PioNTRODUCCIÓN A LA TERCERA EDICIÓN EN ESPAÑOL
El apoyo mutuo es la obra más representativa de la
personalidad intelectual de Kropotkin. En ella se encuentran expresados por
igual el hombre de ciencia y el pensador anarquista; el biólogo y el filósofo
social; él historiador y el ideólogo. Se trata de un ensayo enciclopédico, de
un género cuyos últimos cultores fueron positivistas y evolucionistas. Abarca
casi todas las ramas del saber humano, desde la zoología a la historia social,
desde la geografía a la sociología del arte, puestas al servicio de, una tesis
científico-filosófica que constituye, a su vez, una particular interpretación
del evolucionismo darwiniano.
Puede decirse que dicha tesis llega a ser el
fundamento de toda su filosofía social y política y de todas sus doctrinas e
interpretaciones de la realidad contemporánea Como gozne entre aquel fundamento
y estas doctrinas se encuentra una ética de la expansión vital.
Para comprender el sentido de la tesis básica de El
apoyo mutuo es necesario partir del evolucionismo darwiniano al cual se adhiere
Kropotkin, considerándolo la última palabra de la ciencia moderna.
Hasta el siglo XIX los naturalistas tenían casi por
axioma la idea de la fijeza e inmovilidad de las especies biológicas: Tot sunt
species quot a principio creavit infinitum ens. Aún en el siglo XIX, el más
célebre de los cultores de la historia natural, el hugonote Cuvier, seguía
impertérrito en su fijismo. Pero ya en 1809 Lamarck, en su Filosofíazoológica
defendía, con gran escándalo de la Iglesia y de la Academia, la tesis de que
las especies zoológicas se transforman, en respuesta a una tendencia inmanente,
de su naturaleza y adaptándose al medio circundante. Hay en cada animal un
impulso intrínseco (o "conato") que lo lleva a nuevas adaptaciones y
lo provee de nuevos órganos, que se agregan a su fondo genético y se transmiten
por herencia. A la idea del impuso intrínseco y la formación de nuevos órganos
exigidos por el medio ambiente se añade la de la transmisión hereditaria. Tales
ideas, a las que Cuvier oponía tres años más tarde, en su Discurso sobre las
revoluciones del globo, la teoría de las catástrofes geológicas y las sucesivas
creaciones[1], encontró
indirecto apoyo en los trabajos del geólogo inglés, Lyell, quién, en sus Principios
de geología demostró la falsedad del catastrofismo de Cuvier, probando que las
causas de la alteración de la superficie del planeta no son diferentes hoy que
en las pasadas eras[2].
Lamarck
desciende filosóficamente de la filosofía de la Ilustración, pero no ha
desechado del todo la
teleología. Para él hay en la naturaleza de los seres vivos
una tendencia continua a producir organismos cada vez más complejos[3].
Dicha tendencia actúa en respuesta a exigencias del medio y no sólo crea nuevos
caracteres somáticos sino que los transmite por herencia. Una voluntad
inconsciente y genérica impulsa, pues, el cambio según una ley general que
señala el tránsito de lo simple a lo complejo. Está ley servirá de base a la
filosofía sintética de Spencer. Pese a la importancia de la teoría de Lamarck
en la historia de la ciencia y aun de la filosofía, ella estaba limitada por
innegables deficiencias. Lamarck no aportó muchas pruebas a sus hipótesis;
partió de una química precientífica; no consideró la evolución sino como
proceso lineal. Darwin, en cambio, sé preocupó por acumular, sobre todo a
través de su viaje alrededor del mundo, en el Beagle un gran cúmulo de observaciones
zoológicas y botánicas; se puso al día con la química iniciada por Lavoisier
(aunque ignoró la genética fundada por Mendel) y tuvo de la evolución un
concepto más amplio y, complejo. Desechó toda clase de teleologismo y se basó,
en supuestos estrictamente mecanicistas. Sus notas revelan que tenía conciencia
de las aplicaciones materialistas de sus teorías biológicas. De hecho, no sólo
recibió la influencia de su abuelo Erasmus Darwin y la del geólogo Lyell sino
también las del economista Adam Smith, del demógrafo Malthus y del filósofo
Comte[4].
En 1859 publicó su Origen de las especies que logró pronto universal
celebridad; doce años más tarde sacó a la luz La descendencia del hombre[5].
Darwin acepta de Lamarck la idea de adaptación al medio, pero se niega a
admitir la de la fuerza inmanente que impulsa la evolución. Rechaza,
en consecuencia, toda posibilidad de cambios repentinos y sólo admite una serie
de cambios graduales y accidentales. Formula, en sustitución del principio
lamarckiano del impulso inmanente, la ley de la selección natural[6].
Partiendo de Malthus, observa que hay una reproducción excesiva de los
vivientes, que llevaría de por sí a que cada especie llenara toda la tierra. Si ello no
sucede es porque una gran parte de los individuos perecen. Ahora bien, la
desaparición de los mismos obedece a un proceso de selección. Dentro de cada
especie surgen innúmeras diferencias; sólo sobreviven aquellos individuos cuyos
caracteres diferenciales los hacen más aptos para adaptarse al medio. De tal
manera, la evolución aparece como un proceso mecánico, que hace superflua toda
teleología y toda idea de una dirección y de una meta. Esta ley básica de la
selección natural y la supervivencia del más- apto (que algunos filósofos
contemporáneos, como Popper, consideran mera tautología) comparte la idea de la
lucha por la vida (struggle for life)[7]. Ésta se
manifiesta principalmente entre los individuos de una misma especie, donde cada
uno lucha por el predominio y por el acceso a la reproducción (selección
sexual).
Herbert Spencer, quien, antes de Darwin, había
esbozado ya el plan de un vasto sistema de filosofía sintética, extendió la
idea de la evolución, por una parte, a la materia inorgánica (Primeros
Principios 1862, II Parte) y, por otra parte, a la sociedad y la cultura
(Principios de Sociología, 18761896). Para él, la lucha por la vida y la
supervivencia del más apto (expresión que usaba desde 1852), representan no
solamente, el mecanismo por el cual la vida se transforma y evoluciona sí no
también la única vía de todo progreso humano[8].
Sienta así las bases de lo que se llamará el darwinismo social, cuyos dos
hijos, el feroz capitalismo manchesteriano y el ignominioso racismo fuero tal
vez más lejos de lo que aquel pacífico burgués podía imaginar. Th. Huxley,
discípulo fiel de Darwin, publica, en febrero de 1888, en, la revista The Níneteenth
Century, un artículo que como su mismo título indica, es todo un manifiesto del
darwinismo social: The Struggle for life. A Programme[9].
Kropotkin queda conmovido por este trabajo, en el cual ve expuestas las ideas
sociales contra las que siempre había luchado, fundadas en las teorías
científicas a las que consideraba como culminación, del pensamiento biológico
contemporáneo. Reacciona contra él y, a partir de 1890, se propone refutarlo en
una serie de artículos, que van apareciendo también en The Nineteenth Century y
que más tarde amplía y complementa, al reunirlos en un volumen titulado El
apoyo mutuo. Un factor de la evolución.
Un camino para refutar a Huxley y al darwinismo
social hubiera sido seguir los pasos de Russell Wallace, quien pone el cerebro
del hombre, al margen de la
evolución. Hay que tener en cuenta que este ilustre sabio que
formuló su teoría de la evolución de las especies casi al mismo tiempo que
Darwin, al hacer un lugar aparte para la vida moral e intelectual del ser
humano, sostenía que desde el momento en que éste llegó a descubrir el fuego,
entró en el campo de la cultura y dejo de ser afectado por la selección natural[10].
De este modo Wallace se sustrajo, mucho más que Darwin o Spencer, al prejuicio
racial[11]. Pero
Kropotkin, firme en su materialismo, no podía seguir a Wallace, quien no dudaba
en postular la intervención de Dios para explicar las características del
cerebro y la superioridad moral e intelectual del hombre.
Por otra parte, como socialista y anarquista, no podía
en, modo alguno cohonestar las conclusiones de Huxley, en las que veía sin duda
un cómodo fundamento para la economía del irrestricto "laissez faire"
capitalista, para las teorías racistas de Gobineau (cuyo Ensayo sobre la
desigualdad de las razas humanas había sido publicados ya en 1855), para el
malthusianismo, para las elucubraciones falsamente individualistas de Stirner y
de Nietzsche.
Considera, pues, el manifiesto huxleyano como una
interpretación unilateral y, por tanto, falsa de la teoría darwinista del
"struggle for life" y le propone demostrar que, junto al principio de
la lucha (de cuya vigencia no duda), se debe tener en cuenta otro, más
importante que aquél para explicar la evolución de los animales y el progreso
del hombre. Este principio es el de la ayuda mutua entre los individuos de una
misma especie (y, a veces, también entre las de especies diferentes). El mismo
Darwin había admitido este principio. En el prólogo a la edición de 1920 de El
apoyo mutuo, escrito pocos meses antes de su muerte, Kropotkin manifiesta su
alegría por el hecho de que el mismo Spencer reconociera la importancia de
"la ayuda mutua y su significado en la lucha por la existencia”. Ni Darwin
ni Spencer le otorgaron nunca, sin embargo, el rango que le da Kropotkin al
ponerla al mismo nivel (cuando no por encima) de la lucha por la vida como
factor de evolución.
Tras un examen bastante minucioso de la conducta de
diferentes especies animales, desde los escarabajos sepultureros y los
cangrejos de las Molucas hasta los insectos sociales (hormigas, abejas etc.),
para lo cual aprovecha las investigaciones de Lubbock y Fabre; desde el
grifo-hálcón del Brasil hasta el frailecico y el aguzanieves desde cánidos,
roedores, angulados y rumiantes hasta elefantes, jabalíes, morsas y cetáceos;
Después de haber descripto particularmente los hábitos de los monos que son,
entre todos los animales 'los más próximos al hombre por su constitución y por
su inteligencia', concluye que en todos los niveles de la escala zoológica existe
vida social y que, a medida que se asciende en dicha escala, las colonias o
sociedades animales se tornan cada vez más conscientes, dejan de tener un mero
alcance fisiológico y de fundamentarse en el instinto, para llegar a ser, al
fin, racionales. En lugar de sostener, como Huxley, que la sociedad humana
nació de un pacto de no agresión, Kropotkin considera que ella existió desde
siempre y no fue creada por ningún contrato, sino que fue anterior inclusive a
la existencia de los individuos. El hombre, para él, no es lo que es sino por
su sociabilidad, es decir, por la fuerte tendencia al apoyo mutuo y a la
convivencia permanente. Se opone así al contractualismo, tanto en la versión
pesimista de Hobbes (honro homini lupus), que fundamenta el absolutismo monárquico,
cómo en la optimista de Rousseau, sobre la cual se considera basada' la
democracia liberal. Para Kropotkin igual que par Aristóteles, la sociedad es
tan connatural al hombre como el lenguaje. Nadie como el hombre merece el
apelativo de "animal social" (dsóon koinonikón).
Pero a Aristóteles se opone al no admitir la
equivalencia que éste establece entre "animal social" y "animal
político" (dsóon politikón). Según Kropotkin, la existencia del hombre
depende siempre de una coexistencia. El hombre existe para la sociedad tanto
como la sociedad para el hombre. Es claro, por eso que su simpatía por
Nietzsche no podía ser profunda. Considera al nietzscheanismo, tan de moda en
su época como en la nuestra, "uno de los individualismos espúreos".
Lo identifica en definitiva con el individualismo burgués, 'que sólo puede
existir bajo la condición de oprimir a las masas y del lacayismo, del
servilismo hacia la tradición, de la obliteración de la individualidad dentro
del propio opresor, como en seno de la masa oprimida[12]
. Aun a Guyau, ese Nietzsche francés cuya moral sin obligación ni sanción
encuentra tan cercana a la ética anarquista, le reprocha el no haber
comprendido que la expansión vital a la cual aspira es ante todo lucha por la
justicia y la Libertad del pueblo. Con mayor fuerza todavía se opone al
solipsismo moral y al egotismo trascendental de Stirner, que considera
"simplemente la vuelta disimulada a la actual educación del monopolio de unos
pocos" y el derecho al desarrollo "para las minorías
privilegiadas".
Sin dejar de reconocer, pues, que la idea de la lucha
por la vida, tal como la
propusieron Darwin y Wallace, resulta sumamente fecunda: en
cuanto hace posible abarcar una gran cantidad de hechos bajo un enunciado
general, insiste en que muchos darwinistas han restringido aquella idea a
límites excesivamente estrechos y tienden a interpretar el mundo de los
animales como un sangriento escenario de luchas ininterrumpidas entre seres
siempre hambrientos y ávidos de sangre. Gracias a ellos la literatura moderna
se ha llenado con el grito de 'vae victis" (¡ay de los vencidos!), grito
que consideran como la última palabra de la ciencia biológica. Elevaron la
lucha sin cuartel a la condición de principio y ley de la biología y pretenden
que a ella se subordine el ser humano. Mientras tanto, Marx consideraba que el
evolucionismo darwiniano, basado en la lucha por la vida, formaba parte de la
revolución social[13] y, al mismo
tiempo, los economistas manchesterianos lo tenían como excelente soporte
científico para su teoría de la libre competencia, en la cual la lucha de todos
contra todos (la ley de la selva) representa el único camino hacia, la prosperidad. Kropotkin
coincide con Marx y Engels en que el darwinismo dio un golpe de gracia a la teleología. Al
intento de aprovechar para los fines de la revolución social la idea darwinista
de la vida (interpretada como lucha de clases) le asigna relativa importancia.
Por otra parte, como Marx, ataca á Malthus, cuyo primer adversario de talla
había sido Godwin, el precursor de Proudhon y del anarquismo.
Pero la decidida oposición al malthusianismo, que
propicia la muerte masiva de los pobres por su inadaptación al medio, y la
lucha contra Huxley, que no encuentra otro factor de evolución fuera de la
perenne lucha sangrienta, no significan que Kropotkin se adhiera a una visión
idílica de la vida animal y humana ni que se libre, como muchas veces se ha dicho,
a un optimismo desenfrenado e ingenuo. Como naturalista y hombre de ciencia
está lejos de los rosados cuadros galantes y festivos del rococó, y no comparte
simple y llanamente la idea del bien salvaje de Rousseau. Pretende situarse en
un punto intermedio entre éste y Huxley. El error de Rousseau consiste en que
perdió de vista por completo la lucha sostenida con picos y garras, y Huxley es
culpable del error de carácter opuesto; pero ni el optimismo de Rousseau ni el
pesimismo de Huxley pueden ser aceptados como una interpretación desapasionada
y científica de la naturaleza.
El ilustre biólogo Ashley Montagu escribe a este
respecto: "Es error generalizado creer que Kropotkin se propuso demostrar
que es la ayuda mutua y no la selección natural o la competencia el principal o
único factor que actúa en el proceso evolutivo". En un libro de genética
publicado recientemente por una gran autoridad en la materia, leemos: "El
reconocer la importancia que tiene la cooperación y la ayuda mutua en la adaptación
no contradice de ninguna manera la teoría de la selección natural, según
interpretaron Kropotkin y otros". Los lectores de El apoyo mutuo pronto
percibirán hasta qué punto es injusto este comentario. Kropotkin no considera
que la ayuda mutua contradice la teoría de la selección natural. Una y otra vez
llama la atención sobre el hecho de que existe competencia en la lucha por la
vida (expresión que critica acertadamente con razones sin duda aceptables para
la mayor parte de los darwinistas modernos), una y otra vez destaca la
importancia de la teoría de la selección natural, que señala como la más
significativa del siglo XIX. Lo que encuentra inaceptable y contradictorio es
el extremismo representado por Huxley en su ensayo "Struggle for Existence
Manifesto", y así lo demuestra al calificarlo de "atroz" en sus
Memorias[14]. En efecto,
en Memorias de un revolucionario relata: "Cuando Huxley, queriendo luchar
contra el socialismo, publicó en 1888 en Nineteenth Century, su atroz articulo
"La lucha por la existencia es todo un programa", me decidí a
presentar en forma comprensible mis objeciones a su modo de entender la
referida lucha, lo mismo entre los animales que entre los hombres, materiales
que estuve acumulando durante seis años"[15].
El propósito no tuvo calurosa acogida entre los hombres de ciencia amigos, ya
que la interpretación de "la lucha por la vida como sinónimo de ¡ay de los
vencidos!", elevado al nivel de un imperativo de la naturaleza, se había
convertido casi en un dogma. Sólo dos personas apoyaron la rebeldía de
Kropotkin contra el dogma y la "atroz" interpretación huxleyana:
James Knowles, director de la revista Nineteenth
Century H.W. Bates, conocido autor de Un naturalista en el
río Amazonas. Por lo demás, la tesis que pretendía defender, contra Huxley,
había sido va propuesta por el geólogo ruso Kessler, aunque éste a penas había
aducido alguna prueba en favor de la misma. Eliseo Reclus,
con su autoridad de sabio, dará su abierta adhesión a dicha tesis y defenderá
los mismos puntos de vista que Kropotkin[16].
De la gran masa de datos zoológicos que ha reunido
infiere, pues, que aunque es cierta la lucha entre especies diferentes y entre
grupos de una misma especie, en términos generales debe decirse que la pacífica
convivencia y el apoyo mutuo reinan dentro del grupo y de la especie, y, más
aún, que aquellas especies en las cuales más desarrollada está la solidaridad y
la ayuda recíproca entre los individuos tiene mayores posibilidades de
supervivencia y evolución.
El principio del apoyo mutuo no constituye, por
tanto, para Kropotkin, un ideal ético ni tampoco una mera anomalía que rompe las
rígidas exigencias de la lucha por la vida, sino un hecho científicamente
comprobado como factor de la evolución, paralelo y contrario al otro factor, el
famoso "struggle for life". Es claro que el principio podría
interpretarse como pura exigencia moral del espíritu humano, como imperativo
categórico o como postulado o fundacional de la sociedad y de la cultura. Pero en ese
caso habría que adoptar una posición idealista o, por lo menos, renunciar al
materialismo mecanicista y, al naturalismo anti-teológico que Kropotkin ha
aceptado. Si tanto se esfuerza por demostrar que el apoyo mutuo es un factor
biológico, es porque sólo así quedan igualmente satisfechas y armonizadas sus
ideas filosóficas y sus ideas socio-políticas en una única "Weitanschaung",
acorde, por lo demás, con el espíritu de la época.
La concepción huxleyana de la lucha por la vida,
aplicada a la historia y la sociedad humana, tiene una expresión anticipada en
Hobbes, que presenta el estado primitivo de la humanidad como lucha perpetua de
todos contra todos. Esta teoría, que muchos darwinistas como Huxley aceptan
complacidos, se funda, según Kropotkin, en supuestos que la moderna etnología
desmiente, pues imagina a los hombres primitivos unidos sólo en familias
nómadas y temporales. Invoca, a este respecto, lo mismo que Engels, el
testimonio de Morgan y Bachofen. La familia no aparece así tomo forma primitiva
y originaria de convivencia sino como producto más bien tardío de la evolución
social. Según Kropotkin, la antropología nos inclina a pensar que en sus
orígenes el hombre vivía en grandes grupos o rebaños, similares a los que
constituyen hoy muchos mamíferos superiores. Siguiendo al propio Darwin,
advierte que no fueron monos solitarios, como el orangután y el gorila, los que
originaron los primeros homínidos o antropoides, sino, al contrario, monos
menos fuertes pero más sociables, como él chimpancé. La información
antropológica y prehistórica, obtenida al parecer en el Museo Británico, es
abundante y está muy actualizada para el momento. Con ella cree Kropotkin
demostrar ampliamente su tesis. El hombre prehistórico vivía en sociedad: las
cuevas de los valles de Dordogne, por ejemplo, fueron habitadas durante el
paleolítico y en ellas se han encontrado numerosos instrumentos de sílice. Durante
el neolítico, según se infiere de los restos palafíticos de Suiza, los hombres
vivían y laboraban en común y al parecer en paz. También estudia, valiéndose de
relatos de viajeros y estudios etnográficos, las tribus primitivas que aun
habitan fuera de Europa (bosquimanos, australianos, esquimales, hotentotes,
papúes etc.), en todas las cuales encuentra abundantes pruebas de altruismo y
espíritu comunitario entre los miembros del clan y de la tribu. Adelantándose
en cierta manera a estudios etnográficos posteriores, intenta desmitologizar la
antropofagia, el infanticidio y otras prácticas semejantes (que antropólogos y
misioneros de la época utilizaban sin duda para justificar la opresión
colonial). Pone de relieve, por el contrario, la abnegación de los individuos
en pro de la comunidad, el débil o inexistente sentido de la propiedad privada,
la actitud más pacífica de lo que se suele suponer, la falta de gobierno. En
este, punto, Kropotkin es evidentemente un precursor de la actual antropología
política de Clastres[17]. Aunque
considera inaceptable tanto la visión rousseauniana del hombre primitivo cual
modelo de inocencia y de virtud, como la de Huxley y muchos antropólogos del siglo XIX,
que lo consideran una bestia sanguinaria y feroz, cree que esta segunda visión
es más falsa y anticientífica que la primera. En su lucha por la vida - dice
Kropotkin- el hombre primitivo llegó a identificar su propia existencia con la
de la tribu, y sin tal identificación jamás hubiera negado la humanidad al
nivel en que hoy se halla. Si los pueblos "bárbaros" parecen
caracterizarse por su incesante actividad bélica, ello se debe, en buena parte,
según nuestro autor, al hecho de que los cronistas e historiadores, los documentos
y los poemas épicos, sólo consideran dignas de mención las hazañas guerreras y
pasan casi siempre por alto las proezas del trabajo, de la convivencia y de la
paz.
Gran importancia concede a la comuna aldeana,
institución universal y célula de toda sociedad futura, que existió en todos
los pueblos y sobrevive aun hoy en algunos. En lugar de ver en ella, como hacen
no pocos historiadores, un resultado de la servidumbre, la entiende como
organización previa y hasta contraria a la misma. En ella no sólo se garantizaban a cada
campesino los frutos de la tierra común sino también la defensa de la vida y el
solidario apoyo en todas las necesidades de la vida. Enuncia una
especie de ley sociológica al decir que, cuanto más íntegra se conserva la
obsesión comunal, tanto más nobles y suaves son las costumbres de los pueblos.
De hecho, las normas morales de los bárbaros eran muy elevadas y el derecho
penal relativamente humano frente a la crueldad del derecho romano o bizantino.
Las aldeas fortificadas, se convirtieron desde
comienzos del Medioevo en ciudades, que llegaron a ser políticamente análogas a
las de la antigua
Grecia. Sus habitantes, con unanimidad que hoy parece casi
inexplicable, sacudieron por doquier el yugo de los señores y se rebelaron
contra el dominio feudal. De tal modo, la ciudad libre medieval, surgida de la
comuna bárbara (y no del municipio romano, como sostiene Savigny), llega a ser,
para Kropotkin, la expresión tal vez más perfecta de una sociedad humana, basada
en el libre acuerdo y en el apoyo mutuo. Kropotkin sostiene, a partir de aquí,
una interpretación de la
Edad Medía que contrasta con la historiografía de la
Ilustración y también, en gran parte, con la historiografía liberal, y
Marxista. Inclusive algunos escritores anarquistas, como Max Nettlau, la
consideran excesivamente laudatoria e idealizada[18].
Sin embargo, dicha interpretación supone en el Medioevo un claro dualismo por
una parte, el lado oscuro, representado por la estructura vertical del
feudalismo (cuyo vértice ocupan el emperador y el papa); por otra, el lado
claro y luminoso, encarnado en la estructura horizontal de las ligas de
ciudades libres (prácticamente ajenas a toda autoridad política). Grave error
de perspectiva sería, pues, equiparar está reivindicación de la edad Media, no digamos
ya con la que intentaron ultramontonos como De Maistre o Donoso Cortés sino
inclusive con la que propusieron Augusto Comte y algunos otros positivistas[19].
Para Kropotkin, la ciudad libre medieval es como una
preciosa tela, cuya urdimbre está constituida por los hilos de gremios y
guiadas. El mundo libre del Medioevo es, a su vez, una tela más vasta (que
cubre toda Europa, desde Escocia a Sicilia y desde Portugal a Noruega), formada
por ciudades libremente federadas y unidas entre sí por pactos de solidaridad
análogos a los que unen a los individuos en gremios y guiadas en la ciudad. No le hasta, sin
embargo, explicar así la estructura del medioevo libertario. Juzga
indispensable explicar también su génesis. Y, al hacerlo, subraya con fuerza
esencial la lucha contra el feudalismo, de tal modo que, si tal lucha basta
para dar razón del nacimiento de gremios, guiadas, ciudades libres y ligas de
ciudades, la culminación de la misma explica su apogeo, y la decadencia
posterior su derrota y absorción por el nuevo Estado absolutista de la época
moderna. Las guiadas satisfacían las necesidades sociales mediante la
cooperación, sin dejar de respetar por eso las libertades individuales. Los
gremios organizaban el trabajo también sobre la base de la cooperación y con la
finalidad de satisfacer las necesidades materiales, sin preocuparse,
fundamentalmente par el lucro. Las ciudades, liberadas del yugo feudal estaban
regidas en la mayoría de los casos por una asamblea popular. Gremios y guildas
tenían, a su vez, una constitución más igualitaria de lo que se suele suponer.
la diferencia entre maestro y aprendiz menos en un comienzo una diferencia de
edad más que de poder o riqueza, y no existía el régimen del salariado. Sólo en
la baja Edad Media,
cuando las ciudades libres, comenzaron a decaer por influencia de una monarquía
en proceso, de unificación y de absolutización del poder, el cargo de maestro
de un gremio empezó, a ser hereditario y el trabajo de los artesanos comenzó a
ser alquilado a patronos particulares Aun entonces, el salario que percibían
era muy superior al de los obreros industriales del siglo XIX, se realizaba en
mejores condiciones y en jornadas más cortas (que, en Inglaterra no sumaban más
de 48 horas por semana)[20]. Con esta
sociedad de trabajadores libres solidarios se asociaba necesariamente, según
Kropotkin, el arte grandioso de las catedrales, obra, comunitaria para el
disfrute de la
comunidad. La pintura no la ejecutaba un genio solitario para
ser después guardada en los salones de un duque ni los poetas componían sus
versos para que los leyera en su alcoba la querida del rey. Pintura y poesía,
arquitectura a y música surgían del pueblo y eran, por eso, muchas veces,
anónimas; su finalidad era también el goce colectivo y la elevación espiritual
del pueblo. Aun en la filosofía medieval ve Kropotkin un poderoso esfuerzo
"racionalista", no desconectado con el espíritu de las ciudades
libres. Esto, aunque resulte extraño para muchos, parece coherente con toda la
argumentación anterior: ¿Acaso la universidad, creación esencialmente medieval,
no era en sus orígenes un gremio (universitas magistrorum et scolarium), igual
que los demás?[21]
La resurrección del derecho romano y la tendencia a
constituir Estados centralizados y unitarios, regidos por monarcas absolutos,
caracterizó el comienzo de la época moderna. Esto puso fin no sólo al
feudalismo (con la domesticación de los aristócratas, transformados en
cortesanos) sino también en las ciudades libres (convertidas en partes
integrantes de un calado unitario). Los Ubres ciudadanos se convierten en
leales súbditos burgueses del rey. No por eso desaparece el impulso connatural
hacia la ayuda mutua y hacia la libertad, que se manifiesta en la prédica
comunista y libertaria de muchos herejes (husitas, anabaptistas etc.). Y aunque
es verdad que la edad moderna comparte un crecimiento maligno del Estado que
corno cáncer devora las instituciones sociales libres, y promueve un
individualismo malsano (concomitante o secuela del régimen capitalista), aquel
impulso no ha muerto. Se manifiesta durante el siglo XIX, en las uniones
obreras, que prolongan el espíritu de gremios y guiadas en el contexto de la
lucha obrera contra la explotación capitalista. En Inglaterra, por ejemplo,
donde Kropotkin vivía, la derogación de las leyes contra tales uniones
(Combinatioms Laws), en 1825, produjo una proliferación de asociaciones
gremiales y federaciones que Owen, gran promotor del socialismo en aquel país,
logró federar dentro de la
"Gran Unión Consolidada Nacional". Pese a las
continuas trabas impuestas par el gobierno de la clase propietaria, los
sindicatos (trade unions) siguieron creciendo en Inglaterra. Lo mismo sucedió
en Francia y en los demás países europeos y americanos, aunque a veces las
persecuciones los obligaran a una actividad clandestina subterránea. Kropotkin
ve así la lucha obrera de los sindicatos y en el socialismo la más
significativa (aunque no la única) manifestación de la ayuda mutua y de la
solidaridad en los días en que le tocó vivir. El movimiento obrero se
caracteriza, por él, por la abnegación, el espíritu de sacrificio y el heroísmo
de sus militantes. Al sostener esto, no está sin duda exagerando nada, en una
época en que sindicatos estaban lejos de la burocratización y la mediatización
estatal que hoy los caracteriza en casi todas partes, aun cuando la
Internacional había sido ya disuelta gracias a las maquinaciones
burocratizantes de Carlos Marx y sus amigos alemanes. Algunos sociólogos
burgueses, que hacen gala de un "realismo" verdaderamente irreal, se
han burlado del "ingenuo optimismo" de Kropotkin y, en nombre del
evolucionismo darwiniano, han pretendido negarle sólidos fundamentos
científicos. Esto no obstante, su ingente esfuerzo por hallar una base
biológica para el comunismo libertario, no puede ser tenida hoy como
enteramente descaminada. Es verdad que, como dice el ilustre zoólogo
Dobzhansky, fue poco crítico en algunas de las pruebas que adujo en apoyo de
sus opiniones. Pero de acuerdo con el mismo autor, una versión modernizada de
su tesis, tal como la presentada por Ashley Montagu, resulta más bien
compatible que contradictoria con la moderna teoría de la selección natural.
Para Dobzhansky, uno de los autores de la teoría sintética de la evolución,
elaborada entre 1936 y 1947 como fruto de las observaciones experimentales
sobre la variabilidad de las poblaciones y la teoría cromosómica de la herencia[22],
la aseveración de que en la naturaleza cada individuo no tiene más opción que
la de comer o ser comido resulta tan poco fundada como la idea de que en ella
todo es dulzura y paz. Hace notar que los ecólogos atribuyen cada vez mayor
importancia a las comunidades de la misma especie y que la especie no podría
sobrevivir sin cierto grado de cooperación y ayuda mutua[23].
Los trabajos de C.H. Waddington, como Ciencia y ética, por ejemplo, van todavía
más allá en su aproximación a las ideas de Kropotkin sobre el apoyo mutuo. Un
etólogo de la escuela de Lorenz Irenaeus Eibl-Eibesfeldt, sin adherirse por
completo a las conclusiones de El apoyo mutuo, reconoce que, en lo referente al
altruismo y la agresividad, ellas están más próximas a la verdad científica que
las de sus adversarios. Para Eibl-Eibesfeld, los impulsos agresivos están
compensados, en el hombre, por tendencias no menos arraigadas a la ayuda mutua[24].
Pese a los años transcurridos, que no son pocos si se tiene en cuenta la
aceleración creciente de los descubrimientos de la ciencia, la obra con que
Kropotkin intentó brindar una base biológica al comunismo libertario, no carece
hoy de valor científico. Además de ser un magnífico exponente de la soñada
alianza entre ciencia y revolución, constituye una interpretación equilibrada y
básicamente aceptable de la evolución biológica y social. El ya citado Ashley
Montagu escribe: "Hoy en, día El Apoyo Mutuo es la más famosa de las
muchas obras escritas por Kropotkin; en rigor, es ya un clásico. El punto de
vista que representa se ha ido abriendo camino lenta pero firmemente, y
seguramente pronto entrará a formar parte de los cánones aceptados de la
biología evolutiva"[25].
Angel J. Cappelletti
PRÓLOGO AL "APOYO MUTUO", DE P. KROPOTKIN, EN LA EDICIÓN NORTEAMERICANA
El "Apoyo Mutuo", de Kropotkin, es uno de
los grandes libros del mundo. Un hecho que evidencia tal afirmación es el que
está siendo continuamente reeditado y que también constantemente se encuentra
agotado. Es un libro que siempre ha sido difícil de conseguir, incluso en
bibliotecas, pues parece estar en demanda perenne.
Cuando Kropotkin decidió marchar a Siberia, en julio
de 1862, la geografía, zoología, botánica y antropología de esta región era
escasamente conocida. Allí, su trabajo de investigación en este tema fue
sobresaliente. Las publicaciones resultantes de sus observaciones
meteorológicas y geográficas fueron publicadas por la Sociedad Geográfica Rusa,
y por este trabajo Kropotkin recibió una de sus medallas de oro. La teoría
kropotkíniana sobre el desarrollo de la estructura geográfica de Asia
represento una de las grandes generalizaciones de la geografía científica, y es
suficiente como para 'darle un lugar permanente en la historia de esta ciencia.
Kropotkin mantuvo a lo largo de toda su vida un interés activo por esta
ciencia, y, además de muchas conferencias sobre el tema y artículos en revistas
científicas y publicaciones de carácter general, escribió artículos
geográficos- en la
Geografía Universal de Reclus, en la Enciclopedia Chambers
y en la
Enciclopedia Británica.
El trabajo de Kropotkin en zoología fue
principalmente el de un naturalista de campo. De 1862 a 1866, en que marchó
de Siberia, Kropotkin aprovechó 'al máximo las oportunidades que tuvo para
estudiar la vida de la
naturaleza. Bajo la influencia del "Origen de las
especies", de Darwin (1859), Kropotkin, como nos dice en el primer párrafo
del presente libro, buscó atentamente "esa amarga lucha por la
subsistencia entre animales de la misma especie" que era considerada por
la mayoría de los Darwinistas (aunque no siempre por Darwin mismo) como la
característica dominante de la lucha por la vida y el principal factor de
evolución.
Lo que Kropotkin vio con sus propios ojos, sobre el
terreno, le motivó a desarrollar ciertas dudas graves en lo que concierne a la
teoría de Darwin, dudas que no llegarían, sin embargo, a encontrar expresión
plena hasta que T. H. Huxley, en su famoso "Manifiesto de la lucha por la
existencia", (titulado "La lucha por la existencia: un
programa") le dio ocasión para ello.
Otro gran cambio operado en Kropotkin por su
experiencia siberiana fue su toma de conciencia de la "absoluta
imposibilidad de hacer nada realmente útil a la masa del pueblo por medio de la
maquinaria administrativa". "De este engaño -escribe en sus
"Memorias"- me desprendí para siempre... perdí en Siberia toda clase
de fe en la disciplina estatal que antes hubiera tenido. Estaba preparado para
convertirme en un anarquista". Y en un anarquista se convirtió, y
permaneció siéndolo toda su vida.
Viviendo, como hizo, entre los nativos de Siberia, a
lo largo de las riberas del Amur, Kropotkin descubrió, impresionado, el papel
que las masas desconocidas juegan en el desarrollo y realización de todos los
acontecimientos históricos. "Desde los diecinueve a los veinticinco años,
escribe, tuve que proyectar importantes planes de reforma, tratar con cientos
de hombres en el Amur, preparar y llevar a cabo arriesgadas expediciones con
medios ridículamente pequeños, etc.; y si todas estas cosas terminaron con más
o menos éxito yo lo achaco solamente al hecho de que pronto comprendí que, en
el trabajo serio, el mando y la disciplina son de poco provecho. Se requieren
en todas partes hombres de iniciativa; pero una vez que el impulso ha sido
dado, la empresa debe ser conducida, especialmente en Rusia, no al modo
militar, sino en una especie de manera comunal, por medio del entendimiento
común. Yo desearía que todos los creadores de planes de disciplina estatal
pudieran pasar por la escuela de la vida real antes de que empezaran a
proyectar sus utopías estatales. Entonces escucharíamos muchos menos esfuerzos
de organización militar y piramidal de la sociedad que en la actualidad.
Este pasaje es clave para la comprensión de Kropotkin
como filósofo anarquista. Para él el anarquismo era una parte de la filosofía
que debía ser tratada por los mismos métodos que las ciencias naturales. Él
veía el anarquismo como el medio por el cual podía ser establecida la justicia
(esto es, igualdad y reciprocidad), en todas las relaciones humanas, en todo el
orbe de la humanidad.
Aunque el "Apoyo mutuo" ha tenido
innumerables admiradores y ha influido en el pensamiento y la conducta de
muchas personas, también ha sufrido alguna falta de comprensión por parte de
aquellos que conocen el libro de segunda o tercera mano, o que habiéndole leído
en su juventud no tienen más que un vago recuerdo de su carácter,
Un error muy extendido es que Kropotkin pretendió
mostrar que la ayuda mutua y no la selección o competición natural, es el
principal o el único factor implicado en el proceso evolutivo. En un reciente
libro sobre genética de un gran maestro en el tema se afirma, que "el
reconocimiento de la importancia adaptable de la cooperación y el socorro mutuo
no contradice, de ningún modo, la teoría de la selección natural, como fue
forzado a pensar por Kropotkin y otros". Los lectores de "El apoyo
mutuo" percibirán pronto lo injusto de este comentario. Kropotkin no
consideró que la ayuda mutua contradijera la teoría de la selección natural.
Una y otra vez llama la atención del lector sobre el hecho de la competición en
la lucha por la existencia (frase que muy correctamente critica en términos que
ciertamente serían aceptables para la mayoría de los darwinistas modernos); una
y otra vez subraya la importancia de la teoría de, la selección natural como la
más significativa generalización del siglo XIX. Lo que Kropotkin encontró
inaceptable y contradictorio era el extremismo evolucionista representado por
Huxley en su "Manifiesto de la lucha por la existencia". Ello le iba
a la filosofía de la época, el laissez-faire, como anillo al dedo. A Kropotkin
no le gustaban sus implicaciones, ni políticas ni en cuanto al evolucionismo.
Habiendo ya dedicado durante varios años mucha reflexión a estas materias,
Kropotkin decidió contestara Huxley con amplitud.
Hoy "El apoyo mutuo" es el más famoso de
los muchos libros de Kropotkin. Es un clásico. El punto de vista que representa
se ha abierto camino lenta, pero firmemente, y, en verdad, poco lejos estamos
del momento en que se convierta en parte del canon generalmente aceptado de la
biología evolucionista.
A la luz de la investigación científica, en los
muchos campos que toca "El apoyo mutuo" desde su publicación, los
datos de Kropotkin y la discusión que basa en ellos se mantienen notablemente
en pie. Los trabajos de ecólogos como Allen y sus alumnos, de Wheeler, Emerson
y otros, de antropólogos, demasiado numerosos como para nombrarlos, sobre
pueblos primitivos y sin literatura, y de naturalistas, han servido
abundantemente cada uno en su campo para confirmar las principales tesis de
Kropotkin. Nuevos datos pueden llegar a ser obtenidos, pero ya podemos ver con
seguridad que todos ellos servirán mayormente para apoyar la conclusión de
Kropotkin de que "en el progreso ético del hombre, el apoyo mutuo - y no
la lucha mutua- ha constituido la parte determinantes. En su amplia extensión,
incluso en los tiempos actuales, vemos también la mejor garantía de una
evolución aún más sublime de nuestra raza.
Asmley Montagu
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN RUSA
Mientras preparaba la impresión de esta edición rusa
de mi libro -la primera que ha sido traducida del libro Mutual aid: a Factor of
Evolution, y no de los artículos publicados en la revista inglesa- he
aprovechado para revisar cuidadosamente todo el texto, corregir pequeños
errores y completar los apéndices basándome en algunas obras nuevas, en parte
respecto a la ayuda mutua entre los animales (apéndice III, VI y VIII), y en parte
respecto a la propiedad comunal en Suiza e Inglaterra (apéndices XVI y XVII).
P. K.
PRÓLOGO
Mis investigaciones sobre la ayuda mutua entre los
animales y entre los hombres se imprimieron por vez primera en la revista
inglesa Nineteenth Century. Los dos primeros capítulos sobre la: sociabilidad
en los animales y sobre la fuerza adquirida por las especies sociables en la
lucha por la existencia, eran respuesta al artículo desconocido fisiólogo y
darwinista Huxley, aparecido en Nineteenth Century en febrero de 1888 -"La
lucha por la existencia: un programas en donde se pintaba la vida de los animales
como una lucha desesperada de uno contra todos. Después de la: aparición de mis
dos artículos, donde refuté esa opinión, el editor de la revista, James
Knowies, expresando mucha simpatía hacia mi trabajo, y rogándome que lo
continuara, observó: "Es indudable que usted ha demostrado su posición en
cuanto a los animales, pero ¿cuál es su posición con respecto al hombre
primitivo?"
Esta observación me alegró mucho, puesto que,
indudablemente, reflejaba no sólo la opinión de Knowles, sino también la de Herbert Spencer,
con el cual Knowles se veía a menudo en Brighton, donde ambos vivían muy
próximos El reconocimiento por Spencer de la ayuda mutua Y su significado en la
lucha por la existencia era muy importante. En cuanto a sus opiniones sobre el
hombre primitivo, era sabido que estaban formadas sobre la base de las
deducciones falsas acerca de los salvajes, hechas por los misioneros y los
viajeros ocasionales del siglo dieciocho y principios del diecinueve. Estos
datos fueron reunidos para Spencer por tres de sus colaboradores, y publicados
por ellos mismos bajo el título de Datos de la Sociología, en ocho grandes
tomos; fundado en éstos escribió él su obra Bases de la Sociología.
Sobre la cuestión del hombre respondí también en dos
artículos, donde, después de un estudio cuidadoso de la rica literatura moderna
sobre las complejas instituciones de la vida tribal, que no podían analizar los
primeros viajeros y misioneros, describí estas instituciones entre los salvajes
y los llamados "bárbaros". Esta obra, y especialmente el conocimiento
de la Comuna rural a principios de la Edad Media, que desempeñó un enorme papel en el
desarrollo de la civilización que renacía nuevamente, me condujeron al estudio
de la etapa siguiente, aún más importante, del desarrollo de Europa - de la
ciudad medieval libre y sus guiadas de artesanos -. Señalando luego el papel
corruptor del Estado militar que destruyó el libre desarrollo de las ciudades
libres, sus artes, oficios, ciencias y comercio, mostré, en el último artículo,
que a pesar de la descomposición de las federaciones y uniones libres por la
centralización estatal, estas federaciones y uniones comienzan a desarrollarse
ahora cada vez más, y a apoderarse de nuevos dominios. La ayuda mutua en la
sociedad moderna constituyó, de tal modo, el último artículo de mi obra sobre
la ayuda mutua.
Al editar estos artículos en libro, introduce al unos
agregados esenciales, especialmente acerca de la relación de mis opiniones con
respecto a la lucha darwiniana por la existencia; y en los apéndices cité
algunos hechos nuevos y analicé algunas cuestiones que, a causa de su brevedad,
hube de omitir en los artículos de la revista.
Ninguna de las ediciones en lenguas europeas
occidentales, y tampoco las escandinavas y polacas fueron hechas, naturalmente,
de los artículos, sino del libro, y es por ello que contenían los agregados
hechos en el texto y los apéndices. De las traducciones rusas sólo una,
aparecida en 1907, en la Editorial Conocimientos (Znania) era completa;
además, introduje, fundado en nuevas obras, varios apéndices nuevos, parte
sobre la ayuda mutua entre los animales y parte sobre la propiedad comunal de
la tierra en Inglaterra y Suiza. Las otras ediciones rusas fueron hechas de los
artículos de la revista inglesa, y no del libro, y por ello no tienen los
agregados hechos por mí en el texto, o bien han omitido los apéndices. La
edición que se ofrece ahora contiene completos todos los agregados y apéndices,
y he revisado nuevamente todo el texto y la traducción.
P. K.
Dmitrof, marzo 1920.
INTRODUCCIÓN
Dos rasgos característicos de la vida animal de la Siberia Oriental
y del Norte de Manchuria llamaron poderosamente mi atención durante los viajes
que, en mi juventud, realicé por esas regiones del Asia Oriental.
Me llamó la atención, por una parte, la
extraordinaria dureza de la lucha por la existencia que deben sostener la
mayoría de las especies animales contra la naturaleza inclemente, así como la
extinción de grandes cantidades de individuos, que ocurría periódicamente, en
virtud de causas naturales, debido a lo cual se producía extraordinaria pobreza
de vida y despoblación en la superficie de los vastos territorios donde
realizaba yo mis investigaciones.
La otra particularidad era que, aun en aquellos pocos
puntos aislados en donde la vida animal aparecía en abundancia, no encontré, a
pesar de haber buscado empeñosamente sus rastros, aquella lucha cruel por los
medios de subsistencia entre los animales pertenecientes a una misma especie
que la mayoría de los darwinistas (aunque no siempre el mismo Darwin)
consideraban como el rasgo predominante y característica de la lucha por la
vida, y como la principal fuerza activa del desarrollo gradual en el mundo de
los animales.
Las terribles tormentas de nieve que azotan la región
norte de Asia al final del invierno, y la congelación que a menudo sucede a la
tormenta; las heladas, las nevadas que se repiten todos los años en la primera
quincena de mayo cuando los árboles están en plena floración y la vida de los
insectos en su apogeo; las ligeras heladas tempranas y, a veces, las nevadas
abundantes que caen ya en julio y en agosto, aun en las regiones de los prados
de la Siberia
Occidental, aniquilando, repentinamente, no sólo miríadas de
insectos, sino también la segunda nidada de las aves; las lluvias torrenciales,
debidas a los monzones, que caen en agosto en las regiones templadas del Amur y
del Usuri, y se prolongan semanas enteras y producen inundaciones en las
tierras bajas del Amur y del Sungari en proporciones tan grandes como sólo se
conoce en América y Asia Oriental, y, en los altiplanos, grandísimas
extensiones se transforman en pantanos comparables, por sus dimensiones, con
Estados europeos enteros, y, por último, las abundantes nevadas que caen a veces
a principios de octubre, debido a las cuales un vasto territorio, igual por su
extensión a Francia o Alemania, se hace completamente inhabitable para los
rumiantes que perecen, entonces, por millares; éstas son las condiciones en que
se sostiene la lucha por la vida en el reino animal del Asia Septentrional.
Estas difíciles condiciones de la vida animal ya
entonces atrajeron mi atención hacia la extraordinaria importancia, en la
naturaleza, de aquellas series de fenómenos que Darwin llama "limitaciones
naturales a la multiplicación" en comparación con la lucha por los medios
de subsistencia. Esta última, naturalmente, se produce no sólo entre las
diferentes especies, sino también entre los individuos de la misma especie,
pero jamás alcanza la importancia de los obstáculos naturales a la multiplicación. La
escasez de la población, no el exceso, es el rasgo característico de aquella
inmensa extensión del globo que llamamos Asia Septentrional.
Por consiguiente, ya desde entonces comencé a abrigar
serias dudas, que más tarde no hicieron sino confirmarse, respecto a esa
terrible y supuesta lucha por el alimento y la vida dentro de los límites de
una misma especie, que constituye un verdadero credo para la mayoría de los
darwinistas. Exactamente del mismo modo comencé a dudar respecto a la
influencia dominante que ejerce esta clase de lucha, según las suposiciones de
los darwinistas, en el desarrollo de las nuevas especies.
Además, dondequiera que alcanzaba a ver la vida
animal abundante y bullente como, por ejemplo, en los lagos, donde, en
primavera decenas de especies de aves y millones de individuos se reúnen para
empollar sus crías o en las populosas colonias de roedores, o bien durante la
migración de las aves que se producía, entonces, en proporciones puramente
"americanas" a lo largo del valle del Usuri, o durante una enorme
emigración de gamos que tuve oportunidad de ver en el Amur, en que decenas de
millares de estos inteligentes animales huían en grandes tropeles de un
territorio inmenso, buscando salvarse de las abundantes nieves caídas, y se
reunían en grandes rebaños para atravesar el Amur en el punto más estrecho, en
el Pequeño Jingan; en todas estas escenas de la vida animal que se desarrollaba
ante mis ojos, veía yo la ayuda y el apoyo mutuo llevado a tales proporciones
que involuntariamente me hizo pensar, en la enorme importancia que debe tener
en la economía de la naturaleza, para el mantenimiento de la existencia de cada
especie, su conservación y su desarrollo futuro.
Por último, tuve oportunidad de observar entre el
ganado cornúpeta semisalvaje y entre los caballos en la Transbaikalia, y en
todas partes entre las ardillas y los animales salvajes en general, que cuando
los animales tedian que luchar contra la escasez de alimento debida a una de
las causas ya indicadas, entonces todo la parte de la especie a quien afectaba
esta calamidad salía de la prueba experimentada con una pérdida de energía y
salud tan grande que ninguna evolución progresista de las especies podía
basarse en semejantes períodos de lucha aguda.
Debido a las razones ya expuestas, cuando más tarde
las relaciones entre el darwinismo y la sociología atrajeron mi atención, no
pude estar de acuerdo con ninguno de los numerosos trabajos que juzgaban de un
modo u otro una cuestión extremadamente importante. Todos ellos trataban de
demostrar que el hombre, gracias a su inteligencia superior y a sus
conocimientos puede suavizar la dureza de la lucha por la vida entre los
hombres pero al mismo tiempo, todos ellos reconocían que la lucha por los
medios de subsistencia de cada animal contra todos sus congéneres, y de cada
hombre contra todos los hombres, es una "ley natural". Sin embargo,
no podía estar de acuerdo con este punto de vista, puesto que me había
convencido antes de que, reconocer la despiadada lucha interior por la
existencia en los límites de cada especie, y considerar tal guerra como una
condición de progreso, significaría aceptar algo que no sólo no ha sido
demostrado aún, sino que de ningún modo es confirmado por la observación
directa.
Por otra parte, habiendo llegado a mi conocimiento la
conferencia "Sobre la ley de la ayuda mutua", del profesor Kessler,
entonces decano de la Universidad de San Petersburgo, que pronunció en un
Congreso de naturalistas rusos, en enero de. 1880, vi que arrojaba nueva luz
sobre toda esta cuestión. Según la opinión de Kessler, además de la ley de
lucha mutua, existe en la naturaleza también la ley de ayuda mutua, que, para
el éxito de la lucha por la vida y, particularmente, para la evolución
progresiva de las especies, desempeña un papel mucho más importante que la ley
de la lucha mutua. Esta hipótesis, que no es en realidad más que el desarrollo
máximo de las ideas anunciadas por el mismo Darwin en su Origen del hombre, me
pareció tan justa y tenía tan enorme importancia, que, desde que tuve
conocimiento de ello (en 1883), comencé a reunir materiales para el máximo
desarrollo de esta idea que Kessler apenas tocó, en su discurso, y no tuvo
tiempo de desarrollar, puesto que murió en 1881.
Solamente en un punto no pude estar completamente de
acuerdo con las opiniones de Kessler. Mencionaba éste los "sentimientos
familiares" y los cuidados de la descendencia (véase capítulo 1) como la
fuente de las inclinaciones mutuas de los animales. Pero creo que el determinar
cuánto contribuyeron realmente estos dos sentimientos al desarrollo de los
instintos sociales entre los animales y cuánto los otros instintos actuaron en
el mismo sentido constituye una cuestión aparte, y muy compleja, a la cual apenas
estamos, ahora, en condiciones de responder. Sólo después que establezcamos
bien los hechos mismos de la ayuda mutua entre las diferentes clases de
animales y su importancia para la evolución podremos determinar qué parte del
desarrollo de los instintos sociales corresponde a los sentimientos familiares
y qué parte a la sociabilidad misma; y el origen de la última, evidentemente,
se ha de buscar en los estadios más elementales de evolución del mundo animal
hasta, quizá, en los "estadios coloniales". Debido a esto, dediqué
toda mi atención a establecer, ante todo, la importancia de la ayuda mutua como
factor de evolución, especialmente de la progresiva, dejando para otros
investigadores el problema del origen de los instintos de ayuda mutua en la
Naturaleza.
La importancia del factor de la ayuda mutua -"si
tan sólo pudiera demostrarse su generalidad"- no escapó a la atención de
Goethe, en quien de manera tan brillante se manifestó el genio del naturalista.
Cuando, cierta vez, Eckerman contó a Goethe - sucedía esto en el año 1827- que
dos pichoncillos de "reyezuelo", que se le habían escapado cuando
mató a la madre, fueron hallados por él, al día siguiente, en un nido de
pelirrojos que los alimentaban ala par de los suyos, Goethe se emocionó mucho
por este relato. Vio en ello la confirmación de sus opiniones panteístas sobre
la, naturaleza y dijo: "Si resultara, cierto que alimentar a los extraños
es inherente a la naturaleza toda, como algo que tiene carácter de ley general,
muchos enigmas quedarían entonces resueltos. Volvió sobre esta cuestión al día
siguiente, -y rogó a Eckerman (quien, como es sabido, era zoólogo) que hiciera
un estudio especial de ella, agregando que Eckerman, sin duda, podría obtener
"resultados valiosos e inapreciables" (Gespráche, ed. 1848,- tomo
III, págs. 219, 221). Por desgracia, tal estudio nunca fue emprendido, aunque
es muy probable que Brehm, que ha reunido en sus obras materiales tan ricos
sobre la ayuda mutua entre los animales, podría haber sido llevado a esta idea
por la observación citada de Goethe.
Durante los años 1878-1886 se imprimieron varias
obras voluminosas sobre la inteligencia y la vida mental de los animales (esas
obras se citan en las notas del capítulo I de este libro), tres de las cuales
tienen una relación más estrecha con la cuestión que nos interesa, a: saber:
Les Sociétés animales, de Espinas (París, 1887); La lutte pour I'existence et
l'association pour la lutte, conferencia de Lanessan (abril 1881); y el libro,
cuya primera edición apareció en el año 1881 ó 1882, y la segunda,
considerablemente aumentada, en 1885. Pero, a pesar de la excelente calidad de
cada una, estas obras dejan, sin embargo, amplio margen para una investigación
en la que la ayuda mutua fuera considerada no solamente en calidad de argumento
en favor del origen prehumano de los instintos morales, sino también como una
ley de la naturaleza y un factor de evolución.
Espinas llamó especialmente la atención sobre las
sociedades de animales (hormigas, abejas) que están fundadas en las diferencias
fisiológicas de estructura de los diversos miembros de la misma especie y la
división fisiológica del trabajo entre ellos, y aun cuando su obra trae
excelentes, indicaciones en todos los sentidos posibles, fue escrita en una
época en que el desarrollo de las sociedades humanas, no podía ser examinado
como podemos hacerlo ahora, gracias al caudal de conocimientos acumulado desde
entonces. La conferencia de Lanessan tiene más bien el carácter de un plan
general de trabajo, brillantemente expuesto, como una obra en la cual fuera
examinado el apoyo mutuo comenzando desde las rocas a orillas del mar, y
pasando al mundo de los vegetales, de los animales y de los hombres.
En cuanto a la obra recién editada de Büchner, a
pesar de que induce a la reflexión sobre el papel de la ayuda mutua en la
naturaleza, y de que es rica en hechos, no estoy de acuerdo con su idea
dominante. El libro se inicia con un himno al amor, y casi todos los ejemplos
son tentativas para demostrar la existencia del amor y la simpatía entre los
animales. Pero, reducir la sociabilidad de los animales al amor y a la simpatía
significa restringir su universalidad y su importancia, exactamente lo mismo
que una ética humana basada en el amor y la simpatía personal conduce nada más
que a restringir la concepción del sentido moral en su totalidad. De ningún
modo me guía el amor hacia el dueño de una determinada casa a quien muy a
menudo ni siquiera conozco cuando, viendo su casa presa de las llamas, tomo un
cubo con agua y corro hacia ella, aunque no tema por la mía. Me guía un
sentimiento más amplio, aunque es más indefinido, un instinto, más exactamente
dicho, de solidaridad humana; es decir, de caución solidaria entre todos los
hombres y de sociabilidad. Lo mismo se observa también entre los animales. No
es el amor, ni siquiera la simpatía (comprendidos en el sentido verdadero de
éstas palabras) lo que induce al rebaño de rumiantes o caballos a formar un
círculo con el fin de defenderse de las agresiones de los lobos; de ningún modo
es el amor el que hace que los lobos se reúnan en manadas para cazar;
exactamente lo mismo que no es el amor lo que obliga a los corderillos y a los
gatitos a entregarse a sus juegos, ni es el amor lo que junta las crías
otoñales de las aves que pasan juntas días enteros durante casi todo el otoño.
Por último, tampoco puede atribuirse al amor ni a la simpatía personal el hecho
de que muchos millares de gamos, diseminados por territorios de extensión
comparable a la de Francia,
se reúnan en decenas de rebaños aislados que se dirigen, todos, hacia un punto
conocido, con el fin de atravesar el Amur y emigrar a una parte más templada de
la Manchuria.
En todos estos casos, el papel más importante lo
desempeña un sentimiento incomparablemente más amplio que el amor o la simpatía
personal. Aquí entra el instinto de sociabilidad, que se ha desarrollado
lentamente entre los animales y los hombres en el transcurso de un período de
evolución extremadamente largo, desde los estadios más elementales, y que
enseñó por igual a muchos animales y hombres a tener conciencia de esa fuerza
que ellos adquieren practicando la ayuda y el apoyo mutuos, y también a tener
conciencia del placer que se puede hallar en la vida social.
Una importancia de esta distinción podrá ser
apreciada fácilmente por todo aquél que estudie la psicología de los animales,
y más aún, la ética humana. El amor, la simpatía y el sacrificio de sí mismos,
naturalmente, desempeñan un papel enorme en el desarrollo progresivo de
nuestros sentimientos morales. Pero la sociedad, en la humanidad, de ningún
modo le ha creado sobre el amor ni tampoco sobre la simpatía. Se ha
creado sobre la conciencia - aunque sea instintiva- de la solidaridad humana y
de la dependencia recíproca de los hombres. Se ha creado sobre el
reconocimiento inconsciente semiconsciente de la fuerza que la práctica común
de dependencia estrecha de la felicidad de cada individuo de la felicidad de
todos, y sobre los sentimientos de justicia o de equidad, que obligan al
individuo a considerar los derechos de cada uno de los otros como iguales a sus
propios derechos. Pero esta cuestión sobrepasa los límites del presente
trabajo, y yo me limitaré más que a indicar mi conferencia "Justicia y
Moral", que era contestación a la Ética de Huxley, y en la cual me refería
esta cuestión con mayor detalle.
Debido a todo, lo dicho anteriormente, Pensé que un
libro sobre "La ayuda mutua como ley de la naturaleza y factor de
evolución" podría llenar una laguna muy importante. Cuándo Huxley publicó,
en el año 1888 su "manifiesto" sobre la lucha por la existencia
("Struggle for Existence and its Bearing upon Man") el cual, desde mi
punto de vista, era una representación completamente infiel de los fenómenos de
la naturaleza, tales como los vemos en las taigas y las estepas, me dirigí al
redactor de la
revista Nineteenth Century rogando dar ubicación en las
páginas, de la revista que él dirigía a una critica cuidadosa de las opiniones
de uno de los más destacados darwinistas, y Mr. James Knowles acogió mi
propósito con la mayor simpatía por este motivo hablé también, con W. Bates,
con el gran "naturalista del Amazonas", quien reunió, como es sabido,
los materiales para Wallace y Darwin, y a quien Darwin, con perfecta justicia,
calificó en su autobiografía como uno de los hombres más inteligentes qué había
encontrado. "sí, por cierto; eso es verdadero darwinismo exclamó Bates, lo
que han hecho de Darwin es sencillamente indignante. Escriba esos artículos y
cuando estén impresos le enviaré una carta que podrá publicar. Por desgracia,
la composición de estos artículos me ocupó casi siete años, y cuándo el último
fue publicado, Bates ya no estaba entre los vivos.
Después de haber examinado la importancia de la ayuda
mutua para el éxito y desarrollo de las diferentes clases de animales,
evidentemente, estaba obligado a juzgar la importancia de aquel mismo factor en
el desarrollo del hombre. Esto era aún más indispensable, porque existen
evolucionistas dispuestos a admitir la importancia de la ayuda mutua entre los
animales, pero, a la vez, como Herbert Spencer, negándola al respecto al
hombre. Para los salvajes primitivos -afirman- la guerra de uno contra todos
era la ley dominante del la
vida. He tratado de analizar en este libro, en los capítulos
dedicados a los salvajes y bárbaros, hasta dónde esta afirmación que con
excesiva complacencia repiten todos sin la necesaria comprobación desde la
época de Hobbes, coincide con lo que conocemos respecto a los grados más
antiguos del desarrollo del hombre.
El número y la importancia de las diferentes
instituciones de ayuda mutua que se desarrollaron en la humanidad gracias al
genio creador las masas salvajes y semisalvajes, ya durante el período
siguiente de la comuna aldeana, y también la inmensa influencia que estas
instituciones antiguas ejercieron sobre el, desarrollo posterior de la
humanidad hasta los tiempos modernos, me indujeron a extender el camino de mis
investigaciones a los períodos de los tiempos históricos más antiguos.
Especialmente me detuve en el período de mayor interés, el de las ciudades
repúblicas, libres, de la
Edad Media, cuya universalidad y cuya influencia sobre
nuestra civilización moderna no ha sido suficientemente apreciada hasta ahora.
Por último, también traté de indicar brevemente la enorme importancia que
tienen todavía las costumbres de apoyo mutuo transmitidas en herencia por el
hombre a través de un periodo extraordinariamente largo de su desarrollo, sobre
nuestra sociedad contemporánea, a pesar de que se piensa y se dice que descansa
sobre el principio: "cada uno para sí y el Estado para todos",
principio que las sociedades humanas nunca siguieron por entero y que nunca
será llevado a la realización, íntegramente.
Quizá se me objetará que en este libro tanto los
hombres como los animales están representados desde un punto de vista demasiado
favorable: que sus cualidades sociales son destacadas en exceso, mientras que
sus inclinaciones antisociales, de afirmación de sí mismos, apenas están
marcadas. Sin embargo, esto era inevitable. En los últimos tiempos hemos oído
hablar tanto de "la lucha dura y despiadada por la vida" que
aparentemente sostiene cada animal contra todos los otros, cada salvaje contra
todos los demás salvajes, y cada hombre civilizado contra todos sus conciudadanos
semejantes opiniones se convirtieron en una especie de dogma, de religión de la
sociedad instruida-, que fue necesario, ante todo oponer una serie amplia de
hechos que muestran la vida de los animales y de los hombres completamente
desde otro ángulo. Era necesario mostrar, en primer lugar, el papel
predominante que desempeñan las costumbres sociales en la vida de la naturaleza
y en la evolución progresiva, tanto de las especies animales como igualmente de
los seres humanos.
Era necesario demostrar que las costumbres de apoyo
mutuo dan a los animales mejor protección contra sus enemigos, que hacen menos
difícil obtener alimentos (provisiones invernales, migraciones, alimentación
bajo la vigilancia de centinelas, etc.), que aumentan la prolongación de la vida
y debido a esto facilitan el desarrollo de las facultades intelectuales; que
dieron a los hombres, aparte de las ventajas citadas, comunes con las de los
animales, la posibilidad de formar aquellas instituciones que ayudaron a la
humanidad a sobrevivir en la lucha dura con la naturaleza y a perfeccionarse, a
pesar de todas las vicisitudes de la historia. Así lo hice. Y por esto el presente
libro es libro de la ley de ayuda mutua considerada como una de las principales
causas activas del desarrollo progresivo, y no la investigación de todos los
factores de evolución y su valor respectivo. Era necesario escribir este libro
antes de que fuera posible investigar la cuestión de la importancia respectiva
de los diferentes agentes de la evolución.
Y menos aún, naturalmente, estoy inclinado a
menospreciar el papel que desempeñó la autoafirmación del individuo en el
desarrollo de la
humanidad. Pero esta cuestión, según mi opinión, exige un
examen bastante más profundo que el que ha hallado hasta ahora. En la historia
de la humanidad, la autoafirmación del individuo a menudo representó, y
continúa representando, algo perfectamente destacado, y algo más amplio y
profundo que esa mezquina e irracional estrechez mental que la mayoría de los
escritores presentan como "individualismo" y
"autoafirmación". De modo semejante, los individuos impulsores de la
historia no se redujeron solamente a aquellos que los historiadores nos
describen en calidad de héroes. Debido a esto, tengo el propósito, siempre que
sea posible, de analizar en detalle, posteriormente, el papel que ha
desempeñado la autoafirmación del individuo en el desarrollo progresivo de la humanidad. Por
ahora, me limito a hacer nada más que la observación general siguiente: Cuando
las instituciones de ayuda mutua es decir, la organización tribal, la comuna
aldeana, las guildas, la ciudad de la edad media empezaron a perder en el
transcurso del proceso histórico su carácter primitivo, cuando comenzaron a
aparecer en ellas las excrecencias parasitarias que les eran extrañas, debido a
lo cual estas mismas instituciones se transformaron en obstáculo para el
progreso, entonces la rebelión de los individuos en contra de estas
instituciones tomaba siempre un carácter doble. Una parte de los rebeldes se
empezaba en purificar las viejas instituciones de los elementos extraños a
ella, o en elaborar formas superiores de libre convivencia, basadas una vez más
en los principios de ayuda mutua; trataron de introducir, por ejemplo, en el
derecho penal, el principio de compensación (multa), en lugar de la ley del
Talión, y más tarde, proclamaron el "perdón de las ofensas", es
decir, un ideal aún más elevado de igualdad ante la conciencia humana, en lugar
de la "compensación" que se pagaba según el valor de clase del
damnificado. Pero al mismo tiempo, la otra parte de esos individuos, que se
rebelaron contra la organización que se había consolidado, intentaban
simplemente destruir las instituciones protectoras de apoyo mutuo a fin de
imponer, en lugar de éstas, su propia arbitrariedad, acrecentar de este modo
sus riquezas propias y fortificar su propio poder. En esta triple lucha entre
las dos categorías de individuos, los qué se habían rebelado y los protectores
de lo existente, consiste toda la verdadera tragedia de la historia. Pero,
para representar esta lucha y estudiar honestamente el papel desempeñado en el
desarrollo de la humanidad por cada una de las tres fuerzas citadas, hará
falta, por lo menos, tantos años de trabajo como hube de dedicar a escribir
este libro.
De las obras que examinan aproximadamente el mismo
problema, pero aparecidas ya después de la publicación de mis artículos sobre
la ayuda mutua entre los animales, debo mencionar The Lowell Lectures on the
Ascent of Man, por Henry Drummond, Londres, 1894, y The Origin and Growth of
the Moral Instinct, por A. Sutherland, Londres, 1898. Ambos libros están
concebidos, en grado considerable, según el mismo plan del libro citado de
Büchner, y en el libro de Sutherland le consideran con bastantes detalles los
sentimientos paternales y familiares corno único factor en el proceso de
desarrollo de los sentimientos morales. La tercera obra de esta clase que trata
del hombre y está escrita según el mismo plan es el libro del profesor
americano F. A. Giddings, cuya primera edición apareció en el año 1896, en
Nueva York y en Londres, bajo el título The Principles of Sociology, y cuyas
ideas dominantes habían sido expuestas por el autor en un folleto, en el año
1894. Debo, sin embargo, dejar por completo a la crítica literaria el examen de
las coincidencias, similitudes y divergencias entre las dos obras citadas y la
mía.
Todos los capítulos de este libro fueron publicados
primeramente en la revista Nineteenth Century ("La ayuda mutua
entre los animales", en septiembre y noviembre de 1890; "La ayuda
mutua entre los salvajes", en abril de 1891; "ayuda mutua entre los
bárbaros", en enero de 1892; "La ayuda mutua en la Ciudad Medieval",
en agosto y septiembre de 1884, y "La ayuda mutua en la época
moderna", en enero y junio de 1896). Al publicarlos en forma de libro,
pensé, en un principio, incluir en forma de apéndices la masa de materiales
reunidos por mí que no pude aprovechar para los artículos que aparecieron en la
revista, así como el juicio sobre diferentes puntos secundarios que tuve que
omitir. Tales apéndices habrían duplicado el tamaño del libro, y me vi obligado
a renunciar a su publicación o, por lo menos, a aplazarla. En los apéndices de
este libro está incluido solamente el juicio sobre algunas pocas cuestiones que
han sido objeto de controversia científica en el curso de estos últimos años;
del mismo modo en el texto de los artículos primitivos intercalé sólo el poco
material adicional que me fue posible agregar sin alterar la estructura general
de esta obra.
Aprovecho esta oportunidad para expresar al editor de
Nineteenth Century, James Knowles, mi agradecimiento, tanto por la amable
hospitalidad que mostró hacia la presente obra, apenas se enteró de su idea
general, como por su amable permiso para la reimpresión de este trabajo.
P. K.
Bromley, Kent, 1902.
CAPÍTULO I
LA AYUDA MUTUA ENTRE LOS ANIMALES
La concepción de la lucha por la existencia como
condición del desarrollo progresivo, introducida en la ciencia por Darwin y
Wallace, nos permitió abarcar, en una generalización, una vastísima masa de
fenómenos, y esta generalización fue, desde entonces, la base de todas nuestras
teorías filosóficas, biológicas y sociales. Un número infinito de los más
diferentes hechos, que antes explicábamos cada uno por una causa propia, fueron
encerrados por Darwin en una amplia generalización. La adaptación de los seres
vivientes a su medio ambiente, su desarrollo progresivo, anatómico y
fisiológico, el progreso intelectual y aun el perfeccionamiento moral, todos
estos fenómenos empezaron a presentársenos como parte de un proceso común.
Comenzamos a comprenderlos como una serie de esfuerzos ininterrumpidos, como
una lucha contra diferentes condiciones desfavorables, lucha que conduce al
desarrollo de individuos, razas, especies y sociedades tales- que
representarían la mayor plenitud, la mayor variedad y la mayor intensidad de
vida.
Es muy posible que, al comienzo de sus trabajos, el
mismo Darwin no tuviera conciencia de toda la importancia y generalidad de aquel
fenómeno la lucha por la existencia, al que recurrió buscando la explicación de
un grupo de hechos, a saber: la acumulación de desviaciones del tipo primitivo
y la formación de nuevas especies. Pero comprendió que el término que él
introducía en la ciencia perdería su sentido filosófico exacto si era
comprendido exclusivamente en sentido estrecho, como lucha entre los individuos
por los medios de subsistencia. Por eso, al comienzo mismo de su gran
investigación sobre el origen de las especies, insistió en que se debe
comprender "la lucha por la existencia en su sentido amplio y metafórico,
es decir, incluyendo en él la dependencia de un ser viviente de los otros, y
también - lo que es bastante más importante- no sólo la vida del individuo
mismo, sino también la posibilidad de que deje descendencia.
De este modo, aunque el mismo Darwin, para su
propósito especial, utilizó la expresión "lucha por la existencia"
preferentemente en su sentido estrecho, previno a sus sucesores en contra del
error (en el cual parece que cayó él mismo en una época) de la comprensión
demasiado estrecha de estas palabras. En su obra posterior, Origen del hombre,
hasta escribió varias páginas bellas y vigorosas para explicar el verdadero y
amplio sentido de esta lucha. Mostró cómo, en innumerables sociedades animales,
la lucha por la existencia entre los individuos de estas sociedades desaparece
completamente, y cómo, en lugar de la lucha, aparece la cooperación que conduce
al desarrollo de las facultades intelectuales y de las cualidades morales, y
que asegura a tal especie las mejores oportunidades de vivir y propasarse.
Señaló que, de tal modo, en estos casos, no se muestran de ninguna manera
"más aptos" aquéllos que son físicamente más fuertes o más astutos, o
más hábiles, sino aquéllos que mejor saben unirse y apoyarse los unos a los
otros - tanto los fuertes como los débiles- para el bienestar de toda su
comunidad "Aquellas comunidades -escribió- que encierran la mayor cantidad
de miembros que simpatizan entre sí, florecerán mejor y dejarán mayor cantidad
de descendientes- (segunda edición inglesa, página 163).
La expresión, tomada por Darwin de la concepción
malthusiana de la lucha de todos contra uno, perdió, de tal modo, su estrechez
cuando fue transformada en la mente de un hombre que comprendía la naturaleza
profundamente. Por desgracia, estas observaciones de Darwin, que podrían
haberse convertido en base de las investigaciones más fecundas, pasaron
inadvertidas, a causa de la masa de hechos en que entraba, o se suponía, la
lucha real entre los individuos por los medios de subsistencia.
Y Darwin no sometió a una investigación más severa la
importancia comparativa y la relativa extensión de las dos formas de la
"lucha por la vida" en el mundo animal: la lucha inmediata entre las
personas aisladas, y la lucha común, entre muchas personas, en conjunto;
tampoco escribió la obra que se proponía escribir sobre los obstáculos
naturales a la multiplicación excesiva de los animales, tales como la sequía,
las inundaciones, los fríos repentinos, las epidemias, etc.
Sin embargo, tal investigación era ciertamente
indispensable para determinar las verdaderas proporciones y la importancia en
la naturaleza de la lucha individual por la vida entre los miembros de una
misma especie de animales en comparación con la lucha de toda la comunidad
contra los obstáculos naturales y los enemigos de otras especies. Más aún, en
este mismo libro sobre el origen del hombre, donde escribió los pasajes citados
que refutan la estrecha comprensión malthusiana de la "lucha" se
abrió paso nuevamente el fermento malthusiano; por ejemplo, allí donde se hacía
la pregunta: ¿es menester conservar la vida de los "débiles de mente y
cuerpo" en nuestras sociedades civilizados? (capítulo V). Como si miles de
poetas, sabios inventores y reformadores "locos", Y también los
llamados "entusiastas débiles de mente" no fueran el arma más fuerte
de la humanidad en su lucha por la vida, en la lucha que se sostiene con medios
intelectuales y- morales, cuya importancia expuso tan bien el mismo Darwin en
los mismos capítulos de su libro.
Luego sucedió con la teoría de Darwin lo que sucede
con todas las teorías que tienen relación con la vida humana. Sus continuadores
no sólo no la ampliaron, de acuerdo con sus indicaciones, sino que, por lo
contrario, la restringieron aún más. Y mientras Spencer, trabajando
independientemente, pero en análogo sentido, trataba hasta cierto punto de
ampliar las investigaciones acerca de la cuestión de quién es el más apto
(especialmente en el apéndice de la tercera edición de Data of Ethics),
numerosos continuadores de Darwin restringieron la concepción de la lucha por
la existencia hasta los límites más estrechos. Empezaron a representar el mundo
de los animales como un mundo de luchas ininterrumpidas entre seres eternamente
hambrientos y ávidos de la sangre de sus hermanos. Llenaron la literatura
moderna con el grito de ¡Ay de los vencidos! y presentaron este grito como la
última palabra de la biología.
Elevaron la lucha "sin cuartel", Y en pos de
ventajas individuales, a la altura de un principio, de una ley de toda la
biología, a la cual el hombre debe subordinarse, de lo contrario, sucumbirá en
este mundo que está basado en el exterminio mutuo. Dejando de lado a los
economistas, los cuales generalmente apenas conocen, del campo de las ciencias
naturales, algunas frases corrientes, y ésas tomadas de los divulgadores de
segundo grado, debemos reconocer que aun los más autorizados representantes de
las opiniones de Darwin emplean todas sus fuerzas para sostener estás falsas
ideas. Si tomamos, por ejemplo, a Huxley, a quien se considera, sin duda, como
uno de los mejores representantes de la teoría del desarrollo (evolución)
veremos entonces que en el artículo titulado "La lucha por la existencia y
su relación con el hombre" no enseña que "desde el punto de vista del
moralista, el mundo animal se encuentra en el mismo nivel que la lucha de
gladiadores: alimentan bien a los animales y los arrojan a la lucha: en
consecuencia, sólo los más fuertes, los más ágiles y los más astutos sobreviven
únicamente para entrar en lucha al día siguiente. No es necesario que el
espectador baje el dedo para exigir que sean muertos los débiles- aquí, sin
ello, no hay cuartel para nadie".
En el mismo artículo, Huxley dice más adelante que
entre los animales, lo mismo que entre los hombres primitivos "los más
débiles y los más estúpidos están condenados a muerte, mientras que sobreviven
los más astutos y aquellos a quienes es más difícil vulnerar, a que los que mejor
supieron adaptarse a las circunstancias, pero que de ningún modo son mejores en
los otros sentidos. La vida -dice- era una lucha constante y general, y con
excepción de las relaciones limitadas y temporales dentro de la familia, la
guerra hobbesiana de uno contra todos era el estado normal de la existencia.
Hasta dónde se justifica o no semejante opinión sobre
la naturaleza, se verá en los hechos que este libro aporta, tanto del mundo
animal como de la vida del hombre primitivo. Pero podemos decir ya ahora que la
opinión de Huxley sobre la naturaleza tiene tan poco derecho a ser reconocida
en tanto que deducción científica, como la opinión opuesta de Rousseau, que
veía en la naturaleza solamente amor, paz y armonía, perturbados por la
aparición del hombre. En realidad, el primer paseo por el bosque, la primera
observación sobre cualquier sociedad animal o hasta el conocimiento de
cualquier trabajo serio en donde se habla de la vida de los animales en los
continentes que aún no están densamente poblados por el hombre (por ejemplo de
D'Orbigny, Audubon, Le Vaillant), debía obligar al naturalista a reflexionar
sobre el papel que desempeña la vida social en el mundo de los animales, y
preservarle tanto de concebir la naturaleza en forma de campo de batalla
general como del extremo opuesto, que ve en la naturaleza sólo paz y armonía.
El error de Rousseau consiste en que perdió de vista, por completo, la lucha
sostenida con picos y garras, y Huxley es culpable del error de carácter
opuesto; pero ni el optimismo de Rousseau ni el pesimismo de Huxley pueden ser
aceptados como una interpretación desapasionada y científica de la naturaleza.
Si bien, comenzamos a estudiar los animales no únicamente
en los laboratorios y museos sino en el bosque, en los prados, en las estepas y
en las zonas montañosas, en seguida observamos que, a pesar de que entre
diferentes especies y, en particular, entre diferentes clases de animales, en
proporciones sumamente vastas, se sostiene la lucha y el exterminio, se
observa, al mismo tiempo, en las mismas proporciones, o tal vez mayores, el
apoyo mutuo, la ayuda mutua y la protección mutua entre los animales
pertenecientes a la misma especie o, por lo menos, a la misma sociedad. La
sociabilidad es tanto una ley de la naturaleza como lo es la lucha mutua.
Naturalmente, sería demasiado difícil determinar,
aunque fuera aproximadamente, la importancia numérica relativa de estas dos
series de fenómenos. Pero si recurrimos, a la verificación indirecta y
preguntamos a la naturaleza: "¿Quiénes son más aptos, aquellos que
constantemente luchan entre sí o, por lo contrario, aquellos que se apoyan
entre sí?", en seguida veremos que los animales que adquirieron las
costumbres de ayuda mutua resultan, sin duda alguna, los más aptos. Tienen más
posibilidades de sobrevivir como individuos y como especie, y alcanzan en sus
correspondientes clases (insectos, aves, mamíferos) el más alto desarrollo
mental y organización física. Si tomamos en consideración los Innumerables
hechos que hablan en apoyo de esta opinión, se puede decir con seguridad que la
ayuda mutua constituye tanto una ley de la vida animal como la lucha mutua. Más
aún. Como factor de evolución, es decir, como condición de desarrollo en
general, probablemente tiene importancia mucho mayor que la lucha mutua, porque
facilita el desarrollo de las costumbres y caracteres que aseguran el
sostenimiento y el desarrollo máximo de la especie junto con el máximo
bienestar y goce de la vida para cada individuo, y, al mismo tiempo, con el
mínimo de desgaste inútil de energías, de fuerzas.
Hasta donde yo sepa, de los sucesores científicos de
Darwin, el primero que reconoció en la ayuda mutua la importancia de una ley de
la naturaleza y de un factor principal de la evolución, fue el muy conocido
biólogo ruso, ex-decano de la Universidad de San Petersburgo, profesor K. F.
Kessler. Desarrolló este pensamiento en un discurso pronunciado en enero del
año 1880, algunos meses antes de su muerte, en el congreso de naturalistas
rusos, pero, como muchas cosas buenas publicadas, sólo en la lengua rusa, esta
conferencia pasó casi completamente inadvertida.
Como zoólogo viejo -decía Kessler -, se sentía
obligado a expresar su protesta contra el abuso del término "lucha por la
existencia", tomado de la - zoología, o por lo menos contra la valoración
excesivamente exagerada de su importancia. - Especialmente en la zoología
-decía- en las ciencias consagradas al estudio multilateral del hombre, a cada
paso se menciona la lucha cruel por la existencia, y a menudo se pierde de
vista por completo, que existe otra ley que podemos llamar de la ayuda mutua, y
que, por lo menos ton relación a los animales, tal vez sea más importante -que
la ley de- la lucha por la existencia. Señaló luego Kessler que la necesidad
de dejar descendencia, inevitablemente une a los animales, y "cuando más
se vinculan entre si los individuos de una determinada especie, cuanto más
ayuda mutua se prestan, tanto más se consolida la existencia de la especie y
tanto más se dan la! posibilidades de que dicha especie vaya más lejos en su
desarrollo y se perfeccione, además, en su aspecto intelectual". "Los
animales de todas las clases, especialmente de las superiores, se prestan ayuda
mutua" - proseguía Kessler (pág. 131), y confirmaba su idea con ejemplos
tomados de la vida de los escarabajos enterradores o necróforos y de la vida
social de las aves y de algunos mamíferos. Estos ejemplos eran poco numerosos,
como era menester en un breve discurso de inauguración, pero puntos importantes
fueron claramente establecidos. Después de haber señalado luego que en el
desarrollo de la humanidad la ayuda mutua desempeña un papel aún más grande,
Kessler concluyó su discurso con las siguientes observaciones.
"Ciertamente, no niego la lucha por la
existencia, sino que sostengo que, el desarrollo progresivo, tanto de todo el
reino animal como en especial de la humanidad, no contribuye tanto la lucha
recíproca cuanto la ayuda mutua. Son inherentes a todos los cuerpos orgánicos
dos necesidades esenciales: la necesidad de alimento y la necesidad de
multiplicación. La necesidad de alimentación los conduce a la lucha por la
subsistencia, y al exterminio recíproco, y la necesidad de la multiplicación los
conduce a aproximarse a la ayuda mutua. Pero, en el desarrollo del mundo
orgánico, en la transformación de unas formas en otras, quizá ejerza mayor
influencia la ayuda mutua entre los individuos de una misma especie que la
lucha entre ellos".
La exactitud de las opiniones expuestas más arriba
llamó la atención de la mayoría de los presentes en el congreso de los zoólogos
rusos, y N. A. Syevertsof, cuyas obras son bien conocidas de los ornitólogos y
geógrafos, las apoyó e ilustró con algunos ejemplos complementarios. Mencionó
algunas especies de halcones dotados de una organización quizá ideal para los
fines de ataque, pero a pesar de ello, se extinguen, mientras - que las otras
especies de halcones que practican la ayuda mutua prosperan. Por otra parte, tomad
un ave tan social como el pato -dijo- en general, está mal organizado, pero
practica el apoyo mutuo y, a juzgar por sus innumerables especies y variedades,
tiende positivamente a extenderse por toda la tierra".
La disposición de los zoólogos rusos a aceptar las
opiniones de Kessler le explica muy naturalmente porque casi todos ellos
tuvieron oportunidad de estudiar el mundo animal en las extensas regiones
deshabitadas del Asia Septentrional o de Rusia Oriental, y el estudio de tales
regiones conduce, inevitablemente, a esas mismas conclusiones. Recuerdo la
impresión que me produjo el mundo animal de Siberia cuando yo exploraba las
tierras altas de Oleminsk Vitimsk en compañía de tan- destacado zoólogo como
era mi, amigo Iván Simionovich Poliakof. Ambos estábamos bajo la impresión
reciente de El origen de las especies, de Darwin, pero yo buscaba vanamente esa
aguzada competencia entre los animales de la misma especie a que nos había
preparado la lectura de la obra de Darwin, aun después de tomar en cuenta la
observación hecha en el capitulo III de esta obra (pág. 54).
-¿Dónde está esa lucha? -preguntaba yo a
Poliakof-. Veíamos muchas adaptaciones para la lucha, muy a menudo para la
lucha en común, contra las condiciones climáticas desfavorables, o contra
diferentes enemigos, y I. S. Poliakof escribió algunas páginas hermosas sobre
la dependencia mutua de los carnívoros, rumiantes y roedores en su distribución
geográfica. Por otra parte, vi yo allí, y en el Amur, numerosos casos de apoyo
mutuo, especialmente en la época de la emigración de las aves y de los
rumiantes, pero aun en las regiones del Amur y del Ussuri, donde la vida animal
se distingue por su gran abundancia, muy raramente me ocurrió observar, a pesar
de que los buscaba, casos de competencia real y de lucha entre los individuos
de - una misma especie de animales superiores. La misma impresión brota de los
trabajos de la mayoría de los zoólogos rusos, y esta circunstancia quizá aclare
por qué las ideas de Kessler fueron tan bien recibidas por los darwinistas
rusos, mientras que semejantes opiniones no son corrientes entre los
continuadores de Darwin de Europa Occidental, que conocen el mundo animal
preferentemente en la Europa más occidental, donde el exterminio de los
animales por el hombre alcanzó tales proporciones que los individuos de muchas
especies, que fueron en otros tiempos sociales, viven ahora solitarios.
Lo primero que nos sorprende, cuando comenzamos a
estudiar la lucha por la existencia, tanto en sentido directo como en el figurado
de la expresión, en las regiones aún escasamente habitadas por el hombre, es la
abundancia de casos de ayuda mutua practicada por los animales, no sólo con el
fin de educar a la descendencia, como está reconocido por la mayoría de los
evolucionistas, sino también para la seguridad del individuo y para proveerse
del alimento necesario. En muchas vastas subdivisiones del reino animal, la
ayuda mutua es regla general. b ayuda mutua se encuentra hasta entre los
animales más inferiores y probablemente conoceremos alguna vez, por las
personas que estudian la vida microscópica de las aguas estancadas, casos de
ayuda mutua inconsciente hasta entre los microorganismos más pequeños.
Naturalmente, nuestros conocimientos de la vida de
los invertebrados - excluyendo las termitas, hormigas y abejas- son sumamente
limitados; pero a pesar de esto, de la vida de los animales más inferiores
podemos citar algunos casos de ayuda mutua bien verificados. Innumerables
sociedades de langostas, mariposas -especialmente vanessae-, grillos,
escarabajos (cicindelae), etc., en realidad se hallan completamente
inexploradas, pero ya el mismo hecho de su existencia indica que deben
establecerse aproximadamente sobre los mismos principios que las sociedades
temporales de hormigas y abejas con fines de migración. En cuanto a los
escarabajos, son bien conocidos casos exactamente observados de ayuda mutua
entre los sepultureros (Necrophorus). Necesitan alguna materia orgánica en
descomposición para depositar los huevos y asegurar la alimentación de sus
larvas; pero la putrefacción de ese material no debe producirse muy
rápidamente. Por eso, los escarabajos sepultureros entierran los cadáveres de
todos los animales pequeños con que se topan - casualmente durante sus
búsquedas. En general, los escarabajos de esta raza viven solitarios; pero,
cuando alguno de ellos encuentra el cadáver de algún ratón o de un ave, que no
puede enterrar, convoca a varios otros sepultureros más (se juntan a veces
hasta seis) para realizar esta operación con sus fuerzas asociadas. Si es
necesario, transportan el cadáver a un suelo más conveniente y blando. En
general, el entierro se realiza de un modo sumamente meditado y sin la menor
disputa con respecto a quién corresponde disfrutar del privilegio de poner sus
huevos en el cadáver enterrado. Y cuando Gleditsch ató un pájaro muerto a una
cruz hecha de dos palitos, o suspendió una rana de un palo clavado en el suelo,
los sepultureros, del modo más amistoso, dirigieron la fuerza de sus
inteligencias reunidas para vencer la astucia del hombre. La misma combinación
de esfuerzos se observa también en los escarabajos del estiércol.
Pero, aún entre los animales situados en un grado de
organización algo inferior, podemos encontrar ejemplos semejantes. Ciertos
cangrejos anfibios de las Indias Orientales y América del Norte se reúnen en
grandes masas cuando se dirigen hacia el mar para depositar sus huevas, por lo
cual cada una de estas migraciones presupone cierto acuerdo mutuo. En cuanto a
los grandes cangrejos de las Molucas (Limulus), me sorprendió ver en el año
1882, en el acuario de Brighton, hasta qué punto son capaces estos animales
torpes de prestarse ayuda entre sí cuando alguno de ellos la necesita. Así, por
ejemplo, uno se dio vuelta Y quedó de espalda en un rincón de la gran cuba
donde se les guarda en el acuario, y su pesada caparazón, parecida a una gran
cacerola, le impedía tomar su posición habitual, tanto más cuanto que en ese
rincón habían hecho una división de hierro que dificultaba más aún sus
tentativas de volverse. Entonces, los compañeros corrieron en su ayuda, y
durante una hora entera observé cómo trataban de socorrer a su camarada de
cautiverio. Al principio aparecieron dos cangrejos, que empujaron a su amigo
por debajo, y después de esfuerzos empeñosos, consiguieron colocarlo de
costado, pero la división de hierro impedíales terminar su obra, y él cangrejo
cala de nuevo, pesadamente, de espaldas. Después de muchas tentativas, uno de
los salvadores se dirigió hacia el fondo de la cuba y trajo consigo otros dos
cangrejos, los cuales, con fuerzas frescas, se entregaron nuevamente a la tarea
de levantar y empujar al camarada incapacitado. Permanecimos en el acuario, más
de dos horas, y cuando nos íbamos, nos acercamos de nuevo a echar; un vistazo a
la cuba: ¡el trabajo de liberación continuaba aún! Después de haber sido
testigo de este episodio, creo plenamente en la observación hecha por Erasmo
Darwin, a saber: que "el cangrejo común, durante la muda, coloca en
calidad de centinela a cangrejos que no han sufrido la muda o bien a un
individuo cuya caparazón se ha endurecido ya, a fin de proteger a los
individuos que han mudado, en su situación desamparada, contra la agresión de
los enemigos marinos".
Los casos de ayuda mutua entre las termitas, hormigas
y abejas son tan conocidos para casi todos los lectores, en especial gracias a
los populares libros de Romanes, Büchner y John Lubbock, que puedo limitarme a
muy pocas citas. Si tomamos un hormiguero, no sólo veremos que todo género de
trabajo - la cría de la descendencia el aprovisionamiento, la construcción, la
cría de los pulgones, etc.-, se realiza de acuerdo con los principios de ayuda
mutua voluntaria, sino que, junto con Forel, debemos también reconocer que el
rasgo principal, fundamental, de la vida de muchas especies de hormigas es que
cada hormiga comparte y está obligada a compartir su alimento, ya deglutido y
en parte digerido, con cada miembro de la comunidad que haya manifestado su
demanda de ello. Dos hormigas pertenecientes a dos especies diferentes o a dos
hormigueros enemigos, en un encuentro casual, se evitarán la una a la otra. Pero dos hormigas
pertenecientes - al mismo hormiguero, o a la misma colonia de hormigueros,
siempre que se aproximan, cambian algunos movimientos de antena y, -"si una
de ellas está hambrienta o siente sed, y si especialmente en ese momento la
otra tiene el papo lleno, entonces la primera pide inmediatamente
alimento". La hormiga a la cual se dirigió el pedido de tal modo, nunca se
rehusa; separa sus mandíbulas, y dando a su cuerpo la posición conveniente,
devuelve una gota de líquido transparente, que la hormiga hambrienta sorbe.
La devolución de alimentos para nutrir a otros es un
rasgo tan importante de la vida de la hormiga (en libertad) y se aplica tan
constantemente, tanto para la alimentación de los camaradas hambrientos como
para la nutrición de las larvas, que, según la opinión de Forel, los órganos
digestivos de las hormigas se componen de dos partes diferentes; una de ellas,
la posterior, se destina al uso especial de la hormiga misma, y la otra, la
anterior, principalmente a utilidad de la comunidad. Si
cualquier hormiga con el papo lleno, mostrara ser tan egoísta que rehusara
alimento a un camarada, la tratarían como enemiga o peor aún. Si la negativa
fuera hecha en el momento en que sus congéneres luchan contra cualquier especie
de hormiga o contra un hormiguero extraño, caerían sobre su codiciosa compañera
con mayor furor que sobre sus propias enemigas. Pero, si la hormiga no se
rehusara a alimentar a otra hormiga perteneciente a un hormiguero enemigo,
entonces las congéneres de la última la tratarían como amiga. Todo esto está
confirmado por observaciones y experiencias sumamente precisas, que no dejan
ninguna duda sobre la autenticidad de los hechos mismos ni sobre la exactitud
de su interpretación.
De tal modo, en esta inmensa división del mundo
animal, que comprende más de mil especies y es tan numerosa que el Brasil,
según la afirmación de los brasileños, no pertenece a los hombres, sino a las
hormigas, no existe en absoluto lucha ni competencia por el alimento entre los
miembros de un mismo hormiguero o de una colonia de hormigueros. Por terribles
que sean las guerras entre las diferentes especies de hormigas y los diferentes
hormigueros, y cualesquiera que sean las atrocidades cometidas durante la
guerra, la ayuda mutua dentro de la comunidad, la abnegación en beneficio
común, se ha transformado en costumbre, y el sacrificio, en bien común, es la
regla general. Las hormigas, y las termitas repudiaron de este modo la
"guerra hobbesiana", y salieron ganando. Sus sorprendentes
hormigueros, sus construcciones, que sobrepasan por la altura relativa, a las
construcciones de los hombres; sus caminos pavimentados y galerías cubiertas
entre los hormigueros; sus espaciosas salas y graneros; sus campos trigo; sus
cosechas, los granos "malteados", los "huertos" asombrosos
de la "hormiga umbelífera", que devora hojas y abona trocitos de
tierra con bolitas de fragmentos de hojas masticadas y por eso crece en estos
huertos solamente una clase de hongos, y todos los otros son exterminados; sus
métodos racionales de cuidado de los huevos y de las larvas, comunes a todas
las hormigas, y la construcción de nidos especiales y cercados para la cría de
los pulgones, que Linneo llamó tan pintorescamente "vacas de las
hormigas" y, por último, su bravura, atrevimiento y elevado desarrollo
mental; todo esto es la consecuencia natural de la ayuda mutua que practican a
cada paso de su vida activa y laboriosa. La sociabilidad de las hormigas
condujo también al desarrollo de otro rasgo esencial de su vida, a saber: el
enorme desarrollo de la iniciativa individual que, a su vez, contribuyó a que
se desarrollaran en la hormiga tan elevadas y variadas capacidades mentales que
producen la admiración y el asombro de todo observador.
Si no conociéramos ningún otro caso de la vida de los
animales, aparte de aquellos conocidos de las hormigas y termitas, podríamos
concluir con seguridad que la ayuda mutua (que conduce a la confianza mutua,
primera condición de la bravura) y la iniciativa personal (primera condición
del progreso intelectual), son dos condiciones incomparablemente más
importantes en el desarrollo del mundo de los animales que la lucha mutua. En
realidad, las hormigas prosperan, a pesar de que no poseen ninguno de los
rasgos "defensivos" sin los cuales no puede pasarse animal alguno que
lleve vida solitaria. Su color les hace muy visibles para sus enemigos, y en
los bosques y en los prados, los grandes hormigueros de muchas especies, llaman
la atención en seguida. La hormiga no tiene caparazón duro; su aguijón, por más
que resulte peligroso cuando centenares se hunden en el cuerpo de un animal, no
tiene gran valor para la defensa individual. Al mismo tiempo, las larvas y los
huevos de las hormigas constituyen un manjar para muchos de los habitantes de
los bosques.
No obstante, las mal defendidas hormigas no sufren
gran exterminio por parte de las aves, ni aun de los osos hormigueros; e
infunden terror a insectos que son bastante más fuertes que ellas mismas.
Cuando Forel vació un saco de hormigas en un prado, vio que - los grillos se
dispersaban abandonando sus nidos al pillaje de las hormigas; las arañas y los
escarabajos abandonaban sus presas por miedo a encontrarse en situación de
víctimas"; las hormigas se apoderan hasta de los nidos de avispas, después
de una batalla durante la cual muchas perecieron en bien de la comunidad. Aun los
más veloces insectos no alcanzaron a salvarse, y Forel tuvo ocasión de ver, a
menudo, que las hormigas atacaban y mataban, inesperadamente, mariposas,
mosquitos, moscas, etc. Su fuerza reside en el apoyo mutuo y en la confianza
mutua. Y si la hormiga - sin hablar de otras termitas más desarrolladas- ocupa
la cima de una clase entera de insectos por su capacidad mental; si por su
bravura se puede equiparar a los más valientes vertebrados, y su cerebro
-usando las palabras de Darwin- "constituye uno de los más maravillosos
átomos de materia del mundo, tal vez aun más asombroso que el cerebro del
hombre" -¿no debe la hormiga todo esto a que la ayuda mutua reemplaza
completamente la lucha mutua en su comunidad?
Lo mismo es cierto también con respecto a las abejas.
Estos pequeños insectos, que podrían ser tan fácil presa de numerosas aves, y
cuya miel atrae a toda clase de animales, comenzando por el escarabajo y
terminando con el oso, tampoco tienen particularidad alguna protectora en la
estructura o en lo que a mimetismo se refiere, sin los cuales los insectos que
viven aislados apenas podrían evitar el exterminio completo. Pero, a pesar de
eso, debido a la ayuda mutua practicada por las abejas, como es sabido,
alcanzaron a extenderse ampliamente por la tierra; poseen una gran
inteligencia, y han elaborado formas de vida social sorprendentes.
Trabajando en común, las abejas multiplican en
proporciones inverosímiles sus fuerzas individuales, y recurriendo a una
división temporal del trabajo, por lo cual cada abeja conserva su aptitud para
cumplir cuando es necesario, cualquier clase de trabajo, alcanzando tal grado
de bienestar y seguridad que no tiene ningún animal, por fuerte que sea o bien
armado que esté. En sus sociedades, las abejas a menudo superan al hombre, cuando
éste descuida las ventajas de una ayuda mutua bien planeada. Así, por ejemplo,
cuando un enjambre de abejas se prepara a abandonar la colmena para fundar una
nueva sociedad, cierta cantidad de abejas exploran previamente la vecindad, y
si logran descubrir un lugar conveniente para vivienda, por ejemplo, un cesto
viejo, o algo por el estilo, se apoderan de él, y lo limpian y lo guardan, a
veces durante una semana entera, hasta que el enjambre se forma y se asienta en
el lugar elegido. ¡En cambio, muy a menudo los hombres hubieron de perecer en
sus emigraciones a nuevos países, sólo porque los emigrantes no comprendieron
la necesidad de unir sus esfuerzos! Con la ayuda de su inteligencia colectiva
reunida, las abejas luchan con éxito contra las circunstancias adversas, a
veces completamente imprevistas y desusadas, como sucedió, por ejemplo, en la
exposición de París, donde las abejas fijaron con su propóleo resinoso (cera)
un postigo que cerraba una ventana construida en la pared de sus colmenas.
Además, no se distinguen por las inclinaciones sanguinarias, -y por el amor a
los combates inútiles con que muchos escritores dotan tan gustosamente a todos
los animales. Los centinelas que guardan las entradas de las colmenas matan sin
piedad a todas las abejas ladronas que tratan de penetrar en ella; pero las
abejas extrañas que caen por error no son tocadas, especialmente si llegan
cargadas con la provisión del polen recogido, o si son abejas jóvenes, que
pueden errar fácilmente el camino. De este modo, las acciones bélicas, se
reducen a las más estrictamente necesarias.
La sociabilidad de las abejas es tanto más
instructiva cuanto más los instintos de rapiña y de pereza continúan existiendo
entre ellas, y reaparecen de nuevo cada vez que las circunstancias les son
favorables. Sabido es que siempre hay un cierto número de abejas que prefieren
la vida de ladrones a la vida laboriosa de obreras; por lo cual, tanto en los
períodos de escasez de alimentos como en los períodos de abundancia
extraordinaria, el número de las ladronas crece rápidamente. Cuando la
recolección está terminada y en nuestros campos y praderas queda poco material
para la elaboración de la miel, las abejas ladronas aparecen en gran número:
por otra parte, en las plantaciones de azúcar de las Indias Orientales y en las
refinerías de Europa, el robo, la pereza y, muy a menudo, la embriaguez, se
vuelven fenómenos corrientes entre las abejas. Vemos, de este modo, que los
instintos antisociales continúan existiendo; pero la selección natural debe
aniquilar incesantemente a las ladronas, ya que, a la larga, la práctica de la
reciprocidad se muestra más ventajosa para la especie que el desarrollo de los
individuos dotados de inclinaciones de rapiña. "Los más astutos y los más
inescrupulosos" de los que hablaba Huxley como de los vencedores, son
eliminados para dar lugar a los individuos que comprenden las ventajas de la
vida social y del apoyo mutuo.
Naturalmente, ni las hormigas ni las abejas, ni
siquiera las termitas, se han elevado hasta la concepción de una solidaridad
más elevada, que abrazase toda su especie. En este respecto, evidentemente, no
alcanzaron un grado de desarrollo que no encontrarnos siquiera entre los
dirigentes políticos, científicos y religiosos, de la humanidad. Sus
instintos sociales casi no van más allá de los límites del hormiguero o de la colmena. A pesar de
eso, Forel describió colonias de hormigas en Mont Tendré y en la montaña Saleve, que
incluían no menos de doscientos hormigueros, y los habitantes de tales colonias
pertenecían a dos diferentes especies (Formica exsecta y F. pressilabris).
Forel afirma que cada miembro de estas colonias conoce a los miembros
restantes, y que todos toman parte en la defensa común. Mac Cook observó, en
Pensilvania, una nación entera de hormigas, compuesta de 1600 a 1700 hormigueros, que
vivían en completo acuerdo; y Bates describió las enormes extensiones de los
campos brasileños cubiertos de montículos de termitas, en done algunos
hormigueros servían de refugio a dos o tres especies diferentes, y la mayoría
de estas construcciones estaban unidas entre sí por galerías abovedadas y
arcadas cubiertas. De este modo, algunos ensayos de unificación de
subdivisiones bastante amplias de una especie, con fines de defensa mutua y de
vida social, se encuentra hasta entre los animales invertebrados.
Pasando ahora a los animales superiores, encontramos
aún más casos de ayuda mutua, indudablemente consciente, que se practica con
todos los fines posibles, a pesar de que, por otra parte, debernos observar qué
nuestros conocimientos de la vida, hasta de los animales superiores, todavía se
distinguen sin embargo, por su gran insuficiencia. Una multitud de casos de
este género fueron descritos por zoólogos eminentísimos, pero, sin embargo, hay
divisiones enteras del reino animal de los cuales casi nada nos es conocido.
Sobre todo, tenemos pocos testimonios fidedignos con
respecto a los peces, en parte debido a la dificultad de las observaciones y en
parte porque no se ha prestado a esta materia la debida atención. En cuanto a
los mamíferos, ya Kessler observó lo poco que conocemos de su vida. Muchos de
ellos sólo salen de noche de sus madrigueras; otros, se ocultan debajo de la
tierra; los rumiantes, cuya vida social y cuyas migraciones ofrecen un interés
muy profundo, no permiten al hombre aproximarse a sus rebaños. De las que
sabemos más, es de las aves; sin embargo, la vida social de muchas especies
continúa siendo aún poco conocida para nosotros. Por otra parte, en general, no
tenemos de qué quejamos poca la falta de casos bien establecidos, como se verá
a continuación. Llamo la atención únicamente que la mayor parte de estos hechos
han sido reunidos por zoólogos indiscutiblemente eminentes -fundadores de la
zoología descriptiva- sobre la base de sus propias observaciones, especialmente
en América, en la época en que aún estaba muy densamente poblada por mamíferos
y aves. El gran desarrollo de la ayuda mutua que ellos observaron, ha sido
notado también recientemente en el Africa central, todavía poco poblada por el
hombre.
No tengo necesidad de detenerme aquí sobre las
asociaciones entre macho y hembra para la crianza de la prole, para asegurar su
alimento en las primeras épocas de su vida y para la caza en común. Es menester
recordar solamente que semejantes asociaciones familiares están extendidas
ampliamente hasta entre los carnívoros menos sociables y las aves de rapiña; su
mayor interés reside en que la asociación familiar constituye el medio en donde
se desarrollan los sentimientos más tiernos, hasta entre los animales muy
feroces en otros aspectos. Podemos, también, agregar que la rareza de
asociaciones que traspasen los límites de la familia en los carnívoros y las
aves de rapiña, aunque en la mayoría de los casos es resultado de la forma de
alimentación, sin embargo, indudablemente constituye también, hasta cierto
punto, la consecuencia de cambios en el mundo animal, provocados por la rápida
multiplicación de la
humanidad. Hasta ahora se ha prestado poca atención a estas
circunstancias, pero sabemos que hay especies cuyos individuos llevan una vida
completamente solitaria en regiones densamente pobladas, mientras que aquellas
mismas especies o sus congéneres más próximos viven en rebaños, en lugares no
habitados por el hombre. En este sentido podemos citar como ejemplo a los
lobos, zorros, osos y algunas aves de rapiña.
Además, las asociaciones que no traspasan los limites
de la familia presentan para nosotros comparativamente poco interés; tanto más
cuanto que son conocidas muchas otras asociaciones, de carácter bastante más
general, como, por ejemplo, las asociaciones formadas por muchos animales, para
la caza, la defensa mutua o, simplemente, para el goce de la vida. Audubon ya
mencionó que las águilas se reúnen a veces en grupos de varios individuos, y su
relato sobre dos águilas calvas, macho y hembra, que cazaban en el Mississipi,
es muy conocido como modelo de descripción artístico, pero una de las más
convincentes observaciones en este sentido Pertenece a Syevertsof. Mientras
estudiaba la fauna de las estepas rusas, vio cierta vez un águila perteneciente
a la especie gregaria (cola blanca, Haliaetos abicilla) que se elevaba hacia lo
alto; durante media hora, el águila describió círculos amplios, en silencio, y
repentinamente resonó su penetrante graznido. Al poco tiempo respondió a este
grito el graznido de otro águila que se había acercado volando a la primera, le
siguió una tercera, una cuarta, etcétera, hasta que se reunieron nueve o diez,
que pronto se perdieron de vista. Después de medio día, Syevertsof se dirigió
hacia el lugar donde notó que habían volado las águilas y, ocultándose detrás
de una ondulación de la estepa, se acercó a la bandada y observó que se habían
reunido alrededor del cadáver de un caballo. Las águilas viejas, que
generalmente se alimentan primero -tales son las reglas de la urbanidad entre
las águilas-, ya estaban posadas sobre las parvas de heno vecinas, en calidad
de centinelas, mientras las jóvenes continúan alimentándose, rodeadas por
bandadas de cornejas. De esta y otras observaciones semejantes Syevertsof
dedujo que las águilas de cola blanca se reúnen para la caza; elevándose a gran
altura, si son por ejemplo alrededor de una decena, pueden observar una
superficie de cerca de 50 verstas cuadradas, y, en cuanto descubren algo, en
seguida, consciente e inconscientemente, avisan a sus compañeras, que se
acercan y sin discusión, se reparten el alimento hallado.
En general, Syevertsof más tarde tuvo varias veces
ocasión de convencerse de que las águilas de cola blanca se reúnen siempre para
devorar la carroña y que algunas de ellas (al comienzo del festín, las jóvenes)
desempeñan siempre el papel de vigilantes, mientras las otras comen. Realmente,
las águilas de cola blanca, unas de las más bravas y mejores cazadoras, son, en
general, aves gregarias, y Brehm dice que, encontrándose en cautiverio, se
aficionan rápidamente al hombre (I. c., pág. 499-501).
La sociabilidad es el rasgo común de muchas otras
aves de rapiña. El grifo halcón brasileño (Caravara), uno de los rapaces más
"desvergonzados", es, sin embargo, extraordinariamente sociable. Sus
asociaciones para la caza han sido descritas por Darwin y otros naturalistas, y
está probado que, si se apoderan de una presa demasiado grande, convocan
entonces a cinco ó seis de sus camaradas para llevarla. Por la tarde, cuando
estas aves, que se encuentran siempre en movimiento, después de haber volado
todo el día, se dirigen a descansar y se posan sobre algún árbol aislado del
campo, siempre se reúnen en bandadas poco numerosas, y entonces se juntan con
ellas los pernócteros, pequeños milanos de alas oscuras, parecidos a las
cornejas, sus "verdaderos amigos", como dice D'Orbigny. En el viejo
mundo, en las estepas transcaspianas, los milanos, según las observaciones de
Zarudnyi, tienen la misma costumbre de construir sus nidos en un mismo lugar,
agrupándose varios. El grifo social -una de las razas más fuertes de los
milanos- recibió su propio nombre por su amor a la sociedad. Viven en
grandes bandadas, y en el África se encuentran montañas enteras literalmente
cubiertas, en todo lugar libre, - por sus nidos. Decididamente, gozan de la
vida social y se reúnen en bandadas muy grandes para volar a gran altura, lo
que constituye para ellos una especie de deporte. "Viven en gran amistad
-dice Le Vaillant-, y a veces en una misma cueva encontré hasta tres
nidos".
Los milanos urubú, en Brasil, se distinguen quizá por
una mayor sociabilidad que las cornejas de pico blanco, dice Bates, el conocido
explorador del río Amazonas. Los pequeños milanos egipcios (Pernocterus
stercorarius), también viven en buena amistad. Juegan en el aire, en bandadas,
pasan la noche juntos, y, por la mañana, en montones, se dirigen en busca de
alimento, y entre ellos no se produce ni la más pequeña rifía; así lo atestigua
Brehm, que ha tenido posibilidad plena de observar su vida. El halcón de cuello
rojo se encuentra también en bandadas numerosas en los bosques del Brasil, y el
halcón rojo cernícalo (Tinunculus cenchyis), después de abandonar Europa y de
haber alcanzado en invierno las estepas y los bosques de Asia, se reúne en
grandes sociedades. En las estepas meridionales de Rusia lleva (más
exactamente, llevaba) una vida tan social que Nordman lo observó en grandes
bandadas juntos con otros gerifaltes (falco tinunculus, F. oesulon y F.
subbuteo) que se reunían los días claros alrededor de las cuatro de la tarde, y
se recreaban con sus vuelos hasta entrada la noche. Generalmente
volaban todos juntos, en una línea completamente recta, hasta un punto conocido
y determinado; después de lo cual, volvían inmediatamente siguiendo la misma
línea, y luego repetían nuevamente aquel vuelo.
Tales vuelos en bandadas por el placer mismo del
vuelo son muy comunes entre las aves de todo género. Ch. Dixon informa que,
especialmente en el río Humber, en las llanuras pantanosas, a menudo aparecen a
fines de agosto, numerosas bandadas de becasas (traga alpina; "arenero de
montaña" llamada también "buche negro") y se quedan durante el
invierno. Los vuelos de estas aves son sumamente interesantes, puesto que,
reunidas en una enorme bandada, describen círculos en el aire, luego se
dispersan y se reúnen de nuevo, repitiendo esta maniobra con la precisión de
soldados bien instruidos. Dispersos entre ellos suelen encontrarse areneros de
otras especies, alondras de mar y chochas.
Enumerar aquí las diversas asociaciones de caza de
las aves sería simplemente imposible: constituyen el fenómeno más corriente;
pero, es menester, por lo menos, mencionar las asociaciones de pesca de los
pelícanos, en las que estas torpes aves evidencian una organización y una
inteligencia notables. Se dirigen a la pesca siempre en grandes bandadas, Y,
eligiendo una bahía conveniente, forman un amplio semicírculo, frente a la
costa; poco a poco, este semicírculo se estrecha, a medida que las aves nadan
hacia la costa, y, gracias a esta maniobra, todo pez caído en el semicírculo es
atrapado. En los ríos, canales, los pelícanos se dividen en dos partes, cada
una de las cuales forma su semicírculo, y va al encuentro de la otra, nadando,
exactamente como irían al encuentro dos partidas de hombres con dos largas
redes, para recoger el pez caído entre ellas. A la entrada de la noche, los
pelícanos vuelven a su lugar de descanso habitual -siempre el mismo para cada bandada-
y nadie ha observado nunca que se hayan originado peleas entre ellos por un
lugar de pesca o por un lugar de descanso. En América del sur, los pelícanos se
reúnen en bandadas hasta 50.000 aves, una parte de las cuáles se entrega al
sueño mientras otras vigilan, y otra parte se dirige a la pesca.
Finalmente, cometería yo una gran injusticia con
nuestro gorrión doméstico, tan calumniado, si no mencionara cuán de buen girado
comparte toda la comida que encuentra con los miembros dé la sociedad a que pertenece.
Este hecho era bien conocido por los griegos antiguos, y hasta nosotros ha
llegado el relato del orador que exclamó cierta vez (cito de memoria):
"Mientras os hablo, un gorrión vino a decir a los otros gorriones que un
esclavo ha desparramado un saco de trigo, y todos s han ido a recoger el
grano". Muy agradable fue para mi encontrar confirmación de esta
observación de los antiguos en el pequeño libro contemporáneo de Gurney, el
cual está completamente convencido que los gorriones domésticos se comunican
entre si siempre que puedan conseguir comida en alguna parte. Dice: "Por
lejos del patio de la granja que se hubiesen trillado las parvas de trigo, los
gorriones de dicho patio siempre aparecían con los buches repletos de
granos". Cierto es que los gorriones guardan sus dominios con gran celo de
la invasión de extraños, como, por ejemplo, los gorriones del jardín de
Luxemburgo, París, que atacan con fiereza a todos los otros gorriones que
tratan, a su vez, de aprovechar el jardín y la generosidad de sus visitantes;
pero dentro de sus propias comunidades o grupos practican con extraordinaria
amplitud el apoyo mutuo a pesar de que a veces se producen riñas, como sucede,
por otra parte, entre los mejores amigos.
La caza en grupos y la alimentación en bandadas son
tan corrientes en el mundo de las aves que apenas es necesario citar más
ejemplos: es menester considerar estos dos fenómenos como un hecho plenamente
establecido. En cuanto a la fuerza que dan a las aves semejantes asociaciones,
es cosa bien evidente. Las aves de rapiña más grandes suelen verse obligadas a
ceder ante las asociaciones de los pájaros más pequeños. Hasta las águilas -aún
la poderosísima y terrible águila rapaz y el águila marcial, que se destacan
por una fuerza tal que pueden levantar en sus garras una liebre o un antílope
joven- suelen versé obligadas a abandonar su presa a las bandadas de milanos,
que emprenden una caza regular de ellas, no bien notan que alguna ha hecho una
buena presa. Los milanos también dan caza al rápido gavilán pescador, y le
quitan el pescado capturado; pero nadie ha tenido ocasión de observar que los
milanos se pelearan por la posesión de la presa arrebatada de tal modo. En la isla Kerguelen el
doctor Coués ha visto que el Buphagus, la pequeña gallina marina, de los
pescadores de focas, persigue a las gaviotas con el fin de obligarlas a vomitar
el alimento; a pesar de que, por otra parte, las gaviotas, unidas a las
golondrinas marinas, ahuyentan a la pequeña gallina de mar en cuanto se
aproxima a sus posesiones, especialmente durante el anidamiento. Los
frailecicos (Vanellus oristatus), pequeños pero muy rápidos, atacan osadamente
a los buhardos, a los mochuelos, o a una corneja o águila que atisban sus
huevos, es un espectáculo instructivo. Se siente que están seguros de. la
victoria, y se ve la decepción del ave de rapiña. En semejantes casos, las
avefrías se apoyan mutuamente, a la perfección, y la bravura de cada una
aumenta con el número. Ordinariamente persiguen al malhechor de tal modo que
éste prefiere abandonar la caza con tal de alejarse de sus atormentadores. El
frailecico ha merecido bien el apodo de "buena madre" que le dieron
los griegos, puesto que jamás rehusa defender a las otras aves acuáticas, de
los ataques de sus enemigos.
Lo mismo es menester decir acerca del pequeño
habitante de nuestros jardines, la blanca nevatilla, o aguzanieve (Motacilla
alba), cuya longitud total alcanza apenas a ocho pulgadas. Obliga hasta al
cemicalo a suspender la caza. "No bien las aguzanieves ven al ave de rapiña
-ha escrito Brehm, padre- lanzando un grito fuerte la persiguen, previniendo
así a todas las otras aves, y, de tal modo, obligan a muchos buitres a
renunciar a la caza. A
menudo he admirado su coraje y su agilidad, y estoy firmemente convencido de
que sólo el halcón, rapidísimo y noble, es capaz de capturar a la nevatilla... Cuando
sus bandadas obligan a cualquier ave de rapiña a alejarse, ensordecen con sus
chillidos triunfantes y luego se separan" (Brehm tomo tercero, pág. 950).
En tales casos, se reúnen con el fin determinado de dar caza al enemigo,
exactamente lo mismo tuve oportunidad de observar en la población volátil de un
bosque que se elevaba de golpe ante el anuncio de la aparición de alguna ave
nocturna, y todos, tanto las aves de rapiña como- los pequeños e inofensivos
cantores, empezaban a perseguir al recién venido y, finalmente, le obligaban a
volver a su refugio.
¡Qué diferencia enorme entre las fuerzas del milano,
del cernícalo o del gavilán y la de tan pequeños pajarillos, como la nevatilla
del prado, sin embargo, estos pequeños pajarillos gracias a su acción conjunta
y su bravura, prevalecen sobre las rapaces, que están dotadas de vuelo poderoso
y armadas de manera excelente para el ataque. En Europa, las nevatillas no sólo
persiguen a las aves de rapiña que pueden ser peligrosas para ellas, sino
también a los gavilanes pescadores, "más bien para entretenerse que para
hacerles daño" -dice Brehm. En la India, según el testimonio del Dr.
Jerdón, los grajos, persiguen al milano gowinda "simplemente para
distraerse". Y Wied dice que a menudo rodean al águila brasileña
urubitinga innumerables bandadas de tucanes ("burlones") y caciques
(ave que está estrechamente emparentado con nuestras cornejas de Pico blanco) y
se burlan de él. -"El cernícalo -agrega Wied-, ordinariamente soporta
tales molestias con mucha tranquilidad; además, de tanto en tanto, coge a uno
de los burlones que lo rodean". Vemos, de tal modo, en todos estos casos
(y se podría citar decenas de ejemplos semejantes), que los pequeños pájaros,
inmensamente inferiores por su fuerza al ave de rapiña, se muestran, a pesar de
eso, más fuertes que ella gracias a que actúan en común.
Dos grandes familias de aves, a saber, las grullas y
los papagayos han alcanzado los más admirables resultados en lo que respecta a
la seguridad individual, al goce de la vida en común. Las grullas son sumamente
sociables, y viven en excelentes relaciones no sólo con sus congéneres, sino
también con la mayoría de las aves acuáticas. Su prudencia no es menos
asombrosa que su inteligencia. Inmediatamente disciernen las condiciones nuevas
y actúan de acuerdo con las nueve exigencias. Sus centinelas vigilan siempre
que las bandadas comen o descansan, y los cazadores saben, por experiencia,
cuán difícil es aproximárseles. Si el hombre consigue cogerlas desprevenidas,
no vuelven más a ese lugar sin enviar primero un explorador, y tras él una
partida de exploradores; y cuando esta partida vuelve con la noticia de que no
se vislumbra peligro, envían una segunda partida exploradora para comprobar el
informe de los primeros, antes de que toda la bandada se decida a adelantarse.
Con especies próximas, las grullas contraen verdaderas amistades, y, en
cautiverio, ninguna otra ave, excepción hecha solamente del no menos social e
inteligente papagayo, contrae una amistad tan verdadera con el hombre.
"La grulla no ve en el hombre un amo, sino un
amigo, y trata de demostrárselo de todos modos" -dice Brehm basado en su
experiencia personal. Desde la mañana temprano hasta bien entrada la noche, la
grulla se encuentra en incesante actividad; pero, consagra en total algunas
horas de la mañana a la búsqueda del alimento, en especial el alimento vegetal;
el resto del tiempo se entrega a la vida social. "Estando con ánimo de
juguetear -escribe Brehm- la grulla levanta de la tierra danzando,
piedrecillas, pedacitos de madera, los arroja al aire tratando de agarrarlos
tuerce el cuello, despliega las alas, danza, brinca, corre, y, por todos los
medios, expresa su buen humor, y siempre es hermosa y graciosa. Puesto que
viven constantemente en sociedad, casi no tienen enemigos, a pesar de que Brehm
tuvo ocasión de ver, a veces, que alguna era atrapada accidentalmente por un
cocodrilo, pero con excepción del cocodrilo, no conoce la grulla ningún otro
enemigo. La prudencia de la grulla, que se ha hecho proverbial, la salva de
todos los enemigos, y, en general, vive hasta una edad muy avanzada. Por esto
no es sorprendente que la grulla, para conservar la especie, no tenga necesidad
de criar una descendencia numerosa y, generalmente, no pone más de dos huevos.
En cuanto al elevado desarrollo de su inteligencia, bastará decir que todos los
observadores reconocen unánimemente que la capacidad intelectual de la grulla
recuerda poderosamente la capacidad del hombre.
Otra ave sumamente social, el papagayo, ocupa, como
es sabido, por el desarrollo de su capacidad intelectual, el primer puesto en
todo el mundo volátil. Su modo de vida está tan excelentemente descrito por
Brehm, que me será suficiente reproducir el trozo siguiente, como la mejor
característica:
"Los papagayos -dice- viven en sociedades o
bandadas muy numerosas, excepto durante el periodo de aparejamiento. Eligen
como vivienda un lugar del bosque, de donde salen todas las mañanas para sus
expediciones de caza. Los miembros de cada bandada están muy ligados entre sí,
comparten tanto el dolor corno la alegría. Todas las mañanas se dirigen juntos al
campo, al huerto, o a cualquier árbol frutal, para alimentarse de frutas.
Apostan centinelas para proteger a toda la bandada y siguen con atención sus
advertencias. En caso de peligro, se apresuran todos a volar, prestándose mutuo
apoyo, y por la tarde, todos vuelven al lugar de descanso al mismo tiempo.
Dicho más brevemente, viven siempre en unión estrechamente amistosa."
Encuentran también placer en la sociedad de otras
aves. En la India: -dice Leyard- los grajos y los cuervos cubren volando una
distancia de muchas millas, para pasar la noche junto con los papagayos, en las
espesuras de bambúes. Cuando se dirigen a la caza, los papagayos no sólo
demuestran un ingenio y una prudencia sorprendentes, sino también capacidad
para adaptarse a las circunstancias. Así, por ejemplo, una bandada de cacatúas
blancas de Australia, antes de iniciar el saqueo de un trigal,
indefectiblemente envía una partida de exploradores, que se distribuye en los
árboles más altos de la vecindad del campo citado, mientras que otros
exploradores se posan sobre los árboles intermedios entre el campo y el bosque,
y transmiten señales. Si las señales comunican que "todo está en orden,
entonces una decena de cacatúas se separa de la bandada, traza varios círculos
en el aire y se dirige hacia los árboles más próximos al campo. Esta segunda
partida, a su vez, observa con bastante detención los alrededores, y sólo
después de esa observación, da la señal para el traslado general; después, toda
¡-a bandada se eleva al mismo tiempo y saquea rápidamente el campo. Los colonos
australianos vencen con mucha dificultad la vigilancia de los papagayos; pero,
si el hombre, con toda su astucia y sus armas, consigue matar algunas cacatúas,
entonces se vuelven tan vigilantes y prudentes, que desbaratan todas las
artimañas de los enemigos.
No hay duda alguna de que sólo gracias al carácter
social de su vida, pudieron los papagayos alcanzar ese elevado desarrollo de la
inteligencia y de los sentidos (que encontramos en ellos) y que casi llega al
nivel humano. Su elevada inteligencia indujo a los mejores naturalistas a
llamar a algunas especies -especialmente al papagayo gris-
"ave-hombres". En cuanto a su afecto mutuo, sabido es que si ocurre
que uno de la bandada es muerto por un cazador, los restantes comienzan a volar
sobre el cadáver de su camarada lanzando gritos lastimeros y "caen ellos
mismos víctimas de su afección amistosa" -como escribió Audubon-, y si dos
papagayos cautivos, aunque sean pertenecientes a dos especies distintas,
contrajeran amistad, y uno de ellos muriera accidentalmente, no es raro
entonces que el otro también perezca de tristeza y de pena por su amigo muerto.
No es menos evidente que en sus asociaciones los
papagayos encuentren una protección contra los enemigos incomparablemente
superior a la que podrían encontrar por medio del desarrollo más ideal de sus
"picos y garras". Muy escasas aves de rapiña y mamíferos se atreven a
atacar a los papagayos -y esto solamente a las especies pequeñas- y Brehm tiene
toda la razón cuando dice, hablando de los papagayos, que ellos, igual que las
grullas y los monos sociales, apenas tienen otro enemigo fuera del hombre; y
agrega: "Muy probablemente, la mayoría de los papagayos grandes mueren de
vejez y no en las garras de sus enemigos". Únicamente el hombre, gracias a
su superior inteligencia, y a sus armas -que también constituyen el resultado
de su vida en sociedad-, puede, hasta cierto punto, exterminar a los papagayos.
Su misma longevidad se debe de tal modo al resultado de la vida social. Y, muy
probablemente, es necesario decir lo mismo con respecto a su memoria sorprendente,
cuyo desarrollo, sin duda, favorece la vida en sociedad, y también la
longevidad, acompañada por la plena conservación, tanto de las capacidades
físicas como intelectuales hasta una edad muy avanzada.
Se ve, por todo lo que precede que la guerra de todos
contra cada uno no es, de ningún modo, la ley dominante de la naturaleza. La
ayuda mutua es ley de la naturaleza tanto como la guerra mutua y esta ley se
hace para nosotros más exigente cuando observamos algunas otras asociaciones de
aves y observamos la vida social de los mamíferos. Algunas rápidas referencias
a la importancia de la ley de la ayuda mutua en la evolución del reino animal
han sido ya hechas en las páginas precedentes; pero su importancia se aclarará
con mayor precisión cuando, citando algunos hechos, podamos hacer, basados en
ellos, nuestras conclusiones.
CAPÍTULO II
LA AYUDA MUTUA ENTRE LOS ANIMALES (Continuación)
Apenas
vuelve la primavera a la zona templada, miríadas de aves, dispersas por los países
templados del sur, se reúnen en bandadas innumerables y se apresuran, llenas de
alegre energía, a ir hacia el norte para criar su descendencia. Cada seto, cada
bosquecillo, cada roca de la costa del océano, cada lago o estanque de los que
se halla sembrado el norte de América, el norte de Europa, y -el norte de Asia,
podrían decirnos, en esa época del año, qué representa la ayuda mutua en la
vida de las aves; qué fuerza, qué energía y cuánta protección dan a cada ser
viviente por débil e indefenso que sea de por sí.
Tomad, por
ejemplo, uno de los innumerables lagos de las estepas rusas o siberianas, al
principio de la
primavera. Sus orillas están pobladas de miríadas de aves
acuáticas, pertenecientes por lo menos a veinte especies diferentes que viven en
pleno acuerdo y que se protegen entre sí constantemente. He aquí cómo describe
Syevertsof uno de estos lagos:
"El
lago se halla oculto entre las arenas de color rojo amarillo, las talas verde
oscuro y las cañas. Aquello es un hervidero de aves, un torbellino que nos
marea... El espacio, lleno de gaviotas (Larus rudibundus) y golondrinas
marinas (Sterna hirundo) es conmovido por sus gritos sonoros. Miles de
avefrías recorren las orillas y silban... Más allá, casi sobre cada ola, un
pato se mece y grita. En lo alto se extienden las bandadas de patos kazarki;
más abajo, de tanto en tanto, vuelan sobre el lago los 'podorliki' (Aquila
clanga) y los buhardos de pantano, seguidos inmediatamente por la bandada
bullanguera de los pescadores. Mis ojos se fueron en pos de ellos".
Por todas
partes brota la vida. Pero
he aquí las rapaces, "las más fuertes y ágiles" -como dice Huxley- e
-idealmente dotadas para el ataque" -como dice Syeverstof. Se oyen sus
voces hambrientas y ávidas y sus gritos exasperados cuando, durante horas
enteras, esperan una ocasión conveniente para atrapar, en esta masa de seres
vivientes, siquiera un solo individuo indefenso. No bien se acercan, decenas de
centinelas voluntarios avisan su aparición, y en seguida centenares de gaviotas
y golondrinas marinas inician la persecución del rapaz. Enloquecido por el
hambre, deja de lado por último sus precauciones habituales; se arroja de
improviso sobre la masa viva de aves; pero, atacado por todas partes, de nuevo
es obligado a retirarse. En un arranque de hambre desesperada, se arroja sobre
los patos salvajes; pero, las ingeniosas aves sociales, rápidamente, se reúnen
en una bandada y huyen si el rapaz es un águila pescadora; si es un halcón, se
zambullen en el lago; si es un buitre, levantan nubes de salpicaduras de agua y
sumen al rapaz en una confusión completa. Y mientras la vida continúa pululando
en el lago, como antes, el rapaz huye con gritos coléricos en busca de carroña,
o de algún pajarilla joven o ratón de campo, aún no acostumbrado a obedecer a
tiempo las advertencias de los camaradas. En presencia de toda esta vida que
fluye a torrentes, el rapaz, armado idealmente, tiene que contentarse sólo con
los desechos de ella.
Aún más
lejos, hacia el norte, en los archipiélagos árticos, "podéis navegar
millas enteras a lo largo de la orilla y veréis que todos los saledizos, todas
las rocas y los rincones de las pendientes de las montañas hasta doscientos
pies, y a veces hasta quinientos sobre el nivel del mar, están literalmente
cubiertos de aves marinas, cuyos pechos blancos se destacan sobre el fondo de
las rocas sombrías, de tal modo que parecen salpicadas de creta. El aire, tanto
de cerca como a lo lejos, está repleto de aves.
Cada una de
estas "montañas de aves" constituye un ejemplo viviente de la ayuda
mutua, y también de la variedad sin fin de caracteres, individuales y
específicos, -que son resultado de la vida social-. Así, por ejemplo, el
ostrero es conocido por su presteza en atacar a cualquier ave de presa. El arga
de los pantanos es renombrada por su vigilancia e inteligencia como guía de
aves más pacíficas. Pariente de la anterior, el revuelve piedras, cuando está
rodeado de camaradas pertenecientes a especies más grandes, deja que se ocupen
ellos de la protección de todos, y hasta se vuelve un ave bastante tímida; Pero
cuando está rodeado de pájaros más pequeños, toma a su cargo, en interés de la
sociedad, el servicio de centinela, y hace que le obedezcan, dice Brehm.
Se puede
observar aquí a los cisnes, dominadores, y a la par de ellos, a las gaviotas
Kitty-Wake -extremadamente sociables y hasta tiernas y entre las cuales, como
dice Nauman, las disputas se producen muy raramente y siempre son breves; se ve
a las atractivas kairas polares, que continuamente se prodigan caricias; a las
gansas-egoístas, que entregan a los caprichos de la suerte los huérfanos de la
camarada muerta, y junto a ellas, a otras gansas que adoptan a los huérfanos y
nadan rodeadas de cincuenta o sesenta pequeñuelos, de los cuales cuidan como si
fueran sus propios hijos. Junto a los pingüinos, que se roban los huevos unos a
otros, se ven las calandrias marinas, cuyas relaciones familiares son
,"tan encantadoras y conmovedoras" que ni los cazadores apasionados
se deciden a disparar a la hembra rodeada de su cría; o a los gansos del norte,
entre los cuales (como los patos velludos o "coroyas" de las
sabanas), varias hembras empollan los huevos en un mismo nido; o los kairas
(Uria troile) que -afirman observadores dignos de fe- a veces se sientan
por turno sobre el nido común. La naturaleza es la variedad misma, y ofrece
todos los matices posibles de caracteres, hasta lo más elevado: por eso no es
posible representarla en una afirmación generalizada. Menos aún puede
juzgársela desde el punto de vista moral, puesto que las opiniones mismas del
moralista son resultado -la mayoría de las veces inconsciente- de las
observaciones sobre la naturaleza.
La costumbre
de reunirse en el período de anidamiento es tan común entre la mayoría de las aves,
que apenas es necesario dar otros ejemplos. Las cimas de nuestros árboles están
coronadas por grupos de nidos de pequeños pájaros; en las granjas anidan
colonias de golondrinas; en las torres viejas y campanarios se refugian
centenares de aves nocturnas; y fácil sería llenar páginas enteras con las más
encantadoras descripciones de la paz y armonía que se encuentran en casi todas
estas sociedades volátiles para el anidamiento. Y hasta dónde tales
asociaciones sirven de defensa a las aves más débiles, es evidente de por sí.
Un excelente observador, como el americano Dr. Couës, vio, por ejemplo, que las
pequeñas golondrinas (cliff swallaws) construían sus nidos en la
vecindad inmediata de un halcón de las estepas (Falco polyargus). El
halcón había construido su nido en la cúspide de uno de aquellos minaretes de
arcilla de los que tantos hay en el Cañón del Colorado, y la colonia de
golondrinas vivía inmediatamente debajo de él. Los pequeños pájaros pacíficos
no temían a su rapaz vecino: simplemente no le permitían acercarse a su
colonia. Si lo hacía, inmediatamente lo rodeaban y comenzaban correrlo, de modo
que el rapaz había de alejarse enseguida.
La vida en
sociedades no cesa cuando ha terminado la época del anidamiento; toma solamente
nueva forma. Las crías jóvenes se reúnen en otoño, en sociedades juveniles, en
las que ordinariamente ingresan varias especies. La vida social es practicada
en esta época principalmente por los placeres que ella proporciona, y también,
en parte, por su seguridad. Así encontramos en otoño, en nuestros bosques,
sociedades compuestas de picamaderos jóvenes (Sitta coesia), junto con
diversos paros, trepadores, reyezuelos, pinzones de montaña y pájaros
carpinteros. En España, las golondrinas se encuentran en compañía de cernícalos,
atrapamoscas y hasta de palomas.
En el Far
West americano, las jóvenes calandrias copetudas (Horned Park) viven
en grandes sociedades, conjuntamente con otras especies de cogujadas (Spragues
Lark), con el gorrión de la sabana (Savannah sparoow) y algunas
otras especies de verderones y hortelanos. En realidad, sería más fácil
describir todas las especies que llevan vida aislada que enumerar aquellas
especies cuyos pichones constituyen sociedades, cuyo objeto de ningún modo es
cazar o anidar, sino solamente disfrutar de la vida en común y pasar el tiempo
en juegos y deportes, después de las pocas horas que deben consagrar a la
búsqueda de alimento.
Por último,
tenemos ante nosotros, todavía, un campo amplísimo de estudio de la ayuda mutua
en las aves, durante sus migraciones, y hasta tal punto es amplio que sólo
puedo mencionar, en pocas palabras, este gran hecho de la naturaleza. Bastará
decir que las aves que han vivido, hasta entonces, meses enteros en pequeñas
bandadas diseminadas por una superficie vasta, comienzan a reunirse en la
primavera o en el otoño a millares; durante varios días seguidos, a veces una
semana o ' más, acuden a un lugar determinado, antes de ponerse en camino, y
parlotean con vivacidad, probablemente sobre la migración inminente. Algunas
especies, todos los días, antes de anochecer, se ejercitan en vuelos
preparatorios, alistándose para el largo viaje. Todas esperan a sus congéneres
retrasadas, y, por último, todas juntas desaparecen un buen día; es decir
vuelan, en una dirección determinada, siempre bien escogida, que representa,
sin duda, el fruto de la experiencia colectiva acumulada. Los individuos
fuertes vuelan a la cabeza de la bandada, cambiándose por turno para cumplir
con esta difícil obligación. De tal modo, las aves atraviesan hasta los vastos
mares, en grandes bandadas compuestas tanto de aves grandes como de pequeñas;
y, cuando, en la primavera siguiente vuelven al mismo lugar, cada ave se dirige
al mismo sitio bien conocido, y en la mayoría de los casos, hasta cada pareja
ocupa el mismo nido que reparó o construyó el año anterior.
Este,
fenómeno de migración se halla tan extendido, y está al mismo tiempo tan
eficientemente estudiado, creó tantas costumbres asombrosas de ayuda mutua -y
estas costumbres y el hecho mismo de la migración requerirían un trabajo
especial- que me veo obligado a abstenerme de dar mayores detalles. Mencionaré
solamente las reuniones numerosas y animadas que tienen lugar de año en año en
el mismo sitio, antes de emprender su largo viaje al norte o al sur; y, del
mismo modo, las reuniones que se pueden ver en el norte, por ejemplo, en las
desembocaduras del Yenesei, o en los condados del norte de Inglaterra, cuando
las aves vuelven del sur a sus lugares habituales de anidamiento, pero no se
han asentado aún en sus nidos. Durante muchos días, a veces hasta un mes
entero, se reúnen todas las mañanas y pasan juntas alrededor de media hora,
antes de echar a volar en busca de alimento, quizá deliberando sobre los
lugares donde se dispondrán a construir sus nidos. si durante la migración
sucede que las columnas de aves que emigran son sorprendidas por una tormenta,
entonces la desgracia común une a las aves de las especies más diferentes. La
diversidad de aves que, sorprendidas por una nevasca durante la migración,
golpean contra los vidrios de los faros de Inglaterra, sencillamente es
asombrosa. Necesario es observar también que las aves no migratorias, pero que
se desplazan lentamente hacia el norte o sur, conforme a la época del año; es
decir, las llamadas aves nómadas, también realizan sus traslados en pequeñas
bandadas. No emigran aisladas, para asegurarse de tal modo, y por separado, el
mejor alimento y encontrar mejor refugio en la nueva región sino, que siempre
se esperan mutuamente y se reúnen en bandadas antes de comenzar su lento cambio
de lugar hacia el norte o el sur.
Pasando
ahora a los mamíferos, lo primero que nos asombra en esta vasta clase de
animales es la enorme supremacía numérica de las especies sociales sobre
aquellos pocos carnívoros que viven solitarios. Las mesetas, las regiones
montañosas, estepas y depresiones del nuevo y viejo mundo, literalmente hierven
de rebaños de ciervos, antílopes, gacelas, búfalos, cabras y ovejas salvajes;
es decir, de todos los animales que son sociales. Cuando los europeos
comenzaron a penetrar en las praderas de América del Norte, las hallaron hasta
tal punto densamente poblados por búfalos, que sucedía que los pioneros tenían,
a veces, que detenerse, y durante mucho tiempo, cuando las columnas de búfalos
en densa columna se prolongaba a veces hasta dos o tres días; y cuando
los rusos ocuparon Siberia, encontraron en ella una cantidad tan enorme de
ciervos, antílopes, corzos, ardillas y otros animales, que la conquista dé
Siberia no fue más que una expedición cinegética que se prolongó durante dos
siglos. Las llanuras herbosas de África oriental aún ahora están repletas de
cebras, jirafas y diversas especies de antílopes.
Hasta hace
un tiempo no muy lejano, los ríos pequeños de América del Norte y de la Siberia Septentrional
estaban todavía poblados por colonias de castores, y en la Rusia europea, toda
su parte norte, todavía en el siglo XVIII, estaba cubierta por colonias semejantes.
Las llanuras de los cuatro grandes continentes están aún ahora pobladas de
innumerables colonias de topos, ratones, marmotas, tarbaganes, "ardillas
de tierra" y otros roedores. En las latitudes más bajas de Asia y África,
en esta época, los bosques son refugios de numerosas familias de elefantes,
rinocerontes, hipopótamos y de innumerables sociedades de monos. En el lejano
norte, los ciervos se reúnen en innumerables rebaños, y aún más al norte,
encontramos rebaños de toros almizcleros e incontables sociedades de zorros
polares. Las costas del océano están animadas por manadas de focas y morsas, y
sus aguas por manadas de animales sociales pertenecientes a la familia de las
ballenas; por último, y aun en los desiertos del altiplano del Asia central,
encontramos manadas de caballos salvajes, asnos salvajes, camellos salvajes y
ovejas salvajes. Todos estos mamíferos viven en sociedades y en grupos que
cuentan, a veces, cientos de miles de individuos, a pesar de que ahora, después
de tres siglos de civilización a base de pólvora, quedan únicamente restos
lastimosos de aquellas incontables sociedades animales que existían en tiempos
pasados.
¡Qué
insignificante, en comparación con ella, es el número de los carnívoros! ¡Y qué
erróneo, en consecuencia, el punto de vista de aquéllos que hablan del mundo
animal como si estuviera compuesto solamente de leones y hienas que clavan sus
colmillos ensangrentados en la presa! Es lo mismo que si afirmásemos que toda
la vida de la humanidad se reduce solamente a las guerras y a las masacres.
Las
asociaciones y la ayuda mutua son regla en la vida de los mamíferos. La
costumbre de la vida social se encuentra hasta en los carnívoros, y en toda
esta vasta clase de animales solamente podemos nombrar una familia de felinos
(leones, tigres, leopardos, etc.), cuyos miembros realmente prefieren la vida
solitaria a la vida social, y sólo raramente se encuentran, por lo menos ahora,
en pequeños grupos. Además, aun entre los leones "el hecho más común es
cazar en grupos", dice el célebre cazador y conocedor S. Baker. Hace poco,
N. Schillings, que estaba cazando en el este del Africa Ecuatorial, fotografió
de noche -al fogonazo repentino de la luz de magnesio- leones que se habían
reunido en grupos de tres individuos adultos, y que cazaban en común;
por la mañana, contó en el río, adonde durante la sequía acudían de
noche a beber los rebaños de cebras, las huellas de una cantidad mayor
aún de leones -hasta treinta- que iban a cazar cebras, y naturalmente,
nunca, en muchos años, ni Schillings ni otro alguno, oyeron decir que los
leones se pelearan o se disputaran la presa. En cuanto a los leopardos, y esencialmente
al puma sudamericano (género de león), su sociabilidad es bien conocida. El
puma, en consecuencia, como lo describió Hudson, se hace amigo del hombre
gustosamente.
En la
familia de los viverridoe, carnívoros que representan algo intermedio
entre los gatos y las martas, y en la familia de las martas (marta,
armiño, comadreja, garduña, tejón, etc.), también predomina la forma de vida
solitaria. Pero puede considerarse plenamente establecido que en épocas
no más tempranas que el final del siglo XVIII, la comadreja vulgar (mustela,
vulgaris) era más social que ahora; se encontraba entonces en Escocia y
también en el cantón de Unterwald, en Suiza, en pequeños grupos.
En cuanto a
la vasta familia canina (perros, lobos, chacales, zorros y zorros polares),
su sociabilidad, sus asociaciones con fines de caza pueden considerarse como
rasgo característico de muchas variedades de esta familia. Es por todos sabido
que los lobos se reúnen en manadas para cazar, y el investigador de la
naturaleza de los Alpes, Tschudi, dejó una descripción excelente de cómo,
disponiéndose en semicírculo, rodean a la vaca que pace en la pendiente
montañosa y, luego, saltando súbitamente, lanzando un fuerte aullido, la hacen
caer al precipicio, Audubon, en el año 1830 vio también que los lobos del
Labrador cazaban en manadas, y que una manada persiguió a un hombre hasta su
choza y destrozó a sus perros. En los crudos inviernos, las manadas de lobos
vuelven tan numerosas que son peligrosas para las poblaciones humanas, como
sucedió en Francia por el año 1840. En las estepas rusas, los lobos nunca
atacan a los caballos si no es en manadas, y deben soportar una lucha feroz,
durante la cual los caballos (según el testimonio de Kohl), a: veces pasan al
ataque; en tal caso, si los lobos no se apresuran a retroceder… corren riesgo
de ser rodeados por los caballos, que los matan a coces. Sabido es, también,
que los lobos de las praderas americanas (canis latrans) se reúnen en
manadas de 20 y 30 individuos para atacar al búfalo que se ha separado
accidentalmente del rebaño. Los chacales, que se distinguen por su gran bravura
y pueden ser considerados entre los más inteligentes representantes de la
familia canina, siempre cazan en manadas; reunidos de tal modo, no temen a los
carnívoros mayores.
En cuanto a
los perros salvajes del Asia (Jolzuni o Dholes), Williamson vio que sus
grandes manadas atacan resueltamente a todos los animales grandes, excepto
elefantes y rinocerontes, y que hasta consiguen vencer a los osos y tigres, a
quienes, como es sabido, arrebatan siempre los cachorros.
Las hienas
viven siempre en sociedades y cazan en manadas, y Cummings se refiere con gran
elogio a las organizaciones de caza de las hienas manchadas (Lycain). Hasta los
zorros, que en nuestros países civilizados indefectiblemente viven solitarios,
se reúnen a veces para cazar, como lo testimonian algunos observadores. También
el zorro polar, es decir, el zorro ártico, es o más exactamente era, en los
tiempos de Steller, en la primera mitad del siglo XVIII, uno de los animales
más sociables. Leyendo el relato de Steller sobre la lucha que tuvo que
sostener la infortunada tripulación de Behring con estos pequeños e
inteligentes animales, no se sabe de qué asombrarse más: de la inteligencia no
común de los zorros polares y del apoyo mutuo que revelaban al desenterrar los
alimentos ocultos debajo de las piedras o colocados sobre pilares (uno de
ellos, en tal caso, trepaba a la cima del pilar y arrojaba los alimentos a los
compañeros que esperaban abajo), o de la crueldad del hombre, llevado a la
desesperación por sus numerosas manadas. Hasta, algunos osos viven en
sociedades en los lugares donde el hombre no los molesta. Así, Steller vio
numerosas bandas de osos negros de Kamchatka, y, a veces, se ha encontrado osos
polares en pequeños grupos. Ni siquiera los insectívoros, no muy inteligentes,
desdeñan siempre la asociación.
Por otra
parte, encontramos las formas más desarrolladas de ayuda mutua especialmente
entre los roedores, ungulados y rumiantes. Las ardillas son individualistas en
grado considerable. Cada una de ellas construye su cómodo nido y acumula su
provisión. Están inclinadas a la vida familiar, y Brehm halló que se sienten
muy felices cuando las dos crías del mismo año se juntan con sus padres en
algún rincón apartado del bosque. Mas, a pesar de esto, las ardillas mantienen
relaciones recíprocas, y si en el bosque donde viven se produce una escasez de
piñas, emigran en destacamentos enteros. En cuanto a las ardillas negras del
Far West americano, se destacan especialmente por su sociabilidad. Con
excepción de algunas horas dedicadas diariamente al aprovisionamiento, pasan
toda su vida en juegos, juntándose para esto en numerosos grupos. Cuando se
multiplican demasiado rápidamente en alguna región, como sucedió, por ejemplo,
en Pensylvania en 1749, se reúnen en manadas casi tan numerosas como nubes de
langostas y avanzan -en este caso- hacia el Suroeste, devastando en su camino
bosques, campos y huertos. Naturalmente, detrás de sus densas columnas se
introducen los zorros, las garduflas, los halcones y toda clase de aves
nocturnas, que se alimentan con los individuos rezagados. El pariente de la
ardilla común, burunduk, se distingue por una sociabilidad aún mayor. Es un
gran acaparador, y en sus galerías subterráneas acumula grandes provisiones de
raíces comestibles y nueces, que generalmente son saqueadas en otoño por los
hombres. Según la opinión de algunos observadores, el burunduk conoce,
hasta cierto punto, las alegrías que experimenta un avaro. Pero, a pesar de
eso, es un animal social. Vive siempre en grandes poblaciones, y cuando Audubon
abrió, en invierno, algunas madrigueras de "hackee" (el congénere
americano más cercano de nuestro burunduk) encontró varios individuos en un
refugio. Las provisiones en tales cuevas, habían sido preparadas por el
esfuerzo común.
La gran
familia de las marmotas, en la que entran tres grandes géneros: las marmotas
propiamente dichas, los susliki y los "perros de las praderas"
americanas (Arctomys, Spermophilus y Cynomys), se distingue por una
sociabilidad y una inteligencia aún mayor. Todos los representantes de esta
familia prefieren tener cada cual su madriguera, pero viven en grandes
poblaciones. El terrible enemigo de los trigales del Sur de Rusia -el suslik-
de los cuales el hombre sólo extermina anualmente alrededor de diez
millones, vive en innumerables colonias; y mientras las asambleas provinciales
(Ziemstvo) rusas, discuten seriamente los medios de liberarse de este
"enemigo social", los susliki, reunidos a millares en sus
poblados, disfrutan de la
vida. Sus juegos son tan encantadores que no existe
observador alguno que no haya expresado su admiración y referido sus conciertos
melodiosos, formados por los silbidos agudos de los machos y los silbidos
melancólicos de las hembras, antes de que, recordando sus obligaciones
ciudadanas, se dedicaran a la invención de diferentes medios diabólicos para el
exterminio de estos saqueadores. Puesto que la reproducción de todo género de
aves rapaces y bestias de presa para la lucha con- los susliki resultó
infructuosa, actualmente la última palabra de la ciencia en esta lucha consiste
en inocularles el cólera.
Las
Poblaciones de los perros de las praderas" (Cynomys), en las llanuras de
la América del Norte, presentan uno de los espectáculos más atrayentes. Hasta
donde el ojo puede abarcar la extensión de la pradera se ven, por doquier,
pequeños montículos de tierra, y sobre cada uno se encuentra una bestezuela, en
conversación animadísima con sus vecinos, valiéndose de sonidos entrecortados
parecidos al ladrido. Cuando alguien da la señal de la aproximación del hombre,
todos, en un instante, se zambullen en sus pequeñas cuevas, desapareciendo como
por encanto. Pero no bien el peligro ha pasado, las bestezuelas salen
inmediatamente. Familias enteras salen de sus cuevas y comienzan a jugar. Los
jóvenes se arañan y provocan mutuamente, se enojan, páranse graciosamente sobre
las patas traseras, mientras los viejos vigilan. Familias enteras se visitan, y
los senderos bien trillados entre los montículos de tierra, demuestran que
tales visitas se repiten muy a menudo. Dicho más brevemente, algunas de las
mejores páginas de nuestros mejores naturalistas están dedicadas a la
descripción de las sociedades de los perros de las praderas de América, de las
marmotas del Viejo Continente y de las marmotas polares de las regiones
alpinas. A pesar de eso, tengo que repetir, respecto a las marmotas lo mismo
que dije sobre las abejas. Han conservado sus instintos bélicos, que se
manifiestan también en cautiverio. Pero en sus grandes asociaciones, en
contacto con la naturaleza libre, los instintos antisociales no encuentran
terreno para su desarrollo, y el resultado final es la paz y la armonía.
Aun animales
tan gruñones como las ratas, que siempre se pelean en nuestros sótanos, son lo
bastante inteligentes no sólo para no enojarse cuando se entregan al saqueo de
las despensas, sino para prestarse ayuda mutua durante sus asaltos y
migraciones. Sabido es que a veces hasta alimentan a sus inválidos. En cuanto
al castor o rata almizclera del Canadá (nuestra ondrata) y la desman,
se distinguen por su elevada sociabilidad. Audubon habla con admiración de
sus "comunidades pacíficas, que, para ser felices, sólo necesitan que no
se les perturbe". Como todos los animales sociales, están llenos de
alegría de vivir, son juguetones y fácilmente se unen con otras especies de
animales, y, en general, se puede decir que han alcanzado un grado elevado de
desarrollo intelectual. En la construcción de sus poblados, situados siempre a
orillas de los lagos y de los ríos, evidentemente toman en cuenta el nivel
variable de las aguas, dice Audubon; sus casas cupuliformes, construidas con
arca y cañas, poseen rincones apartados para los detritus orgánicos; y sus
salas, en la época invernal, están bien tapizadas con hojas y hierbas: son
tibias, y al mismo tiempo están dotados de un carácter sumamente simpático; sus
asombrosos diques y poblados, en los cuales viven y mueren generaciones enteras
sin conocer más enemigos que la nutria y el hombre, constituyen asombrosas
muestras de lo que la ayuda mutua puede dar al animal para la conservación de la
especie, la formación de las costumbres sociales y el desarrollo de las
capacidades intelectuales. Los diques y poblados de los castores son bien
conocidos por todos los que se interesan en la vida animal, y por esto no me
detendré más en ellos. Observaré únicamente que en los castores, ratas
almizcleras y algunos otros roedores, encontramos ya aquel rasgo que es también
característico de las sociedades humanas, o sea, el trabajo en común.
Pasaré en
silencio dos grandes familias, en cuya composición entran los ratones
saltadores (la yerboa egipcia o pequeño emuran, y el alataga),
la chinchilla, la vizcacha (liebre americana subterránea) y los tushkan (liebre
subterránea del sur de Rusia), a pesar de que las costumbres de todos estos
pequeños roedores podrían servir como excelentes muestras de los placeres que
los animales obtienen de la vida social. Precisamente de los placeres, puesto
que es sumamente difícil determinar qué es lo que hace reunirse a los animales:
si la necesidad de protección mutua o simplemente el placer, la costumbre, de
sentirse rodeados de sus congéneres. En todo caso, nuestras liebres vulgares,
que no se reúnen en sociedades para la vida en común, y más aún, que no están
dotadas de sentimientos paternales especialmente fuertes, no pueden vivir, sin
embargo, sin reunirse para los juegos comunes. Dietrich de Winckell,
considerado el mejor conocedor de la vida de las liebres, las describe como
jugadoras apasionadas; se embriagan de tal manera con el proceso del juego, que
es conocido el caso de unas libres que tomaron a un zorro, que se aproximó
sigilosamente, como compañero de juego. En cuanto a los conejos, viven
constantemente en sociedades, y toda su vida reposa sobre él principio de la
antigua familia patriarcal; los jóvenes obedecen ciegamente al padre, y hasta
el abuelo. Con respecto a esto, hasta sucede algo interesante; estas dos
especies próximas, los conejos y las liebres, no se toleran mutuamente, y no
porque se alimentan de la misma clase de comida, como suelen explicarse casos
semejantes, sino, lo que es más probable, porque la apasionada liebre, que es
una gran individualista, no puede trabar amistad con una criatura tan
tranquila, apacible y humilde como el conejo. Sus temperamentos son tan
diferentes, que deben constituir un obstáculo para su amistad.
En la vasta
familia de los equinos, en la que entran los caballos salvajes y asnos salvajes
de Asia, las cebras, los mustangos, los cimarrones de las pampas y los caballos
semisalvajes de Mongolia y Siberia, encontramos de nuevo la sociabilidad más
estrecha. Todas estas especies y razas viven en rebaños numerosos, cada uno de
los cuales se compone de muchos grupos, que comprenden varias yeguas bajo la
dirección de un padrino. Estos innumerables habitantes del viejo y del nuevo
mundo -hablando en general, bastante débilmente organizados para la lucha con
sus numerosos enemigos y también para defenderse de las condiciones climáticas
desfavorables- desaparecerían de la faz de la tierra si no fuera por su
espíritu social. Cuando se aproxima un carnicero, se reúnen inmediatamente
varios grupos; rechazan el ataque del carnívoro y, a veces, hasta lo persiguen;
debido a esto, ni el lobo, ni siquiera el león, pueden capturar un caballo, ni
aun una cebra mientras no se haya separado del grupo. Hasta, de noche, gracias
a su no común prudencia gregaria y a la inspección preventiva del lugar, que
realizan individuos experimentados, las cebras pueden ir a abrevar al río, a
pesar de los leones que acechan en los matorrales.
Cuando la
sequía quema la hierba de las praderas americanas, los grupos de caballos y
cebras se reúnen en rebaños cuyo número alcanza, a veces, hasta diez mil
cabezas, y emigran a nuevos lugares. Y cuando en invierno, en nuestras estepas
asiáticas, rugen las nevascas, los grupos se mantienen cerca unos de otros y
juntos buscan protección en cualquier quebrada. Pero, si la confianza mutua,
por alguna razón, desaparece en el grupo, o el pánico hace presa de los
caballos y los dispersa, entonces la mayor parte perece, y se encuentra a los
sobrevivientes, después de la nevasca, medio muertos de cansancio. La unión es,
de tal modo, su arma principal en la lucha por la existencia, y el hombre, su
principal enemigo. Retirándose ante el número creciente de este enemigo, los antecesores
de nuestros caballos domésticos (denominados por Poliakof Equus Przewalski),
prefirieron emigrar a las más salvajes y menos accesibles partes del altiplano
de las fronteras del Tibet, donde han sobrevivido hasta ahora, rodeados en
verdad de carnívoros y en un clima que poco cede por su crudeza a la región
ártica, pero en un lugar todavía inaccesible al hombre.
Muchos
ejemplos sorprendentes de sociabilidad podrían ser tomados de la vida de los
ciervos, y en especial de la vasta división de los rumiantes, en la que pueden
incluirse a los gamos, antílopes, las gacelas, cabras, ibex, etcétera, en suma
de la vida de tres familias numerosas: antilopides, caprides y ovides. La
vigilancia con que preservan sus rebaños de los ataques de los carnívoros; la ansiedad
demostrada por el rebaño entero de gamuzas, mientras no han atravesado todos un
lugar peligroso a través de los peñascos rocosos; la adopción de los huérfanos;
la desesperación de la gacela, cuyo macho o cuya hembra, o hasta un compañero
del mismo sexo, han sido muertos; los juegos de los jóvenes, y muchos otros
rasgos, podríase agregar para caracterizar su sociabilidad. Pero, quizá,
constituyan el ejemplo más sorprendente de apoyo mutuo las migraciones
ocasionales de los corzos, parecidas a las que observé una vez en el Amur.
Cuando crucé
los altiplanos del Asia Oriental y su cadena limítrofe, el Gran Jingan, por el
camino de Transbaikalia a Merguen, y luego seguí viaje por las altas planicies
de Manchuria, en mi marcha hacia el Amur puede comprobar cuán escasamente
pobladas de corzos se hallan estás regiones casi inhabitables. Dos años más
tarde, viajaba yo a caballo Amur arriba y, a fines de octubre, alcancé la
comarca inferior de aquel pintoresco paisaje estrecho con el cual el Amur
penetra a través de Dousse-Alin (Pequeño Jingan), antes de alcanzar las tierras
bajas, donde se une con el Sungari. En las stanitsas distribuidas en
esta parte del pequeño Jingan, encontré a los cosacos Henos de la mayor
excitación, pues sucedía que miles y miles de corzos cruzaban a nado el Amur
allí, en el lugar estrecho del gran río, para llegar a las sierras bajas del
Sungari. Durante algunos días, en una extensión de alrededor de sesenta verstas
río arriba, los cosacos masacraron infatigablemente a los corzos que cruzaban a
nado el Amur, el cual ya entonces llevaba mucho hielo. Mataban miles por día,
pero el movimiento de corzos no se interrumpía
Nunca habían
visto antes una migración semejante, y es necesario buscar sus causas, con toda
probabilidad, en el hecho de que en el Gran Jingan y en sus declives orientales
habían caído entonces nieves tempranas desusadamente copiosas, que habían
obligado a los corzos a hacer el intento desesperado de alcanzar las tierras
bajas del Este del Gran Jingan. Y en realidad, pasados algunos días, cuando
comencé a cruzar estas últimas montañas, las hallé profundamente cubiertas de
nieve porosa que alcanzaba dos y tres pies de profundidad. Vale la pena
reflexionar sobre esta migración de corzos. Necesario es imaginarse el territorio
inmenso (unas 200 verstas de ancho por 700 de largo), de donde debieron
reunirse los grupos de corzos dispersos en él, para iniciar la emigración, que
emprendieron bajo la presión de circunstancias completamente excepcionales.
Necesario es imaginarse, luego, las dificultades que debieron vencer los corzos
antes de llegar a un pensamiento común sobre la necesidad de cruzar el Amur, no
en cualquier parte, sino justo más al sur, donde su lecho se estrecha en una
cadena, y donde al cruzar el río, cruzarían al mismo tiempo la cadena
y saldrían a las tierras bajas templadas. Cuando se imagina todo esto
concretamente, no es posible dejar de sentir profunda admiración ante el grado
y la fuerza de la sociabilidad evidenciada en el caso presente por estos
inteligentes animales.
No menos
asombrosas, también, en lo que respecta a la capacidad de unión y de acción
común, son las migraciones de bisontes y búfalos que tienen lugar en América
del Norte. Verdad es que los búfalos ordinariamente pacían en cantidades enormes
en las praderas, pero esas masas estaban compuestas de un número infinito de
pequeños rebaños que nuca se mezclaban. Y todos estos pequeños grupos, por más
dispersos que estuvieran sobre el inmenso territorio, en caso de necesidad, se
reunían y formaban las enormes columnas de centenares de miles de individuos de
que he hablado en una de las páginas precedentes.
Debería
decir, también, siquiera unas pocas palabras de las "familias
compuestas" de los elefantes, de su afecto mutuo, de la manera
meditada como apostan sus centinelas, y de los sentimientos de simpatía que se
desarrollan entre ellos bajo la influencia de esa vida, plena de estrecho apoyo
mutuo. Podría hacer mención, también, de los sentimientos sociales existentes
entre los jabalíes, que no gozan de buena fama, y sólo podría alabarlos por su
inteligencia al unirse en el caso de ser atacados por un animal
carnívoro. Los hipopótamos y los rinocerontes deben también tener su lugar en
un trabajo consagrado a la sociabilidad de los animales. Se podría escribir
también varias páginas asombrosas sobre la sociabilidad y el mutuo afecto de
las focas y morsas; y finalmente, podría mencionarse los buenos sentimientos
desarrollados entre las especies sociales de la familia de los cetáceos. Pero
es necesario, aún, decir algo sobre las sociedades de los monos, que son
especialmente interesantes porque representan la transición a las
sociedades de los hombres primitivos.
Apenas es
necesario recordar que estos mamíferos que ocupan la cima misma del mundo animal,
y son los más próximos al hombre, por su constitución y por su inteligencia, se
destacan por su extraordinaria sociabilidad. Naturalmente, en tan vasta
división del mundo animal, que incluye centenares de especies, encontramos
inevitablemente la mayor diversidad de pareceres y costumbres. Pero, tomando
todo esto con consideración, es necesario reconocer que la sociabilidad, la
acción en común, la protección mutua y el elevado desarrollo de los
sentimientos que son consecuencia necesaria de la vida social, son los rasgos
distintivos de casi toda la vasta división de los monos. Comenzando por
las especies más pequeñas y terminando por las más grandes, la sociabilidad es
la regia, y tiene sólo muy pocas excepciones.
Las especies
de monos que viven solitarios son muy raras. Así, los monos nocturnos prefieren
la vida aislada; los capuchinos (Cebus capacinus), y los
"ateles" -grandes monos aulladores que se encuentran en el Brasil- y
los aulladores en general, viven en pequeñas familias; Wallace nunca
encontró a los orangutanes de otro modo que aislados o en pequeños grupos de
tres a cuatro individuos; y los gorilas, según parece, nunca se reúnen en
grupos. Pero todas las restantes especies de monos: chimpancés gibones, los
monos arbóreos de Asia y África, los macacos, mogotes, todos los pavianos
parecidos a perros, los mandriles y todos los pequeños juguetones, son
sociables en alto grado. Viven en grandes bandas y algunas reúnen varias
especies distintas. La mayoría de ellos se sienten completamente infelices
cuando se hallan solitarios. El grito de llamada de cada mono inmediatamente
reúne a toda la banda, y todos juntos rechazan valientemente los ataques de
casi todos los animales carnívoros y aves de rapiña. Ni siquiera las águilas se
deciden a atacar a los monos. Saquean siempre nuestros campos en bandas, y
entonces los viejos se encargan de la tarea de cuidar la seguridad de la sociedad. Los
pequeñas titíes, cuyas caritas infantiles tanto asombraron a Humboldt, se
abrazan Y protegen mutuamente de la lluvia enrollando la cola alrededor del
cuello del camarada que tiembla de frío. Algunas especies tratan a sus
camaradas heridos con extrema solicitud, y durante la retirada nunca abandonan
a un herido antes de convencerse de que ha muerto, que está fuera de sus
fuerzas el volverlo a la
vida. Así, James Forbes refiere en sus Oriental Memoirs con
qué persistencia reclamaron los monos a su partida la entrega del cadáver de
una hembra muerta, y que esta exigencia fue hecha en forma tal que comprendió
perfectamente por qué "los testigos de esta extraordinaria escena
decidieron en, adelante no disparar nunca más contra los monos".
Los monos de
algunas especies reúnense varios cuando quieren volcar una piedra y recoger los
huevos de hormigas que se encuentran bajo ella. Les pavianos de África del
Norte (Hamadryas), que viven en grandes bandas, no sólo colocan centinelas,
sino que observadores dignos de toda fe los han visto formar una cadena para
transportar a lugar seguro los frutos robados. Su coraje es bien conocido, y
bastará recordar la descripción clásica de Brehm, que refirió detalladamente la
lucha regular sostenida por su caravana antes de que los pavianos les
permitieran proseguir viaje en el valle de Mensa, en Abisinia.
Son
conocidas también las travesuras de los monos de cola, que los han hecho
merecedores de su propio nombre (juguetones), y gracias a este rasgo de sus
sociedades, también es conocido el afecto mutuo que reina en las familias de
chimpancés. Y si entre los monos superiores hay dos especies (orangután y
gorila) que no se distinguen por la sociabilidad, necesario es recordar que
ambas especies están limitadas a superficies muy reducidas (una vive en Africa
Central y la otra en las islas de Borneo y Sumatra), y con toda evidencia
constituyen los últimos restos moribundos de dos especies que fueron antes
incomparablemente más numerosas. El gorila, por lo menos así parece, ha sido
sociable en tiempos pasados, siempre que los monos citados por el cartaginés
Hannon en la descripción de su viaje (Periplus) hayan sido realmente
gorilas.
De tal modo,
aun en nuestra rápida ojeada vemos que la vida en sociedades no constituye
excepción en el mundo animal; por lo contrario, es regla general -ley de la
naturaleza- y alcanza su más pleno desarrollo en los vertebrados superiores.
Hay muy pocas especies que vivan solitarias o solamente en pequeñas familias, y
son comparativamente poco numerosas. A pesar de eso, hay fundamentos para
suponer que, con pocas excepciones, todas las aves y los mamíferos que en el
presente no viven en rebaños o bandadas han vivido antes en sociedades, hasta
que el género humano se multiplicó sobre la superficie de la tierra y comenzó a
librar contra ellos una guerra de exterminio, y del mismo modo comenzó a
destruir las fuentes de sus alimentos. "On ne s'associe pas pour
mourir" -observó justamente Espinas (en el libro Les Sociétés animales)-.
Houzeau, que conocía bien el mundo animal de algunas
partes de América antes de que los animales sufrieran el exterminio en gran
escala de que los hizo objeto el hombre, expresó en sus escritos el mismo
pensamiento.
La vida
social se encuentra en el mundo animal en todos los grados de desarrollo; y de
acuerdo con la gran idea de Herbert Spencer, tan brillantemente desarrollada en
el trabajo de Perrier, Colonies Animales, las "colonias", es
decir, sociedades estrechamente ligadas, aparecen ya en el principio mismo del
desarrollo del mundo animal. A medida que nos elevamos en la escala de la
evolución, vemos cómo las sociedades de los animales se vuelven más y más
conscientes. Pierden su carácter puramente físico, luego cesan de ser
instintivas y se hacen razonadas. Entre los vertebrados superiores, la sociedad
es ya temporaria, periódica, o sirve para la satisfacción de alguna necesidad
definida, por ejemplo la reproducción, las migraciones, la caza o la defensa
mutua. Se hace hasta accidental, por ejemplo, cuando las aves se reúnen contra
un rapaz, o los mamíferos se juntan para emigrar bajo la presión de
circunstancias excepcionales. En este último caso, la sociedad se convierte en
una desviación voluntaria del modo habitual de vida.
Además, la
unión a veces es de dos o tres grados: al principio, la familia; después, el
grupo, y por último, la sociedad de grupos, ordinariamente dispersos, pero que
se reúnen en caso de necesidad, como hemos visto en el ejemplo de los búfalos y
otros rumiantes durante sus cambios de lugar. La asociación también toma formas
más elevadas, y entonces asegura mayor independencia para cada individuo, sin
privarlo, al mismo tiempo, de las ventajas de la vida social. De tal modo, en
la mayoría de los roedores, cada familia tiene su propia vivienda, a la que
puede retirarse si de esa el aislamiento; pero esas viviendas se distribuyen en
pueblos y ciudades enteras, de modo que aseguren a todos los habitantes las
comodidades todas y los placeres de la vida social. Por último, en algunas
especies, como, por ejemplo, las ratas, marmotas, liebres, etc..., la sociabilidad
de la vida se mantiene a pesar de su carácter pendenciero, o, en general, a
pesar de las inclinaciones egoístas de los individuos tomados separadamente.
En estos
casos, la vida social, por consiguiente, no está condicionada, como en las
hormigas y abejas, por la estructura fisiológica; aprovechan de ella, por las
ventajas que presenta, la ayuda mutua o por los placeres que proporciona. Y
esto, finalmente, se manifiesta en todos los grados posibles, y la mayor
variedad de caracteres individuales y específicos y la mayor variedad de formas
de vida social es su consecuencia, y para nosotros una prueba más de su
generalidad.
La
sociabilidad, es decir, la necesidad experimentada por los animales de
asociarse con sus semejantes, el amor a la sociedad por la sociedad, unido al
"goce de la vida", sólo ahora comienza a recibir la debida atención
por parte de los zoólogos. Actualmente sabemos que todos los animales,
comenzando por las hormigas, pasando a las aves y terminando con los mamíferos
superiores, aman los juegos, gustan de luchar y correr uno en pos de otro,
tratando de atraparse mutuamente, gustan de burlarse, etcétera, y así muchos
juegos son, por así decirlo, la escuela preparatoria para los individuos
jóvenes, preparándolos para obrar convenientemente cuando entren en la madurez;
a la par de ellos, existen también juegos que, aparte de sus fines utilitarios,
junto con las danzas y canciones, constituyen la simple manifestación de un
exceso de fuerzas vitales, "de un goce de la vida", y expresan el
deseo de entrar, de un modo u otro, en sociedad con los otros individuos de su
misma especie, o hasta de otra. Dicho más brevemente, estos juegos constituyen
la manifestación de la sociabilidad en el verdadero sentido de la
palabra, como rasgo distintivo de todo el mundo animal. Ya sea el
sentimiento de miedo experimentado ante la aparición de un ave de rapiña, o una
"explosión de alegría" que se manifiesta cuando los animales están
sanos y, en especial, son jóvenes, o bien sencillamente el deseo de liberarse
del exceso de impresiones y de la fuerza vital bullente, la necesidad de
comunicar sus impresiones a los demás, la necesidad del juego en común, de
parlotear, o simplemente la sensación de la proximidad de otros seres vivos,
parientes, esta necesidad se extiende a toda la naturaleza; y
en tal alto grado como cualquier función fisiológica, constituye el
rasgo característico de la vida y la impresionabilidad en general. Esta
necesidad alcanza su más elevado desarrollo y toma las formas más bellas en los
mamíferos, especialmente en los individuos jóvenes, y más aún en las aves; pero
ella se extiende a toda la
naturaleza. Ha sido detenidamente observada por los mejores
naturalistas, incluyendo a Pierre Huber, aun entre las hormigas; y no hay duda
de que esa misma necesidad, ese mismo instinto, reúne a las mariposas y otros
insectos en, las enormes columnas de que hemos hablado antes.
La costumbre
de las aves de reunirse para danzar juntas y adornar los lugares donde se
entregan habitualmente a las danzas probablemente es bien conocida por los
lectores, aunque sea gracias a las páginas que Darwin dedicó a esta materia en
su Origen del Hombre (cap. XIII). Los visitantes del jardín zoológico de
Londres conocen también la glorieta, bellamente adornada, del "pajarito
satinado" construida con ese mismo fin. Pero esta costumbre de danzar
resulta mucho más extendida de lo que antes se suponía, y W. Hudson, en su obra
maestra sobre la región del Plata, hace una descripción sumamente interesante
de las complicadas danzas ejecutadas por numerosas especies de aves: rascones,
jilgueros, avefrías.
La costumbre
de cantar en común que existe en algunas especies de aves, pertenece a la misma
categoría de instintos sociales. En grado asombro está desarrollada en el chajá
sudamericano (Chauna Chavarria, de raza próxima al ganso) y al que los
ingleses dieron el apodo más prosaico de "copetuda chillona". Estas
aves se reúnen, a veces, en enormes bandadas y en tales casos organizan a
menudo todo un concierto, Hudson las encontró cierta vez en cantidades
innumerables, posadas alrededor de un lago de las Pampas, en bandadas separadas
de unas quinientas aves.
"Pronto
-dice- una de las bandadas que se hallaba cercana a mí comenzó a cantar, y este
coro poderoso no cesó durante tres o cuatro minutos. Cuando hubo cesado, la
bandada vecina comenzó el canto, y, a continuación de ella, la siguiente, y así
sucesivamente hasta que llegó el canto de la bandada que se hallaba en la
orilla opuesta del lago, y cuyo sonido se transmitía claramente por el agua;
luego, poco a poco, se callaron y de nuevo comenzó a resonar a mi lado."
Otra vez el
mismo zoólogo tuvo ocasión de observar a una innumerable bandada de chajás que
cubría toda la Ranura, pero esta vez dividida no en secciones, sino en parejas
y en grupos pequeños. Alrededor de. las nueve de la noche, "de repente
toda esta masa de aves, que cubría los pantanos en millas enteras a la redonda,
estalló en un poderoso canto vespertino... Valía la pena cabalgar un centenar
de millas para escuchar tal concierto".
A la
observación precedente se puede agregar que el chajá, como todos los animales
sociales, se domestica fácilmente y se aficiona mucho al hombre. Dícese que
"son aves pacíficas que raramente disputan" a pesar de estar bien
armadas y provistas de espolones bastante amenazadores en las alas. La vida en
sociedad, sin embargo, hace superflua este arma.
El hecho de
que la vida social sirva de arma poderosísima en la lucha por la existencia
(tomando este término en el sentido amplio de la palabra) es confirmado, como
hemos visto en las páginas precedentes, por ejemplos bastante diversos, y de
tales ejemplos, si necesario fuera, se podría citar un número incomparablemente
mayor. La vida en sociedad, como hemos visto, da a los insectos más débiles, a
las aves más débiles y a los mamíferos más débiles, la posibilidad de
defenderse de los ataques de las aves y animales carnívoros más temibles, o
prevenirse de ellos. Ella les asegura la longevidad; da a las especies la
posibilidad de criar una descendencia con el mínimo de desgaste innecesario de
energías y de sostener su número aun en caso de natalidad muy baja; permite a lo
animales gregarios realizar sus migraciones y encontrar nuevos lugares de
residencia. Por esto, aun reconociendo enteramente que la fuerza, la velocidad,
la coloración protectora, la astucia, y la resistencia al frío y hambre,
mencionadas por Darwin y Wallace realmente constituye cualidades que hacen al
individuo o a las especies más aptos en algunas circunstancias,
nosotros, junto con esto, afirmamos que la sociabilidad es la ventaja más
grande en la lucha por la existencia en todas las circunstancias naturales,
sean cuales fueran. Las especies que voluntaria o involuntariamente reniegan de
ella, están condenadas a. la extinción, mientras que los animales que saben
unirse del mejor modo, tienen mayores oportunidades para subsistir y para un
desarrollo máximo, a pesar de ser inferiores a los otros en cada una de
las particularidades enumeradas por Darwin y Wallace, con excepción solamente
de las facultades intelectuales. Los vertebrados superiores, y en especial él
género humano, sirven como la mejor demostración de esta afirmación.
En cuanto a
las facultades intelectuales desarrolladas, todo darwinista está de acuerdo con
Darwin en que ellas constituyen el instrumento más poderoso en la lucha por la
existencia y la fuerza más poderosa para el desarrollo máximo; pero debe estar
de acuerdo, también, en que las facultades intelectuales, más aún que todas las
otras, están condicionadas en su desarrollo por la vida social. La lengua, la
imitación, la experiencia acumulada, son condiciones necesarias para el desarrollo
de las facultades intelectuales, y precisamente los animales no sociables
suelen estar desprovistos de ellas. Por eso nosotros encontramos que en la cima
de las diversas clases se hallan animales tales como la abeja, la hormiga y
termita, en los insectos, entre los cuales está altamente desarrollada la
sociabilidad, y con ella, naturalmente, las facultades intelectuales.
"Los
más aptos", los mejor dotados para la lucha con todos los elementos
hostiles son, de tal modo, los animales sociales, de manera que se puede
reconocer la sociabilidad como el factor principal de la evolución progresiva, tanto
indirecto, porque asegura el bienestar de la especie junto con la disminución
del gasto inútil de energía, como directo, porque favorece el crecimiento de
las facultades intelectuales".
Además, es
evidente que la vida en sociedad sería completamente imposible sin el
correspondiente desarrollo de los sentimientos sociales, en especial, si el
sentimiento colectivo de justicia (principio fundamental de la moral) no se
hubiera desarrollado y convertido en costumbre. Si cada individuo abusara
constantemente de sus ventajas personales y los restantes no intervinieran en
favor del ofendido, ninguna clase de vida social sería posible. Por esto, en
todos los animales sociales, aunque sea poco, debe desarrollarse el sentimiento
de justicia. Por grande que sea la distancia de donde vienen las golondrinas o
las grullas, tanto las unas como las otras vuelven cada una al mismo nido que
construyeron o repararon el año anterior. Si algún gorrión perezoso (o joven)
trata de apoderarse de un nido que construye su camarada, o aun robar de él
algunas piajuelas, todo el grupo local de gorriones interviene en contra del
camarada perezoso; lo mismo en muchas otras aves, y es evidente que, si
semejantes intervenciones no fueran la regla general, entonces las sociedades
de aves para el anidamiento serían imposibles. Los grupos separados de
pingüinos tienen su lugar de descanso y su lugar de pesca y no se pelean por
ellos. Los rebaños de ganado cornúpeta de Australia tienen cada uno su lugar
determinado, adonde invariablemente se dirigen día a día a descansar, etcétera.
Disponemos
de gran cantidad de observaciones directas que hablan del acuerdo que reina
entre las sociedades de aves anidadoras, en las poblaciones de roedores, en los
rebaños de herbívoros, etc.; pero por otra parte, sabemos que son muy pocos los
animales sociales que disputan constantemente entre sí, como hacen las ratas de
nuestras despensas, o las morsas que pelean por el lugar para calentarse al sol
en las riberas que ocupan. La sociabilidad, de tal modo, pone límites a la
lucha física y da lugar al desarrollo de los mejores sentimientos morales. Es
bastante conocido el elevado desarrollo del amor paternal en todas las clases
de animales, sin exceptuar siquiera a los leones y tigres. ¡Y en cuanto a las
aves jóvenes y a los mamíferos, que vemos constantemente en relaciones mutua!,
en sus sociedades reciben ya el máximo desarrollo, la simpatía, la comunidad de
sentimientos y no el amor de sí mismos.
Dejando de
lado los actos realmente conmovedores de apego y compasión que se han observado
tanto entre los animales domésticos como entre los salvajes mantenidos en
cautiverio, disponemos de un número suficiente de hechos plenamente comprobados
que testimonian la manifestación del sentimiento de compasión entre los
animales salvajes en libertad. Max Perty y L. Büchner reunieron no pocos de
tales hechos. El relato de Wood de cómo una marta apareció para levantar y llevarse
a una compañera lastimada goza de una popularidad bien merecida. A la misma
categoría de hechos se refiere la conocida observación del capitán Stanbury,
durante su viaje por la altiplanicie de Utah, en las Montañas Rocosas, citada
por Darwin. Stanbury observó a un pelicano ciego que era alimentado, y bien
alimentado, por otros pelícanos, que le traían pescado desde cuarenta y cinco
verstas. H. Weddell, durante su viaje por Bolivia y Perú, observó más de una
vez que, cuando un rebaño de vicuñas es perseguido por cazadores, los machos
fuertes cubren la retirada del rebaño, separándose a propósito para proteger a
los que se retiran. Lo mismo se observa constantemente en Suiza entre las
cabras salvajes. Casos de compasión de los animales hacia sus camaradas heridos
son constantemente citados por los zoólogos que estudian la vida de la
naturaleza: y sólo ha de asombrarse uno por la vanagloria del hombre, que desea
indefectiblemente apartarse del mundo animal, cuando se ve que semejantes casos
no son generalmente reconocidos. Además, son perfectamente naturales. La compasión
necesariamente se desarrolla en la vida social. Pero la compasión, a su vez,
indica un progreso general importante en el campo de las facultades intelectuales
y de la sensibilidad.
Es el primer paso hacia el desarrollo de los sentimientos
morales superiores, y, a su vez, se vuelve agente poderoso del máximo
desarrollo progresivo, de la evolución.
Si las
opiniones expuestas en las páginas precedentes son correctas, entonces surge,
naturalmente, la cuestión: ¿hasta dónde concuerdan con la teoría de la lucha
por la existencia, de la manera como ha sido desarrollada por Darwin,
Wallace y sus continuadores? Y yo contestaré brevemente ahora a esta importante
cuestión. Ante todo, ningún naturalista dudará de que la idea de la lucha
por la existencia, conducida a través de toda la naturaleza orgánica,
constituye la más grande generalización de nuestro siglo. La vida es lucha,
y en esta lucha sobreviven los más aptos. Pero, la cuestión reside en esto:
¿llega esta competencia hasta los límites supuestos por Darwin o, aún, por
Wallace? y, ¿desempeñó en el desarrollo del reino animal el papel que se
le atribuye?
La idea que
Darwin llevó a través de todo su libro sobre el origen de las especies es, sin
duda, la idea de la existencia de una verdadera competencia, de una lucha
dentro de cada grupo animal por el alimento, la seguridad y la posibilidad de
dejar descendencia. A menudo habla de regiones saturadas de vida animal hasta
los límites máximos, y de tal saturación deduce la inevitabilidad de la
competencia, de la lucha entre los habitantes. Pero si empezamos a buscar en su
libro pruebas reales de tal competencia, debemos reconocer que no existen
testimonios suficientemente convincentes. Si acudirnos al párrafo titulado
"La lucha por la existencia es rigurosísima entre individuos y variedades
de una misma especie", no encontramos entonces en él aquella abundancia de
pruebas y ejemplos que estamos acostumbrados a encontrar en toda obra de
Darwin. En confirmación de la lucha entre los individuos de una misma especie
no se trae, bajo el título arriba citado, ni un ejemplo; se acepta como axioma.
La competencia entre las especies cercanas de animales es afirmada sólo por
cinco ejemplos, de los cuales, en todo caso, uno (que se refiere a dos especies
de mirlos) resulta dudoso, según las más recientes observaciones, y otro
(referente a las ratas), también suscitará dudas.
Si
comenzamos a buscar en Darwin mayores detalles con objeto de convencernos hasta
dónde el crecimiento de una especie realmente está condicionado por el
decrecimiento de otra especie, encontramos que, con su habitual rectitud, dice
él lo siguiente:
"Podemos
conjeturar (dimley see) por qué la competencia debe ser tan rigurosa entre las
formas emparentadas que llenan casi un mismo lugar en la naturaleza; pero,
probablemente en ningún caso podríamos determinar con precisión por qué una
especie ha logrado la victoria sobre otras en la gran batalla de la vida.
En cuanto a
Wallace, que cita en su exposición del darwinismo los mismos hechos, pero bajo
el título ligeramente modificado ("La lucha por la existencia entre los
animales y las plantas estrechamente emparentadas a menudo es rigurosísima"),
hace la observación siguiente, que da a los hechos arriba citados un aspecto
completamente distinto. Dice (las cursivas son mías):
"En
algunos casos, sin duda, se libra una verdadera guerra entre
dos especies, y la especie más fuerte mata a la más débil; pero esto de
ningún modo es necesario y pueden darse casos en que especies más
débiles físicamente pueden vencer, debido a su mayor poder de multiplicación
rápida, a la mayor resistencia con respecto a las condiciones climáticas
hostiles o a la mayor astucia que les permite evitar los ataques de sus
enemigos comunes."
De tal
manera, en casos semejantes, lo que se atribuye a la competencia, a la lucha, puede
ocurrir que de ningún modo sea competencia ni lucha. De ningún modo
una especie desaparece porque otra especie la ha exterminado o la ha hecho
morir de consunción tomándole los medios de subsistencia, sino porque no pudo
adaptarse bien a nuevas condiciones, mientras que la otra especie logré
hacerlo. La expresión "lucha por la existencia" tal vez se emplea
aquí, una vez más, en su sentido figurado, y por lo visto no tiene otro
sentido. En cuanto a la competencia real por el alimento entre los individuos
de una misma especie que Darwin ilustró en otro lugar con un ejemplo
tomado de la vida del ganado cornúpeta de América del Sur durante una
sequía, el valor de este ejemplo disminuye significativamente porque ha
sido tomado de la vida de animales domésticos. En circunstancias semejantes,
los bisontes emigran con el objeto de evitar la competencia por el alimento.
Por más rigurosa que sea la lucha entre las plantas -y está plenamente
demostrada-, podemos sólo repetir con respecto a ella la observación de
Wallace: "Que las plantas viven allí donde pueden", mientras que los
animales, en grado considerable, tienen la posibilidad de elegirse ellos mismos
el lugar de residencia. Y nosotros nos preguntamos de nuevo: ¿en qué medida
existe realmente la competencia, la lucha, dentro de cada especie animal? ¿En
qué está basada esta suposición?
La misma
observación tengo que hacer con respecto al argumento "indirecto" en
favor de la realidad de una competencia rigurosa y la lucha por la existencia
dentro de cada especie, que se puede deducir del "exterminio de las
variedades de transición", mencionadas tan a menudo por Darwin. Lo que
pasa es lo siguiente: Como es sabido, durante mucho tiempo ha confundido a
todos los naturalistas, y al mismo Darwin la dificultad que él veía en la
ausencia de una gran cadena de formas intermedias entre especies estrechamente
emparentadas; y sabido es que Darwin buscó la solución de esta dificultad en el
exterminio supuesto por él de todas las formas intermedias. Sin embargo, la
lectura atenta de los diferentes capítulos en los que Darwin y Wallace habían
de esta materia, fácilmente llevan a la conclusión de que la palabra
"exterminio" empleada por ellos de ningún modo se refiere al
exterminio real, y menos aún al exterminio por falta de alimento y, en general,
por la
superpoblación. La observación que hizo Darwin acerca del
significado de su expresión: "lucha por la existencia", evidentemente
se aplica en igual medida también a la palabra "exterminio": la
última de ninguna manera puede ser comprendida en su sentido directo, sino
únicamente en el sentido "metafórico" figurado.
Si partimos
de la suposición que una superficie determinada está saturada de animales hasta
los límites máximos de su capacidad, y que, debido a esto, entre todos sus
habitantes se libra una lucha aguda por los medios de subsistencia
indispensables -y en cuyo caso cada animal está obligado a luchar contra todos
sus congéneres para obtener el alimento cotidiano-, entonces la aparición de
una variedad nueva, y que ha tenido éxito, sin duda consistirá en muchos casos
(aunque no siempre) en la aparición de individuos tales que podrán apoderarse
de una parte de los medios de subsistencia mayor que la que les corresponde en
justicia; entonces el resultado sería realmente que semejantes individuos
condenarían a la consunción tanto a la forma paterna original que no pelee la
nueva modificación, como a todas las formas intermedias que ni poseyeran la
nueva especialidad en el mismo grado que ellos. Es muy posible que al principio
Darwin comprendiera la aparición de las nuevas variedades precisamente en tal
aspecto; por lo menos, el uso frecuente de la palabra "exterminio"
produce tal impresión. Pero tanto él como Wallace conocían demasiado bien la
naturaleza para no ver que de ningún modo ésta es la única solución posible y
necesaria.
Si las
condiciones físicas y biológicas de una superficie determinada y también la
extensión ocupada por cierta especie, y el modo de vida de todos los miembros
de esta especie, permanecieron siempre invariables, entonces la aparición
repentina de una variedad realmente podría llevar a la consunción y al
exterminio de todos los individuos que no poseyeran, en la medida necesaria, el
nuevo rasgo que caracteriza a la nueva variedad. Pero, precisamente, no vemos
en la naturaleza semejante combinación de condiciones, semejante invariabilidad.
Cada especie tiende constantemente a la expansión de su lugar de residencia, y
la emigración a nuevas residencias es regla general, tanto para las aves di
vuelo rápido como para el caracol de marcha lenta. Luego, en cada extensión
determinada de la superficie terrestre, se producen constantemente cambios
físicos, y el rasgo característico de las nuevas variedades entre los animales
en un inmenso número de casos -quizá en la mayoría- no es de ningún modo la
aparición de nuevas adaptaciones para arrebatar el alimento de la boca de sus
congéneres -el alimento es sólo una de las centenares de condiciones diversas
de la existencia-, sino, como el mismo Wallace demostró en un hermoso párrafo
sobre la divergencia de las caracteres" (Darwinism, página 107), el
principio de la nueva variedad puede ser la formación de nuevas costumbres,
la migración a nuevos lugares de residencia y la transición a nuevas formas de
alimentos.
En todos
estos casos, no ocurrirá ningún exterminio, hasta faltará ¡a lucha por el
alimento, puesto que la nueva adaptación servirá para suavizar la
competencia, si la última existiera realmente, y sin embargo, se producirá,
transcurrido cierto tiempo, una ausencia de eslabones intermedias como
resultado de la simple supervivencia de aquéllos que están mejor adaptados
a las nuevas condiciones. Se realizará esto también, sin duda, como si
ocurriera el exterminio de las formas originales supuesto por la hipótesis. Apenas
es necesario agregar que, si admitimos junto con Spencer, junto con todos los
lamarckianos y el mismo Darwin, la influencia modificadora del medio ambiente
en las especies que viven en él -y la ciencia contemporánea se mueve más y más
en esta dirección-, entonces habrá menos necesidad aún de la hipótesis del
exterminio de las formas intermedias.
La
importancia de las migraciones de los animales para la aparición y el
afianzamiento de las nuevas variedades, y, por último, de las nuevas especies,
que señaló Moritz Wagner, ha sido bien reconocida posteriormente por el mismo
Darwin. En realidad, no es raro que parte de los animales de una especie
determinada sean sometidos a nuevas condiciones de vida, y a veces separados de
la parte restante de su especie, por lo cual aparece y se afianza una nueva
raza o variedad. Esto fue reconocido ya por Darwin, pero las últimas
investigaciones subrayaron aún más la importancia de este factor, y mostraron
también de qué modo la amplitud del territorio ocupado por esta determinada
especie a esta amplitud Darwin, con fundamentos plenos, atribuía gran importancia
para la aparición de nuevas variedades puede estar unida al aislamiento de
cierta parte de una especie determinada, en virtud de los cambios geológicos
locales o la aparición de obstáculos locales. Entrar aquí a juzgar toda esta
amplia cuestión sería imposible, pero bastarán algunas observaciones para
ilustrar la acción combinada de tales influencias. Corro es sabido, no es raro
que parte de una especie determinada recurra a un nuevo género de alimento. Por
ejemplo, si se produce una escasez de piñas en los bosques de alerces, las
ardillas se trasladan a los pinares, y este cambio de alimento, como
señaló Poliakof, produce cambios fisiológicos determinados en el organismo de
esas ardillas. Si este cambio de costumbres no se prolonga, si al año siguiente
hay otra vez abundancia de piñas en los sombríos bosques de alerces, entonces,
evidentemente, no se forma ninguna variedad nueva. Pero si parte de la inmensa
extensión ocupada por las ardillas empieza a cambiar de carácter físico,
digamos debido a la suavización del clima, o a la desecación, y estas dos
causas facilitaran el aumento de la superficie de los pinares en desmedro de
los bosques de alerces, y si algunas otras condiciones contribuyeran a hacer
que parte de las ardillas se mantuvieran en los bordes de la región, entonces
aparecerá una nueva variedad, es decir, una especie nueva de ardillas. Pero la
aparición de esta variedad no irá acompañada, decididamente, por nada que
pudiese merecer el nombre, de exterminio entre ardillas. Cada año sobrevivirá
una proporción algo mayor, en comparación con otras, de ardillas de esta
variedad nueva y mejor adaptada, y los eslabones intermedios se extinguirán en
el transcurso del tiempo, de año en año, sin que sus competidores malthusianos
las condenen de ningún modo a muerte por hambre. Precisamente procesos
semejantes se realizan ante nuestros ojos, debidos a los grandes cambios
físicos que se producen en las vastas extensiones de Asia Central a
consecuencia de la desecación que evidentemente se viene produciendo allí desde
el período glacial.
Tomemos otro
ejemplo. Ha sido demostrado por los geólogos que el actual caballo salvaje (Equus
Przewalski) es el resultado del lento proceso de evolución que se realizó
en el transcurso de las últimas partes del período terciario y de todo el
cuaternario (el glacial y el posglacial), y durante el transcurso de esta larga
serie de siglos, los antecesores del caballo actual no permanecieron en ninguna
superficie determinada del globo terrestre. Por lo contrario, erraron por el
viejo y el nuevo mundo, y con toda probabilidad, por último, volvieron
completamente transformados en el curso de sus numerosas migraciones, a los
mismos pastos que dejaron en otros tiempos. De esto resulta claro que, si no
encontramos ahora en Asia todos los eslabones intermedios entre el caballo
salvaje actual y sus ascendientes asiáticos posterciarios, de ningún modo
significa que los eslabones intermedios fueran exterminados. Semejante
exterminio jamás ha ocurrido. Ni siquiera puede haber tan elevada mortandad
entre las especies ancestrales del caballo actual: los individuos que
pertenecían a las variedades y especies intermedias perecieron en las
condiciones más comunes -a menudo aun en medio de la abundancia de alimento- y
sus restos se hallan dispersos ahora en el seno de la tierra por todo el globo
terráqueo. Dicho más brevemente, si reflexionamos sobre esta materia y releemos
atentamente lo que el mismo Darwin escribió sobre ella, veremos que si
empleamos ya la palabra "exterminio" en relación con las variedades
transitorias, hay que utilizarla una vez más en el sentido metafórico,
figurado.
Lo mismo es
menester observar con respecto a expresiones tales como "rivalidad" o
"competencia" (competition). Estas dos expresiones fueron empleadas
también constantemente por Darwin (véase por ejemplo, el capítulo "Sobre
la extinción") más bien como imagen o como medio de expresión, no dándole
el significado de lucha real por los medios de subsistencia entre las dos
partes de una misma especie. En todo caso, la ausencia de las formas
intermedias no constituye un argumento en favor de la lucha recrudecida y de la
competencia aguda por los medios de subsistencia -de la rivalidad,
prolongándose ininterrumpidamente dentro de cada especie animal- es, según la expresión
del profesor Geddes, el "argumento aritmético" tomado en préstamo a
Malthus.
Pero este
argumento no prueba nada semejante. Con el mismo derecho podríamos tomar
algunas aldeas del Sureste de Rusia, cuyos habitantes no han sufrido por la carencia
de alimento, pero que, al mismo tiempo, nunca tuvieron clase alguna de
instalaciones sanitarias; y habiendo observado que en los últimos setenta u
ochenta años la natalidad media alcanza en ellas al 60 por 1.000, y, sin
embargo, la población durante este tiempo no ha aumentado -tengo en mis manos
tales hechos concretos- podríamos quizá llegar a la conclusión de que un tercio
de los recién nacidos muere cada año sin haber llegado al sexto mes de vida; la
mitad de los niños muere en el curso de los cuatro años siguientes, y de cada
centenar de nacidos, sólo 17 alcanzan la edad de veinte años. De tal modo los
recién venidos al mundo se van de él antes de alcanzar la edad en que pudieran
llegar a ser competidores. Es evidente, sin embargo, que si algo semejante
ocurre en el medio humano, ello es más probable aún entre los animales. Y
realmente, en el mundo de los plumíferos se produce la destrucción de huevos en
medida tan colosal que al principio del verano los huevos constituyen el
alimento principal de algunas especies de animales. No hablo ya de las
tormentas e inundaciones que destruyen por millones los nidos en América y en
Asia, y de los cambios bruscos de tiempo por los cuales perecen en masa los
individuos jóvenes de los mamíferos. Cada tormenta, cada inundación, cada
cambio brusco de temperatura, cada incursión de las ratas a los nidos de las
aves, destruyen a aquellos competidores que parecen tan terribles en el papel.
En cuanto a los hechos de la multiplicación extremadamente rápida de los caballos
y del ganado cornúpeta de América, y también de los cerdos y de los conejos de
Nueva Zelanda, desde que los europeos los introdujeron en esos países, y aun de
los animales salvajes importados de Europa (donde su cantidad disminuye por la
acción del hombre y no por la de los competidores) es evidente que más bien
contradicen la teoría de la superpoblación. Si los caballos y el ganado
cornúpeto pudieron multiplicarse en América con tal velocidad, demuestra esto
simplemente que, por numerosos que fueran los bisontes y otros rumiantes en el
Nuevo Mundo en aquellos tiempos, su población herbívora, sin embargo, estaba
muy por debajo de la cantidad que hubiera podido alimentarse en las praderas.
Si millones de nuevos inmigrantes hallaron, no obstante, alimento suficiente
sin obligar a sufrir hambre a la población anterior de las praderas, deberíamos
llegar más bien a la conclusión de que los europeos hallaron en América una
cantidad no excesiva, sino insuficiente de herbívoros, a pesar de la
cantidad increíblemente enorme de bisontes o de palomas silvestres que fue
encontrada por los primeros exploradores de América del Norte.
Además, me
permito decir que existen bases serias para pensar que tal escasez de población
animal constituye la situación natural de las cosas sobre la superficie de todo
el globo terrestre, con pocas excepciones, que son temporales, a esta regla
general. En realidad, la cantidad de animales existentes en una extensión
determinada de la tierra de ningún modo se determina por la capacidad máxima de
abastecimiento de este espacio, sino por lo que ofrece cada año en las
condiciones menos favorables. Lo importante no es saber cuántos
millones de búfalos, cabras, ciervos, etc., pueden alimentarse en un territorio
determinado durante un verano exuberante y de lluvias moderadas, sino cuántos
sobrevivirán si se produce uno de esos veranos secos en que toda la hierba se
quema, o un verano húmedo en que territorios semejantes a la. Europa central se
convierten en pantanos continuos, como he visto en la, meseta de Vitimsk- o
cuando las praderas y los bosques se incendian en miles de verstas cuadradas,
como hemos visto en Siberia y en Canadá.
He aquí por
qué, debido a esta sola cansa, la competencia, la lucha por el alimento,
difícilmente puede ser condición normal de la vida. Pero, aparte de
esto, otras causas hay que a su vez rebajan aún más este nivel no tan alto de
población. Si tomamos los caballos (y también el ganado cornúpeta) que pasan
todo el invierno pastando en las estepas de la Transbaikalia, encontramos, al
finalizar el invierno, a todos ellos mira, enflaquecidos y exhaustos. Este
agotamiento, por otra parte, no es resultado de la carencia de alimento, puesto
que debajo de la delgada capa de nieve, por doquier, hay pasto en abundancia:
su causa reside el, la dificultad de extraer el pasto que está debajo de la
nieve, y esta dificultad es la misma para todos los caballos. Además, a
principios de la primavera suele haber escarcha, y si se prolonga ésta algunos
días sucesivos los caballos son víctimas de una extenuación aún mayor. Pero
frecuentemente, a continuación sobrevienen las nevascas, las tormentas de
nieve, y entonces los animales, ya debilitados, suelen verse obligados a
permanecer algunos días completamente privados de alimento, y por ello caen
cantidades muy grandes. Las pérdidas durante la primavera suelen ser tan
elevadas, que si ésta se ha distinguido por una extrema crudeza no pueden ser
reparadas ni aún por el nuevo aumento, tanto más cuanto que todos los caballos
suelen estar agotados y los potrillos nacen débiles. La cantidad de caballos y
de ganado cornúpeto siempre se mantiene, de tal modo, considerablemente
inferior al nivel en que podrían mantenerse si no existiera esta causa
especial: la primavera fría y tormentosa. Durante todo el año hay alimento en
abundancia: alcanzaría para una cantidad de animales cinco o diez veces mayor
de la que existe In realidad; y sin embargo, la población animal de las estepas
crece forma extremadamente lenta, pero apenas los buriatos, amos del gana y de
los rebaños de caballos, comienzan a hacer aun la más insignificante provisión
de heno en las estepas, y les permiten el acceso durante la escarcha o las
nieves profundas, inmediatamente se observará el aumento de sus rebaños.
En las
mismas condiciones se encuentran casi todos los animales herbívoros que viven
en libertad, y muchos roedores de Asia y América; por eso podemos afirmar con
seguridad que su número no se reduce por obra de la rivalidad y de la lucha
mutua; que en ninguna época tienen que, luchar por alimentos: y que si nunca se
reproducen hasta llegar al grado de superpoblación, la razón reside en el
clima, y no en la lucha mutua por el alimento.
La
importancia en la naturaleza de los obstáculos naturales a la
reproducción excesiva: y en especial su relación con la hipótesis de la
Competencia, aparentemente nunca fue tomada todavía en consideración en la
medida debida. Estos obstáculos, o, más exactamente, algunos de ellos se citan
de paso, pero, hasta ahora, no se ha examinado en detalle su acción. Sin
embargo, si se compara la acción real de las causas naturales sobre la vida de
las especies animales, con la acción posible de la rivalidad dentro de las
especies, debemos reconocer en seguida que la última no soporta ninguna
comparación con la
anterior. Así, por ejemplo, Bates menciona la cantidad
sencillamente inimaginable de hormigas aladas que perecen cuando enjambran. Los
cuerpos muertos o semimuertos de la hormiga de fuego (Myrmica saevissima), arrastrados
al río durante una tormenta, "presentaban una línea de una pulgada o dos
de alto y de la misma anchura, y la línea se extendía sin interrupción en la
extensión de algunas millas, al borde del agua". Miríadas de hormigas
suelen ser destruidas de tal modo, en medio de una naturaleza que podría
alimentar mil veces más hormigas de las que vivían entonces en este lugar.
El Dr.
Altum, forestal alemán que escribió un libro muy instructivo los animales
dañinos a nuestros bosques, aporta también muchos hechos que demuestran la gran
importancia de los obstáculos naturales a la multiplicación excesiva. Dice que
una sucesión de tormentas o el tiempo frío y neblinoso durante la enjumbrazón
de la polilla de pino (Bombyx Pini), la destruye en cantidades
inverosímiles, y en la primavera del año 1871 todas estas polillas
desaparecieron de golpe, probablemente destruidas por una sucesión de noches
frías. Se podrían citar ejemplos semejantes, relativos a los insectos de
diferentes partes de Europa. El Dr. Altum también menciona las aves que devoran
a las y la enorme cantidad de huevos de este insecto destruidos por los zorros;
pero agrega que los hongos parásitos que la atacan periódicamente son enemigos
de la polilla considerablemente más terribles que cualquier ave, puesto que
destruyen a la polilla de golpe, en una extensión enorme. En cuanto a las
diferentes especies de ratones (Mus sylvaticus, Arvicola orvalis, y
Aeagretis) Altum, exponiendo una larga lista de sus enemigos, observa:
"Sin embargo, los enemigos más terribles de los ratones no son los otros
animales, sino los cambios bruscos de tiempo que se producen casi todos los
años". Si las heladas y el tiempo templado se alternan, destruyen a los
ratones en cantidades innumerables; "un solo cambio brusco de tiempo puede
dejar, de muchos miles de ratones, nada más que algunos individuos vivos".
Por otra parte, un invierno templado, o un invierno que avanza paulatinamente,
les da la posibilidad de multiplicarse en proporciones amenazantes, a pesar de
cualesquiera enemigos; así fue en los años 1876 y 1877. La rivalidad es, de tal
modo, con respecto a los ratones, un factor completamente insignificante en
comparación con el tiempo. Hechos del mismo género son citados por el mismo
autor también con respecto a las ardillas.
En cuanto a
las aves, todos sabemos bien cómo sufren por los cambios bruscos de tiempo. Las
nevascas a fines de la primavera son tan ruinosas para las aves en los pantanos
de Inglaterra como en la Siberia y Ch. Dixon tuvo ocasión de ver a las
gelinotas reducidas por el frío de inviernos excepcionalmente crudos, a tal
extremo, que abandonaban lugares salvajes en grandes cantidades "y
conocemos casos en que eran cogidas en las calles de Sheffield". El tiempo
húmedo y prolongado -agrega- es también casi desastroso para ellas".
Por otra
parte, las enfermedades contagiosas que afectan de tiempo en tiempo a la
mayoría de las especies animales, las destruyen en tal cantidad que a menudo
las pérdidas no pueden ser repuestas durante muchos años, ni aun entre los
animales que se multiplican más rápidamente. Así por ejemplo, allá por el año
40, los susliki súbitamente desaparecieron de los alrededores de
Sarepta, en la Rusia suroriental, debido a cierta epidemia, y durante muchos
años no fue posible encontrar en estos lugares ni un susliki. Pasaron
muchos años antes de que se multiplicaran como anteriormente.
Se podría
agregar en cantidad hechos semejantes, cada uno de los cuales disminuye la
importancia atribuida a la competencia y a la lucha dentro de la especies. Naturalmente,
se podría contestar con las palabras de Darwin, de que, sin embargo, cada ser
orgánico, "en cualquier periodo de su vida, en el transcurso de cualquier
estación del año, en cada generación, o de tiempo en tiempo, debe luchar por la
existencia y sufrir una gran destrucción", y de que sólo los más aptos
sobrevivan a tales períodos de dura lucha por la existencia. Pero
si la evolución del mundo animal estuviera basada exclusivamente, o aun
preferentemente en la supervivencia de los más aptos en períodos de calamidades,
si la selección natural estuviera limitada en su acción a los períodos de
sequía excepcional, o cambios bruscos de temperatura o inundaciones, entonces la
regla general en el mundo animal seria la regresión, y no el progreso.
Aquellos que
sobreviven al hambre, o a una epidemia severa de cólera, viruela o difteria,
que diezman en tales medidas como las que se observan en países incivilizados,
de ninguna manera son ni más fuertes, ni más sanos ni más
inteligentes. Ningún progreso podría basarse sobre semejantes
supervivencias, tanto más cuanto que todos los que han sobrevivido
ordinariamente salen de la experiencia con la salud quebrantada, como los
caballos de Transbaikalia que hemos mencionado antes, o las tripulaciones de
los barcos árticos, o las guarniciones de las fronteras obligadas a vivir
durante algunos meses a media ración y que, al levantarse el sitio, salen con
la salud destrozada y con una mortalidad completamente anormal como
consecuencia. Todo lo que la selección natural puede hacer en los períodos de
calamidad se reduce a la conservación de los individuos dotados de una mayor resistencia
para soportar toda clase de privaciones. Tal es el papel de la selección
natural entre los caballos siberianos y el ganado cornúpeto. Realmente se
distinguen por su resistencia; pueden alimentarse, en caso de necesidad, con
abedul polar, pueden hacer frente al frío y al hambre, pero, en cambio, el
caballo siberiano sólo puede llevar la mitad de la carga que lleva el caballo
europeo sin esfuerzo; ninguna vaca siberiana da la mitad de la cantidad de
leche que da la vaca
Jersey, y ningún indígena de los países salvajes soporta la
comparación con los europeos. Esos indígenas pueden resistir más fácilmente el
hambre y el frío, pero sus fuerzas físicas son considerablemente inferiores a
las fuerzas del europeo que se alimenta bien, y su progreso intelectual se
produce con una lentitud desesperante. "Lo malo no puede engendrar lo
bueno", como escribió Chemishevsky en un ensayo notable consagrado al
darwinismo.
Por fortuna,
la competencia no constituye regla general ni para el mundo animal ni para la humanidad. Se
limita, entre los animales, a períodos determinados, y la selección natural
encuentra mejor terreno para su actividad. Mejores condiciones para la
selección progresiva son creadas por medio de la eliminación de la
competencia, por medio de la ayuda mutua y del apoyo mutuo. En la gran
lucha por la existencia -por la mayor plenitud e intensidad de vida posible con
el mínimo de desgaste innecesario de energía- la selección natural busca
continuamente medios, precisamente con el fin de evitar la competencia en
cuanto sea posible. Las hormigas se unen en nidos y tribus; hacen provisiones,
crían "vacas" para sus necesidades, y de tal modo evitan la
competencia; y la selección natural escoge de todas las hormigas aquellas
especies que mejor saben evitar la competencia intestina, con sus consecuencias
perniciosas inevitables. La mayoría de nuestras aves se trasladan lentamente al
Sur, a medida que avanza el invierno, o se reúnen en sociedades innumerables y
emprenden viajes largos, y de tal modo evitan la competencia. Muchos
roedores se entregan al sueño invernal cuando llega la época de la posible
competencia, otras razas de roedores se proveen de alimento para el invierno y
viven en común en grandes poblaciones a fin de obtener la protección necesaria
durante el trabajo. Los ciervos, cuando los líquenes se secan en el interior
del continente emigran en dirección del mar. Los búfalos atraviesan continentes
inmensos en busca de alimento abundante. Y las colonias de castores, cuando se
reproducen demasiado en un río, se dividen en dos partes: los viejos descienden
el río, y los jóvenes lo remontan, para evitar la competencia. Y si,
por último, los animales no pueden entregarse al sueño invernal ni emigrar, ni
hacer provisiones de alimentos, ni cultivar ellos mismos el alimento necesario
como hacen las hormigas, entonces se portan como los paros (véase la hermosa
descripción de Wallace en Darwinism; cap. V); a saber: recurren a una
nueva clase de alimento, y, de tal modo, una vez más, evitan incompetencias.
"Evitad
la competencia.
Siempre es dañina para la especie, y vosotros tenéis
abundancia de medios para evitarla". Tal es la tendencia de la naturaleza,
no siempre realizable por ella, pero siempre inherente a ella. Tal es la
consigna que llega hasta nosotros desde los matorrales, bosques, ríos y
océanos. "Por consiguiente: ¡Uníos! ¡Practicad la ayuda mutua! Es el medio
más justo para garantizar la seguridad máxima tanto para cada uno en particular
como para todos en general; es la mejor garantía para la existencia y el
progreso físico, intelectual y moral".
He aquí lo
que nos enseña la naturaleza; y esta voz suya la escucharon todos los animales
que alcanzaron la más elevada posición en sus clases respectivas. A esta misma
orden de la naturaleza obedeció el hombre -el más primitivo- y sólo debido a
ello alcanzó la posición que ocupa ahora. Los capítulos siguientes, consagrados
a la ayuda mutua en las sociedades humanas, convencerán al lector de la verdad
de esto.
CAPÍTULO III
LA AYUDA MUTUA ENTRE LOS SALVAJES
Hemos
considerado rápidamente, en los dos capítulos precedentes, el enorme papel de la
ayuda mutua y del apoyo mutuo en el desarrollo progresivo del mundo animal.
Ahora tenemos que echar una mirada al papel que los mismos fenómenos
desempeñaron en la evolución de la humanidad. Hemos visto cuán insignificante es el
número de especies animales que llevan una vida solitaria, y, por lo contrario,
cuán innumerables la cantidad de especies que viven en sociedades, uniéndose
con fines de defensa mutua, o bien para cazar y acumular depósitos de
alimentos, para criar la descendencia o, simplemente, para el disfrute de la
vida en común. Hemos visto, también, que aunque la lucha que se libra entre las
diferentes clases de animales, diferentes especies, aun entre los diferentes
grupos de la misma especie, no es poca, sin embargo, hablando en general, dentro
del grupo y de la especie reinan la paz y el apoyo mutuo; y aquellas especies
que poseen mayor inteligencia para unirse y evitar la competencia y la lucha,
tienen también mejores oportunidades para sobrevivir y alcanzar el máximo
desarrollo progresivo. Tales especies florecen mientras que las especies que
desconocen la sociabilidad van a la decadencia.
Evidente es
que el hombre seria la contradicción de todo lo que sabemos de la naturaleza si
fuera la excepción a esta regla general: si un ser tan indefenso como el hombre
en la aurora de su existencia hubiera hallado protección y un camino de
progreso, no en la ayuda mutua, como en los otros animales, sino en la lucha
irrazonada por ventajas personales, sin prestar atención a los intereses de
todas las especies. Para toda inteligencia identificada con la idea de la
unidad de la naturaleza, tal suposición parecerá completamente inadmisible. Y
sin embargo, a pesar de su inverosimilitud y su falta de lógica, ha encontrado
siempre partidarios. Siempre hubo escritores que han mirado a la humanidad como
pesimistas. Conocían al hombre, más o menos superficialmente, según su propia
experiencia personal limitada: en la historia se limitaban al conocimiento de
lo que nos contaban los cronistas que siempre han prestado atención
principalmente a las guerras, a las crueldades, a la opresión; y estos
pesimistas llegaron a la conclusión de que la humanidad no constituye otra cosa
que una sociedad de seres débilmente unidos y siempre dispuestos a pelearse
entre sí, y que sólo la intervención de alguna autoridad impide el estallido de
una contienda general.
Hobbes,
filósofo inglés del siglo XVII, el primero después de Bacon que se decidió a
explicar que las concepciones morales del hombre no habían nacido de las
sugestiones religiosas, se colocó, como es sabido, precisamente en tal punto de
vista. Los hombres primitivos, según su opinión, vivían en una eterna guerra
intestina, hasta que aparecieron entre ellos los legisladores, sabios y
poderosos que asentaron el principio de la convivencia pacífica.
En el siglo
XVIII, naturalmente, había pensadores que trataron de demostrar que en ningún
momento de su existencia -ni siquiera en el período más primitivo- vivió la
humanidad en estado de guerra ininterrumpida, que el hombre era un ser social
aún en "estado natural" y que más bien la falta de conocimientos que
las malas inclinaciones naturales llevaron a la humanidad a todos los horrores
que caracterizaron su vida histórica pasada. Pero, los numerosos continuadores
de Hobbes prosiguieron, sin embargo, sosteniendo que el llamado "estado
natural" no era otra cosa que una lucha continua entre los hombres
agrupados casualmente por las inclinaciones de su naturaleza de bestia.
Naturalmente,
desde la época de Hobbes la ciencia ha hecho progresos y nosotros pisamos ahora
un terreno más seguro que el que pisaba él, o el que pisaban en la época de
Rousseau. Pero la filosofía de Hobbes aún ahora tiene bastantes adoradores, y
en los últimos tiempos se ha formado toda una escuela de escritores que,
armados, no tanto de las ideas de Darwin como de su terminología, se han
aprovechado de esta última para predicar en favor de las opiniones de Hobbes
sobre el hombre primitivo; y consiguieron hasta dar a esta prédica un cierto
aire de apariencia científica. Huxley, como es sabido, encabezaba esta escuela,
y en su conferencia, leída en el año 1888, presentó a los hombres primitivos
como algo a modo de tigres o leones, desprovistos, de toda clase de
concepciones sociales, que no se detenían ante nada en la lucha por la
existencia, y cuya vida entera transcurría en una -"pendencia
continua". "Más allá de los límites familiares orgánicos y
temporales, la guerra hobbesiana de cada uno contra todos era -dice- el estado
normal de su existencia".
Ha sido
observado más de una vez que el error principal de Hobbes, y en general de los
filósofos del siglo XVIII, consistía en que se representaban el género humano
primitivo en forma de pequeñas familias nómadas, a semejanza de las familias
-limitadas y temporales" de los animales carnívoros algo más grandes. Sin
embargo, se ha establecido ahora positivamente que semejante hipótesis es por
completo incorrecta. Naturalmente, no tenemos hechos directos que testimonien
el modo de vida de los primeros seres antropoides. Ni siquiera la época de la
primera aparición de tales seres está aún establecida con precisión, puesto que
los geólogos contemporáneos están inclinados a ver sus huellas ya en los
depósitos plicénicos y hasta en los miocénicos del período terciario. Pero
tenemos a nuestra disposición el método indirecto, que nos da la posibilidad de
iluminar hasta cierto grado aun ese período lejano. Efectivamente, durante los
últimos cuarenta años se han hecho investigaciones muy cuidadosas de las
instituciones humanas de las razas más inferiores, y estas investigaciones
revelaron, en las instituciones actuales de los pueblos primitivos, las huellas
de instituciones más antiguas, hace mucho desaparecidas, pero que, sin embargo,
dejaron signos indudables de su existencia. Poco a poco, una ciencia entera, la
etnología, consagrada al desarrollo de las instituciones humanas, fue creada
por los trabajos de Bachofen, Mac Lennan, Morgan, Edward B. Tylor, Maine, Post,
Kovalevsky y muchos otros. Y esta ciencia ha establecido ahora, fuera de toda
duda, que la humanidad no comenzó su vida en forma de pequeñas familias
solitarias.
La familia
no sólo no fue la forma primitiva de organización, sino que, por lo contrario,
es un producto muy tardío de la evolución de la humanidad. Por más
lejos que nos remontemos en la profundidad de la historia más remota del
hombre, encontramos por doquier que los hombres vivían ya en sociedades, en
grupos, semejantes a los rebaños de los mamíferos superiores. Fue necesario un
desarrollo muy lento y prolongado para llevar estas sociedades hasta la
organización del grupo (o clan), que a su vez debió sufrir otro proceso de
desarrollo también muy prolongado, antes de que pudieran aparecer los primeros
gérmenes de la familia, polígama o monógama.
Sociedades,
bandas, clanes, tribus -y no la familia- fueron de tal modo la forma primitiva
de organización de la humanidad y sus antecesores más antiguos. A tal
conclusión llegó la etnología, después de investigaciones cuidadosas,
minuciosas. En suma, esta conclusión podrían haberla predicho los zoólogos,
puesto que ninguno de los mamíferos superiores, con excepción de bastantes
pocos carnívoros y algunas especies de monos que indudablemente se extinguen
(orangutanes y gorilas), viven en pequeñas familias, errando solitarias por los
bosques. Todos los otros viven en sociedades y Darwin comprendió también
que los monos que viven aislados nunca podrían haberse desarrollado en seres
antropoides, y estaba inclinado a considerar al hombre como descendiente de
alguna especie de mono, comparativamente débil, pero indefectiblemente social,
como el chimpancé, y no de una especie más fuerte, pero insociable, como el
gorila. La zoología y la paleontología (ciencia del hombre más antiguo) llegan,
de tal modo, a la misma conclusión: la forma más antigua de la vida social fue
el grupo, el clan y no la
familia. Las primeras sociedades humanas simplemente fueron
un desarrollo mayor de aquellas sociedades que constituyen la esencia misma de
la vida de los animales superiores.
Si pasamos
ahora a los datos positivos, veremos que las huellas más antiguas del hombre,
que datan del período glacial o posglacial más remoto, presentan pruebas
indudables de que el hombre vivía ya entonces en sociedades. Muy raramente
suele encontrarse un instrumento de piedra aislado, aun en la edad de piedra
más antigua; por el contrario, donde quiera que se ha encontrado uno o dos
instrumentos de piedra, pronto se encontraron allí otros, casi siempre en
cantidades muy grandes. En aquellos tiempos en que los hombres vivían todavía
en cavernas o en las hendiduras de las rocas, como en Hastings, o solamente se
refugiaban bajo las rocas salientes, junto con mamíferos desde entonces
desaparecidos, y apenas sabían fabricar hachas de piedra de la forma más tosca,
ya conocían las ventajas de la vida en sociedad. En Francia, en los valles de
los afluentes del Dordogne, toda la superficie de las rocas está cubierta, de
tanto en tanto, de cavernas que servían de refugio al hombre paleolítico, es
decir, al hombre de la edad de piedra antigua. A veces las viviendas de las
cavernas están dispuestas en pisos, y, sin duda, recuerdan más los nidos de una
colonia de golondrinas que la madriguera de animales de presa. En cuanto a los
instrumentos de sílice hallados en estas cavernas, según la expresión de
Lubbock, "sin exageración puede decirse que son innumerables". Lo
mismo es verdad con respecto a todas las otras estaciones paleolíticas. A
juzgar por las exploraciones de Lartet, los habitantes de la región de Aurignac,
en el sur de Francia, organizaban festines tribales en los entierros de sus
muertos. De tal modo, los hombre vivían en sociedades, y en ellas aparecieron
los gérmenes del rito religioso tribal, ya en aquella época muy lejana, en la
aurora de la aparición de los primeros antropoides.
Lo mismo se
confirma, con mayor abundancia aún de pruebas respecto al periodo neolítico,
más reciente, de la edad de piedra. Las huellas del hombre se encuentran aquí
en enormes cantidades, de modo que por ellas se pudo reconstituir en grado
considerable toda su manera de vivir. Cuando la capa de hielo (que en nuestro
hemisferio debía extenderse de las regiones polares hasta el centro de Francia,
Alemania y Rusia, y cubría el Canadá y también una parte considerable del
territorio ocupado ahora por los Estados Unidos), comenzó a derretirse, las
superficies libradas del hielo se cubrieron primero de ciénagas y pantanos, y
luego de innumerables lagos.
En aquella época
los lagos, evidentemente, llenaban las depresiones y los ensanchamientos de los
valles antes de que las aguas cavaran los cauces permanentes, que en la época
siguiente se convirtieron en nuestros ríos. Y dondequiera nos dirijamos ahora,
a Europa, Asia o América, encontramos que las orillas de los innumerables lagos
de este periodo -que con justicia deberíase llamar período lacustre-, están
cubiertas de huellas del hombre neolítico. Estas huellas son tan numerosas que
sólo podemos asombrarnos de la densidad de la población en aquella época. En
las terrazas que ahora marcan las orillas de los antiguos lagos, las
"estaciones" del hombre neolítico se siguen de cerca, y en cada una
de ellas se encuentran instrumentos de piedra en tales cantidades que no queda
ni la menor duda de que durante un tiempo muy largo estos lugares fueron
habitados por tribus de hombres bastante numerosas' Talleres enteros de
instrumentos de sílice que, a su vez, atestiguan la cantidad de trabajadores
que se reunían en un lugar, fueron descubiertos por los arqueólogos.
Hallamos los
rastros de un período más avanzado, caracterizado ya por el uso de productos de
alfarería, en los llamados "desechos culinarios" de Dinamarca. Como
es sabido, estos montones de conchas, de 5 a 10 pies de espesor, de 100 a 200 pies de anchura y
1.000 y más pies de longitud, están tan extendidos en algunos lugares del
litoral marítimo de Dinamarca que durante mucho tiempo fueron considerados como
formaciones naturales. Y, sin embargo, se componen "exclusivamente de
los materiales que fueron usados de un modo u otro por el hombre", y están
de tal modo repletos de productos del trabajo humano, que Lubbock, durante una
estancia de sólo dos días en Milgaard, halló 191 piezas de instrumentos de
piedra y cuatro fragmentos de productos de alfarería. Las medidas mismas y la
extensión de estos montones de restos culinarios prueban que, durante muchas y
muchas generaciones, en las orillas de Dinamarca se asentaron centenares de
pequeñas tribus o clanes que sin ninguna duda vivían tan pacíficamente entre sí
como viven ahora los habitantes de Tierra del Fuego, quienes también acumulan
ahora semejantes montones de conchas y toda clase de desechos.
En cuanto a
las construcciones lacuestres de Suiza, que representan un grado muy avanzado
en el camino de la civilización, constituyen aún mejores pruebas de que sus
habitantes vivían en sociedades y trabajaban en común. Sabido es que, ya en la
edad de piedra, las orillas de los lagos suizos estaban sembradas de series de
aldeas, compuestas de varias chozas, construidas sobre una plataforma sostenida
por numerosos pilotes clavados en el fondo del lago. No menos de veinticuatro
aldeas, la mayoría de las cuales pertenecían a la edad de piedra, fueron
descubiertas en los últimos años en las orillas del lago de Ginebra, treinta y
dos en el lago Costanza, y cuarenta y seis en el lago de Neufehatel, etc., cada
una como testimonio de la inmensa cantidad de trabajo realizado en común, no
por la familia, sino por la tribu entera. Algunos investigadores hasta suponen
que la vida de estos habitantes de los lagos estaba en grado notable libre de
choques bélicos; y esta hipótesis es muy probable si se toma en consideración
la vida de las tribus primitivas, que aún ahora viven en aldeas semejantes,
construidas sobre pilotes a orillas del mar.
Se desprende
de tal modo, aun del breve esbozo precedente, que al final de cuenta, nuestros
conocimientos del hombre primitivo de ningún modo son tan pobres, y en todo
caso refutan más que confirman las hipótesis de Hobbes y de sus continuadores
contemporáneos. Además, pueden ser completadas en medida considerable si se
recurre a la observación directa de las tribus primitivas que en el presente se
hallan todavía en el mismo nivel de civilización en que estaban los habitantes
de Europa en los tiempos prehistóricos.
Ya ha sido
plenamente probado por Ed. B. Tylor y J. Lubbock que los pueblos primitivos que
existen ahora de ningún modo representan -como afirmaron algunos sabios- tribus
que han degenerado y que en otros tiempos han conocido una civilización más
elevada, que luego perdieron. Por otra parte, a las pruebas alegadas contra la
teoría de la degeneración se puede agregar todavía lo siguiente: con excepción
de pocas tribus que se mantienen en las regiones montañosas poco accesibles,
los llamados "salvajes" ocupan una zona que rodea a naciones más o
menos civilizadas, preferentemente los extremos de nuestros continentes, que en
su mayor parte conservaron hasta ahora el carácter de la época posglacial antigua
o que hace poco aún lo tenía. A estos pertenecen los esquimales y sus
congéneres en Groenlandia, América Ártica y Siberia Septentrional, y en el
hemisferio Sur, los indígenas australianos, papúes, los habitantes de Tierra de
Fuego y, en parte, los bosquímanos; y en los límites de la extensión ocupada
por pueblos más o menos civilizados, semejantes tribus primitivas se encuentran
sólo en el Himalaya, en las tierras altas del Sureste de Asia y en la meseta
brasileña. No se debe olvidar que el periodo glacial no terminó de golpe en
toda la superficie del globo terrestre; se prolonga hasta ahora en Groenlandia.
Debido a esto, en la época en que las regiones litorales del océano Indico, del
mar Mediterráneo, del golfo de México gozaban ya de un clima más templado y en
ellos se desarrollaba una civilización más elevada, inmensos territorios de
Europa Central, Siberia y América del Norte, y también de la Patagonia, Sur del
África, Sureste de Asia y Australia, permanecían todavía en las condiciones del
período posglacial antiguo, que las hicieron inhabitables para las naciones
civilizadas de la zona tórrida y templada. En esa época, las zonas citadas
constituían algo así como los actuales y terribles "urman" de la
Siberia del Noroeste, y su población, inaccesible a la civilización y no tocada
por ella, conservó el carácter del hombre posglacial antiguo.
Solamente
más tarde, cuando la desecación hizo estos territorios más aptos para la
agricultura, comenzaron a poblarse de inmigrantes más civilizados; y entonces, parte
de los habitantes anteriores se fundieron poco a poco con los nuevos colonos,
mientras que otra parte se retiraba más y más lejos en dirección a las zonas
subglaciales y se asentaba en los lugares donde los encontramos ahora. Los
territorios habitados por ellos en el presente conservaron hasta ahora, o
conservaban hasta una época no muy lejana, en su aspecto físico, un carácter
casi glacial; y las artes y los instrumentos de sus habitantes hasta ahora no
salieron aún del período neolítico, es decir, la edad de piedra posterior. Y a
pesar de las diferencias de raza y de la extensión que separa estas tribus
entre sí, su modo de vida y sus instituciones sociales son asombrosamente
parecidos.
Por esto
podemos considerar a estos "salvajes" como resto de la población del
posglacial antiguo.
Lo primero
que nos asombra, no bien comenzamos a estudiar a los pueblos primitivos, es la
complejidad de la organización de las relaciones maritales en que viven. En la
mayoría de ellos, la familia, en el sentido como la comprendemos nosotros,
existe solamente en estado embrionario. Pero al mismo tiempo, los
"salvajes" de ningún modo constituyen "una turba de hombres y
mujeres poco unidos entre sí, que se reúnen desordenadamente bajo la influencia
de caprichos del momento". Todos ellos, por el contrario, se someten a una
organización determinada, que Luis Morgan describió en sus rasgos típicos y
llamó organización "tribalo de clan".
Exponiendo
brevemente esta materia, muy amplia, podemos decir que actualmente no existen
más dudas sobre el hecho de que la humanidad, en el principio de su existencia,
ha pasado por la etapa de las relaciones conyugales que puede llamarse
"matrimonio tribal o comunal"; es decir, los hombres o las mujeres,
en tribus enteras, vivían entre sí como los maridos con sus esposas, prestando
muy poca atención al parentesco sanguíneo. Pero es indudable también que
algunas restricciones a estas relaciones entre los sexos fueron establecidas
por la costumbre ya en un período muy antiguo. Las relaciones conyugales fueron
pronto prohibidas entre los hijos de una misma madre y la hermana de ella, sus
nietas y tías. Más tarde tales relaciones fueron prohibidas entre los hijos e
hijas de una misma madre, y siguieron pronto otras restricciones.
Poco a poco
se desarrolló la idea de clan (gens) que abarcaba a todos los
descendientes reales o supuestos de una raíz común (más bien a todos los unidos
en un grupo de clan por el supuesto parentesco). Y cuando el clan se multiplicó
por la subdivisión en algunos clanes, cada uno de los cuales se dividía, a su
vez, en clases (habitualmente en cuatro clases), el matrimonio era permitido
sólo entre clases determinadas, estrictamente definidas. Se puede observar un
estado semejante aun ahora entre los indígenas de Australia, sus primeros
gérmenes aparecieron en la organización de clan. La mujer hecha prisionera
durante la guerra con cualquier otro clan, en un período más tardío, el que la
había tomado prisionera la guardaba para sí, bajo la observación, además, de
determinados deberes hacia el clan. Podía ser ubicada por él en una cabaña
separada después de haber pagado ella cierto género de tributo a cada miembro
del clan; entonces ella podía fundar dentro del clan una familia separada, cuya
aparición evidentemente, abrió una nueva fase de la civilización. Pero
en ningún caso la esposa que asentaba la base de la familia especialmente
patriarcal podía ser tomada de su propio clan. Podía provenir solamente de un
clan extraño.
Si
consideramos que esta organización compleja se ha desarrollado entre hombres
que ocupaban los peldaños más bajos de desarrollo que conocemos, y que se
mantuvo en sociedades que no conocían más autoridad que la autoridad de la
opinión pública, comprenderemos en seguida cuán profundamente arraigados debían
estar los instintos sociales en la naturaleza humana hasta en los peldaños más
bajos de su desarrollo. El salvaje, que podía vivir en tal organización,
sometiéndose por propia voluntad a las restricciones que constantemente
chocaban con sus deseos personales, naturalmente no se parecía a un animal
desprovisto de todo principio ético y cuyas pasiones no conocían freno. Pero
este hecho se hace aún más asombroso si tomamos en consideración la antigüedad
inconmensurablemente lejana de la organización de clan.
Actualmente
es sabido que los semitas primitivos, los griegos de Homero, los romanos
prehistóricos, los germanos de Tácito, los antiguos celtas y eslavos,
pasaron todos por el período de organización de clan de los australianos, los
indios pieles rojas, esquimales y otros habitantes del "cinturón de
salvajes".