CRÍTICA A LA SOCIEDAD EXISTENTE
LA PROPIEDAD SÓLO PODÍA SURGIR EN EL ESTADO
Los filósofos doctrinarios, como los juristas y
economistas, suponen siempre que la propiedad surgió antes de aparecer el
Estado. Pero es evidente que la idea jurídica de la propiedad, como la ley
familiar, sólo pudo surgir históricamente dentro del Estado, cuyo primer acto
inevitable fue el establecimiento de esta ley y de la propiedad.
La propiedad es un Dios. Este Dios tiene ya su
teología (denominada política y Derecho), y también su moralidad, cuya más
adecuada expresión se resume en la frase: «Este hombre vale mucho».
Teología y metafísica de la propiedad. El Dios propiedad tiene también su metafísica: es la
ciencia de los economistas burgueses. Como cualquier metafísica, es una especie
de oscuridad crepuscular, un compromiso entre la verdad y la falsedad, del cual
se beneficia esta última. Intenta proporcionar a la falsedad el aspecto deja
verdad, y conduce la verdad a la falsedad. La economía política busca santificar
la propiedad a través del trabajo y presentarla como realización o fruto del
trabajo. Porque el trabajo humano el sagrado, y todo cuanto se base en él es
bueno, justo, moral humano, legítimo. Sin embargo, es preciso tener Una terca
para tragarse esta doctrina pues vemos a la gran, mayoría de }os obreros
privados, de toda propiedad; Y lo que es mas, tenemos las confesiones de los
economistas y sus propias pruebas científicas en el sentido de que bajo la
actual organización económica, tan apasionadamente defendida por ellos, las
masas jamás accederán a la propiedad, en consecuencia, su trabajo no las
emancipa ni las ennoblece, porque a pesar de él están condenadas a permanecer
sin; propiedad para siempre, es decir, fuera de la moralidad y la humanidad.
Sólo el trabajo no-productivo
desemboca en la
propiedad. Por otra parte, vemos que los más ricos propietarios,
por consiguiente los ciudadanos más valiosos, humanos, morales y respetables,
son precisamente los que menos, trabajan o los que no trabajan en absoluto. Se
suele responder que actualmente un hombre no puede seguir siendo rico, preservar
y menos aun Incrementar sus posesiones Sin trabajar. Por eso mismo vale la pena
ponerse de acuerdo sobre el uso adecuado de la palabra trabajo; hay trabajo; y
trabajo. Hay trabajo productivo y trabajo explotador.
El primero es el esfuerzo del proletariado; el
segundo es el de los propietarios. El que se embolsa el producto de
tierras cultivadas por otro, se limita a explotar su trabajo, y el que
incrementa el valor de su capital con la industria y el comercio, explota el
trabajo de otros. Los bancos que se enriquecen como resultado de miles de
transacciones crediticias, los especuladores de la Bolsa, los tenedores de
acciones que obtienen grandes dividendos sin levantar el dedo; Napoleón III,
que se hizo tan rico que fue capaz de enriquecer a todos sus protegidos; el
Kaiser Guillermo que, orgulloso de sus victorias, se está preparando para
confiscar miles de millones a la pobre y desgraciada Francia y que ya se ha
hecho rico y está enriqueciendo a sus soldados con el botín; todas esas
personas son trabajadores, ¡pero qué tipos de trabajadores! salteadores de
caminos. Los ladrones y los que se dedican al simple hurto son «trabajadores»
en mucha mayor: medida, porque a fin de enriquecerse a su manera, deben
«trabajar» con sus manos.
Es evidente para todos los que no estén ciegos en
este terna que el trabajo productivo crea riqueza y entrega a los productores
sólo miseria; mientras que el trabajo no productivo y explotador es el único
capaz de otorgar propiedad, y como la propiedad es moralidad, se deduce de de
lo que la moralidad, según la entienden los burgueses, consiste en explotar el
trabajo de otro.
La propiedad y el capital son
esencialmente explotadores del trabajo. ¿Es necesario repetir aquí los
argumentos irrefutables del socialismo, que ningún economista burgués ha
conseguido refutar hasta el presente? ¿Qué son la propiedad, el capital en su
forma contemporánea? Para el capitalista y el propietario significan el poder y
el derecho, garantizados por el Estado, de vivir sin trabajar y puesto que ni
la propiedad ni el capital producen nada cuando no están fertilizados por el
trabajo, esto significa poder y derecho para vivir explotando el trabajo de
otro, derecho a explotar el trabajo de quienes no poseen propiedad ni capital y
se encuentran, por lo tanto, forzados a vender su fuerza productiva a los
afortunados propietarios.
La propiedad y el capital son
inicuos en su origen histórico y parasitarios en su actual funcionamiento. Obsérvese que he
prescindido por completo de la siguiente cuestión: ¿cómo llegaron la propiedad
y el capital a caer en manos de sus presentes poseedores? Esta es una pregunta
que, concebida desde la perspectiva de la historia, la lógica y la justicia, no
puede responderse sino de un modo acusatorio para los propietarios actuales. Me
limitaré por eso a afirmar que los propietarios y capitalistas viven todos a
expensas del proletariado mientras no obtengan la subsistencia a partir de su
propio trabajo productivo sino de rentas rústicas o urbanas, intereses del
capital, o por la especulación sobre tierras, edificios y capital, o mediante
la explotación comercial e industrial del trabajo manual del proletariado. (La
especulación y la explotación también constituyen sin duda una especie de
trabajo, pero enteramente no-productivo.
La prueba crucial de la institución
de la propiedad. Sé de sobra que este modo de vida es muy estimado en todos los países
civilizados, que resulta expresa y amorosamente protegido por todos los
Estados; y que los Estados las religiones y todas las leyes jurídicas, tanto
criminales, como civiles, así como todos los gobiernos políticos, monárquicos y
republicanos -con sus inmensos aparatos judiciales y policíacos y sus ejércitos
en pie de guerra- no tienen más misión que consagrar y proteger tales
prácticas. En presencia de esas autoridades poderosas y respetables no puedo
permitirme siquiera preguntar si este modo de vida es legítimo desde la
perspectiva de la justicia, la libertad, la igualdad y la fraternidad humana.
Me pregunto simple mente: en tales condiciones, ¿son posibles la fraternidad y
la igualdad entre el explotador y el explotado? ¿Son posibles la justicia y la
libertad para los explotados?
La insuficiencia de la
reivindicación teórica del capitalismo. Supongamos incluso, como defienden
los economistas burgueses -y con ellos todos los abogados, todos los adoradores
y creyentes en el derecho jurídico, todos los sacerdotes del código civil
y penal- que esta relación económica entre explotador y explotado es
enteramente legítima y constituye la consecuencia inevitable, el producto de
una ley social eterna e indestructible. De todas formas, seguirá siendo cierto
siempre que la explotación excluye la hermandad y la igualdad.
Y no hace falta decir que dicha relación excluye la
igualdad económica.
El monopolio clasista de los medios
de producción es un mal básico. ¿Puede significar la emancipación del trabajo algo distinto
de su liberación del yugo de la propiedad y el capital? ¿Y cómo podemos impedir
que ambos dominen y exploten el trabajo cuando, separados de él, son el
monopolio de una clase que continúa oprimiendo; al mundo del trabajo cobrando
las rentas de la tierra: los intereses del capital sin necesidad de trabajar
para vivir:" debido precisamente al uso exclusivo de ese capital y es
propiedad? Tal clase, que extrae su fuerza de su propia posición monopolística,
se apodera de todos los beneficios de las empresas industriales y comerciales,
dejando a los obreros -oprimidos por la competencia mutua en torno a los
empleos a que se ven obligados- solo el mínimo necesario para no morir de
hambre.
Ninguna ley política o jurídica, por severa que sea,
puede evitar esta dominación y explotación; ninguna ley puede enfrentarse al
poder de este hecho profundamente enraizado; ninguna puede evitar que esta
situación produzca sus resultados naturales. De aquí se deduce que mientras
existan la propiedad y el capital, por una parte, y el trabajo por la otra,
constituyendo los primeros la clase burguesa y el segundo el proletariado, el
obrero será el esclavo y el burgués el amo.
Abolición del derecho a la herencia. ¿Pero qué es lo que separa
la propiedad y el capital del trabajo? ¿Qué produce las diferencias económicas
y políticas entre las clases? ¿Qué es lo que destruye la igualdad y perpetúa la
desigualdad, los privilegios de un pequeño número de personas y la esclavitud
de la gran mayoría? Es el derecho a la herencia
Mientras el derecho a la herencia conserve su fuerza,
nunca habrá igualdad económica, social y política en este mundo; y mientras e
esta la desigualdad, existirán también la opresión y la explotación.
Por consiguiente, desde la perspectiva de la
emancipación integral del abajo y los trabajadores, hemos de tender a la
abolición del derecho a la herencia.
Lo que queremos y lo que debemos abolir es el derecho
a heredar, fundado sobre la jurisprudencia y base misma de la familia
jurídica y el Estado.
Estrictamente hablando, la herencia asegura a los
herederos, completo o parcialmente, la posibilidad de vivir sin trabajar cobran
un tributo al trabajo colectivo bien como renta de la tierra o como interés del
capital. Desde nuestra el capita y la tierra, todos los instrumentos materiales
necesarios ara el trabajo, deben convertirse siempre en propiedad colectiva de
todas las asociaciones de productores y dejar de ser transmisibles por la ley
de la herencia.
Sólo a ese precio es posible conseguir la igualdad y
en consecuencia, la emancipación del trabajo y de los trabajadores.
EL RÉGIMEN ECONÓMICO ACTUAL
Tendencias generales del
capitalismo.
La producción capitalista y la especulación bancaria -que a la larga devota
esta producción- deben ampliarse sin cesar a expensas de las empresas
especulativas y productivas menores tragadas por ellas; deben convertirse en
unos pocos monopolios universales con poder sobre toda la tierra.
En el campo económico, la competencia destruye y
devora a las empresas capitalistas, fábricas, fincas rústicas y casas
comerciales pequeñas y medias en beneficio de concentraciones capitalistas,
empresas industriales y firmas mercantiles de grandes dimensiones.
Creciente concentración de la riqueza.
Esta riqueza; es
exclusiva y cada día tiende a serlo más, concentrándose: en manos de un número
cada vez más pequeño de personas; y arrojando al estrato inferior de la clase
media -la pequeña, burguesía- al estatuto del proletariado, con lo culpar al
desarrollo de esta riqueza está directamente ligado a la pobreza creciente de
las masas de trabajadores. De aquí se deduce que el abismo establecido entre la
minoría afortunada y privilegiada y los millones de trabajadores que mantienen
a esta minoría mediante su propio trabajo se amplia sin cesar, y que cuanto más
ricos se hacen los explotador del trabajo, más miserable va pasando a ser la
gran masa de trabajadores.
Proletarización del campesinado. La pequeña propiedad
campesina, abrumada por deudas, hipotecas, impuestos y tipo de
recaudaciones, se derrite y escapa del propietario ayudando a redondear las
posesiones siempre crecientes los grandes terratenientes; una ley económica
inevitable fuerza al campesinado a entrar en las filas del proletariado.
En su forma actual, ¿qué son la propiedad y el
capital? para el capitalista y el propietario significan el poder y el derecho,
garantizados por el Estado, de vivir sin trabajar, y puesto que ni la propiedad
ni el capital producen nada si lo están fertilizados por el trabajo, esto
implica el poder y el derecho de vivir explotando el trabajo de otro, el
derecho a explotar el trabajo de quienes no poseen m propiedad ni capital y se
ven forzados a vender su fuerza productor va a !os afortunados propietarios de
ambas cosas...
La explotación es la esencia del
capitalismo.
Supongamos incluso, como defienden los economistas burgueses -y con ellos todos
los abogados, todos los adoradores y creyentes en el derecho jurídico,
todos los sacerdotes del código civil y penal-, que esta relación económica
entre explotador y explotado es enteramente legítima y constituyente la
consecuencia inevitable, el producto de una ley social eterna e
indestructible. De todas formas, seguirá siendo cierto siempre que la
explotación excluye la hermandad y la igualdad para los explotados.
Los obreros, forzados a vender su
trabajo. No
hace falta decir que excluye la igualdad económica. Supongamos que yo soy el
obrero y que tú eres mi patrón. Si ofrezco mi trabajo al precio más bajo y
permito que vivas de, él no es ciertamente por devoción o por un amor fraterno
y ningún economista burgués se atrevería a decirlo, aunque su razonamiento se
haga idílico e ingenuo cuando comienza a hablar de los afectos recíprocos y las
relaciones mutuas que debieran existir entre patronos y empleados. Lo
hago por mi familia y para no morirme de hambre. En consecuencia, me veo
forzado a venderte mi trabajo al precio más posible, y me veo forzado a
ello por la amenaza hambre.
Vender la fuerza de trabajo no es
una transacción. Pero -nos dicen los economistas- los propietarios, capitalistas y
patronos también se ven forzados a buscar y comprar el trabajo del
proletariado. Sí, es cierto, se ven forzados a ello, pero no en la misma
medida. De haber existido igualdad entre quienes ofrecen su trabajo y
quienes lo compran, entre la necesidad de vender el propio trabajo y la
necesidad de comprarlo, no existirían la esclavitud ni la miseria del
proletariado. Pero entonces tampoco existirían los capitalistas, ni los
propietarios, ni el proletariado, ni los ricos, ni los pobres: sólo habría
trabajadores. Precisamente porque tal igualdad no existe, tenemos y estamos
destinados a seguir teniendo explotadores.
El crecimiento del proletariado
desborda la capacidad productiva del capitalismo. Esta igualdad no existe porque en
la sociedad moderna, donde la riqueza se produce gracias a los salarios que el
capital paga al trabajo, el crecimiento de la población desborda la capacidad
productiva del capitalismo, lo cual desemboca en que el suministro de trabajo
excede necesariamente la demanda y conduce aun hundimiento relativo en el nivel
de salarios. La producción así constituida, monopolizada y explotada por
capital burgués, se ve empujada por la competencia entre capitalistas a
concentrarse cada vez más en manos de un número progresivamente menor de
capitalistas poderosos, o en manos de compañías por acciones, cuya acumulación
de capital les permite ser más poderosas que los más grandes capitalistas
aislados. (Los capitalistas pequeños y medianos, incapaces de producir al mismo
precio que los grandes capitalistas, sucumben naturalmente en esta lucha a
muerte). Por otra parte, todas las empresas se ven forzadas por la competencia
misma a vender sus productos al precio más bajo posible.
El monopolio capitalista sólo puede alcanzar este
doble resultado forzando la desaparición de un número creciente de capitalistas
pequeños o medios, especuladores, comerciantes o industriales, y lanzándoles al
mundo del proletariado explotado, mientras al mismo tiempo rebaña dividendos
cada vez mayores de los salarios de ese mismo proletariado.
La creciente competencia en la
búsqueda de trabajo fuerza el descenso en los niveles salariales. Por otra parte, la masa del
proletariado, al crecer como resultado, del incremento general de la población
-cosa que, como sabemos, ni siquiera la pobreza puede detener eficazmente- y a
través de la creciente proletarización de la pequeña burguesía,
ex-propietarios, capitalistas, comerciantes e industriales -con un ritmo, como
ya he señalado, mucho más rápido que las capacidades productivas de una
economía explotada por capital burgués- se encuentra en una situación en la que
los mismos trabajadores se ven obligados a una competencia desastrosa entre
ellos.
Puesto que no poseen medio alguno de existencia salvo
su propio trabajo manual, el miedo a verse sustituidos por otros les fuerza a
venderlo al precio más bajo. Esta tendencia de los obreros, o más bien la
necesidad a que les condena su propia pobreza, combinada con la tendencia de
los patronos a vender los productos de sus obreros, y por consiguiente a
comprar el trabajo de éstos, al precio más bajo, reproduce y consolida
constantemente la pobreza del proletariado. Al encontrarse en un estado de
pobreza, el obrero se ve forzado a vender su trabajo por casi nada, y como
vende este producto por casi nada, se va hundiendo en una pobreza cada vez
mayor.
La explotación intensificada y sus
consecuencias. ¡Desde luego, en una miseria cada vez mayor! Porque en este trabajo propio
de galeotes, la fuerza productiva de los trabajadores, al ser mal usada,
explotada: despiadadamente, derrochada en exceso y alimentada de modo
deficiente, se agota rápidamente. Una vez que el obrero queda agotado ¿cuál
puede ser su valor en el mercado? ¿Qué valor tiene este único bien
poseído por él, y de cuya venta diaria depende su sustento? ¡Ninguno! ¿Y
entonces? Entonces al obrero no le queda más que morir.
En un país dado, ¿cuál es el salario más bajo
posible? Es el precio de lo que los proletarios de ese país consideran absolutamente
necesario para subsistir. Todos los economistas burgueses están de acuerdo
en este punto...
La ley de hierro de los salarios. El precio efectivo de los
bienes primarios constituye el nivel predominante constante, sobre el cual los
salarios del proletariado nunca pueden elevarse durante mucho tiempo,
pero por debajo del cual caen muy a menudo esto suscita constantemente
inanición, enfermedad y muerte, hasta que desaparece Un número de obreros suficiente
como para igualar de nuevo, la oferta y la demanda de trabajo.
No hay igualdad de poder negociador
entre patrono y obrero. Lo que los economistas llaman equilibrio de la oferta y la
demanda no constituye una verdadera igualdad entre quienes venden su trabajo y
quienes lo compran., Supongamos que yo, un productor de manufacturas, necesito
cien obreros y que se presentan exactamente cien al mercado de mano de obra;
sólo cien, porque si viniesen más, la oferta superaría la demanda y produciría
una reducción en los salarios. Dado que sólo aparecen cien y yo el productor,
solo necesito ese número -ni uno más ni uno menos-, parecería establecida
inicialmente una completa igualdad; siendo numéricamente iguales la oferta y la
demanda, podrían del mismo modo ser Iguales en otros aspectos.
¿Se sigue de ello que los obreros pueden exigirme un
salario y las condiciones de trabajo acordes con una existencia verdaderamente
libre, digna y humana? En absoluto Si les garantizo esas condiciones y esos
salarios, yo, el capitalista, no me beneficiaré más que ellos. Pero ¿para qué
habría de perjudicarme y arruinarme ofreciéndoles los beneficios de mi capital?
Si quiero trabajar como los obreros, invertiré mi capital en otra parte, allí
donde pueda conseguir el interés más elevado, y ofreceré mi trabajo: a algún
capitalista, tal como hacen mis obreros.
Si, beneficiándome de la poderosa iniciativa que me
permite mi capital, pido a esos cien obreros que fecunden dicho capital con su
trabajo no es porque sienta simpatía hacia sus sufrimientos, ni tampoco por un
espíritu de justicia, ni por amor a la humanidad. Los
capitalistas no son en modo alguno filántropos; se arruinarían si practicase la filantropía. Mi
móviles extraer del trabajo de los obrero un beneficio suficiente para vivir
cómodamente, incluso de modo lujoso, mientras Incremento al mismo tiempo mi
capital y todo ello si necesidad de trabajar yo mismo.
Naturalmente, yo también trabajare, pero mí trabajo
será de un tipo completamente distinto, y seré remunerado con una cantidad muy
superior a la de los obreros. No será un trabajo de producción, sino de
administración y explotación.
Monopolización del trabajo
administrativo. Pero, ¿No es el trabajo administrativo también un trabajo productivo?
Indudablemente, porque falto de una administración buena e inteligente, el
trabajo manual no producirá nada, o producirá muy poco y muy mal. Pero desde el
punto de vista de la justicia y las necesidades de la propia producción, no es
en modo alguno necesario que este trabajo lo monopolice yo ni, sobre todo, que
deba ser recompensado con una cantidad muy superior al trabajo manual. Las
asociaciones cooperativas han demostrado ya que los obreros son bastante
capaces de administrar empresas industriales; lo pueden hacer trabajadores
elegidos en, su propio seno y con el mismo salario. En consecuencia, SI
concentro en mis manos el poder administrativo, no es porque los intereses de
la producción así lo exijan, sino para cumplir mis propios fines, los fines de la explotación. Como
patrón absoluto de mi establecimiento, obtengo por mi trabajo diez o veinte
veces más, y si soy un gran industrial puedo conseguir cien veces más que mis
obreros, aunque mi trabajo sea incomparablemente menos penoso que el suyo.
Mecánica del ficticio contrato libre
de trabajo.
Pero puesto que la oferta y la demanda son iguales, ¿por qué aceptan los
obreros las condiciones propuestas por el patrono? Si el capitalista tiene una
necesidad de emplear a los obreros idéntica a la necesidad que los cien obreros
tienen de ser empleados, ¿no se deduce de ello que ambas partes se encuentran
en una posición igual? ¿No se encuentran en el mercado como dos comerciantes
iguales -al menos, desde el punto de vista jurídico- uno con el bien denominado
salario diario para cambiarlo por el trabajo diario del obrero
sobre la base de tantas horas por día, y el otro con su propio trabajo
como bien a intercambiar por el salario ofrecido? Puesto que, en nuestra
suposición, la demanda es de cien obreros y la oferta es idéntica a cien
personas, podría parecer que ambos lados tienen una posición paritaria.
Naturalmente, nada de esto es cierto. ¿Qué trae al
capitalista al mercado? La prisa por enriquecerse, por incrementa su capital,
por satisfacer sus ambiciones y vanidades sociales por llegar a permitirse
todos los placeres concebibles. ¿Y que trae al obrero al mercado? El hambre, la
necesidad de comer hoy y mañana. En consecuencia: aunque solo Iguales
desde el punto de vista de la ficción jurídica, el capitalista y el obrero son absolutamente
dispares desde la perspectiva de la situación económica, que es la situación.
El capitalista no se ve amenazado por el hambre
cuando acude al mercado; sabe muy bien que si no encuentra hoy a los obreros,
tendrá todavía suficiente para comer durante largo tiempo gracias al capital
que felizmente posee: Si los obreros a quienes encuentra en el mercado
presentaran exigencias aparentemente excesivas para él, porque en vez de
permitirle incrementar su riqueza y mejorar todavía más su posición económica,
esas propuestas y condiciones podrían no digamos igualar, pero sí acercar algo
la posición económica de los obreros a la suya propia, ¿qué hace en ese caso?
Rechazar esas proposiciones y esperar.
Después de todo, no estaba movido por una necesidad
urgente, sino por un deseo de mejorar cierta posición que comparada con la de
los obreros, es ya bastante cómoda Por ello, puede esperar y esperará, porque
su experiencia comercial le ha enseñado que la resistencia de los obreros;
quienes, al carecer de capital, de bienes o de cualquier, ahorro, se ven
apremiados por la ineluctable necesidad del hambre, no puede durar mucho, y al
final el patrono podrá encontrar los cien obreros que busca -porque se verán
forzados a aceptar las condiciones que él considere rentable imponerles-.
Si se niegan, otros vendrán a aceptar con todo gusto tales, condiciones. Así es
como se hacen las cosas cotidianamente; sabiéndolo todos y a plena luz…
Un contrato de amo-esclavo. Así, el capitalista viene,
al mercado si no con la capacidad de un agente absolutamente libre, al menos
con la de un agente infinitamente más libre que el obrero. Lo que acontece en
el mercado es el encuentro entre un impulso de lucro y el hambre, entre amo y esclavo.
Jurídicamente las dos partes son iguales, pero económicamente el obrero
es el siervo del capitalista, incluso antes de haberse concluido la
transacción mercantil mediante a cual el obrero vende su persona y su
libertad por un tiempo determinado. El obrero está en la posición del siervo
por la terrible amenaza de hambre que gravita diariamente sobre su cabeza y su
familia; esta amenaza le obligara a aceptar cualquier condición impuesta por
los ávidos cálculos del capitalista, el industrial, el patrono.
El derecho contra la realidad
económica.
Y una vez que se ha concertado el contrato, la servidumbre del obrero se
incrementa doblemente... El Sr. Karl Marx, Ilustre jefe del comunismo alemán,
observó con justicia en su magnífico trabajo Das Kapital que si el
contrato pactado libremente por los vendedores de dinero -en forma de
salario- y los vendedores de su propio trabajo -es decir, entre el empresario y
los trabajadores- no se concluyera sólo por un tiempo definido y limitado, sino
a perpetuidad, constituiría una auténtica esclavitud. Habiéndose pactado aplazo
fijo y reservando al obrero el derecho a abandonar su empleo, este contrato
constituye una especie de servidumbre voluntaria y transitoria.
Transitoria y voluntaria desde el punto de vista jurídico,
sí, pero no desde el punto de vista de la posibilidad económica. El obrero
tiene siempre el derecho de abandonar a su patrono. Pero ¿tiene los medios para
hacerlo? y si de hecho le deja, ¿es para llevar una existencia libre, sin otro
amo excepto él mismo? No, lo hace a fin de venderse a otro patrono. Se ve
impulsado a ello por la misma hambre que le forzó a venderse al primer
empresario.
De este modo, la libertad del obrero -tan exaltada
por, los economistas, juristas y burgueses republicanos- es sólo una libertad
teórica que carece de medio alguno para su realización. En consecuencia, es
sólo una libertad ficticia, una completa falsedad. La verdad es que toda la
vida del obrero constituye simplemente una serie continua y descorazonadora de
servidumbres -voluntarias desde el punto de vista jurídico, pero forzosas
en el sentido económico- rota por breves intervalos de libertad acompañados de
hambre; en otras palabras, es una verdadera esclavitud.
El patrono sólo se preocupa de los
contratos de trabajo para incumplirlos. Esta esclavitud se manifiesta
cotidianamente de innumerables maneras. Prescindiendo de las vejaciones y las
condiciones opresivas del contrato que convierten al obrero en un subordinado,
un sirviente pasivo y sumiso, y al patrono en un amo casi absoluto;
prescindiendo de todo cuanto es bien sabido, apenas existe una empresa
industrial cuyo propietario no incumpla los términos pactados en el contrato y
se arrogue concesiones adicionales en su propio favor, impulsado por el doble
instinto de una insaciable codicia de beneficios y poder absoluto y
aprovechándose de la dependencia económica del obrero. Ahora pedirá más horas
de trabajo, es decir, un horario superior al estipulado en el contrato; más
tarde reducirá los salarios con algún pretexto; luego impondrá multas
arbitrarias, o tratará a los obreros de modo áspero, brusco e insolente.
Pero podríamos decir que en ese caso el obrero tiene
la puerta libre para irse. Es más fácil decirlo que hacerlo. A veces el obrero
recibe parte de su salario adelantad oí o su esposa o los hijos pueden estar
enfermos, o quizás su trabajo está pobremente pagado en todo el sector
industrial. Otros patronos pueden estar pagando aún menos que el suyo propio, y
después de dejar su trabajo, a lo mejor no encuentra ningún otro y quedarse sin
empleo significa la muerte para él y su familia. Además, hay un acuerdo entre
todos los patronos, y todos ellos se parecen. Todos ellos son prácticamente
igual de irritantes, injustos y ásperos.
¿Es esto una calumnia? No, está en la naturaleza de
las cosas y en la necesidad lógica de la relación existente entre los patronos
y sus obreros.
INEVITABILIDAD DE LA LUCHA DE CLASES EN
LA SOCIEDAD
Ciudadanos y esclavos: tal era el antagonismo
existente en el mundo antiguo y en los Estados esclavistas del Nuevo Mundo.
Ciudadanos y esclavos, es decir, obreros a la fuerza, esclavos no de derecho,
pero sí de hecho; tal es el antagonismo del mundo moderno y al igual que los
Estados antiguos sucumbieron por la esclavitud, así perecerán también los
Estados modernos a manos del proletariado.
Las diferencias de clase son reales
a pesar de la falta de delimitaciones claras. En vano intentaríamos consolarnos
pensando que este antagonismo es ficticio y no real, o que resulta imposible
trazar una línea clara de demarcación entre las clases poseedoras y las
desposeídas, ya que ambas se mezclan a través de muchos matices intermedios e
imperceptibles. Tampoco existen tales líneas de delimitación en el mundo
natural; por ejemplo, es imposible mostrar en la serie ascendente de los seres
el punto exacto donde termina el reino de las plantas y comienza el reino
animal, donde cesa la bestialidad y comienza la humanidad. Sin
embargo, existe una diferencia muy real entre una planta y un animal, y entre
un animal y el hombre.
Lo mismo acontece en la sociedad humana: a pesar de
los vínculos intermedios que hacen imperceptibles la transición de una
situación política y social a otra, la diferencia entre las clases es muy
marcada, y todos pueden distinguir a la aristocracia de sangre azul de la
aristocracia financiera, a la alta burguesía de la pequeña burguesía, o a esta
última del proletariado fabril y urbano -lo mismo que podemos distinguir al
terrateniente, al rentier, del campesino que trabaja su propia tierra, y
al granjero del proletario rústico común (la mano de obra agrícola a sueldo).
La diferencia básica entre las
clases.
Todos esos diferentes grupos políticos y sociales pueden reducirse ahora a dos
categorías principales, diametralmente opuestas y naturalmente hostiles entre
sí: las clases privilegiadas, que como prenden a todos los privilegiados
en cuanto a posesión de tierra, capital, o incluso sólo de educación burguesa,
y las clases trabajadoras desheredadas en cuanto a la tierra y al
capital, y privadas de toda educación e instrucción.
La lucha de clases en la sociedad
existente no admite conciliación. El antagonismo existente entre el mundo burgués y el
de los trabajadores asume un carácter cada vez más pronunciado. Todo hombre
sensato -cuyos sentimientos e imaginación no estén distorsionados por la
influencia, a menudo inconsciente, de sofismas tópicos- debe comprender que es
imposible cualquier reconciliación entre ambos mundo. Los trabajadores quieren
igualdad, y la burguesía quiere mantener la desigualdad. Obviamente,
una cosa destruye a la otra.
En consecuencia, la gran mayoría de los capitalistas
burgueses y los propietarios con valor para confesar abiertamente sus deseos
manifiestan con la misma franqueza el espanto que les inspira el actual
movimiento laboral. Son enemigos resueltos y sinceros; los conocemos, y bien
está que así sea.
Indudablemente, no puede haber reconciliación entre
el proletariado, irritado y hambriento, movido por pasiones social-revolucionarias
y obstinadamente determinado a crear otro mundo sobre los principios de verdad,
justicia, libertad, igualdad y fraternidad humana (principios tolerados en la
sociedad respetable sólo como tema inocente de ejercicios retóricos), y el
mundo ilustrado y educado de las clases privilegiadas que defienden con
desesperado vigor el régimen político, jurídico, metafísico, teológico y
militar como última fortaleza en la custodia del precioso privilegio de: la
explotación económica. Entre esos dos mundos, entre el sencillo pueblo
trabajador y la sociedad educada (que combina en sí misma, como sabemos, todas
las excelencias, bellezas y virtudes) no hay reconciliación posible.
La lucha de clases en términos de
progreso y reacción. Sólo han persistido dos fuerzas reales hasta el presente:
el partido del pasado, de la reacción, que comprende a todas las clases
poseedoras y privilegiadas y que ahora busca refugio, a menudo expresamente,
bajo la bandera de la dictadura militar o la autoridad del Estado y el partido
del futuro, el partido de la emancipación humana integral, el partido del
Socialismo Revolucionario, del proletariado.
Hemos de ser sofistas o completamente ciegos para
negar la existencia del abismo que separa actualmente a ambas clases. Como
acontecía en el mundo antiguo, nuestra civilización moderna -regida por una
minoría relativamente limitada de ciudadanos privilegiados- tiene como base el
trabajo forzado (forzado por el hambre) de la gran mayoría de la población,
condenada inevitablemente a la ignorancia y la brutalidad...
El comercio libre no es solución. En vano podemos decir con
los economistas que el mejoramiento de la situación económica de las clases
trabajadoras depende del progreso general de la industria y el comercio en
todos los países y de su completa emancipación de la tutela y la protección
estatal. La libertad de industria y comercio es, por supuesto, una gran cosa, y
constituye uno de los fundamentos básicos para la unión internacional futura de
todos los pueblos del mundo. Siendo amigos de la libertad a cualquier precio, y
de todas las libertades, debiéramos ser igualmente amigos de tales libertades.
Pero hemos de reconocer, por otra parte, que mientras exista el Estado actual,
mientras el trabaja siga siendo siervo de la propiedad y el capital, esta
libertad, al enriquecer a una sección muy pequeña de la burguesía a expensas de
la gran mayoría de la población, producirá un buen resultado: debilitará y
desmoralizará más completamente al pequeño número de personas privilegiadas, e incrementará
la pobreza, el resentimiento y la justa indignación de las masas trabajadoras,
acercando así la hora de la destrucción de los Estados.
El capitalismo del libre comercio es
un suelo fértil para el crecimiento de la pobreza. Inglaterra,
Bélgica, Francia y Alemania son sin duda los países europeos donde el comercio
y la industria disfrutan de una mayor libertad relativa y han alcanzado el
nivel más alto de desarrollo. Por lo mismo, son precisamente los países donde
la pobreza se siente de modo más cruel, y donde parece haberse ensanchado en
una medida desconocida para los demás países la distancia que separa a los
capitalistas y propietarios de las clases trabajadoras
El trabajo de las clases
privilegiadas. De este modo nos vemos llevados a reconocer como regla general que en
el mundo moderno -aunque no sea en la misma medida que en el mundo antiguo- la
civilización de un pequeño número se basa todavía sobre el trabajo forzado y el
barbarismo relativo de la gran mayoría. Sin embargo, sería injusto decir que
esta clase privilegiada es totalmente ajena al trabajo. Por el contrario, en
nuestros días muchos de sus miembros trabajan a fondo. El número de personas
absolutamente ociosas decrece perceptiblemente, y el trabajo está empezando a
provocar respeto en esos círculos; porque los miembros más afortunados de la
sociedad están empezando a comprender que para mantenerse en el alto nivel de
la civilización actual, para ser capaces al menos de disfrutar de sus
privilegios y conservarlos, es preciso trabajar mucho.
Pero existe una diferencia entre el trabajo de las
clases acomodadas y el de los obreros: el primero, al estar pagado, en una
medida proporcionalmente muy superior al segundo, proporciona ocio a las
personas privilegiadas, y el ocio constituye la condición suprema de todo
desarrollo humano; intelectual y moral -una condición jamás disfrutada hasta
ahora por las clases trabajadoras-. Además, el trabajo de las personas
privilegiadas es casi exclusivamente de tipo, nervioso, es decir, de imaginación,
memoria y pensamiento mientras que el trabajo de los millones de proletarios es
de tipo muscular; a menudo, como acontece en el trabajo fabril, no desarrolla
todo el sistema humano, sino sólo una parte en detrimento de todas las demás, y
por lo general se verifica bajo condiciones dañinas para la salud, corporal y
opuestas a su desarrollo armonioso.
En este sentido, el trabajador de la tierra es mucho
más afortunado: libre del efecto viciante del aire mal ventilado y a menudo
emponzoñado de las fábricas y talleres, y libre del efecto deformante de un
desarrollo anormal en algunas de sus potencias a expensas de las otras, su
naturaleza se mantiene más vigorosa y completa. Pero cambio, su inteligencia es
casi siempre más fija, indolente mucho menos desarrollada que la del
proletariado fabril y urbano.
Recompensas respectivas en ambos
tipos de trabajo. Los artesanos, los obreros fabriles y los trabajadores de granjas
forman una sola categoría, la del trabajo muscular, se opone a los
representantes privilegiados del trabajo nervioso. ¿Cuál es la
consecuencia de esta división real que constituye la base misma de la situación
presente, tanto política como social?
A los representantes privilegiados del trabajo
nervios -que, incidentalmente, están llamados en la actual organización de la
sociedad a desempeñar este tipo de trabajo solo porque nacieron en una clase
privilegiada, y no por ser más inteligentes- corresponden todos los beneficios,
pero también todas las corrupciones de la civilización existente. Hacia ellos
fluyen la riqueza, el lujo, la comodidad, el bienestar, las alegrías
familiares, y el disfrute exclusivo de la libertad política, junto con el poder
para explotar el trabajo de millones de obreros y gobernarlos a voluntad en
aras del propio interés; es decir, todas las creaciones, todos los
refinamientos de la imaginación y el pensamiento... que les proporcionan el
poder necesario para hacerse hombres completos y todos los venenos de una
humanidad pervertida por el privilegio.
¿Y qué queda para los representantes del trabajo
muscular, para los incontables millones de proletarios, o incluso pequeños
propietarios rurales? Una inevitable pobreza, donde faltan incluso las alegrías
de la vida familiar (porque la familia se convierte pronto en una losa para el
pobre), ignorancia, barbarie y casi podríamos decir una forzada bestialidad,
con el «consuelo» de servir como pedestal para la civilización, para la
libertad y para la corrupción de una pequeña minoría. Pero, a cambio, los
trabajadores han preservado la frescura de mente y corazón. Fortalecidos en lo
moral por el trabajo, aunque les haya sido impuesto, han conservado un sentido
de la justicia mucho más alto que el de los juristas instruidos y los códigos
legales. Viviendo una vida de miseria, abrigan un cálido sentimiento de
compasión para todos los desdichados; han preservado su sensatez sin
corromperla con los sofismas de una ciencia doctrinaria o las falsedades de la
política; y puesto que no han abusado de la vida, puesto que ni siquiera la han
usado, han mantenido su fe en ella.
El cambio de situación producido por
la gran revolución francesa. Pero, se nos dice, este contraste o abismo entre la minoría
privilegiada y el gran número de desheredados ha existido siempre y sigue
existiendo. Entonces, qué tipo de cambio se produjo? El cambio consiste en que
antes este abismo estaba envuelto en una densa niebla religiosa y oculto así a
las masas del pueblo; desde que la Gran Revolución comenzó a despejar esta niebla,
las masas se han hecho conscientes de la distancia, y empiezan a preguntarse
por el motivo de su existencia. El significado de tal cambio es inmenso.
Desde que la Revolución trajo a las masas su
Evangelio -no el místico, sino el racional; no el celestial, sino el terrenal;
no el divino, sino el humano, el Evangelio de los Derechos del Hombre-, desde
que proclamó que todos los hombres son iguales, que todos los hombres tienen
derecho a la libertad ya la igualdad, las masas de todo los países europeos y
de todo el mundo civilizado, tras despertar gradualmente del sopor que les
había mantenido en la servidumbre desde que el cristianismo los drogara con su
opio, empezaron a preguntarse si no tenían ellas también derecho a la libertad,
la igualdad y la humanidad.
El socialismo es la consecuencia
lógica de la dinámica de la Revolución Francesa. Tan pronto como se planteó esta cuestión, guiado por su
admirable sensatez y por sus instintos, el pueblo comprendió que la primera
condición de su emancipación real, o de su humanización, era un cambio
radical en la situación económica. La cuestión del pan cotidiano era para ellos
simplemente la primera cuestión porque, como había observado hace mucho tiempo
Aristóteles, el hombre debe ser liberado de las preocupaciones de la vida
material para poder pensar, para poder sentirse libre, para llegar a ser
hombre. En cierto modo, los burgueses que vociferan tanto en sus ataques contra
el materialismo del pueblo y le predican las abstinencias del idealismo lo
saben muy bien, pues lo predican solo de palabra, y no con el ejemplo.
La segunda cuestión para el pueblo era el ocio tras
el trabajo, condición indispensable para la humanidad. Pero el pan y el
ocio nunca podrán obtenerse sin una transformación radical de la organización
presente de la sociedad, y esto explica por qué la Revolución, empujada
exclusivamente por las consecuencias de su propio principio, dio origen al
Socialismo.
HISTORIA HETEROGÉNEA DE LA BURGUESÍA
Hubo un tiempo en que la burguesía, dotada de poder,
vital y formando la única clase histórica, ofreció un espectáculo de unión y
fraternidad tanto en sus actos como en sus pensamientos. Fue el mejor período
en la vida de esa clase, sin duda siempre respetable, pero a partir de entonces
impotente, estúpida y estéril como clase; fue la época de su desarrollo más
vigoroso. Así era antes de la Gran Revolución de 1793; así era también, aunque
en mucha menor medida, antes de las revoluciones de 1830 y 1848. Por entonces
la burguesía tenía un mundo que conquistar, necesitaba asumir su puesto en la
sociedad organizada para la lucha, siendo inteligente y audaz y sintiéndose más
fuerte que nadie en cuanto al derecho, poseía un poder irresistible,
omnipotente. Por sí sola engendró tres revoluciones contra el poder unido de la
monarquía, la nobleza y el clero.
La francmasonería: internacional de
la burguesía en su pasado heroico. Por entonces, la burguesía creó también una
asociación internacional, universal y formidable: la francmasonería.
Sería un gran error juzgar por el presente de la
francmasonería lo que fue durante el siglo pasado o incluso a comienzos de
éste. Siendo una institución primordialmente burguesa, la francmasonería
reflejó en su historia el desarrollo del poder creciente y la decadencia de la
burguesía, intelectual y moral... Antes de 1793, e incluso antes de 1830, la
francmasonería unificaba en su seno, salvo escasas excepciones… a todos los
espíritus escogidos, a los corazones más ardientes y a las voluntades más
osadas; constituía una organización activa, poderosa y verdaderamente benéfica.
Fue la vigorosa encarnación y la realización práctica de la idea humanitaria
del siglo XVIII. Todos los grandes principios de libertad, igualdad,
fraternidad, razón y justicia humana -elaborados teóricamente por la filosofía
del siglo- se transformaron en dogmas prácticos dentro de la francmasonería,
así como en bases de una nueva moralidad y una nueva política. Se convirtieron
en alma de un gigantesco trabajo de demolición y reconstrucción...
Desintegración de la francmasonería. El triunfo de la revolución mató a la francmasonería; al ver sus deseos
cumplidos parcialmente por la revolución, y tras asumir, como consecuencia de
ella, el lugar de la nobleza, la burguesía se convirtió en una clase
privilegiada, explotadora, oprimentemente conservadora y reaccionaria, después
de haber sido durante largo tiempo una clase explotada y oprimida...
Tras el coup d' Etat de Napoleón I, la
francmasonería se convirtió en una institución imperial en la mayor parte del
continente europeo.
El epígono del sentimiento
revolucionario burgués. En cierta medida, la revivió la Restauración. Viéndose
amenazada por el retorno del viejo régimen, forzada también la entregar a la
coalición de los nobles y la Iglesia el lugar que había ganado con la primera Revolución,
la burguesía se hizo revolucionaria otra vez por necesidad. ¡Pero qué
diferencia entre esta rebeldía recalentada y la rebelión ardiente y poderosa
que la había inspirado a finales del siglo pasado! La burguesía era sincera
entonces, creía seria el ingenuamente en los derechos del hombre, estaba
inspirada y movida por un genio para la destrucción y la reconstrucción. En
ese momento se encontraba en plena posesión de su inteligencia y en pleno
desarrollo de su poder.
No sospechaba el abismo que la separaba del pueblo:
se creía y sentía -y en cierto modo lo era realmente- el auténtico
representante del pueblo. La reacción de Thermidor y la conspiración de Babeuf
la curaron de esta ilusión. El abismo que separa al pueblo trabajador de la
burguesía explotadora, dominante y próspera, se ha ensanchado cada vez más, y
ahora sólo el cuerpo muerto de toda la burguesía y de toda su existencia
privilegiada será capaz de llenar tal vacío.
El antagonismo de clases desplazó a
la burguesía de su posición revolucionaria como dirigente del pueblo. La burguesía del siglo
pasado creía sinceramente que emancipándose del yugo monárquico, clerical y
feudal, emanciparía al mismo tiempo a todo el pueblo. Esta creencia sincera,
pero ingenua, fue la fuente de su audacia heroica y de todo su maravilloso
poder. Los burgueses se sentían unidos con todos, y marchaban al asalto
llevando con ellos el poder y el derecho para todos. Debido a este derecho y a
este poder que estaban, por así decirlo, encarnados en su clase, los burgueses
del siglo pasado pudieron escalar y tomar las fortalezas del poder político que
sus padres codiciaron durante tantos siglos.
Pero en el momento mismo de plantar allí su bandera,
una nueva luz inundó sus mentes. Tan pronto como con- quistaron ese poder,
comprendieron que en realidad nada tenían en común los intereses de la
burguesía y los de las grandes masas del pueblo, sino que, por el contrario
estaban radicalmente opuestos entre sí, y que el poder y la prosperidad
exclusiva de la clase poseedora sólo podían descansar sobre la pobreza y la
dependencia política y social del proletariado.
Tras ello las relaciones entre la burguesía y el
pueblo cambiaron radicalmente, pero antes de que los obreros se dieran cuenta
de que los burgueses eran sus enemigos naturales -debido a la necesidad, más
que a una voluntad perversa- la burguesía se había hecho consciente de este
inevitable antagonismo. Esto es lo que llamo la mala conciencia de la
burguesía.
Huida del pasado revolucionario. En la actualidad la
situación es totalmente distinta: la burguesía tiene un temor absoluto a la
revolución social en todos los países de Europa; sabe que contra esta tormenta
no dispone de Otro refugio que el Estado. Por eso desea y exige siempre un
Estado fuerte o, dicho en lenguaje simple, una dictadura militar y con el
fin de embaucar más fácilmente a las masas populares, intenta vestir esta
dictadura con el disfraz de un gobierno representativo popular, que le
permitiría explotar a las grandes masas del pueblo en nombre del propio
pueblo.
La alta burguesía. En los estratos superiores
de la burguesía, tras la consolidación de la unidad estatal, ha nacido y se
desarrolla cada día con más fuerza la unidad social de los explotadores
privilegiados del trabajo de la clase obrera.
Esta clase (la alta burguesía) comprende los altos
cargos, las esferas de la alta burocracia, los oficiales del Ejército, los
funcionarios principales de la policía y los jueces; el mundo de los grandes
propietarios, industriales, comerciantes y banqueros; el mundo legal oficial y
la prensa; y del mismo modo, el Parlamento, cuya ala derecha disfruta ya de
todos los beneficios del gobierno, mientras el ala izquierda intenta tomar en
sus propias manos ese mismo gobierno.
La pequeña burguesía. Comprendemos bien que el
conocimiento no está distribuido paritariamente, ni siquiera entre la burguesía. Aquí
también existe una jerarquía, condicionada por la riqueza relativa del estrato
social al cual pertenecen por nacimiento los individuos y no por su capacidad
Así, por ejemplo, la educación recibida por los niños de la pequeña burguesía
-apenas suprior a la recibida por los hijos de los obreros- es insignificante
en comparación con la educación recibida por los niños de la burguesía alta y
media. ¿Y qué vemos? La pequeña burguesía, que se considera clase media por una
ridícula vanidad y por su dependencia respecto de los grandes capitalistas, se
descubre muchas veces en una posición todavía más miserable y humillante que la
del proletariado.
Por consiguiente, cuando hablamos de clases
privilegiadas, no queremos incluir a esta miserable pequeña burguesía que de
tener más valor e inteligencia no dejaría de unirse a nosotros para luchar en
común contra la gran burguesía, que la oprime tanto como oprime al
proletariado: si el desarrollo económico de la sociedad continua en la misma
dirección otros diez años, veremos que la mayor parte de la burguesía media se
hundirá primero en la posición actual de la pequeña burguesía para perderse
gradualmente más tarde en las filas del proletariado. Todo ello será resultado
de la concentración inevitable de propiedad en manos de un número cada vez
menor de personas, lo que implica necesariamente la división del mundo social
en una pequeña minoría, muy rica, educada y dirigente, y la gran mayoría de
proletarios y esclavos miserables e ignorantes.
El progreso técnico sólo beneficia a
la burguesía. Hay un hecho que debiera sorprender a toda persona Consciente, a toda
persona que defienda de corazón la dignidad y la justicia humana; es decir, la
libertad de cada uno en la igualdad para todos. Este hecho notable es que todas
las invenciones de la mente, todas las grandes aplicaciones de la ciencia a la
industria, al comercio y, en general, a la vida social, sólo han beneficiado
hasta el presente a las clases privilegiadas y al poder de los Estados, esos
eternos protectores de las iniquidades políticas y sociales. Nunca han
beneficiado a las masas del pueblo. Basta con aludir, como ejemplo, a las
máquinas para que todo obrero y todo partidario sincero de la emancipación del
trabajo coincida con nosotros en este punto.
El Estado es una institución controlada
por la burguesía. ¿Qué poder mantiene ahora a las clases privilegiadas, con todo su
insolente bienestar y su inicuo goce de la vida, frente a la legítima
indignación de las masas populares? Ese poder es el poder del Estado, donde sus
hijos mantienen, como siempre, todas las posiciones dominantes, medias e
inferiores, exceptuando las de trabajadores y soldados.
La administración de la economía en
el lugar del Estado. La burguesía es la clase dominante y la única inteligente
porque explota al pueblo y lo mantiene en un estado de hambre. Si el pueblo
llegara a ser próspero y tan culto como la burguesía, la dominación de esta
última terminaría; y no habría lugar en lo sucesivo para un gobierno político,
que se habría transformado entonces en un simple aparato para la administración
de la economía.
Desintegración moral e intelectual
de la burguesía. Las clases educadas, la nobleza, la burguesía -que en un tiempo
florecieron y estuvieron a la cabeza de una civilización viva y progresiva en
Europa- se han hundido actual mente en el sopor vulgarizándose, haciéndose
obesas y cobardes hasta el extremo de representar únicamente los, atributos más
despreciables y viles de la naturaleza humana. Vemos que esas clases no son
siquiera capaces de defender su independencia en un país tan virtuoso como
Francia ante la invasión alemana y en Alemania vemos que todas esas clases
muestran el más abyecto servilismo hacia su Kaiser.
Ningún burgués -ni siquiera el más rojo- desea una
igualdad económica, porque esa igualdad implicaría su muerte.
La burguesía no ve ni comprende nada exterior al
Estado ya los poderes reguladores del Estado. La altura de su ideal, de
su imaginación y heroísmo, es la exageración revolucionarla del poder y la
acción estatal en nombre de la seguridad pública.
Agonía fatal de una clase
históricamente condenada. Como organismo político y social, tras haber rendido
descollantes servicios a la civilización del mundo moderno, esta clase está
condenada actualmente a muerte por la propia historia. Morir es el único
servicio que todavía puede hacer; a la humanidad, a quien sirvió durante su
vida. Pero no quiere morir y esta negativa a la muerte es la única causa de su
estupidez presente y de esa vergonzosa impotencia que ahora caracteriza a todas
sus empresas políticas, nacionales e internacionales.
¿Está la burguesía en una completa
bancarrota?
¿Ha llegado ya a la bancarrota la burguesía? Todavía no ¿Ha perdido el gusto
por la libertad y la paz? En absoluto. Sigue amando la libertad, a condición,
naturalmente de que esta libertad exista sólo para ella; es decir, que la
burguesía conserve la libertad de explotar la esclavitud de las masas, las
cuales -aun poseyendo bajo las constituciones actuales el derecho a la
libertad, pero no los medios para disfrutarla- permanecen forzosamente
esclavizadas bajo su yugo. En cuanto a la paz, jamás sintió la burguesía tanto
su necesidad como actualmente. La paz armada, que gravita pesadamente sobre el
mundo europeo, perturba, paraliza y arruina a la burguesía.
Reacción burguesa contra la
dictadura militar. Gran parte de la burguesía está cansada del reinado de cesarismo y
militarismo, que surgió en 1848 como consecuencia de su miedo al
proletariado...
No hay duda de que la burguesía en su conjunto,
incluyendo a la burguesía radical, no cree en el sentido propio del término en
el cesarismo y el despotismo militar, cuyos efectos está ya deplorando. Tras
haberse aprovechado de esta dictadura en su lucha contra el proletariado,
expresa ahora el deseo de liberarse de ella. Nada más natural, pues este
régimen la humilla y arruina. Pero ¿cómo puede liberar- se de esta dictadura?
En un tiempo fue valiente y poderosa; tenía el poder de conquistar mundos.
Ahora es cobarde y débil, y afligida por la impotencia de la senectud. Es
agudamente consciente de esta debilidad, y siente que por sí sola nada puede
hacer. Necesita ayuda. Esta ayuda sólo puede proporcionársela el proletariado,
y por eso piensa la burguesía que debe ganárselo para su bando.
La burguesía liberal y el
proletariado.
¿Pero cómo puede ganarse el proletariado? ¿Con promesas de libertad e Igualdad
política? No, esas son palabras que ya no conmueven a los obreros. Han
aprendido a su propia costa, y tras una dura experiencia, que esas palabras sólo
significan la preservación de su esclavitud económica, mano más dura de lo que
fue antaño. Si queréis conmover el corazón de esos miserables millones de
esclavos del trabajo, habladles de su emancipación económica. Apenas hay un
trabajador incapaz de comprender que ésta es la única base seria y real de
todas las demás emancipaciones, En consecuencia, la mejor forma de aproximarse
a los trabajadores es desde la perspectiva de las reformas económicas de la
sociedad.
Socialismo burgués. Los miembros de la Liga
para la Paz y la Libertad[1] se dirán:
«Pues bien, llamémonos también socialistas. Prometámosles reformas económicas y
sociales, pero a condición de que respeten las bases dé la civilización y la
omnipotencia burguesa: propiedad individual y hereditaria, intereses para el
capital y rentas de la tierra. Persuadámosles de que sólo a partir de
esas condiciones -que, incidentalmente, aseguran nuestra dominación y la
esclavitud del proletariado- podrán emanciparse los obreros.
Hemos de convencerles también de que para llevar
adelante tales reformas sociales, es necesaria primero una buena revolución
política, exclusivamente política, y tan roja como quieran en sentido político,
con muchas cabezas cortadas si es necesario, pero con un respeto toda vía mayor
hacia la sacrosanta propiedad. En resumen, una revolución puramente jacobina
que nos haga dueños de la situación; y una vez que nos hayamos hecho dueños y
señores, daremos a los obreros lo que podamos y queramos darles».
Rasgos distintivos de un socialista
burgués. He
aquí el signo infalible para que los obreros detecten a un falso socialista, a
un socialista burgués. Si hablándole de la revolución o de la transformación
social, dice que la transformación política debe preceder a la
transformación económica; si niega que ambas cosas deben hacerse al mismo
tiempo o mantiene que la revolución política debe separarse en cierto modo de
una plena y completa liquidación social emprendida de modo inmediato y directo,
los obreros deben volverle la espalda: porque quien
La burguesía no tiene fe en el
futuro.
Algo muy notable, observado y manifestado además por gran número de escritores
de varias tendencias, es que actualmente sólo el proletariado posee un ideal
constructivo, hacia el que, aspira con la pasión todavía virgen de todo su ser.
Ve delante de él una estrella, un sol que ilumina y ya le calienta; (por lo
menos, de modo imaginario) en su fe, que le muestra con una cierta claridad el
camino a seguir, mientras todas las clases privilegiadas y supuestamente
ilustradas se encuentran hundidas en una oscuridad pavorosa y desoladora.
Estas últimas no ven nada por delante, no creen en
nada ni aspiran a nada, salvo a la preservación perpetua del statu quo, mientras
reconocen al mismo tiempo que este statu quo carece en absoluto de
valor. Nada prueba mejor que esas clases están condenadas a morir y que el
futuro pertenece al proletariado. Son los «bárbaros» (los proletarios) quienes
representan ahora la fe en el destino humano y en el futuro de la civilización,
mientras las «personas civilizadas» sólo encuentran su salvación en la
barbarie, en la masacre de los comuneros y el retorno al Papa. Tales son los
dos requerimientos finales de la civilización privilegiada.
LA LARGA ÉSCLAVITUD DEL PROLETARIADO
Al principio los hombres se devoraban entre sí como
bestias salvajes. Entonces los más listos y fuertes empezaron a esclavizar a
los demás. Más tarde, los esclavos se convirtieron en siervos y en un estadio
posterior, los siervos se convirtieron en asalariados libres.
El proletariado es una clase de
características bien definidas. El proletariado urbano y el campesinado constituye el
pueblo verdadero, aunque el proletariado esté naturalmente más avanzado que los
campesinos. El proletariado... constituye una clase muy desgraciada y muy
oprimida, pero al mismo tiempo una clase con características propias claramente
marcadas. Como clase definida, está sujeta a la acción de una ley histórica e
inevitable que determina el curso y la duración de toda clase de acuerdo con lo
que ha hecho y cómo ha vivido en el pasado. Las individualidades colectivas,
todas las clases, se agotan en la larga carrera, igual que los individuos.
Crisis económicas y proletariado. En países con industrias
muy desarrolladas, especialmente Inglaterra, Francia, Bélgica y Alemania, desde
la introducción de una maquinaria perfeccionada y la aplicación del vapor en la
industria) y desde que apareció la producción fabril a gran escalas se hicieron
inevitables las crisis comerciales, recurrente; en intervalos periódicos cada
vez más breves. Donde la industria ha florecido en mayor grado, los obreros han
debido enfrentarse con la amenaza periódica de morir de hambre. Naturalmente,
esto dio lugar a crisis laborales, movimientos obreros y huelgas, primero en
Inglaterra (en la década de 1820), luego en Francia (en la década de1830), y
por último en Alemania y Bélgica (en la década de 1840). La miseria
generalizada, y su causa general, crearon en esos países poderosas
asociaciones, al principio sólo de carácter local, para la ayuda mutua, la
defensa y la lucha en común.
Internacionalismo proletario. El proletariado urbano y
fabril, preso ya por su pobreza -como los esclavos-, a la localidad donde ha de
trabajar, carece de intereses locales por carecer de propiedad. Todos sus
intereses tienen un carácter general: no son siquiera nacionales, son
internacionales. Porque la cuestión del trabajo y los salarios, única cuestión
que les interesa de forma directa, real y viva, cuestión cotidiana que se ha
convertido en centro y base de todas las demás -tanto sociales como políticas y
religiosas- tiende a asumir hoy un carácter incondicionadamente internacional,
por el simple desarrollo del poder omnipotente del capital en la industria y el
comercio. Esto explica el sorprendente crecimiento de la Asociación Internacional
de Trabajadores, que a pesar de haber sido fundada hace menos de seis años, ya
tiene sólo en Europa más de un millón de miembros.
Aristocracia del trabajo. En todo país, entre los
millones de obreros sin especializar, existe un estrato de individuos más
desarrollados y cultos, que constituyen por ello una especie de aristocracia
laboral. Esta aristocracia laboral está dividida en dos categorías, de las
cuales una es muy provechosa y la otra bastante dañina.
La artesanía, residuo del medioevo. Comencemos con la categoría
dañina. Está constituida básica y casi exclusivamente por artesanos, y no por
obreros fabriles. Sabemos que la situación del artesanado en Europa, aunque no
pueda envidiarse, sigue siendo Incomparablemente mejor que la de los obreros
fabriles. Los artesanos no están explotados por el gran capital sino por el
pequeño, que carece con mucho del poder para oprimir y humillar a sus obreros
en la medida característica de las grandes concentraciones de capital dentro
del mundo industrial. El mundo de los artesanos, del trabajo artesanal y no
mecánico, representa un vestigio de la estructura económica medieval. Se ve
desplazado cada vez más por la presión irresistible de la producción fabril en
gran escala, que naturalmente intenta apoderarse de todas las ramas de la
industria.
Pero donde subsiste la artesanía, los trabajadores
ocupados en ella viven mucho mejor; y las relaciones entre los patronos no
excesivamente opulentos, procedentes de la clase trabajadora, y sus obreros son
más íntimas, más simples y patriarcales que en el mundo de la producción fabril.
Por eso encontramos entre los artesanos a muchos semi burgueses por hábitos y
convicciones que esperan y pretenden, consciente o inconscientemente,
convertirse en burgueses cien por cien.
Pero los mismos artesanos se subdividen en tres
categorías. La más amplia y menos aristocrática -esto es, la menos afortunada
de todas, en el sentido burgués- comprende a los menos especializados ya las
profesiones más toscas (como los herreros, por ejemplo), que exigen una
considerable fuerza física. Los trabajadores que pertenecen a esta categoría
están más cerca que los demás, por sus tendencias y convicciones, de los
obreros fabriles y entre ellos se mantienen e incluso se desarrollan los
valiosos instintos revolucionarios. Allí encontramos frecuentemente a personas
capaces de comprender en todas sus perspectivas e implicaciones los problemas
de la emancipación universal de los trabajadores.
Hay una categoría intermedia que comprende oficios
como carpinteros, tipógrafos, sastres, zapateros y otros muchos semejantes, para
los cuales se requiere un cierto grado de educación y unos conocimientos
específicos, o por lo menos un esfuerzo físico inferior, y que por ello deja
más tiempo para pensar. Entre esos obreros hay un mayor bienestar relativo y,
en consecuencia, más altanería burguesa. Sus instintos revolucionarlos son
considerablemente más débiles que en la primera categoría, relativamente no
especializada. Pero, por otra parte, encontramos allí aun mayor número de
hombres que piensan y razonan, aunque a veces de modo errado, y que construyen
conscientemente sus convicciones. Al mismo tiempo, esta categoría contiene una
proporción notable de retóricos incapaces para la acción porque su propensión a
la charla vacía, ya veces la influencia de la vanidad o ambiciones personales,
llegan a bloquear dicha acción, incluso conscientemente.
La categoría semi burguesa. Por último, existe tercera
categoría de oficios manuales que produce bienes de lujo, y está vinculada por
lo tanto a la existencia preservación del mundo burgués adinerado. La mayor
parte de los trabajadores pertenecientes a este medio está completamente
imbuida de pasiones burguesas, de la arrogancia burguesa y de los prejuicios
burgueses. Afortunadamente, representan una minoría insignificante dentro de la
masa general de trabajadores. Pero donde predomina la propaganda Internacional
avanza muy lentamente y con frecuencia asume una tendencia claramente
antisocial, puramente burguesa. En esos círculos predomina el ansia de una
felicidad exclusivamente personal, de una auto-promoción individual -es decir,
burguesa- prescindiendo de la emancipación y la felicidad colectivas.
Los salarios de esta categoría de trabajadores son
incomparablemente más elevados, y su trabajo es al mismo tiende a un tipo más
administrativo, ligero, limpio y respeta lo que en las dos primeras categorías.
Este es el motivo de que haya más bienestar, más formación rudimentaria, más
soberbia y vanidad entre ellos. Sólo se hacen socialistas durante las crisis
comerciales que, en virtud del descenso consiguiente en los salarios, les
recuerdan que no son burgueses, sino jornaleros.
El socialismo burgués encuentra su
apoyo entre trabajadores de la tercera categoría. Se comprende que durante los
últimos diez años, mientras el sistema cooperativo pacífico estaba todavía en
la fase más alta de sus elevados sueños y esperanzas, el socialismo burgués
encontrara su apoyo principal en el mundo de los artesanos, y no el de los
obreros fabriles, y muy especialmente en las dos últimas categorías, las más privilegiadas
y próximas al mundo burgués. El fracaso universal del sistema cooperativo fue
una lección beneficiosa para la dañina aristocracia laboral.
La verdadera aristocracia laboral:
la vanguardia revolucionaria. Pero junto con estos estratos existe también la
aristocracia de un tipo distinto, una aristocracia benéfica y útil, no surgida
de la posición sino de la convicción, cuyo rasgo es una conciencia de clase
revolucionaria y una pasión y una voluntad racionales y enérgicas. Los
trabajadores que pertenecen a esta categoría son los mayores enemigos de toda
aristocracia y todo privilegio, bien sea de la nobleza, de la burguesía o
incluso de algunos grupos de trabajadores. Pueden llamarse aristócratas sólo en
el sentido más literal y original de la palabra, en el sentido de ser las
mejores personas. Y, en efecto, son las mejores personas, no sólo entre la
clase trabajadora, sino en la sociedad en su conjunto. Combinan en sí mismos,
en su comprensión de los problemas sociales, todas las ventajas del pensamiento
libre e independiente, de los criterios científicos unidos a la sinceridad de
un firme instinto popular.
Les resultaría bastante fácil elevarse por encima de
su propia clase, convertirse en miembros de la casta burguesa y ascenderé desde
las filas del pueblo ignorante, explotado y esclavizado al afortunado cotarro
de los explotadores; pero el deseo de ese tipo de mejora personal es ajeno a
ellos. Están imbuidos de una pasión por la solidaridad, Y no comprenden
libertad ni felicidad alguna salvo la que puede ser disfrutada junto con todos
los millones de hermanos humanos esclavizados. Y es razonable que esos hombres
disfruten de una influencia grande y fascinadora, aunque no buscada, sobre las
masas de trabajadores. Añadid a esta categoría de trabajadores a quienes han
roto con la clase burguesa y se han entregado a la gran causa de la mancipación
del trabajo, y obtendréis lo que llamamos la aristocracia útil y benéfica del
movimiento obrero internacional.
El humanismo proletario moderado por
la firmeza. Si los verdaderos sentimientos humanos son degradados y falsificados en
nuestros días por la hipocresía oficial y el sentimentalismo burgués- se
conservan toda vía en alguna parte, es sólo entre los trabajadores. Porque los
trabajadores constituyen la única clase social verdaderamente generosa,
demasiado generosa a veces, y demasiado olvidadiza de los crímenes atroces y
las traiciones odiosas de que frecuentemente es víctima. El proletariado es
incapaz de crueldad. Pero al mismo tiempo esta movido por un Instinto realista
que le lleva directamente hacia la meta adecuada y por un sentido común que le
dice que si quiere poner fin a la maldad, es preciso doblegar y paralizar
primero a los malvados.
Una clase indomable. No hay ahora poder en el
mundo no hay medios políticos o religiosos existentes capaces de detener el
impulso hacia la emancipación económica y la igualdad social en el proletariado
de ningún país, y especialmente en el de Francia.
La gran masa de obreros no especializados de Italia y
otros países constituye en sí misma toda la vida, el poder y el futuro de la
sociedad existente. Sólo unas pocas personas del mundo burgués se han unido a
los trabajadores, sólo quienes han llegado a odiar con toda su alma el actual
orden político, económico y social, han vuelto la espalda la clase de la cual
surgieron y han entregado todas una energías a la causa del pueblo. Esas
personas son pocas y se encuentran muy alejadas entre sí, pero son muy valiosas
por supuesto siempre que hayan matado dentro de sí toda ambición personal; en
este caso, repito, son efectivamente muy valiosas. El pueblo les da vida,
fuerza elemental y una base a partir de la cual extraer su sustento; a cambio
estas personas traen consigo su conocimiento positivo el poder de abstracción y
generalización, y las aptitudes organizativas, útiles para organizar sindicatos
obreros, que a su vez crean la fuerza consciente de lucha sin la cual no es
posible la victoria.
Posibles aliados del proletariado. Por muy profunda que sea
nuestra antipatía hacia la burguesía moderna, por muy grande que sea el
desprecio y la desconfianza que nos inspira, sigue habiendo dos categorías
dentro de esta clase con relación a las cuales no perdemos la esperanza de
verlas, al menos en parte, convertidas más pronto o más tarde por la propaganda
socialista a la causa del pueblo. Una de ellas empujada por la fuerza de las
circunstancias y las necesidades de su propia posición actual, y la otra por su
temperamento generoso, parecen destinadas a tomar parte con nosotros en la
liquidación de las iniquidades existentes y la construcción de un nuevo mundo.
Nos estamos refiriendo a la pequeña burguesía y a la
juventud de las escuelas y universidades.
EL DÍA DE LOS CAMPESINOS ESTÁ AÚN POR VENIR
A excepción de Inglaterra y Escocia, donde no hay
campesinos en el sentido estricto de la palabra, y a excepción también de
Irlanda, Italia y España -donde están castigados Por la pobreza, y son
revolucionarios y socialistas sin ser siquiera conscientes de ello-, los
campesinos de casi todos os países de Europa occidental, en especial los de
Francia y Alemania, están contentos a medias con su posición.
Disfrutan o creen disfrutar de ciertas ventajas, e
imaginan que sus intereses consisten en preservar tales ventajas frente a los
ataques de una revolución social. Si no disponen de los verdaderos beneficios
de la propiedad, tienen al menos un fatuo sueño al respecto. Además, están
mantenidos sistemáticamente en una total ignorancia por los gobiernos y por
todas las iglesias oficiales y oficiosas de los Estados. Los campesinos
constituyen el fundamento Principal, y casi único, sobre el que responsa la
seguridad y el poder actual del Estado. En consecuencia, se han convertidos en
objeto de especial atención por parte de todos los gobiernos y la mente
campesina está siendo trabajada por todas las agencias gubernamentales y
eclesiásticas, que intentan cultivar en ella las tiernas flores de la fe y la
lealtad cristiana hacia los monarcas existentes, y sembrar saludables semillas
de odio hacia la ciudad.
Los campesinos son una clase
revolucionaria en potencia. Sin embargo, a pesar de todo, los campesinos pueden ser
excitados a la acción, y más pronto o más tarde así lo hará la Revolución Social. Esto
es cierto por tres razones 1.- Debido a su civilización retrógrada o
relativamente bárbara, han retenido en su integridad el temperamento simple y
robusto, y la energía afín a la naturaleza popular 2.- Viven del trabajo de sus
manos y están moralmente condicionados por ello, lo cual engendra en su
interior un odio, instintivo hacia todos los parásitos privilegiados del
Estado, y todos los explotadores del trabajo 3.- Por último, por ser
trabajadores, tienen intereses comunes con los trabajadores urbanos, de quienes
sólo están separados por sus prejuicios.
Una revolución de obreros y
campesinos bajo la dirección del proletariado. Al principio, un gran movimiento,
verdaderamente socialista y revolucionario puede sorprenderles; pero su
instinto y su sentido común innato es harán comprender pronto que la Revolución Social
no, pretende despojarlos, sino conducir al triunfo, en todas partes y para
todos, al derecho sagrado al trabajo, que debe establecerse sobre las ruinas
del parasitismo privilegiado, y cuando los trabajadores (industriales),
inspirados por la pasión revolucionarla y abandonando el lenguaje pretencioso y
escolástico de un socialismo doctrinario, vengan a decirles sencillamente y sin
ninguna evasiva ni retórica lo que quieren; cuando vengan a las aldeas, no como
maestros de escuela, sino como hermanos e iguales, provocando la revolución,
pero no imponiéndola a los forzados de la tierra; cuando hayan entregado a las
llamas todas las escrituras, pleitos, títulos de propiedad y rentas, deudas
privadas, hipotecas y leyes criminales y civiles; cuando hayan hecho una
hoguera con todos esos inmensos montones de cintas rojas, signo y consagración
oficial de la pobreza y la esclavitud del proletariado; cuando los trabajadores
hayan hecho todo esto, podemos estar seguros de que los campesinos les
comprenderán y se alzarán junto a ellos.
Pero para que los campesinos se alcen en rebelión es
absolutamente necesario que los obreros urbanos tomen la iniciativa en este
movimiento revolucionario, pues solo entre los trabajadores de la ciudad se
encuentran unidos en la actualidad el instinto, la conciencia clara, la idea y
la voluntad consciente de la Revolución Social. En consecuencia, todo el
peligro que actualmente amenaza la existencia de los Estados se centra
fundamentalmente en el proletariado urbano.
El campesinado y los comunistas. Para los comunistas o
socialdemócratas de Alemania, el campesinado, cualquier campesinado, toma el
partido de la reacción; y el Estado, cualquier Estado, incluso el Estado
bismarckiano, es una plataforma para la revolución. No
pretendemos difamar a los socialdemócratas alemanes en esta cuestión. Hemos
citado a este respecto discursos, panfletos, artículos de revista, y hasta sus
cartas, como prueba de nuestro aserto. En general, los marxistas no pueden pensar
de otra manera: siendo como son defensores del Estado, han de condenar
cualquier revolución de un alcance y carácter verdaderamente popular, en
especial una revolución campesina, que es anarquista por naturaleza y avanza en
directo hacia la destrucción del Estado. Y en este odio hacia la rebelión
campesina, los marxistas entran en una coincidencia llamativa con todos los
estratos y partidos de la sociedad burguesa alemana.
Solidaridad básica de los campesinos
y obreros.
No debiéramos olvidar que los campesinos de Francia -o cuando menos do menos
una gran mayoría de ellos- viven de su propio trabajo, aunque posean sus
tierras. Esto es lo que les separa esencialmente de la clase burguesa, cuya
gran mayoría vive de la explotación lucrativa del trabajo de las masas
populares. Y esta circunstancia misma unifica a los campesinos con los obreros
de la ciudad, a pesar de la diferencia de sus posiciones -diferencia claramente
perjudicial para los obreros- y la diferencia de ideas, que desemboca demasiado
a menudo en incomprensiones en cuestiones de principios.
El esnobismo proletario, dañino para
la causa de la unidad entre los campesinos y los obreros. Lo que aleja, ante todo, a
los campesinos de los trabajadores de las ciudades es una cierta aristocracia de
la inteligencia bastante mal fundada, que los obreros exhiben jactanciosamente
ante los campesinos. Los obreros son, sin duda, bastante más cultos, están más
desarrollados en su mente, en sus conocimientos e ideas, y en nombre de esta
pequeña superioridad científica tratan a veces a los campesinos con
condescendencia, mostrando abiertamente su desprecio hacia ellos. Los obreros
están muy equivocados al adoptar esta actitud porque en este terreno, y en
apariencia con mucha mayo; razón, los burgueses, que están mucho más
civilizados y desarrollados, podrían despreciarles a ellos. Como sabemos los
burgueses no dejan pasar, desde luego, ninguna ocasión de destacar su
superioridad.
En interés de la revolución, los obreros deberían
abandonar todo desdén hacia los campesinos. Frente al explotador burgués, el
obrero debería sentirse hermano del campesino.
La unidad revolucionaria de los
obreros y campesino conducirá a la abolición de las clases. En la mayor parte de
Italia, los campesinos son pobres de solemnidad, mucho más pobres que los
obreros de las ciudades. No son propietarios como los campesinos franceses, lo
cual es por supuesto muy beneficioso desde el punto de vista de la Revolución. De
hecho, sólo en unas pocas regiones los campesinos consiguen ganarse malamente
la vida como recolectores de cosechas. Este es el motivo de que las masas del
campesinado italiano constituyan ya un ejército grande y poderoso de la Revolución Social.
Dirigido por el proletariado urbano y organizado por la
juventud socialista revolucionaria, este ejército será invencible.
En consecuencia, queridos amigos, al mismo tiempo que
organizáis a los obreros de las ciudades, debéis utilizar todos los medios a
vuestra disposición para romper el hielo que separa al proletariado urbano de
la población de las aldeas, y para unificar y organizar a ambas clases en una y
todas las demás clases desaparecerán de la faz de la tierra, no como individuos
sino como clases.
EL ESTADO: PERSPECTIVA GENERAL
¿El Estado es la encarnación del interés general?
¿Qué es el Estado? Los metafísicos y los juristas cultos nos dicen que es una
cuestión pública: representa el bienestar colectivo y los derechos de todos,
opuestos a la acción desintegradota de los intereses egoístas y las pasiones del
individuo. Es la realización de la justicia, la moralidad y la virtud sobre
esta tierra. En consecuencia, no hay deber más grande o más sublime por parte
del individuo que ofrecerse, sacrificarse y morir, si es necesario, por el
triunfo y el poderío del Estado.
Aquí tenemos en pocas palabras la teología del
Estado. Veamos entonces si esta teología política no oculta bajo su aspecto
atractivo y poético realidades más vulgares y sórdidas.
Análisis de la idea del Estado. Analicemos primero la idea
del Estado tal como aparece en sus apologistas. Representa el sacrificio de la
libertad natural y los intereses de cada uno -de los individuos y de las
colectividades relativamente pequeñas, asociaciones, comunas y provincias- ante
los intereses y la libertad de todos, ante la prosperidad del gran conjunto.
Pero esta totalidad, este gran conjunto, ¿qué es en
realidad? Es una aglomeración de todos los individuos y de todas las
colectividades humanas menores comprendidos en él y si este conjunto, para su
propia constitución, exige el sacrificio de los intereses individuales y
locales,
¿Cómo puede entonces representarlos realmente en su
totalidad?
Una universalidad exclusiva, pero no
inclusiva.
No se trata, por tanto, de un conjunto viviente que proporciona cada uno la
oportunidad de respirar libremente y qué llegue a ser más rico, libre y
poderoso cuanto más amplio resulte el desarrollo de la: libertad y la
prosperidad de todos en su seno. No es una sociedad humana natural que apoyare
y refuerce la vida de cada una mediante la vida de todos. Al contarlo, es la
inmolación de todo individuo y de las asociaciones locales; es una abstracción
destructiva para una sociedad viviente; es la limitación o mas bien la negación
completa de la vida y los derechos de todas las partes que integran el
conjunto con arreglo al supuesto interés de todos. Es el Estado el altar de la
religión política donde se inmola siempre la sociedad natural: una
universalidad devorad ora que subsiste a partir de sacrificios humanos, como la iglesia. El Estado,
lo repito otra vez, es el hermano menor de la Iglesia.
La premisa de la teoría del Estado
es la negación de la libertad humana. Pero si los metafísicos afirman que los hombres -en
especial quienes creen en la inmortalidad del alma- están fuera de la sociedad
de seres libres llegamos inevitablemente a la conclusión de que los hombres
sólo pueden unificarse en una sociedad al precio de su propia libertad, de su
independencia natural; sacrificando sus intereses personales primero, y
sus intereses locales después. Por consiguiente, la auto-renuncia y el
auto-sacrificio son tanto más imperativos cuanto más numerosa es la sociedad y
más compleja su organización.
En este sentido, el Estado es la expresión de todos
los sacrificios individuales. Dado este origen abstracto y al mismo tiempo
violento, debe continuar limitando la libertad en una medida creciente, y
haciéndolo en nombre de esa falsedad llamada «el bien del pueblo», que en
realidad representa exclusivamente los intereses de la clase dominante. De este
modo, el Estado aparece como la negación y aniquilación inevitable de toda
libertad, y de todos los intereses individuales y colectivos.
La abstracción del Estado esconde el
factor concreto de la explotación de clases. Es evidente que todos los llamados
intereses generales de la sociedad supuestamente representada por el Estado,
que en .realidad son, sólo la negación general y permanente de los Intereses
positivos de las regiones, comunas, asociaciones, y de gran número de
individuos subordinados al Estado, constituyen una abstracción, una ficción y
una falsedad, y que el Estado es como un gran matadero y un enorme cementerio,
donde a la sombra y con el pretexto de esta abstracción todas las aspiraciones
mejores y las fuerzas vivas de un país son mojigatamente inmoladas y enterradas
y puesto que las abstracciones no existen en sí ni por sí, puesto que carecen
de pies para andar, manos para crear o estómagos para digerir la masa de
víctimas entregada a su consumo está claro que, lo mismo que la abstracción
religiosa o celestial de Dios representa en realidad los intereses muy
positivos y reales del clero, el complemento terrenal de Dios -la abstracción
política del Estado- representa los intereses no menos positivos y reales de la
burguesía, que actualmente es la principal, si no la única clase explotadora...
.
La Iglesia y el Estado. Para demostrar la identidad
del Estado y la Iglesia, pediré al lector que observe que los dos se basan
esencialmente sobre la idea del sacrificio de la vida y los derechos naturales,
y ambos parten del mismo principio: la maldad natural de los hombres que, según
la Iglesia, sólo puede ser vencida por la Gracia Divina y
mediante la muerte del hombre natural en Dios, y según el Estado, sólo a través
de la ley y la inmolación del individuo sobre el altar del Estado. Ambas
instituciones intentan transformar al hombre: una en un santo, y la otra en un
ciudadano. Pero el hombre natural ha de morir, porque su condena la decretan
unánimemente la religión de la Iglesia y la religión del Estado.
Tal es, en su pureza ideal, la teoría idéntica de la
Iglesia y del Estado. Es una pura abstracción; pero toda abstracción
histórica presupone hechos históricos. Y estos hechos poseen un carácter
enteramente real y brutal: violencia, expolio, conquista, esclavización. La
naturaleza del hombre lleva a no contentarse con la simple realización de
ciertos actos; siente también la necesidad de justificarlos y legitima a los
ante los ojos de todo el mundo. Así, la religión vino en el momento oportuno a
dar su bendición a los hechos consumados, y debido a esta bendición los hechos
inicuos y brutales se transformaron en «derechos».
Abstracción del Estado en la vida
real.
Veamos ahora qué papel jugó y sigue jugando en la vida real, en la vida humana,
esta abstracción del. Estado, paralela a la abstracción histórica llamada
Iglesia. El Estado, Como he dicho antes, es efectivamente un gran cementerio
donde se sacrifican todas las manifestaciones de la vida individual y local,
donde mueren y son enterrados los intereses de las partes integrantes del todo.
Es el altar donde la libertad real y el bienestar de los pueblos se sacrifican
a la grandeza política; y cuanto más completo es este sacrificio, más perfecto
es el Estado. De ello deduzco que el imperio ruso es un Estado par
excellence, un Estado sin retórica ni sutilezas verbales, el más perfecto
de Europa. Por el contrario, todos los Estados donde se permite respirar algo
al pueblo son desde el punto de vista Ideal Estados incompletos, lo mismo que
son deficientes las demás Iglesias en comparación con la Católica Romana.
El cuerpo sacerdotal del Estado. El Estado es una
abstracción que devora la vida del pueblo. Pero a fin de que pueda nacer esa
abstracción, de que pueda desarrollarse y continuar existiendo en la vida real,
es necesario que exista un cuerpo colectivo real Interesado en el mantenimiento
de su existencia. Esa función no pueden realizarla las masas del pueblo, pues
ellas son precisamente las víctimas del Estado. Debe realizarla un cuerpo
privilegiado, el cuerpo sacerdotal del Estado, la clase gobernante y poseedora
cuya posición en el Estado es idéntica a la posición de la clase sacerdotal en
la Iglesia.
El Estado no podría existir sin un
cuerpo privilegiado. En efecto, ¿qué vemos a lo largo de la historia? El Estado
ha sido siempre el patrimonio de alguna clase privilegiada: la clase
sacerdotal, la nobleza, la burguesía; y al final, cuando todas las demás clases
se han agotado, entra en escena la clase burocrática y entonces el Estado cae
-o se eleva, si lo preferís así- al estatuto de una máquina. Pero para la
salvación del Estado es absolutamente necesario que exista alguna clase
privilegiada, con interés en mantener su existencia.
Las teorías liberales y absolutistas
del Estado.
El Estado no es un producto directo de la Naturaleza; no precede -como la
sociedad- al despertar del pensamiento en el hombre. Según los escritores
políticos liberales, el primer Estado lo creó la voluntad libre y consciente
del hombre; según los absolutistas, el Estado es una creación divina. En ambos
casos domina a la sociedad y tiende a absorberla por completo.
En el segundo caso (el de la teoría absolutista),
esta absorción es evidente por sí misma: una institución divina debe devorar
necesariamente a todas las organizaciones naturales. Lo más curioso en este
caso es que la escuela individualista, con su teoría del contrato libre,
conduce al mismo resultado. De hecho, esta escuela empieza negando la existencia
misma de una sociedad natural anterior al contrato, pues tal sociedad
supondría la existencia de relaciones naturales entre los individuos y, por lo
tanto, de una limitación recíproca de sus libertades contraria a la libertad
absoluta supuestamente disfrutada -según esta teoría- antes de concluir el
contrato, y que en definitiva no sería más que ese mismo contrato, existiendo
como un hecho natural y previo al contrato libre. Con arreglo a esta teoría, la
sociedad humana sólo comenzó con la consumación de! contrato; pero entonces,
¿qué es esta sociedad? Es la realización pura y lógica del contrato, con todas
sus tendencias implícitas y sus consecuencias legislativas y prácticas: es el
Estado.
El Estado es la suma de negaciones
de la libertad individual. Veamos el asunto más de cerca. ¿Qué representa el Estado?
La suma de negaciones de las libertades individuales de todos sus miembros; o
la suma de sacrificios hechos por todos sus miembros renunciando a una parte de
su libertad en favor del bien común. Hemos visto que, según la teoría
individualista, la libertad de cada uno es el límite o, si se prefiere, la
negación natural de la libertad de todos los demás y es esta limitación absoluta,
está negación de la libertad de cada uno en nombre de la libertad de todos o
del bien común, lo que constituye el Estado Por ello, donde comienza el Estado
cesa la libertad individual, y viceversa.
La libertad es indivisible. Se alegará que el Estado
representante del bien público o del interés común a todos, suprime una parte
de la libertad de cada uno para asegurar la parte restante de esta misma
libertad. Pero este remanente será como mucho seguridad, en modo alguno
libertad. Porque la libertad es indivisible; no es posible suprimir en ella una
parte sin destruirla en su conjunto. Esta pequeña parte de libertad que está
siendo limitada es la esencia misma de mi libertad, es todo. Por un movimiento
natural necesario e irresistible, toda mi libertad se concentra precisamente en
esa parte que está siendo reprimida, aunque sea pequeña.
El sufragio universal no es garantía
de libertad.
Pero se nos dice que el Estado democrático, basado sobre el sufragio universal
y libre de todos los ciudadanos, no puede sin duda ser la negación de su
libertad. ¿Y por qué no? Esto depende por completo de la misión y el poder
delegado por los ciudadanos en el Estado y un Estado republicano basado sobre
el sufragio universal, puede ser extraordinariamente despótico, incluso más
despótico que un Estado monárquico, cuando bajo el pretexto de representar la
voluntad de todos hace caer sobre la voluntad y el movimiento libre de cada
miembro el peso abrumador de su poder colectivo.
¿Quién es el árbitro supremo del
bien y el mal? Pero el Estado, se nos contestará, restringe la libertad de, sus
miembros sólo en la medida en que esta libertad está inclinada a la injusticia
ya la
perversidad. El Estado impide que sus miembros maten, roben y
se ofendan entre sí y en general evita que hagan el mal, dándoles a cambio una
plena y completa libertad para hacer el bien. ¿Pero qué es el bien y qué es el
mal?
ANÁLISIS DEL ESTADO MODERNO
Capitalismo y democracia
representativa. La producción capitalista moderna y la especulación bancaria exigen
para su pleno desarrollo un gran aparato estatal centralizado, pues sólo él es
capaz de someter a su explotación a los millones de asalariados.
Una organización federal establecida de abajo a
arriba y formada por asociaciones y grupos de trabajadores, por comunas urbanas
y rurales, y por regiones y pueblos, es la única condición de una libertad real
y no ficticia, aunque representa justamente lo contrario de la producción
capitalista y de todo tipo de autonomía económica. ero la producción
capitalista y la especulación bancaria se llevan muy bien con la llamada
democracia representativa ; porque esta forma moderna del Estado, basada sobre
una supuesta voluntad legislativa del pueblo, supuestamente expresada por los
representantes populares en asambleas supuestamente populares, unifica en sí
las dos condiciones necesarias para la prosperidad de la economía capitalista:
centralización estatal y sometimiento efectivo del Soberano -el pueblo- a la
minoría que teóricamente le representa, pero que prácticamente le gobierna en
lo intelectual e invariablemente le explota.
El Estado moderno debe tener un
aparato militar centralizado. El Estado moderno, en su esencia y en sus metas, es
necesariamente un Estado militar, y un Estado militar se ve llevado por su
propia lógica a convertirse en un Estado conquistador. Si no conquista, será
conquistado por otros, y esto es cierto por el simple motivo de que donde hay
fuerza, debe manifestarse de algún modo. De aquí se deduce que el Estado
moderno debe ser invariablemente un Estado grande y poderoso; sólo bajo esta
condición indispensable puede preservarse a sí mismo.
La dinámica del Estado y la del
capitalismo son Idénticas. Lo mismo que la producción capitalista y la especulación
bancaria, que a la larga engulle tal producción, deben expandirse
incesantemente, bajo amenaza de quiebra, a expensas de las pequeñas empresas
financieras y productivas, convirtiéndose en empresas monopolísticas
universales y diseminadas por todo el orbe, también el Estado moderno y
forzosamente militar se ve empujado por un impulso irreprimible a convertirse
en un Estado universal. Pero un Estado universal, cosa desde luego
imposible, sólo puede existir sin iguales; la existencia de dos Estados semejantes
resulta absolutamente Imposible.
Monarquía y república. La hegemonía es sólo una
manifestación modesta, posible de acuerdo con las circunstancias, de este
impulso irrealizable inmanente a todo Estado y la primera condición de esta
hegemonía es la impotencia relativa y el sometimiento de todos los Estados
vecinos. En la hora actual, de la máxima gravedad en sus implicaciones, un
Estado fuerte sólo puede tener un fundamento la centralización militar y
burocrática. En este sentido, la diferencia esencial entre una monarquía y una
república democrática se reduce a lo siguiente: en una monarquía el mundo
burocrático oprime y explota al pueblo para mayor beneficio de las clases
poseedoras privilegiadas, y también para el suyo propio, y todo ello lo hace en
nombre del monarca; en una república, la misma burocracia hará exactamente lo
mismo, pero en nombre de la voluntad del pueblo. En una república el llamado
pueblo, el pueblo legal, supuestamente representado por el Estado, ahoga y
seguirá ahogando al pueblo efectivo y viviente. Pero poco mejor se sentirá el
pueblo si el palo con el que se le pega se llama El Palo del Pueblo.
Ningún Estado puede satisfacer las
aspiraciones del pueblo. Por democrático que pueda ser en su forma, ningún Estado
-ni siquiera la república política más roja, que es una república popular en el
mismo sentido que la falsedad definida como representación popular- puede
proporcionar al pueblo lo que necesita, es decir, la libre organización de sus
propios intereses de abajo arriba, sin interferencia, tutela o violencia de los
estratos superiores. Porque todo Estado, hasta el más republicano y democrático
-incluyendo el Estado supuestamente popular concebido por el señor Marx- es
esencialmente una máquina para gobernar a las masas desde arriba, a través de
una minoría inteligente y por tanto privilegiada, que supuestamente conoce los
verdaderos intereses del pueblo mejor que el propio pueblo.
El inmanente antagonismo hacia el
pueblo lleva a la
violencia. De este modo, incapaces de satisfacer las exigencias
del pueblo o de suprimir la pasión popular, las clases poseedoras y gobernantes
sólo tienen un medio a su disposición: la violencia estatal, en una palabra,
el Estado, porque el Estado implica violencia, un gobierno basado sobre una
violencia disfrazada o, en caso necesario, abierta y sin ceremonias.
El Estado, cualquier Estado -aunque esté vestido del
modo más liberal y democrático- se basa forzosamente sobre la dominación y la
violencia, es decir, sobre un despotismo que no por ser oculto resulta menos
peligroso.
Militarismo y libertad. Ya hemos dicho que la
sociedad no puede conservarse como Estado sin asumir el carácter de un Estado
conquistador. La misma competencia que en el campo económico aniquila y devora
el capital, las empresas industriales y las propiedades inmuebles pequeñas e
incluso medianas en favor del gran capital, las grandes fábricas y
establecimientos comerciales, actúa también en las vidas de los Estados y
conduce a la destrucción y absorción de los Estados medios y pequeños en
beneficio de los imperios. Por ello, todo Estado, si quiere disfrutar de una
verdadera independencia y no sólo de una independencia nominal sufriendo a sus
vecinos, debe convertirse inevitablemente en un Estado conquistador.
Pero ser un Estado conquistador significa verse en la
necesidad de someter a muchos millones de personas. Y esto requiere el
desarrollo de una enorme fuerza militar. Y donde prevalece la fuerza militar,
debe desaparecer la libertad, en especial la libertad y el bienestar del pueblo
trabajador.
La expansión del Estado conduce a un
incremento del abuso. Algunos creen que cuando el Estado se ha ampliado y su
población se dobla, triplica o multiplica por diez, va haciéndose más liberal,
y que sus instituciones, de su existencia y su acción gubernamental se harán
más populares en cuanto a su carácter y más en armonía con los instintos del
pueblo. Pero ¿sobre qué se basan esta esperanza y esta suposición? ¿Sobre la
teoría? Sin embargo, en el terreno teórico es bastante obvio que cuanto mayor
sea el Estado, cuanto más complejo sea su organismo y más ajeno se haga al
pueblo -inclinándose por ello más sus intereses en dirección opuesta a los
intereses de las masas del pueblo- mayor será la opresión Popular
y más lejos estará el gobierno de una genuina autonomía popular.
¿O es que las expectativas se basan
sobre la experiencia práctica de otros países? Para contestar a esta pregunta,
basta mencionar el ejemplo de Rusia, Austria, la Prusia expandida, Francia,
Inglaterra, Italia, e incluso los Estado Unidos de América, donde todo está
bajo el control administrativo de una clase especial y enteramente burguesa,
sometido al control de los llamados políticos o comerciantes en política,
mientras las grandes masas de trabajadores viven en condiciones que son tan
miserables y aterradoras como las dominantes en los Estados monárquicos.
El control social del poder estatal
como garantía necesaria para la
libertad. La sociedad moderna está tan convencida de esta verdad
-según la cual todo poder político, sea cual fuere su origen y su forma, tiende
necesariamente hacia el despotismo- que en cualquier país donde consigue
emanciparse en alguna medida del Estado se apresura a someter al gobierno aun
control lo mas severo posible, incluso cuando éste ha brotado de una revolución
y de elecciones populares. Sitúa la salvaguarda de la libertad en una
organización de control real y seria que se ejerce por la voluntad y la opinión
popular sobre los hombres investidos de autoridad pública. En todos los países
que disfrutan de gobiernos representativos, la libertad sólo puede ser efectiva
cuando este control es efectivo. Por el contrario, cuando tal control es
ficticio, la libertad del pueblo se convierte también en una pura ficción.
Los mejores hombres se corrompen fácilmente, sobre,
todo cuando el propio medio promueve la corrupción de los individuos por una
falta de control serio y oposición permanente.
La falta de oposición permanente y de control
continuo le convierte inevitablemente en un germen de depravación moral
para todos los individuos, que se encuentran investidos con algún poder social.
La participación en el gobierno como
fuente de corrupción. Muchas veces se ha establecido como verdad general que para
cualquiera, incluso para el hombre más liberal y popular, basta pasar a formar
parte de la maquinaria gubernamental para sufrir un cambio completo de aspecto
y actitud. Si esa persona no se ve frecuentemente fortalecida y revitalizada
por los contactos con la vida del pueblo si no se ve obligada a actuar
abiertamente en condiciones de plena publicidad; si no está sometida a un
régimen saludable e interrumpido de control y crítica popular destinado a
recordarle constantemente que no es el amo ni siquiera el guardián de las
masas, sino sólo su delegado o el funcionario elegido, sujeto siempre a
revocación; si no se encuentra ante tales condiciones, corre el peligro de
corromperse profundamente al tratar sólo con aristócratas como él, y corre
también el peligro de hacerse un estúpido vano y pretencioso, saturado
enteramente con el sentimiento de su ridícula importancia.
El sufragio universal como intento
de control popular; el ejemplo suizo. Sería fácil demostrar que en ninguna parte de Europa
hay un verdadero control por parte del pueblo. Pero nos limitaremos a Suiza, y
veremos cómo se está aplicando este control...