Publicado en “Freedom”, abril de 1916.
Acaba de aparecer un manifiesto firmado por Kropotkin, Grave, Malato y
una docena de viejos compañeros más, en el cual se hacen eco de quienes apoyan
a los gobiernos de la Entete, que exigen la guerra a muerte y el aniquilamiento
de Alemania, y toman posición contra cualquier idea de “paz prematura”.
La prensa capitalista publica, con natural satisfacción, extractos del manifiesto,
y lo anuncia como obra de “líderes del movimiento anarquista internacional”.
Los anarquistas, que en su casi totalidad permanecieron fieles a sus convicciones,
tienen el deber de protestar contra este intento de implicar al anarquismo en
la continuación de una feroz matanza que nunca ha prometido ningún beneficio
para la causa de la justicia y la libertad, y que ahora se muestra absolutamente
estéril e infructuosa, incluso desde el punto de vista de los gobiernos de
ambos bandos.
Está fuera de duda la buena fe y las buenas intenciones de quienes
firmaron el manifiesto, pero por más penoso que pueda ser disentir con viejos
amigos que han prestado tantos servicios a lo que en el pasado era nuestra
causa común, no podemos –haciendo honor a nuestra sinceridad y al interés en
nuestro movimiento en pro de la emancipación- dejar de disociarnos de
compañeros que se consideran capaces de reconciliar las ideas anarquistas con
la cooperación con los gobiernos y las clases capitalistas de ciertos países en
su lucha contra los capitalistas y los gobiernos de ciertos otros países.
Durante la actual guerra hemos visto republicanos que se ponen al
servicio de reyes, socialistas que hacen causa común con la clase dirigente,
laboristas que sirven a los intereses de los capitalistas, pero en realidad
todas estas personas son, en distinto grado, conservadores, creyentes en la
misión del Estado, y se puede comprender que hayan vacilado y se hayan
desorientado hasta caer en los brazos del enemigo, cuando el único remedio
residía en la destrucción de todas las ataduras gubernamentales y el
desencadenamiento de la revolución social. Pero tal vacilación es
incomprensible en el caso de los anarquistas.
Sostenemos que el Estado es incapaz de hacer el bien. En el campo de las
relaciones internacionales y también en el de las relaciones individuales sólo puede
combatir la agresión transformándose él mismo en agresor, y sólo puede evitar
el crimen organizado cometiendo crímenes aun mayores.
Inclusive suponiendo –lo que está lejos de ser cierto- que Alemania sola
fuera responsable de la actual guerra, está demostrado que si se mantienen los
métodos gubernamentales, la única manera de resistir a Alemania consiste en
suprimir toda libertad y revivir el poder de todas las fuerzas reaccionarias.
Excepto la revolución popular, no hay otro modo de resistir la amenaza de un
ejército disciplinado, salvo tratar de disponer de un ejército más fuerte y más
disciplinado, de modo que los más encarnizados antimilitaristas, si no son anarquistas
y temen la destrucción del Estado, se ven inevitablemente llevados a transformarse
en ardientes militaristas.
De hecho, con la esperanza problemática de aplastar al militarismo
prusiano renunciaron a todo el espíritu y las tradiciones de libertad,
prusianizaron a Inglaterra y a Francia, se sometieron al zarismo,
reestablecieron el prestigio del vacilante trono de Italia.
¿Podemos aceptar los anarquistas este estado de cosas por un solo
instante, sin renunciar a todo derecho a llamarnos anarquistas? Para mí,
inclusive la dominación extranjera sufrida por la fuerza y capaz de suscitar la
rebelión es preferible a la opresión interna aceptada con humildad y casi con
gratitud, en la creencia de que por este medio nos preservamos de un mal mayor.
Es inútil decir que se trata de un momento excepcional y que después de
haber contribuido a la victoria de la Entete en “esta guerra” volveremos a
nuestro propio campo para luchar por nuestros ideales.
Si hoy es necesario trabajar en armonía con el gobierno y los
capitalistas para defendernos contra “la amenaza alemana” lo será también
después, así como durante la guerra.
Por más grande que sea la derrota del ejército alemán –si ocurre que se
lo derrote-, nunca resultará posible impedir que los patriotas alemanes piensen
en la venganza y se preparen para ella, y los patriotas de los demás países,
muy razonablemente desde su propio punto de vista, querrán estar listos para
que no los vuelvan a tomar desprevenidos. Esto significa que el militarismo
prusiano se transforma en una institución permanente y regular en todos los
países.
¿Qué dirán luego los que se autodenominan anarquistas y desean hoy la
victoria de una de las alianzas en guerra? ¿Seguirán llamándose
antimilitaristas y predicando el desarme, la necesidad de rehusarse a hacer el
servicio militar, y el sabotaje contra la defensa nacional, para terminar, ante
la primera amenaza de guerra, como sargentos reclutadores de los gobiernos que
ellos trataron de desarmar y paralizar?
Se dirá que estas cosas terminarán cuando el pueblo alemán se libere de
sus tiranos y deje de ser una amenaza para Europa, al destruir el militarismo
en su propio país. Pero si éste es el caso, los alemanes piensan con razón que
la dominación inglesa y francesa –y no digamos la de la Rusia zarista- no sería
más agradable para los alemanes que la dominación alemana para los franceses y
los ingleses, desearán primero esperar que los rusos y los demás pueblos
destruyan su propio militarismo y, entretanto, seguirán fortaleciendo al
ejército de su propio país.
Y entonces, ¿cuánto tiempo demorará la revolución? ¿Cuánto se tardará en
llegar a la anarquía? ¿Debemos esperar siempre a que los demás empiecen?
La línea de conducta de los anarquistas está claramente señalada por la
lógica misma de sus aspiraciones.
Debería impedirse la guerra produciendo la revolución, o por lo menos
haciendo que el gobierno la temiera. Ha faltado hasta ahora la fuerza o la
habilidad necesaria para ello.
¡Muy bien! Sólo hay un remedio: mejorar el futuro. Tenemos que evitar
más que nunca el compromiso, ahondar el abismo entre capitalistas y los
esclavos asalariados, entre dominadores y dominados, predicar la expropiación
de la propiedad privada y la destrucción de los estados como el único medio
para garantizar la fraternidad entre los pueblos y la justicia y la libertad
para todos, y debemos prepararnos para llevar a cabo estar cosas.
Entretanto, me parece que es criminal hacer algo que tienda a prolongar
la guerra, en la que se asesina a hombres y se destruye riqueza, además de obstaculizar
la reanudación de la lucha por la emancipación. Me parece que predicar “la
guerra hasta el fin” es realmente hacerles el juego a los gobernantes alemanes,
que están engañando a sus súbditos e inflamando su ardor de lucha al
persuadirlos de que sus oponentes desean aplastar y esclavizar al pueblo
alemán.
En la actualidad, como siempre, éste debe ser nuestro grito de lucha:
¡Abajo los
capitalistas y los gobiernos, todos los capitalistas y todos los
gobiernos!
¡Vivan los pueblos, todos los pueblos!