a los pisos del edificio en cuya parte baja funcionaba el music hall Moulin Rouge. Trepando por las escaleras de las casas de enfrente, al otro lado del Paralelo, desde las azoteas y desde dos ángulos de tiro, arrasamos los balcones del último piso, hasta que atado a la punta de un fusil apareció un trapo blanco en señal de rendición. Con toda cautela nos aproximamos, pegados a las paredes, hasta llegar al amplio portal de la casa. Allí estaban unos seis oficiales, en camisa, sucios de polvo, los puños cerrados a lo largo del cuerpo, mirando al suelo, ceñudos, firmes, casi pisando con las puntas de los pies. Seguramente esperaban ser fusilados en el acto.
—¿Qué hacemos con ellos? —preguntó Ascaso.
—Que Ortiz los lleve al sindicato de la Madera, a la calle del Rosal, y que los tengan presos hasta que termine la lucha.
[...]
Los militares, en derrota, se fueron replegando a los pisos del edificio en cuya parte baja funcionaba el music hall Moulin Rouge. Trepando por las escaleras de las casas de enfrente, al otro lado del Paralelo, desde las azoteas y desde dos ángulos de tiro, arrasamos los balcones del último piso, hasta que atado a la punta de un fusil apareció un trapo blanco en señal de rendición. Con toda cautela nos aproximamos, pegados a las paredes, hasta llegar al amplio portal de la casa. Allí estaban unos seis oficiales, en camisa, sucios de polvo, los puños cerrados a lo largo del cuerpo, mirando al suelo, ceñudos, firmes, casi pisando con las puntas de los pies. Seguramente esperaban ser fusilados en el acto.
—¿Qué hacemos con ellos? —preguntó Ascaso.
—Que Ortiz los lleve al sindicato de la Madera, a la calle del Rosal, y que los tengan presos hasta que termine la lucha.
Con el conflicto prácticamente resuelto en favor de la CNT-FAI, sin
apenas dar crédito a sus ojos, el general Goded tuvo que rendirse
pero, apesar de haber sido anunciada su reindición por la radio de la
ciudad, algunas tropas sublevadas decidieron no entregarse.
A las once de la noche del mismo día, un grupo de militares
sublevados resisitían encerrados tras las puertas del cuartel de San
Andrés. Entre otras cosas, el cuartel albergaba treinta mil fusiles en
su interior. Con la contienda ya decidida, a los combatientes
anarcosindicalistas no les supuso mucho esfuerzo reducir a los militares
y hacerse con el arsenal.
A partir de este momento podía considerarse que el poder en Barcelona
había cambiado de manos. Ahora el control no lo tenía ni el gobierno de
la Generalitat, ni la República española, lo tenía la CNT.
Frente al Cuartel del Bruc, Barcelona. 19 de julio de 1936.
El mismo día 20 fue asaltado el último bastión, Atarazanas, ante
cuyos muros murió Francisco Ascaso. Los anarcosindicalistas hicieron
cuestión personal del asalto a la fortaleza y rechazaron toda ayuda
extraña. Atarazanas cayó el mismo día.
Francisco Ascaso.
Instanteanea tomada poco antes de que fuera alcanzado por las balas de los fascistas en Atarazanas.
Junto con Durruti y G. Oliver, los tres se pusieron a la cabeza de la resistencia frente al levantamiento en la ciudad.
En treinta y tres horas la clase trabajadora había sofocado el
levantamiento fascista. La victoria fue ampliamente celebrada en la
ciudad condal. Al mismo tiempo, el pueblo, que se había apoderado de las
armas, se lanzó a la revolución social con el binomio CNT-FAI a la
cabeza.
Grupos armados se desplazaron a toda la región y Tarragona, Gerona y
Lérida siguieron la suerte de Barcelona. La CNT y la FAI quedaron
dueñas absolutas de la vida de Cataluña.
El ciclo insurreccionalista experimentado en los años 1932 a 1934 cobró nuevo sentido ante los ojos del sector más crítico. La "gimnasia revolucionaria",
con su cohorte de muertes y persecuiones adquirió una significación
más profunda: en el fracaso sistemático, los cuadros
anarcosindicalistas templaron sus armas y cuando llegó el momento
favorable, su capacidad de reacción fue fulminante, y no menor su
capacidad de iniciativa e improvisación.
Mientras tanto, el 19 de julio había dimitido el gobierno de Casares
Quiroga. Hubo un gobierno relampago encabezado por Martínez Barrios,
que trató inutilmente de parar el golpe, al cual le reemplazó Jose
Giral. El gobierno republicano pasó a decretar el licenciamiento del
ejército, pero por entonces ya se luchaba en todo España. La guerra
civil había comenzado y el gobierno republicano era naufrago en el
océano de los acontecimientos.
Los sectores populares acusaban al gobierno republicano de lenidad y
lo consideraban responsable de los acontecimientos. No se le perdonaba
haberse negado a armar al pueblo, así como las proclamaciones
retóricas, siempre vacías de efectividad. Al mismo tiempo, las milicias
de la Confederación se convirtieron en la vanguardia de todas las
unidades armadas que se desplazaban en busca del enemigo fascista. Eran
la organización armada del proletariado revolucionario y fueron imitados
por el resto de organizaciones obreras, e incluso las de origen
burgués. Ante la ausencia de un ejército proletario único surgieron
tantas milicias como partidos y organizaciones existían.
A las cuarenta y ocho horas del alzamiento el país se hallaba
dividido en dos zonas: en general, las provincias agrarias, Galicia,
Castilla, León, Aragón, Navarra y Andalucia, quedaban en poder de los
nacionales; mientras Cataluña, Levante, Asturias, Pais Vasco y Madrid
bajo el dominio de la República.
En Madrid, las organizaciones obreras dominaron la situación desde
los primeros instantes y consiguieron vencer también la amenaza
representada por el cinturón que rodeaba la capital, Alcalá, Toledo y
Guadalajara.
En el resto del país, a medida que en las provincias las
guarniciones militares se incorporaban al alzamiento o eran derrotadas
por los trabajadores armados, el estado se iba despedazando
enfragmentos. Esta facultades del poder ejecutivo las recogió el pueblo
en la calle, creando espontaneamente entidades de recambio. Como dijo
un anónimo militante anarcosindicalista:
"Esos órganos de la revolución han traido como consecuencias, en
todas las provincias de España dominadas por nosotros, la desaparición
de los delegados gubernativos, porque éstos no tenían nada más que hacer
que obedecer los acuerdos de los Comités ejecutivos. En otros órdenes,
las dipiutaciones y los ayuntamientos han quedado convertidos en
esqueletos a los cuales se les escapó la vida, porque toda la vida
concerniente a esos organismos de administración del viejo régimen
burgués fue sustituida por la vitalidad revolucionaria de los sindicatos
obreros."
Volviendo a Barcelona, ya finalizada la contienda, Companys solicitó
una entrevista con una delegación del comité regional de la CNT. Armados
hasta los dientes, y aún cubiertos del polvo producto de la contienda
en la calle, una delegación de la CNT-FAI compuesta por Durruti, García
Oliver y Gregorio Jover, entre otros, se dirigió al Palacio de la
Generalitat de Cataluña para entrevistarse con Companys, presidente de
la Generalitat, antiguo abogado de la CNT y su posterior perseguidor.
En un salón contiguo al despacho, esperaban representantes de todos
los grupos políticos de Cataluña el veredicto del anarcosindicalismo.
Pero la delegación no podía llegar a un acuerdo sin consultar
previamente a los sindicatos. Toda la militancia confederal de Barcelona
y de la región esperaba impaciente la llegada de los delegados para que
se les informara y así poder tomar una decisión.
Esto fue lo que les dijo Companys:
Ante todo, he de deciros que la CNT y la FAI no han sido nunca
tratadas como se merecían por su verdadera importancia. Siempre habéis
sido perseguidos duramente; y yo, con mucho dolor, pero forzado por las
realidades políticas que antes estuve con vosotros, después me he visto
obligado a enfrentarme y perseguiros. Hoy sois los dueños de la ciudad
y de Cataluña, porque sólo vosotros habéis vencido a los militares
fascistas, y espero que no os sabrá mal que en este momento os recuerde
que no os ha faltado la ayuda de los pocos o muchos hombres leales de
mi partido y de los guardias y mozos.
No puedo, pues, sabiendo cómo y quienes sois, emplear un lenguaje que no sea de gran sinceridad. Habéis vencido y todo está en vuestro poder; si no me necesitáis o no me queréis como Presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo. Si, por el contrario, creéis en este puesto que sólo muerto hubiese dejado ante el fascismo triunfante, puedo, con los hombres de mi partido, mi nombre y mi prestigio, ser útil en esta lucha, que si bien termina hoy y mi prestigio en la ciudad, no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España, podéis contar conmigo y con mi lealtad de hombre y de político que está convencido de que hoy muere todo un pasado de bochorno, y que desea sinceramente que Cataluña marche a la cabeza de los países más adelantados en materia social.
No puedo, pues, sabiendo cómo y quienes sois, emplear un lenguaje que no sea de gran sinceridad. Habéis vencido y todo está en vuestro poder; si no me necesitáis o no me queréis como Presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo. Si, por el contrario, creéis en este puesto que sólo muerto hubiese dejado ante el fascismo triunfante, puedo, con los hombres de mi partido, mi nombre y mi prestigio, ser útil en esta lucha, que si bien termina hoy y mi prestigio en la ciudad, no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España, podéis contar conmigo y con mi lealtad de hombre y de político que está convencido de que hoy muere todo un pasado de bochorno, y que desea sinceramente que Cataluña marche a la cabeza de los países más adelantados en materia social.
Tras la reunión, y a propuesta de Companys, el 21 de julio se
constituyó un Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña
-integrado por todas las fuerzas del Frente Popular- de carácter
provisional, a la espera de lo que la regional de la CNT acordara en su
próximo comicio. Con vistas a tratar este asunto, el 23 de julio tuvo
lugar un pleno regional de locales y comarcales en la nueva sede del
comité regional CNT-FAI de Cataluña, que había pasado a ocupar la Casa Cambó.
En un amplio y profundo escenario estaban la mesa de presidir los
debates y dos mesas para secretarios y periodistas de nuestra prensa;
más dos largas hileras de sillas adosadas a las paredes laterales, en
una de las cuales apareció un delegado del Comité nacional, que
acababa de llegar, para informar al Pleno. En general, todos los
compañeros asistentes, hasta el delegado del Comité nacional, tenían
el fusil entre las piernas.
"El eco de los pasos". Juan García Oliver.
"El eco de los pasos". Juan García Oliver.
Por la trascendencia de los acuerdos que en éste comicio se debían
tomar, este sería hasta ahora, posiblemente, el pleno más importante que
haya a celebrado la Confederación Nacional del Trabajo.
El Comité Central de Milicias Antifascistas
Iniciado el pleno regional de locales y comarcales, se pasó consulta a
la militancia respecto a la posibilidad de entrar a formar parte del
recién constituido Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña
(lo contrario sería su disolución), que estaría integrado no solo por la
CNT-FAI, sino también por todas las organizaciones que apoyaban al
gobierno republicano.
La Comarcal del Bajo Llobregat, que entendía que con el Comité de
Milicias taponaría la marcha de la revolución social, proponía marchar
adelante con la revolución, para terminar implantando el comunismo
libertario, consecuentes en ello con los acuerdos de la Organización y
con sus principios y finalidades ideológicas.
García Oliver argumentó que la marcha revolucionaria estaba
adquiriendo tal profundidad que obligaba a la CNT a tener muy en cuenta
que por ser la pieza mayoritaria del complejo revolucionario, no podía
dejar la revolución sin control y sin guía, porque ello crearía un gran
vacío, que, al igual que en Rusia en 1917, sería aprovechado por los
marxistas de todas las tendencias para hacerse con la dirección
revolucionaria aplastando al anarquismo. Había llegado el momento de
que, con toda responsabilidad, se terminara lo empezado el 18 de julio,
desechando el Comité de Milicias y forzando los acontecimientos de
manera que, por primera vez en la historia, los sindicatos
anarcosindicalistas fueran a por el todo, esto es, a organizar la vida comunista libertaria en todo España.
Casa CNT-FAI. La nueva sede del comité regional de Cataluña en la Casa Cambó.
Un amplio sector se opuso a lo expuesto por Oliver, entre los más
destacados, Diego Abad de Santillán (quien dijo que las potencias
extranjeras jamás consentirían la implantación de la anarquía en el
país), Marianet y Federica Montseny. Esta última llegó a acusarle de
querer instaurar una dictadura anarquista (absurda contradicción).
Montseny ceía que, sin necesidad de forzar los acontecimientos, la vía
revolucionaria estaba abierta y que el pueblo en armas haría el resto.
Oliver tomó de nuevo la palabra:
"En momentos tan serios y decisivos, convendría elevar el contenido
del debate, porque la revolución iniciada el 18 de julio era conducida o
terminaría por ser traicionada. Y sería traicionada si en un Pleno
llamado a trazar los destinos de nuestra Organización, mayoritaria en
Cataluña y en gran parte de España, empequeñecemos el debate con
argumentaciones de un sedicente anarquismo. No podemos marcharnos
tranquilamente a nuestras casas después de que terminen las tareas del
Pleno. No importa lo que el Pleno acuerde, ya no podremos dormir
tranquilos en mucho tiempo, pues si nosotros, que somos mayoritarios, no
le damos una dirección a la revolución, otros, que todavía hoy son
minoritarios, con sus artes y mañas de corrupción y eliminación, sacarán
del vacío en que habremos dejado a las masas, y pronto la alegría que
llena de gozo a Federica será sustituida por la tristeza y el dolor que
hubieron de vivir los anarquistas rusos, que así de ingenuamente se
dejaron eliminar por los bolcheviques."
[...]
"De todos los tipos de dictadura conocidos, ninguna ha sido todavía ejercida por la acción conjunta de los sindicatos obreros. Y si estos sindicatos obreros son de orientación anarquista y sus militantes han sido formados en una moral anarquista como nosotros, presuponer que incurriríamos en las mismas acciones que los marxistas, por ejemplo, es tanto como afirmar que el anarquismo y el marxismo son fundamentalmente la misma ideología puesto que producen idénticos frutos. No admito tal simplicidad. Y afirmo que el sindicalismo, en España y en el mundo entero, está urgido de un acto de afirmación de sus valores constructivos ante la historia de la humanidad, porque sin esa demostración de capacidad de edificación de un socialismo libre, el porvenir seguiría siendo patrimonio de las formas políticas surgidas en la revolución francesa, con la pluralidad de partidos al empezar y con partido único al final."
[...]
"El miedo a la intervención extranjera no debería ser esgrimido en ese momento, porque aquí, según estoy viendo, estamos todos armados, y si de verdad hemos luchado todos en las calles los días 18, 19 y 20, hemos de tener presente que estamos hablando con permiso del enterrador, cosa que pura su desdicha ya no pueden hacer Ascaso ni Alcodori ni ninguno de los compañeros que dieron su vida esos tres días. Es decir, que no deberíamos olvidar que estamos hablando desde un enorme sepulcro, que eso ha sido la CNT desde que se constituyó, un enorme sepulcro, dentro del cual están, en terrible anonimato para la mayoría, todos los ilusos que creyeron que sus luchas eran las de la gran revolución social. Porque alguien debe hablar en nombre de ellos. Y creo que este deber me corresponde..."
[...]
"De todos los tipos de dictadura conocidos, ninguna ha sido todavía ejercida por la acción conjunta de los sindicatos obreros. Y si estos sindicatos obreros son de orientación anarquista y sus militantes han sido formados en una moral anarquista como nosotros, presuponer que incurriríamos en las mismas acciones que los marxistas, por ejemplo, es tanto como afirmar que el anarquismo y el marxismo son fundamentalmente la misma ideología puesto que producen idénticos frutos. No admito tal simplicidad. Y afirmo que el sindicalismo, en España y en el mundo entero, está urgido de un acto de afirmación de sus valores constructivos ante la historia de la humanidad, porque sin esa demostración de capacidad de edificación de un socialismo libre, el porvenir seguiría siendo patrimonio de las formas políticas surgidas en la revolución francesa, con la pluralidad de partidos al empezar y con partido único al final."
[...]
"El miedo a la intervención extranjera no debería ser esgrimido en ese momento, porque aquí, según estoy viendo, estamos todos armados, y si de verdad hemos luchado todos en las calles los días 18, 19 y 20, hemos de tener presente que estamos hablando con permiso del enterrador, cosa que pura su desdicha ya no pueden hacer Ascaso ni Alcodori ni ninguno de los compañeros que dieron su vida esos tres días. Es decir, que no deberíamos olvidar que estamos hablando desde un enorme sepulcro, que eso ha sido la CNT desde que se constituyó, un enorme sepulcro, dentro del cual están, en terrible anonimato para la mayoría, todos los ilusos que creyeron que sus luchas eran las de la gran revolución social. Porque alguien debe hablar en nombre de ellos. Y creo que este deber me corresponde..."
Juan García Oliver, junto con la Comarcal del Bajo Llobregat, fueron los únicos que defendieron ir a por el todo. En
su lugar, el pleno prefirió la colaboracióna con los demás sectores de
izquierda (todos minoritarios), renuciando así a usufructuar el poder
político en Cataluña. Por lo tanto, se acordó adherirse al comité de
milicias -que ya había sido formado provisionalmente- y eligió como
miembros a G. Oliver, Marcos Alcón (sustituto de Durruti), José Asens,
Aurelio Fernández y Diego Abad de Santillán.
Al día siguiente, el 24 de julio, La Columna Durruti, formada por
unos 2.500 milicianos, salió de Barcelona y se dirigió directamente
hacia Zaragoza, con el objetivo de liberar la ciudad del yugo fascista y
así extender la revolución social.
De cualquier manera, con el Comité Central de Milicias Antifascistas
ya en marcha, Companys pasó a ser un mero espectador de la vida política
de Cataluña. Y, aunque no se había aprobado ir a por el todo,
el hecho es que la clase trabajadora catalana, impaciente, se lanzó a la
colectivización de las tierras y de los medios de producción.
Los Comités Revolucionarios y las colectivizaciones agrarias
En Cataluña, con la desintegración del Estado, los trabajadores, los
manuales en particular, que habían desempeñado un papel decisivo en la
obtención de la victoria sobre los sublevados, fueron quienes
obtuvieron la victoria política e iniciaron una amplia y profunda
transformación revolucionaria de la sociedad catalana. Dicha
transformación, basada en los planteamientos anarquistas y
anarcosindicalistas de la CNT-FAI, al ser esta organización la que
contaba con una influencia mayoritaria entre los trabajadores, trató, y
en parte consiguió llevar a la práctica, los principios del socialismo
libertario en una sociedad industrializada, dando lugar a una
experiencia original, única en el mundo, alejada tanto del capitalismo
como del socialismo de estado.
Escudo del Consejo Regional de Defensa de Aragón
Entidad administrativa creada en septiembre de 1936 por el Comité Regional de la CNT de Aragón, vinculado federativamente al Consejo Nacional de Defensa.
Respecto a los cuadros de defensa confederales, hubo una doble
transformación de éstos: la de las Milicias Populares, que definieron en
los primeros días el frente de Aragón, instaurando la colectivización
de las tierras en los pueblos aragoneses liberados; y la de lo Comités
Revolucionarios, que en cada barrio de Barcelona, y en cada pueblo de
Cataluña, impusieron un «nuevo orden revolucionario». Su origen común en
los cuadros de defensa hizo que milicias confederales y Comités
Revolucionarios estuviesen siempre muy unidos e interrelacionados.
En dos meses, el Comité Central de Milicias Antifascistas había
organizado a 20.000 milicianos que se repartían en un frente de 300
kilómetros.
Los Comités de Defensa de cada barrio (o pueblo) se constituyeron en
Comités Revolucionarios de barriada (o localidad), tomando una gran
variedad de denominaciones. Esos Comités Revolucionarios de barrio, en
la ciudad de Barcelona, eran casi exclusivamente cenetistas. Los Comités
Revolucionarios locales, por el contrario, solían formarse mediante la
incorporación de todas las organizaciones obreras y antifascistas,
imitando la composición del Comité Central de Milicias Antifascistas.
Esos Comités Revolucionarios ejercieron, en cada barriada o
localidad, sobre todo en las nueve semanas posteriores al 19 de Julio,
estas funciones:
-
Incautaron edificios para instalar la sede del Comité, de un almacén
de abastos, de un ateneo o de una escuela racionalista. Incautaron y
sostuvieron hospitales y diarios.
-
Pesquisas armadas en las casas particulares para requisar alimentos, dinero y objetos de valor.
-
Pesquisa armada en las casas particulares para detener «pacos»,
emboscados, curas, derechistas y quintacolumnistas. (Recordemos que el
«paqueo» de los francotiradores, en la ciudad de Barcelona, duró toda
una semana).
-
Instalaron en cada barrio centros de reclutamiento para las Milicias,
que armaron, financiaron, abastecieron y pagaron (hasta finales de
agosto) con sus propios medios, manteniendo hasta después de mayo del 37
una intensa y continuada relación de cada barriada con sus milicianos
en el frente, acogiéndolos durante los permisos.
-
A la custodia de las armas, en la sede del Comité de Defensa, se
sumaba siempre un local o almacén en el que se instalaba el comité de
abastos de la barriada, que se abastecía con las requisas de alimentos
realizados en las zonas rurales mediante la coacción armada, el
intercambio, o la compra mediante vales.
-
Imposición y recaudación del impuesto revolucionario en cada barrio o localidad.
El comité de abastos instalaba un comedor popular, que inicialmente
fue gratuito, pero que con el paso de los meses, ante la escasez y
encarecimiento de los productos alimenticios, tuvo que implantar un
sistema de bonos subvencionado por el Comité Revolucionario de barrio o
localidad. En la sede del Comité de Defensa había siempre un habitáculo
para la custodia de las armas y en ocasiones una pequeña prisión en la
que instalar provisionalmente a los detenidos.
Los Comités Revolucionarios ejercían una importante tarea
administrativa, muy variada, que iba desde la emisión de vales, bonos de
comida, emisión de salvoconductos, pases, formación de cooperativas,
celebración de bodas, abastecimiento y mantenimiento de hospitales,
hasta la incautación de alimentos, muebles y edificios, financiación de
escuelas racionalistas y ateneos gestionados por las Juventudes
Libertarias, pagos a milicianos o sus familiares, etc.
La coordinación de los Comités Revolucionarios de barriada se hacía
en las reuniones del Comité Regional, a donde acudían los secretarios de
cada uno de los Comités de Defensa de barriada. Existía, además de
forma permanente, el Comité de Defensa Confederal, instalado en la Casa
CNT-FAI.
Colectividad agrícola en Aragón.
Catalunya contaba por aquel entonces con una población de 2.791.000
habitantes, de los que 1.005.000 vivían en la ciudad de Barcelona. El
54% de la población activa catalana trabajaba en la industria,
porcentaje que en la provincia de Barcelona se elevaba al 68%.
En el campo catalán la pequeña propiedad agraria coexistía con la
mediana y gran propiedad, que era explotada en régimen de aparcería. Los
aparceros, que constituían la mayoría de la población campesina,
habían mantenido ya desde antes de 1936 importantes luchas
reivindicativas para mejorar las condiciones de sus contratos y
aspiraban, por lo general, a convertirse en propietarios de las tierras
que cultivaban.
En el sector agrario, el predominio sindical correspondía a la UR
(Unió de Rabassaires), siendo la presencia de la CNT escasa. En este
sector jugaron un destacado papel los sindicatos agrícolas –una especie
de cooperativas– a los que obligatoriamente debían pertenecer todas
las explotaciones. Estos sindicatos, controlados por la UR y con una
considerable presencia de la UGT, constituyeron un importante freno
para el desarrollo de las colectividades.
Todo ello llevó a que la colectivización del campo fuese
relativamente limitada. Con todo, se crearon más de 400 colectividades
agrarias constituidas, básicamente, con las fincas expropiadas a los
grandes propietarios y a los elementos facciosos y con las aportaciones
de los pequeños propietarios que se adhirieron a ellas.
La experiencia colectivista desarrollada en Catalunya contó con el
firme apoyo de la inmensa mayoría de los trabajadores manuales, y así lo
demuestra entre otras cosas, la defensa que realizaron de las
conquistas colectivistas cuando se vieron amenazadas y el bajo nivel de
absentismo laboral. Además, puso en evidencia la enorme capacidad
creativa, organizativa y productiva de los trabajadores cuando las
empresas se hallan en sus manos y son ellos quienes deciden.
Esta experiencia alcanzó, en términos generales, unos resultados
claramente positivos en el aspecto económico –incluso numerosos
empresarios lo reconocieron– y social.
La experiencia colectivista que se desarrolló en Catalunya entre
julio de 1936 y enero de 1939, a pesar de que no pudo alcanzar
plenamente sus objetivos debido a los condicionamientos y dificultades
con que tuvo que enfrentarse, constituye una de las transformaciones
más radicales del siglo XX. Transformación que afectó todos los
aspectos de la vida política, económica, social y cultural, y aun
cuando forma parte de la revolución española, posee unas
características propias y específicas, en parte distintas de las de
otras zonas de la España republicana.
La colectivización en la industria y los servicios
Sofocada la rebelión, al reanudarse la actividad productiva y
habiendo los dueños abandonado sus empresas –en unos casos–, o no
atreviéndose a imponer su autoridad al carecer de la fuerza coercitiva
del Estado –en otros–, los trabajadores procedieron, inmediatamente y
por propia iniciativa, a la puesta en marcha del proceso colectivizador,
tomando directamente en sus manos el control y la dirección de la mayor
parte de las empresas; cabe destacar que todo ello lo realizaron de
forma espontánea.
El carácter espontáneo de la colectivización significa que ésta no se
llevó a cabo siguiendo las consignas, instrucciones o directrices de
algún órgano de dirección estatal o de algún partido o sindicato, sino a
partir de la decisión de los propios trabajadores. Éstos, por medio de
sus organizaciones de fábrica y ramo, pusieron en práctica las ideas y
concepciones que tenían respecto a como debía organizarse y funcionar la
sociedad en general y la actividad económica en particular; siendo
dichas ideas, en gran parte, fruto de la formación y propaganda
libertaria desarrolladas durante los decenios anteriores por medio de
los ateneos, sindicatos, cooperativas, etc.
Tranvía colectivizado.
La colectivización de la empresa significaba que su propiedad pasaba
de privada a pública y que eran sus propios trabajadores quienes la
dirigían y gestionaban. Pero para los colectivistas ello no constituía
más que el inicio de un proceso más amplio, el de la
colectivización-socialización, el cual a partir de la colectivización de
las empresas debía, y así sucedió parcialmente, ir avanzando en la
coordinación de la actividad económica, por ramos y localidades y de
abajo a arriba, hasta alcanzar la plena socialización de la riqueza.
Sin embargo, muy pronto se produjo la renuncia de los órganos
dirigentes de la CNT-FAI a intentar que el proceso de
colectivización-socialización pudiese culminar su desarrollo, alegando
que en aquellas circunstancias ello hubiese representado imponer su
dictadura. Esta renuncia dio lugar a enfrentamientos internos y al
progresivo abandono de sus propios presupuestos y principios.
Dicho proceso, impulsado y apoyado por la gran mayoría de los
trabajadores manuales de la industria y los servicios, se encontró con
la oposición de una parte importante de diversos sectores sociales: la
pequeña burguesía, los técnicos, los funcionarios y los trabajadores
administrativos y comerciales, que en conjunto constituían una base
social importante, cuantitativa y cualitativamente. Éstos, aun cuando
mayoritariamente se posicionaron en contra de la sublevación militar, se
oponían a la alternativa colectivista, bien porque defendían la
propiedad privada de los medios de producción, bien porque defendían la
propiedad estatal de los mismos. Esta oposición que fue canalizada y
defendida por ERC, ACR, UR, PSUC y UGT, frente a la CNT, la FAI, las
Juventudes Libertarias y el POUM que apoyaban las transformaciones
colectivistas.
El proceso de transformación colectivista alcanzó una gran amplitud
por lo que respecta al primer nivel –el de la colectivización de las
empresas (entre un 70% y un 80% de las empresas)–, y llegó también a un
segundo nivel –el de la constitución de agrupaciones–, en el que se
detuvo al fracasar los intentos de avanzar hacia un tercer nivel –el de
la socialización global de los grupos industriales–.
La agrupación consistía en la reunión o concentración de todas o
parte de las empresas de un sector económico y un área territorial
determinada –una localidad, una comarca, Catalunya– en una unidad
económica de mayor volumen, en régimen de propiedad colectiva y dirigida
y gestionada por sus trabajadores. En consecuencia, las empresas que
pasaban a formar parte de una agrupación dejaban de existir como tales,
pasando su activo y su pasivo, así como sus trabajadores, a la nueva
unidad productiva.
La empresa de Sant Sadurní, colectivizada por sus trabajadores.
Aadecuaron la maquinaria y el utillaje para dedicar el taller a la industria de la guerra
fabricando carros de combate y reparando carros soviéticos que había adquirido la República.
También blindaba camiones Chevrolet. La fábrica adquirió el nombre en clave de "z".
Aadecuaron la maquinaria y el utillaje para dedicar el taller a la industria de la guerra
fabricando carros de combate y reparando carros soviéticos que había adquirido la República.
También blindaba camiones Chevrolet. La fábrica adquirió el nombre en clave de "z".
Las grandes empresas colectivizadas, como los Tranvías de Barcelona
Colectivizados (transporte), la Hispano Suiza y la Rivière (metalurgia),
CAMSA (petróleo), La España Industrial (textil), Cervecerías DAMM
(bebidas), etc., y las agrupaciones como La Agrupación Colectiva de la
Construcción de Barcelona, La Madera Socializada de Barcelona, La
Agrupación de los Establecimientos de Barbería y Peluquería
Colectivizados de Barcelona, Los Espectáculos Públicos de Barcelona
Socializados, Los Servicios Eléctricos Unificados de Catalunya, La
Industria de la Fundición Colectivizada, etc., constituyen las
experiencias más importantes y significativas de la colectivización de
la industria y los servicios, y al ser la agrupación la forma más
compleja y elevada de organización, hace que su análisis sea fundamental
para el conocimiento de esta experiencia y que del mismo se puedan
extraer elementos importantes de la socialización global a que aspiraba
la alternativa colectivista.
En lo que se refiere a las agrupaciones, éstas presentaban entre sí
una serie de diferencias por las características del sector económico al
que pertenecían o el ámbito territorial que abarcaban. A pesar de estas
diferencias, existieron un conjunto de elementos comunes o similares,
tanto en el aspecto organizativo –semejante al de las empresas
colectivizadas, aunque más complejo– como en el económico y el social:
Organización y funcionamiento interno
-
La Asamblea General. Formada por todos los trabajadores –manuales,
administrativos, comerciales, técnicos– de la agrupación, constituía el
órgano máximo de decisión. En él se discutían y definían las líneas
generales de actuación, se elegían y en su caso revocaban los miembros
de los órganos de decisión cotidiana y se controlaba la actuación de
dichos órganos.
-
El Consejo de Empresa. Era el órgano encargado de la dirección
cotidiana técnico- económica. Sus miembros percibían exclusivamente el
jornal correspondiente a su categoría profesional.
-
El Comité Sindical. Era el órgano encargado de la defensa cotidiana
de los intereses inmediatos de los trabajadores –remuneración,
condiciones de trabajo, jubilación, etc.
-
Además de estos tres órganos a nivel global de la agrupación, en cada
uno de los otros niveles de la misma –centro de trabajo, localidad,
etc. – existían también sus equivalentes, los cuales disponían de
autonomía para resolver las cuestiones que afectaban exclusivamente a su
ámbito.
-
Se concedió gran importancia a la intercomunicación vertical y horizontal en su seno y a que ésta fuese rápida y fluida.
-
En las agrupaciones legalizadas, había además el Interventor de la
Generalitat, nombrado por el «conseller» de Economía a propuesta y de
acuerdo con los trabajadores, que era el encargado de mantener la
relación con los organismos superiores –el Consejo de Economía, el
«conseller» de Economía, etc.
Reestructuración y racionalización de la actividad productiva
-
Concentraron la producción en unidades de mayor volumen, eliminando centros de trabajo.
-
Aumentaron la especialización de los centros de trabajo y la racionalidad de la producción global del sector.
-
Elaboraron estadísticas, cuentas de explotación, etc., con la finalidad de planificar la producción.
-
Mejoraron técnicamente y modernizaron el equipo productivo.
-
Centralizaron los servicios administrativos, contables y comerciales.
-
Suprimieron los intermediarios parasitarios, acercando la producción al consumidor.
-
Introdujeron cambios en los tipos de productos, debido a las
necesidades de la guerra, las nuevas prioridades sociales y la
importancia que dieron a los valores éticos y estéticos.
-
Desarrollaron una política de sustitución de importaciones,
utilizando con éxito productos autóctonos y fabricando nuevos productos.
- Promovieron la investigación ligada a la producción.
Actuación social
-
Mejoraron las condiciones de trabajo, higiene y salubridad en los centros de trabajo.
-
Disminuyeron las diferencias salariales, llegando incluso en algunos
casos a su eliminación. Hubo también casos en que además existía un plus
familiar, fijado en función del número de personas a cargo del
trabajador.
-
Crearon servicios de asistencia –médica, clínica y farmacéutica– y de previsión social.
-
Enfermedad, accidente, parto, incapacidad laboral y jubilación–, gestionados y controlados por los propios trabajadores.
-
Actuaron contra el paro, aumentando los puestos de trabajo y cuando ello era insuficiente repartiendo trabajo y remuneración.
-
Realizaron importantes esfuerzos para aumentar el nivel de
preparación de los trabajadores en la triple vertiente: física,
intelectual y profesional.
-
Prestaron gran atención a los intereses de los consumidores:
aumentaron la calidad de los productos y servicios, de la higiene y la
sanidad –barberías, industria láctea,...–, facilitaron el acceso a los
productos y servicios, etc.
La industria de guerra
En 1936, Catalunya carecía por completo de una industria dedicada a
la fabricación de armamento, por lo que para poder disponer de material
bélico se procedió a transformar la industria civil –en especial la
metalúrgica y la química– en industria de guerra, lo que se realizó en
un breve espacio de tiempo.
Esta transformación la iniciaron los propios trabajadores
inmediatamente después del 19 de julio, designando, ya el 21 de julio, a
Eugenio Vallejo, del sindicato Metalúrgico, para coordinar la
organización de dichas industrias.
El 7 de agosto la Generalitat creó la Comisión de la Industria de
Guerra, encargada del control y coordinación de estas industrias, que
fue aceptada por la CNT tras obtener una serie de garantías. En la
práctica la colaboración que se estableció entre los consejos de empresa
y la Comisión, fue muy satisfactoria. La Comisión, además de coordinar
las empresas transformadas en industrias de guerra, también creó alguna
nueva empresa y estableció relaciones con las otras que elaboraban
productos auxiliares para la guerra del sector textil, de la óptica, de
la madera, etc.
En octubre de 1937 la industria de guerra contaba con más de 400
fábricas y unos 85.000 trabajadores, fabricándose una diversa y elevada
cantidad de productos: cartuchos, pistolas, piezas de recambio para
fusiles y ametralladoras, distintos tipos de explosivos, bombas de mano y
de aviación, vehículos blindados, motores de aviación, etc.
Sin embargo, el Gobierno de la República observó siempre con recelo y
boicoteó la creación de una industria de guerra en Catalunya, al no
hallarse ésta bajo su control. Un control que no consiguió hasta el 11
de agosto de 1938, en que decretó su militarización. A ella se opusieron
tanto la Generalitat como los trabajadores de estas industrias, lo que
provocó un importante descenso de su producción.
Contra la militarización
Dada la relativa estabilización de la situación y la necesidad de
reforzar el papel de un gobierno de la Generalitat que había ido
recuperando su influencia, el 1 de octubre de 1936 se autodisolvió el
Comité Central de Milicias Antifascistas, en beneficio exclusivo del
pleno restablecimiento del poder de la Generalitat. Los decretos
firmados el 24 de octubre sobre militarización de las Milicias a partir
del 1 de noviembre, completaban el desastroso balance del Comité
Central de Milicias Antifascistas. Se pasó de unas milicias obreras de
voluntarios revolucionarios a un ejército burgués de corte clásico,
sometido al código de justicia militar monárquico, dirigido por la
Generalitat.
Ese decreto de militarización de las Milicias Populares produjo un
gran descontento entre los milicianos voluntarios. Tras largas y
enconadas discusiones, parte de los milicianos abdonaron los frentes,
como fue el caso de los varios centenares de milicianos de la Columna
Durruti establecidos en el sector de Gelsa (Zaragoza) quienes
decidieron abandonar el frente en marzo de 1937 y regresar a la
retaguardia. Se pactó que el relevo de los milicianos opuestos a la
militarización se efectuaría en el transcurso de quince días.
Abandonaron el frente, llevándose las armas.
Ya en Barcelona, junto con otros anarquistas (defensores de la
continuidad y profundización de la revolución de julio, y opuestos al
colaboracionismo confederal con el gobierno), los milicianos de Gelsa
decidieron constituir una organización anarquista, distinta de la FAI,
la CNT o las Juventudes Libertarias, que tuviera como misión encauzar
el movimiento ácrata por la vía revolucionaria. Así pues, la nueva
Agrupación se constituyó formalmente en marzo de 1937, tras un largo
período de gestación de varios meses iniciado en octubre de 1936. La
Junta directiva fue la que decidió tomar el nombre de «Agrupación de
Los Amigos de Durruti», nombre que por una parte aludía al origen común
de los exmilicianos de la Columna Durruti, y que como bien decía
Balius, no se tomó por referencia alguna al pensamiento de Durruti,
sino a su mitificación popular.
La Columna Durruti.
Esta oposición revolucionaria a la militarización de las Milicias
Populares se manifestó también, con mayor o menor suerte, en todas las
columnas confederales. Destacó, por su importancia fuera de Cataluña, el
caso de Maroto, condenado a muerte por su negativa a militarizar la
columna que dirigía, pena que no llegó a ejecutarse pero que le mantuvo
en la cárcel. Otro caso destacado fue el de la Columna de Hierro, que
decidió en diversas ocasiones «bajar a Valencia» para impulsar la
revolución y enfrentarse a los elementos contrarrevolucionarios de la
retaguardia.
En febrero de 1937 se celebró una asamblea de columnas confederales
que trató la cuestión de la militarización. Las amenazas de no
suministrar armas, alimentos, ni soldada, a las columnas que no
aceptaran la militarización, sumada al convencimiento de que los
milicianos serían integrados en otras unidades, ya militarizadas,
surtieron efecto. A muchos les parecía mejor aceptar la militarización y
adaptarla flexiblemente a la propia columna. Finalmente, la ideología
de unidad antifascista y la colaboración de la CNT-FAI en las tareas
gubernamentales, en defensa del Estado republicano, triunfaron contra la
resistencia a la militarización.
Nuevo error que el anarquismo español pagaría muy caro.
___________________________________________________________
“Colectividades
Libertarias en España”
Por
Gastón Leval
LOS
SERVICIOS SANITARIOS
El
autor de este libro se ve obligado a recordar que ha seguido día por
día, cuando no hora por hora, y siempre apasionadamente, la marcha
de los acontecimientos sociales que se desarrollaron en España
durante los años 1924-36, aunque no residía en ese país durante
tal período. Pero, desde Argentina, y mediante un aporte incesante
de carácter teórico, económico y constructivo, participaba de las
luchas que se producían en la península Ibérica.
En
la observación de los hechos característicos de la evolución de
Europa, tenía desde Argentina una visión panorámica que le
permitió comprender mejor quizá ciertos procesos de conjunto, pero
esta situación le impidió penetrar a fondo en detalles de
importancia. E incluso, si hubiera residido en España (como lo había
hecho durante los años 1915-24), este estudio habría sido imposible
a causa de las circunstancias de tal forma de vivir. Sólo los
especialistas que disponen de recursos adecuados, de calma y de
tiempo, habrían podido registrar el hormigueo de luchas,
iniciativas, organizaciones fugitivas, a que dio lugar el combate
multiforme, en el cual no fui -cerca de dos lustros- más que un
simple militante.
Se
comprenderá, entonces, la insuficiencia de antecedentes históricos
que expliquen -por lo menos en parte- la vasta empresa de
socialización de la medicina y de las instituciones sanitarias
realizada en los años 1936-39. Pero si -como veremos- la Federación
Nacional de los Servicios Sanitarios, sección de la CNT, contaba, ya
en 1937, con 40.000 adherentes, puede suponerse que efectivos tan
importantes no podían haber sido reunidos con tanta rapidez sin que
numerosos hitos -por lo menos en el orden espiritual- hubieran
existido.
Estos
hitos explican, por lo menos parcialmente, la obra creadora que va a
producirse. Hallamos médicos entre los mejores militantes españoles.
Así, el doctor Pedro Vallina, recientemente muerto en México,
personificación del apóstol anarquista y combatiente heroico, cuya
influencia se extendía a toda Andalucía. Fue el hijo espiritual y
continuador de ese otro camarada de gran talla: Fermín Salvochea,
quien salió de la burguesía para abrazar la causa del pueblo.
También el doctor Isaac Puente, que se adhirió a nuestro movimiento
hacia el año 1930 y que ejerció gran influencia en las regiones de
Aragón, Rioja y Navarra, siendo una de las personalidades más
activas, colaborador de nuestra prensa, autor de excelentes folletos
de orientación y secretario de la FAI. También la doctora Amparo
Poch y Gascón, la mujer más culta de nuestro movimiento. El doctor
Roberto Remartínez, de cultura enciclopédica, uno de los maestros
de la generación libertaria que floreció durante la revolución.
Agreguemos al doctor Félix Martí Ibáñez, personificación de la
camada de médicos-sociólogos que apareció por aquellos años,
humanista, especialista en los problemas sexuales y psicoanalíticos,
excelente escritor.
Además
de estos escritores y militantes, más conocidos, un número bastante
elevado de médicos se adherían a los conceptos constructivos del
ideal libertario, de una organización más racional y justa de la
sociedad. En el plano local, tales hombres llevaron a cabo,
consecuentemente con los sindicatos obreros, una excelente obra de
solidaridad humana. En nuestros capítulos sobre las colectividades
agrarias, hemos señalado casos de sociedades de socorros mutuos
fundadas y administradas en aldeas o pequeñas ciudades provinciales.
Muy a menudo, estas instituciones contaban con la colaboración
desinteresada de médicos locales. A veces, incluso, se hacía mucho
más. Así, en Valencia -la tercera ciudad de España- se hallaba la
sede de la «Mutua Levantina», o Sociedad de Socorros Mutuos de
Levante, fundada por libertarios, a los que el autor conoció en su
juventud y que contaba con numerosos médicos y especialistas. Más
que de una simple sociedad de socorros mutuos de estilo tradicional,
se trataba de una asociación que se extendía en toda la región de
Levante, y en la cual dominaba el espíritu de ayuda mutua en sus
aspectos más nobles.[114]
----------
Cuando
estalló la guerra civil, no existía en Barcelona ningún sindicato
de médicos o de profesiones sanitarias especialmente organizado;
sólo se encontraba un sindicato de profesiones liberales con
secciones diversas: periodistas, escritores, abogados, médicos,
profesores. ¿Cuántos médicos? Lo ignoramos. Pero su número debía
ser bastante elevado, si juzgamos por la rapidez con que -llegado el
momento- se abrieron paso las realizaciones.
Dos
razones explican este desarrollo casi fulminante. En primer lugar,
los problemas sanitarios y de higiene social, la mortalidad infantil,
la lucha contra la tuberculosis, las enfermedades venéreas, etc.,
eran temas tratados con frecuencia en nuestra prensa, especialmente
en la revista Estudios
(en la que colaboraban los doctores Martí Ibáñez, Isaac Puente y
Roberto Remartínez), que se publicaba en ediciones de hasta 5.000
ejemplares.
El
espíritu de numerosos militantes estaba, pues, abierto a tales
problemas. Además, la desorganización de los servicios sanitarios
normalmente administrados por personal religioso -que después del 19
de julio desapareció de la noche a la mañana de los dispensarios,
los hospicios y otras instituciones de beneficencia- movió a
improvisar nuevos métodos de organización y a fundar nuevos
establecimientos no sólo para seguir dando a los enfermos, a los
ciegos y lisiados, los cuidados habituales, sino para operar, atender
y curar a los heridos de guerra, que acudían de continuo.
----------
Antes
de continuar debemos -en mérito a la imparcialidad- mencionar la
aparición, en esa época, de un elemento nuevo en esta general
improvisación. En ese mismo mes de septiembre de 1936, ante la
exigencia pública de unificación de las fuerzas antifranquistas, la
CNT decidió -por una parte- entrar en el Gobierno nacional presidido
por el líder socialista Largo Caballero, y por otra parte -aun antes
de entrar en el Gobierno nacional- entrar en el Gobierno catalán,
con sede en Barcelona. Entre los tres consejeros por ella elegidos
para este último, figuraba García Birlan, colaborador asiduo de la
prensa libertaria y director de numerosas publicaciones, conocido
bajo el seudónimo de Dionisios.
García Birlan fue encargado del Ministerio de Sanidad. Entonces,
escogió a sus colaboradores entre sus camaradas, y el doctor Félix
Martí Ibáñez fue nombrado director general de los Servicios
Sanitarios y de Asistencia Social de Cataluña.
Un
Gobierno donde estaban representadas las diversas tendencias
políticas antifranquistas: republicanos centralistas (dos partidos),
republicanos federalistas, catalanistas de izquierda, catalanistas de
derecha, socialistas, comunistas trotskistas (o trotskizantes) del
POUM, en fin, los libertarios y la CNT debía ocuparse de la salud
pública, pues era una necesidad comprendida por todos. Importa
destacar que es a los libertarios a quienes se encargó el
cumplimiento de las tareas correspondientes. Un estudio documentado
probaría que muchas veces las situaciones se resolvían de esta
manera. Así, siempre en Cataluña, la obra del Ministerio de la
Instrucción Pública fue cumplida -en sus realizaciones prácticas,
a menudo muy hermosas- por maestros y pedagogos libertarios,
militantes de la CNT. Igualmente en Asturias, el control de las
actividades relacionadas con la pesca -uno de los factores económicos
más importantes de la época- fue confiado a un organismo económico
gubernamental especialmente constituido, quien a su vez encargó a
los militantes y sindicatos de la CNT realizar las tareas prácticas
correspondientes.
Una
de las razones que explican esta actitud oficial, vinculando a los
libertarios con los servicios sanitarios oficiales, fue porque por
medio de sus diversos sindicatos, la CNT podía -merced a su
audiencia en los medios proletarios y a su espíritu constructivo y
organizador-, constituir un auxiliar precioso, e incluso necesario;
aunque el Gobierno o lo que así se llamaba, tuviera la ventaja de
disponer de los recursos financieros que faltaban del lado
revolucionario.
La
consecuencia de la situación creada en Cataluña fue que la
existencia de estos dos modos de actividad (gubernamental y no
gubernamental) iban a provocar una rivalidad fraterna e inevitable.
Hallamos testimonio de este hecho en el libro titulado Obra, que el
doctor Martí Ibáñez publicó en noviembre de 1937, donde el autor
-a consecuencia de las maniobras arteras de los comunistas, fue
obligado a abandonar su puesto- expone lo que sus colaboradores y él
mismo habían realizado. Enumeración entusiasta, impresionante y
convincente. Su ministerio hizo más en diez meses que lo que habían
hecho los otros ministerios catalanes en cinco años de República.
Pero reconozcamos que la situación revolucionaria y la participación
de los militantes cenetistas (que construían por partida doble)
permitían acelerar el ritmo de las realizaciones.
Lo
cual nos mueve con mayor motivo a establecer una comparación entre
la acción del organismo gubernamental y la del organismo sindical,
ambos en manos de los libertarios. A este respecto, Martí Ibáñez
empieza por rendir un homenaje fervoroso al ímpetu creador de los
miembros de la CNT, entre los cuales se cuenta. Y atestigua que,
desde el primer día, «nosotros, militantes de la CNT hemos
constituido -gracias a la Organización Sanitaria Obrera- el primer
control sanitario, que fue también el primer esfuerzo de cohesión
orgánica de los servicios sanitarios de Cataluña. Cuando haya
llegado el momento, descubriremos esas jornadas frenéticas en el
curso de las cuales el control sanitario de la CNT improvisaba -con
velocidad vertiginosa- las soluciones que reclamaban los innumerables
problemas que surgían sin cesar».
Esta
actividad «frenética» de nuestro movimiento independiente
continuó, y explica la potencialidad de la irrupción del Sindicato,
apenas constituido. Explica también que el balance de los dos modos
de organización sea favorable a la creación directa, según los
principios de la CNT. Porque, en primer lugar -y como lo hemos visto
ya-, todo partió del movimiento sindical, de los militantes
sindicalistas libertarios, aun cuando la organización sanitaria
específica no estuviera formada. En suma, García Birlan y Martí
Ibáñez no hicieron sino transferir al Ministerio de Sanidad lo que
vivía ya en el pensamiento, en el espíritu de los utopistas
impacientes y capaces de acercar la realidad a la utopía.
Además,
al escudriñar un poco los hechos y las cosas, comprobamos que
-independientemente de las ventajas financieras de que pudo disponer
el ministerio, y de la ayuda sindical por él recibidas gracias a la
fraterna acción de los militantes que se conocían y estimaban- los
nuevos hospitales colocados bajo la etiqueta oficial del Gobierno no
eran sino antiguos establecimientos a los que se había cambiado el
nombre, mientras que los establecimientos colocados bajo la égida
sindical fueron -con recursos infinitamente menores- integralmente
creados.
No
señalaremos estas cosas con fines mezquinos, que no aparecieron en
el espíritu y en las relaciones de nuestros compañeros situados en
una u otra parte, sino para que se comprenda mejor la importancia de
la obra realizada por nuestra organización sindical. Mas, reanudemos
el examen emprendido.
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Hemos
dicho que el Sindicato de la Sanidad se constituyó en Barcelona en
septiembre de 1936. Cinco meses más tarde estaba integrado por 1.020
médicos (de especialidades varias), 3.206 enfermeros, 330 parteras,
633 odontólogos, 71 especialistas en diatermia, 10 auxiliares de
sanidad, 153 herbolarios, 335 preparadores de material sanitario y
220 veterinarios. En total, más de 7.000 personas organizadas según
las normas libertarias e industriales de los sindicatos de la CNT, de
modo que integraran las diversas actividades que concurrían a la
salud pública y a armonizar sus distintos aspectos.[115]
Para
apreciar mejor el valor de estas cifras, conviene recordar que
Cataluña era poblada entonces por 2.500.000 habitantes.
Una
vez más vemos amalgamarse el principio moral de la solidaridad
humana y el de la coordinación técnica, deseosas de mayor eficacia.
Lo que se explica tanto más cuanto que se trata simultáneamente de
una situación de emergencia muy grave y también de reorganizar
fundamentalmente -bajo la inspiración de un gran objetivo social-
toda la práctica de la medicina y de las actividades sanitarias.
Obra
muy necesaria en la España de 1936, donde, de 24 millones de
habitantes, morían anualmente, y por causa casi exclusivamente
sociales, 80.000 niños menores de un año; donde, por ejemplo, en el
distrito 5º de Barcelona, de carácter específicamente obrero, el
porcentaje de la moralidad infantil era más del doble del que
registraba el distrito 4º, específicamente burgués.[116]
Los datos demográficos de la época muestran que, para el conjunto
de la población, la mortalidad alcanzaba un 18 o 19 por 1.000: uno
de los porcentajes más elevados de Europa, a pesar de la salubridad
del clima.
En
consecuencia, nuestros camaradas echaron -desde el principio- las
bases de una nueva estructuración general de los servicios
sanitarios. No pudimos averiguar detalladamente -por estar los
animadores absorbidos en tareas extenuantes- cómo fue realizada esta
obra de base, ni cuál fue su magnitud. Y no podremos sino resumirla
imperfectamente, describir parte de los resultados alcanzados,
mencionar los planes elaborados para el porvenir, en el período en
que podemos entregarnos a este estudio, y anotar las informaciones
que no es posible recoger.
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En
Cataluña, la región fue -en la base- dividida en nueve sectores
principales: Barcelona, Tarragona, Lérida, Gerona, Tortosa, Reus,
Ripoll, Bergueda y la zona pirenaica, un poco perdida sobre la parte
montañosa del Norte. Alrededor de estas primeras divisiones se
constituyeron 26 centros secundarios, que respondían a la densidad
de la población y a las exigencias de la salud pública. En
conjunto, 35 centros más o menos importantes englobaban íntegramente
a las cuatro provincias, de modo que ningún pueblo, ninguna aldea
perdida en la montaña, ni una granja alejada, ningún hombre, mujer
o niño, quedara aislado, sin protección sanitaria, sin asistencia
médica.
Paralelamente,
cada gran sector contaba con un centro médico y técnico y un centro
sindical sanitario, cuyo comité comarcal controlaba, y en parte
dirigía los servicios. En el nivel siguiente, según el principio
federalista, los comités comarcales estaban ramificados en
Barcelona, que disponía de los mayores elementos técnicos y de
establecimientos especializados, adonde se trasladaba en ambulancia o
en taxímetro a los enfermos que necesitaban cuidados urgentes o un
tratamiento especial.
Las
secciones constituidas por especialidades eran autónomas en cuanto a
su modo de organización y en el seno del sindicato, pero esta
autonomía no significaba independencia absoluta, y menos aun
indiferencia o aislamiento ante la necesidad de coordinación. Cada
semana, el comité central de Barcelona, renovado periódicamente por
la asamblea plenaria, se reunía con los delegados de las nueve zonas
primeras. Técnica y geográficamente, el espíritu de coordinación
estaba siempre presente, el federalismo era siempre constructivo.
Muy
pronto, la población se benefició de esta amplia iniciativa. En un
año, y sólo en Barcelona, seis hospitales nuevos fueron creados por
nuestro movimiento: el Hospital Proletario, el Hospital del Pueblo,
el Hospital Pompeyo, dos hospitales de sangre y el Pabellón de
Rumania. Simultáneamente (siempre en Cataluña) se abrieron hueve
sanatorios nuevos: el Sanatorio de Calafell; el de La Florida; el
Pabellón Ideal; el de Vallvidrera; el Sanatorio de la Bonanova; el
de las Tres Torres; el Hotel de Montserrat; el Hotel de Terramar, en
Sitges, y el Sanatorio de San Andrés.
Generalmente,
estos sanatorios fueron instalados en grandes construcciones que
habían sido expropiadas y se hallaban en plena montaña, en medio de
los pinos o sobre alturas desde donde se dominaba el campo o el mar.
Menos
fácil fue organizar los hospitales. Hubo que improvisar
instalaciones nuevas, de acuerdo con las necesidades y las exigencias
sanitarias más inmediatas. Con todo, hagamos un recuento: en junio
de 1937 había en Barcelona 18 hospitales regidos por el Sindicato de
la Sanidad, seis de los cuales habían sido creados por él; 22
clínicas; seis establecimiento psiquiátricos; tres asilos; una
maternidad; a lo cual debe añadirse dos pabellones adjuntos al
Hospital General (hasta entonces llamado San Pablo), uno destinado a
combatir la tuberculosis ósea, el otro especializado en cuidados
ortopédicos. «Con estos agregados -dicen mis compañeros-, el
Hospital General será uno de los mejores del mundo».
En
todas las ciudades catalanas de cierta importancia fueron creados
policlínicos a los cuales estaban adscritas las localidades menores
de su esfera. Contaban con especialistas en las diversas ramas de la
medicina y fueron dotados de material sanitario, todo lo cual
permitía evitar el apiñamiento de enfermos y heridos en los centros
importantes.
Lo
mismo que los otros trabajadores, los médicos cumplían su tarea
donde la necesidad lo requería. Si, anteriormente, los hallábamos
en exceso en las ciudades más ricas, y faltaban donde más se les
necesitaba, esta situación había cambiado. Cuando los habitantes de
una localidad solicitaban un médico al sindicato, éste se informaba
primero de las necesidades locales, y consultaba en una lista los
profesionales disponibles y cuál de sus miembros podía -por su
formación- responder mejor a las necesidades de la localidad
solicitante. Para rechazar el puesto ofrecido era necesario que el
designado tuviera razones imperiosas. Porque se consideraba que los
médicos estaban al servicio de la sociedad, no la sociedad al
servicio de los médicos. La obligación de cada uno figuraba siempre
en primer término.
Como
el sindicato no tenía medios financieros para todos los gastos que
tantas actividades implicaban, los recursos monetarios eran en parte
suministrados por el Gobierno catalán, y en parte por las
municipalidades.[117]
Los recursos de los policlínicos que funcionaban en las pequeñas
ciudades y en los pueblos, provenían del aporte local de los
municipios y del conjunto de los sindicatos que también
suministraban y administraban las clínicas de odontología.
Tales
fueron las primeras realizaciones de la socialización de los
servicios sanitarios.
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Reconozcamos
que, al año de haber comenzado estas realizaciones, no había sido
posible hacer desaparecer al médico que ejercía individualmente su
profesión; aunque, tal vez, teniendo en cuenta el interés de los
enfermos, no fuera ello deseable. Pero el sindicato había eliminado
los abusos hasta entonces tan frecuentes; había establecido tarifas
para las consultas y las operaciones; ejercía riguroso control
gracias al método que hemos visto practicar en Fraga, Alicante y
Castellón de la Plana. Los enfermos que acudían a un médico o a un
cirujano particular pagaban los servicios prodigados según tarifas
establecidas por el sindicato, que servía de intermediario y llevaba
una contabilidad vigilante.
En
las clínicas creadas por la revolución, se operaba gratis; y
también en los hospitales psiquiátricos, los enfermos eran
atendidos gratuitamente.
¿Qué
conducta observaron los médicos ante esta revolución que buen
número de ellos ni siquiera imaginaba? Puede responderse en formas
diversas, incluso contradictorias. Pero -me han informado mis
compañeros- existen esencialmente dos grupos:
Uno,
integrado por los «viejos», que componían la clase privilegiada,
parte de la cual ha abandonado Cataluña huyendo a Francia. Para
ellos, la medicina era, ante todo, una fuente de provechos
sustanciales. Como se supone, los miembros de este grupo no se
congratulan del cambio operado.
El
otro grupo, que aún no se ha incrustado en la clase alta, deja
hacer, e incluso colabora sin real oposición a tantas innovaciones.
En
cambio, los jóvenes se han adherido con entusiasmo a la revolución.
Para muchos de ellos, el horizonte estaba cerrado. Después de haber
obtenido su doctorado se veían obligados a trabajar más o menos
gratis en los hospitales y sanatorios, explotados por todos los
encaramados de la jerarquía superior. En las clínicas, el médico
oficial -generosamente retribuido- no se presentaba casi nunca, un
médico más joven lo reemplazaba, esperando la muerte del «patrón»
para ocupar su puesto, o esforzándose para ahorrar el dinero
necesario para adquirir y explotar por su cuenta una clínica. El
médico más joven -que servía de secretario- esperaba que gracias a
un «feliz desenlaces la maquinaria emprendiera para él una marcha
ascendente…
Ahora
-nos decía el secretario del sindicato, un vasco entusiasta e
incansable- todos los médicos de los hospitales cobran quinientas
pesetas al mes por tres horas diarias de trabajo.[118]
Tienen, además, sus enfermos particulares que le retribuyen del modo
que hemos visto. No se ha alcanzado aún la igualdad económica, y lo
tenemos en cuenta, pero -de acuerdo con las posibilidades actuales-
se ha dado un gran paso adelante. Ya no hay «señores doctores»
cobrando emolumentos enormes, y médicos viviendo casi en la pobreza.
En los hospitales, clínicas, etc., nadie puede cobrar dos sueldos.
Más de la mitad de los médicos colaboran gratuitamente en
actividades propias de su especialidad, y fuera del tiempo de trabajo
pagado.
Y
lo hacen con agrado, de acuerdo con el sindicato, incluso cuando no
son sindicados. Y sin que sea necesario emplear la autoridad
sindical. Lo más hermoso -seguía el secretario- es la revolución
moral que se ha operado en la profesión. Todos trabajan lealmente.
El médico renombrado, al que se envía una vez por semana a trabajar
gratuitamente a un dispensario de barriada, no falta nunca. El
personaje imponente, que ayer recorría las salas de hospital mirando
apenas a los enfermos y escoltado por media docena de
correligionarios de condición inferior -uno llevando la palangana,
otro la toalla, el tercero el estetoscopio, el cuarto abriendo la
puerta, el quinto cerrándola-, y todos humillándose ante su
autoridad, este personaje ha desaparecido. Hoy sólo hay hombres que
se estiman y trabajan honradamente.
Ahora
que sabemos lo que se ha hecho, veamos lo que se proyecta. En febrero
de 1937, la producción farmacéutica aún no estaba socializada.
Pero la sección correspondiente del sindicato había elaborado un
plan que dividía el trabajo en cuatro especialidades: laboratorios
de investigaciones y búsquedas, laboratorio de manufactura, almacén
general, distribución.
Mientras
exista el dinero, el sindicato no podrá pensar en el suministro
gratis de los productos farmacéuticos, aunque se distribuyan
gratuitamente en cantidades importantes a gentes que esperan su turno
en el local sindical. Hay, pues, que pensar en que será inevitable
hacerlos pagar. Más tarde esta situación podría mejorarse.
Las
cuatro secciones están unidas en una comisión de iniciativa,
integrada por delegados de cada una de ellas. Esta comisión se
encarga de dirigir los servicios según las necesidades de la
población. Se ha decidido que la UGT estará también representada
en ellas, porque muchos dueños de farmacias están en esta
organización.[119]
Los cargos no serán retribuidos.
El
laboratorio de investigación será un crisol en el cual nacerán las
iniciativas de las secciones. La socialización permitirá emplear
mejor los recursos técnicos de que se dispone porque -lo mismo que
los arados y los tractores en el campo- los microscopios y los
aparatos de laboratorio permanecen a menudo inactivos en manos de sus
dueños particulares.
El
laboratorio de manufactura tendrá por objeto preparar y producir
cuanto sea necesario a la medicina, sin más limitación que las
impuestas por las circunstancias y por las relaciones con las otras
ramas de trabajo; la industria química, por ejemplo. Se esforzará
por agrupar en torno suyo, o por vigilar, a todos los laboratorios o
centro de fabricación; y por proceder, más tarde, si es necesario,
a la supervisión de este trabajo.
El
almacén general reunirá y controlará todos los almacenes
existentes. Constituirá el núcleo administrativo del conjunto y el
único centro de abastecimiento a que podrán dirigirse las
farmacias. Naturalmente, se supone que tendrá cierto número de
depósitos donde estarán almacenados los diferentes productos.
La
sección de reparto coordinará las farmacias, las refundirá y las
distribuirá según la densidad de la población, las distancias, de
acuerdo con los centros sanitarios y con la existencia de las aldeas
apartadas en las otras provincias catalanas.
Este
proyecto no es el único, y la imaginación creadora de los hombres
que tienen por misión aliviar el dolor humano permanece siempre
activa. Así, se proyecta a corto plazo reformar el tratamiento de
los accidente de trabajo. A este efecto se instalarán clínicas y
dispensarios. Las fábricas importantes tendrán servicios médicos
permanentes, con lo cual se evitará que las compañías de seguros
amasen fortunas inmensas a expensas de la economía pública. Los
heridos incurables y los decesos dependerán integralmente de la Caja
Nacional de Previsión, que está en manos del Estado.[120]
Hemos
visto lo que fue hecho en Cataluña gracias -sobre todo- al Sindicato
de la Sanidad de Barcelona, que agrupaba a más de 7.000
profesionales de los servicios sanitarios y de higiene y que sin duda
vieron aumentar sus efectivos a medida que los meses transcurrían.
Es incuestionable que se hizo mucho, pero el autor no pudo investigar
más a este respecto. Con todo, un hecho de grandísima importancia
nos permite entrar más a fondo en las realizaciones efectuadas.
La
España no dominada por el fascismo contaba entonces,
aproximadamente, con la mitad de la población española, o sea con
12 millones de habitantes, de los cuales debemos restar -para no
deformar las cosas- a los que habían votado por la derecha, y que
eran o fascistas o fascistizantes.[121]
Empero, en el mes de febrero de 1937 tuvo lugar en Valencia el
Congreso de la ya nombrada Federación Nacional de los Sindicatos
Únicos de Sanidad. Estos sindicatos, que se hallaban en todas las
ciudades importantes, pasaban de 40, y agrupaban a unos 40.000
adherentes, y cuyas categorías podemos inferir por las estadísticas
del de Barcelona. Podemos imaginar cuántas iniciativas fueron
tomadas, cuántas responsabilidades asumidas en esta efervescencia
creadora.
Pero,
incluso, si nos fue imposible ir de ciudad en ciudad, para escribir
un libro voluminoso al respecto, disponemos de elementos, de
materiales originales que nos fueron suministrados por la misma
Federación y que hemos salvado, milagrosamente, en su mayoría.
Estos
materiales nos prueban una vez más que sin los sindicatos de la CNT
-a los cuales se unieron muchas veces los sindicatos locales de la
UGT, en conmovedora fraternidad de espíritu-, no sólo la
organización pública y privada de los servicios hospitalarios no se
habría desarrollado, sino que la que existía se habría derrumbado
en su mayor parte.
Porque,
en este orden de cosas, en un 95% la iniciativa oficial fue
inexistente (y dejamos un margen del 5% por escrúpulo de
objetividad). Son los sindicatos quienes se encargaron -a menudo con
los responsables especializados del ejército- de organizar los
hospitales de sangre en la retaguardia de los frentes. Fueron ellos
quienes obligaron a los farmacéuticos fascistas o semifascistas a
abrir sus boticas, o quienes se incautaron de éstas cuando sus
dueños las habían abandonado. Fueron los Sindicatos de la CNT los
que organizaron también, y a menudo junto con los servicios
correspondientes del aparato militar, la evacuación de gran número
de ancianos, mujeres y niños, amenazados en las zonas de guerra.
Fueron ellos los que fundaron las brigadas antigás, y a menudo, en
cooperación con los municipios, tomaron parte en la construcción de
refugios contra los bombardeos.
Y,
como se comprenderá, aunque no tengamos estadísticas al respecto,
no cabe duda que gracias a ellos numerosos hospitales, dispensarios,
clínicas y casas de descanso surgieron también en Levante,
Castilla, Asturias, etc.
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Analicemos,
por fin, aunque sea en forma superficial, el congreso celebrado en
febrero de 1937, por la Federación de los Sindicatos Únicos de
Sanidad, exactamente siete meses después de haber comenzado la
revolución. Lo haremos a través de las resoluciones más
importantes que fueron adoptadas. He aquí el primer párrafo de la
moción presentada por las Federaciones Sanitarias Regionales de
Cataluña, del centro de España y de Levante:
Funciones
Generales:
Los
Sindicatos Únicos de Sanidad tendrán como función primordial el
desarrollo y la organización del plan sanitario y de asistencia
social en la región o regiones que abarquen, exigiendo el plan de
conjunto que las federaciones comarcales y locales formen los
eslabones de la cadena general; sobre tales elementos se ordenará y
dará solidez a un plan nacional, recogiéndose el fruto de las
iniciativas aprobadas en las federaciones locales, comarcales y
regionales, confluyendo todas ellas en el organismo superior.
No
puede decirse más con menos palabras. Y sin duda ningún régimen,
de libre empresa o estatal, ha enunciado objetivos tan precisos, ni
especificado un plan tan general, tan concreto, con las consiguientes
normas de realización. La resolución prosigue:
Entendemos
por sanidad:
El
conjunto de los servicios que tienen por objeto la preservación y el
restablecimiento de la salud, o sea el arte de fomentar lo adecuado
para la prosperidad de la salud y la extinción de los factores
negativos; y para lograrlo, proponemos como función social de los
sindicatos únicos de sanidad la unión de los obreros, de los
técnicos y de los sabios, unión indispensable para el buen
funcionamiento de la sanidad, y con ésta, de la economía nacional.
Aquí
también haremos caso omiso de las deficiencias literarias; mucho más
importante en este concepto sociológico de la medicina, que abarca a
todos los factores que la atañen. Aquí aparece, bajo una forma
propia, la solidaridad de todo lo que concurre a una obra social que
interesa a la colectividad entera. Y la resolución, desarrollando
fines y medios, como realizaciones necesarias, propone:
La
reorganización de la enseñanza manual y técnica, elevando el nivel
intelectual de todos los componentes de las actividades sanitarias;
la creación de cursillos, escuelas y talleres de orientación y
perfeccionamiento profesional; la divulgación sanitaria para dar a
comprender que prevenir es curar, divulgando las instrucciones más
precisas para los casos de urgencia; la creación de especialistas y
pedagogos, imprescindibles para las escuelas de anormales, ciegos,
etc.
En
fin, el apartado b
del artículo 7º. recomienda:
La
formación, ordenación y reglamentación de comités de control
técnico y administrativo de clínicas, sanatorios y demás
instituciones sanitarias, estableciéndose secciones de estadísticas,
propaganda, ponencias de colectivización y bolsas de trabajo, para
el control, el estímulo, el desarrollo y perfeccionamiento de las
secciones en los diferentes servicios que les corresponde, y
asegurando el trabajo de todos sus componentes.
Las
actividades de los sindicatos son divididas en cuatro grupos
principales: Asistencia Médica Global (I); Sanidad Social (II);
Inspección Sanitaria (III); Asistencia Social (IV); cuyos objetivos
son así enumerados:
I.
Asistencia médica global
a)
Asistencia médica global.
b)
Asistencia domiciliaria (con tendencia a
desaparecer).
c)
Control y distribución de los enfermos.
d)
Asistencia en dispensarios.
e)
Asistencia quirúrgica en clínicas
apropiadas.
f)
Creación de policlínicos en barriadas,
con carácter de urgencia.
g)
Asistencia toco-ginecológica.
h)
h Asistencia dermo-venérea.
i)
Asistencia psiquiátrica, con los dos
grupos: anormales y vesánicos.
j)
Asistencia paidológica (puericultura y
enfermedades de la infancia.
k)
Asistencia prematrimonial, y.
l)
Asistencia a mutilados (reeducación y
ortopedia).
Sigue
la enumeración de los establecimientos necesarios (nosocomios,
maternidades, lazaretos, sanatorios, preventorios, etc.):
II.
Sanidad social
a)
Reglamentación sanitaria general y local.
b)
Institutos de higiene privada.
c)
Institutos de higiene general.
d)
Educación física, estadios, piscinas,
gimnasios, etcétera.
e)
Camping.
f)
Parques de desinfección, desinsectación,
desratización y descanización morbosa.
g)
Plazas, mercados, mataderos, etc.
h)
Saneamiento de terrenos insalubres.
i)
Lucha contra la toxicomanía, el
alcoholismo, el tracoma, la tuberculosis, las enfermedades venéreas,
el paludismo, el cáncer, la lepra, la sífilis, etc.; medidas de
desinfección de las playas, los puertos y tinglados, comercios, etc.
III.
Inspección sanitaria
a)
Oficinas del personal.
b)
Estadísticas.
c)
Inspección escolar y de maestros, ficha
escolar sanitaria, inspección de fábricas, talleres y demás
establecimientos.
d)
Viviendas particulares.
e)
Mataderos, plazas, mercados, laboratorios y
productos alimenticios.
IV.
Asistencia social
a)
Mujeres embarazadas.
b)
Casas de lactancia natural y artificial
para lactantes externos, guarderías de niños, etc.
c)
Huérfanos.
d)
Inválidos.
e)
Ancianos.
f)
Incurables.
Esta
visión de conjunto y de los diversos aspectos complementarios de los
problemas relativos a la sanidad justifica que el modo de cuidar y
alimentar a los animales haya figurado entre las actividades y
responsabilidades sociales asumidas por la Federación. Y es una
nueva prueba de la necesidad de salir de los límites del
corporativismo; si ciertas interferencias pueden sorprender, el
interés general las hace necesarias.
En
ese mismo congreso fueron presentados planes de lucha y proyectos
contra las enfermedades contagiosas. En primer lugar figuraba la
tuberculosis. La delegación catalana, por intermedio de su
secretario vasco,[122]
presentó un proyecto que, después de atento examen, fue aceptado
por las otras regiones. Su lectura nos permite comprender la
intensidad y la amplitud del esfuerzo que habría sido cumplido si el
fascismo no hubiera triunfado.
Después
de una exposición sobre la gravedad del mal, las formas y causas
sociales del contagio, ilustrada por numerosas estadísticas, los
autores exponen los diversos aspectos de la lucha preventiva: control
sanitario de las futuras madres, desarrollo general de la higiene,
empleo intenso del pico y la paleta para demoler los barrios
insalubres -verdaderos caldos de cultivos microbianos- y reconstruir
alojamientos nuevos y sanos; se preconiza también la transformación
de los locales escolares, recomendando su nueva instalación en las
afueras de las urbes.[123]
Con
relación a las ciudades grandes, medianas y pequeñas, la base de
lucha sanitaria aceptada, después de atentos exámenes, fue la de
dispensarios estratégicamente establecidos, siempre según un plan
de conjunto que correspondía a la importancia de los lugares
contaminados, a la densidad y al modo de vida de las poblaciones. Con
el concurso de los médicos especializados de que dispondrían estos
dispensarios, se entregarían a una búsqueda sistemática en las
unidades fundamentalmente juveniles; las escuelas, los institutos,
las universidades, los cuarteles. Los especialistas mantendrían
contactos necesarios y obligatorios, estableciendo informes y fichas
individuales que serían debidamente utilizadas.
La
sede de los dispensarios centrales estaría en las ciudades donde se
coordinarían las actividades de los dispensarios menos importantes,
a fin de controlar metódicamente los resultados obtenidos y de
modificar o adoptar las actividades según lo enseñe la experiencia.
Cada suburbio de Barcelona debía contar por lo menos con un
dispensario, y se recomendaba instalar uno en las ciudades catalanas
de Gerona, Tarragona, Lérida, Badalona, Mataró, Seo de Urgel, San
Feliú de Guixols, La Bisbal, Manresa, Solsona, Cardona, Tremp, Sort,
Viella, Balaguer, Tárrega, Cervera, Igualada, Villafranca, Vendrell,
Vilanova, Reus, Tortosa y Gandesa.
Todos
esos centros debían estar en contacto orgánico con el control
epidemiológico establecido en la capital catalana, a fin de
registrar en toda la región los progresos de la lucha emprendida.
Una estadística precisa enumeraba -para orientar debidamente esa
lucha- el número de tuberculosos admitidos en los hospitales de
Cataluña, el de camas disponibles y el que debía instalarse. Había
sido posible reunir y coordinar estas informaciones gracias, en gran
parte, a los esfuerzos de los sindicatos y de la Federación, la cual
abarcaba el conjunto de lo que se realizaría.
Estas
indagaciones debían emprenderse, y estas iniciativas llevarse a cabo
también en las otras regiones de España. Ignoramos hasta dónde se
habría llegado en Levante, en Castilla, en Aragón, donde el azote
estalinista no se había aún desencadenado, pero es indudable que si
la sociedad libertaria se hubiera establecido, estos planes se
habrían realizado en el conjunto de la nación. Porque la
socialización de la medicina no era sólo una iniciativa tomada por
los médicos de la CNT. En todas partes donde hemos podido estudiar
los pueblos y las pequeñas ciudades transformadas por la revolución,
los hospitales, las clínicas, los policlínicos y otros
establecimientos sanitarios habían sido municipalizados, agrandados,
modernizados, colocados bajo la salvaguarda de la colectividad. Y
donde no existían, se habían improvisado. La socialización de la
medicina era obra de todos, en beneficio de todos. Constituía una de
las realizaciones más notables de la revolución española.
[114]
En
1972 esta sociedad sigue existiendo, y el espíritu humanitario de su
obra se mantiene, a pesar del franquismo.
[115]
Organismos
semejantes surgieron seguramente en la misma época en otras partes
de España. Las cifras del Congreso de Valencia permiten suponerlo. Y
además de los adherentes directos, debe contarse el concurso de
médicos, enfermeros, etc., que no creyeron necesario adherirse al
sindicato desde el principio.
[116]
Estas
diferencias no eran exclusivas de España; pero aparecían más
brutales que en otros muchos países, y movían más a luchar por los
cambios sociales necesarios.
[117]
Este
problema, el de la escasez de recursos, causado por la posesión de
la parte de la riqueza social y de los recursos monetarios por los
que quedaban aún privilegiados y amparados en sus partidos, y por la
permanencia del mundo oficial, explica en gran parte por qué no se
realizó la socialización libertaria de la enseñanza. Las
municipalidades no disponían de los fondos necesarios para tantos y
tan importantes cambios. Las escuelas creadas o tomadas por el
Sindicato de la Enseñanza habrían representado bajo ciertos
conceptos -por falta de medios- en las ciudades o aglomeraciones de
densa población, un retroceso en relación con lo que era posible
hacer modificando las normas pedagógicas en las escuelas existentes.
[118]
Para
apreciar mejor el significado de estas cifras, tomemos la
remuneración general de los trabajadores barceloneses en la misma
época (julio de 1937); podemos cifrarla en unas 350/400 pesetas
mensuales por ocho horas de trabajo diarias.
[119]
Como
los dueños de farmacia eran hostiles a los combatientes
revolucionarios, esto constituía, al mismo tiempo, un procedimiento
para controlarlos.
[120]
Puede
sorprender que hombres que se reclaman del ideal libertario hayan
adoptado esta solución, lo que implica el reconocimiento del Estado.
Pero reconocer la existencia de un hecho no significa aprobarlo. Y,
por otra parte, el Sindicato de Sanidad, y los demás sindicatos, no
poseían los fondos acumulados por los servicios oficiales, gracias a
una legislación especial, para una actividad que reclamaba
cantidades enormes. Además, como lo hemos repetido muchas veces, nos
hallamos en una situación dual y terriblemente compleja, donde el
Estado, los Gobiernos (de Barcelona y Valencia, a lo cual habría que
añadir el Gobierno vasco) y parte del capital privado de la
propiedad burguesa y del comercio privado subsistían, donde la
economía, incluso la socializada, pagaba impuestos.
[121]
No
poseemos guarismos de los votos obtenidos por las derechas
reaccionarias, fascistas o fascistizantes, en Cataluña, en febrero
de 1936, pero parece indudable que constituían un número
considerable. Por otra parte, los antifranquistas que vivían en las
provincias ocupadas por Franco estaban reducidos a la impotencia. Si
se admite que al término del primer año de lucha Franco dominaba la
mitad del territorio, la ventaja numérica estaba ya de su lado,
contrariamente a lo que declaraba una demagogia bastante más necia
de lo que sus patrocinadores creían.
[122]
Este
caso de un vasco a la cabeza de las realizaciones sociales del
Sindicato de Sanidad de Barcelona nos da ocasión de señalar que
numerosos fueron los militantes libertarios venidos a Barcelona desde
otras regiones. Ángel Pestaña, que fue uno de los militantes de
mayor relieve de la CNT, era leonés, al igual que Buenaventura
Durruti; Francisco Ascaso y los otros miembros de su familia, casi
todos militantes libertarios, eran aragoneses, así como Manuel
Buenacasa, que fue secretario de la CNT; Abelardo Saavedra era
andaluz, lo mismo que Dionisios,
y hay muchos otros casos parecidos que el autor ha olvidado y que
podrían señalarse. Y en los mítines de la CNT y de la FAI se
hablaba más el castellano que el catalán.
[123]
Conviene
señalar aquí cómo pedagogía y sanidad iban de consuno. Este
desplazamiento de los centros escolares fuera de las ciudades era
recomendado hacia 1930 por el profesor uruguayo Vaz Ferreira, con
relación a las escuelas de Montevideo.