El siguiente artículo fue elaborado por Dolors Marín, afiliada a la CNT de
Hospitalet. La autora ha escrito el trabajo titulado "La Semana Trágica" (Edicion La Esfera de los
Libros, Barcelona, 2009). El mismo ha sido la base de la investigación llevada a cabo por la autora.
La revolución de 1909 en Barcelona y el asesinato del pedagogo Francisco Ferrer
La ciudad en llamas. Barcelona, julio de 1909
La revuelta empezó a partir de una acción antimilitarista y pacifista
para transformarse en una huelga general. Fue convocada para impedir el
embarque de los soldados reservistas (los que ya habían hecho el
servicio militar y que tenían experiencia y familia) a Marruecos desde
el puerto de Barcelona. La protesta derivó en la quema de la mayoría de
escuelas y edificios religiosos de la ciudad, odiados por la clase
trabajadora.
El balance de la semana fue de más de un centenar de edificios
quemados, la gran mayoría de ellos religiosos: conventos, iglesias o
escuelas anexas. El testimonio fotográfico de “La Actualidad” no dejó
lugar a dudas sobre la magnitud de la revuelta urbana: 33 conventos
quemados, 33 escuelas religiosas de ambos sexos –separados,
lógicamente-, y 20 iglesias reducidas a cenizas. Nadie se explica aún
como en practicamente 4 días ardieron simultaneamente, en ocasiones, más
de una cinquentena de edificios en barrios muy alejados, es decir, que
había, probablemente unos cuarenta grupos organizados de ciudadanos que
prendían fuego, en sus respectivos barrios, a aquello que era el símbolo
más patente del atraso intelectual del país y del poder temporal,
aquellos que habían prohibido la difusión de las ideas de Darwin en la
Universidad, y que denunciaban sistemáticamente las publicaciones
anarquistas como ataque al dogma, o como pornografía en el caso de las
publicaciones neomalthusianas, o de divulgación sexual.
Tomaron parte en los hechos, según informes de la época, más de
30.000 personas, personajes anónimos de la clase media y obrera
barcelonesa, obreros vidrieros, ladrilleros, jornaleros y obreras
textiles, maestros laicos, empleados de talleres metalúrgicos,
pescadores, estribadores, y un largo etcétera. Se enfrentaron a unos 700
guardias civiles y fuerzas del ejército que paulatinamente fueron
engrosando su número hasta acabar con la revuelta. Una revolución en
toda regla, en la que no hubo pillaje ni robo de las propiedades de la
iglesia, al contrario de lo que afirma la historia revisionista de
siempre, que ahora empieza, como siempre, a dar su enésima versión de
los hechos. Según los periodistas que realizaron las primeras
valoraciones de lo acaecido, en todos los conventos e iglesias la
multitud lanzó al fuego todo aquello que encontró, incluso joyas o
acciones de bolsa, dinero, lienzos o retablos. La idea de quemar la
superstición y el oscurantismo abrazó todo lo que los edificios
contenían. Por el contrario, y a diferencia de la revolución y quema de
iglesias de 1835, se respetó la vida de los frailes, curas y monjas que
huyeron despavoridos por tapias y terrazas hacia los patios vecinos
donde con mayor o menor fortuna fueron escondidos –o no- por los
vecinos. Su salida, vestidos de seglar, pasó por toda una serie de
vericuetos que también fueron después narrados por la prensa.
La revuelta que además afectó a más de 50 poblaciones de toda
Cataluña y que en el caso concreto de Granollers y Sabadell tomó el
aspecto de proclamación revolucionaria con la toma de los edificios
consistoriales y la proclamación de juntas y asambleas vecinales. En la
mayoria de poblaciones (Badalona, San Adrià, Mataró, Manresa, Igualada,
Olesa, Arenys, Palamós, Cassà de la Selva, Anglés, Reus, Valls,
Vendrell, etc.) se quemaron las casetas de consumo, los registros de
propiedad y se desarmó el somaten (fuerza ciudadana para-policial), en
casi todas se cortaron las vías férreas –para impedir el paso de
refuerzos hacia Barcelona, o para impedir el paso de los trenes con
soldados hacia el puerto- y también se volaron el telégrafo y las
comunicaciones. A partir de aquí, en todos estos municipios se declaró
la huelga general.
El foco de la indignación se centró en Barcelona. La ciudad
industrial y cosmopolita, escenario de la burguesía modernista y
emprendedora, era también escenario de la miseria obrera. Desde
sociedades de apoyo mutuo, incipientes cooperativas de producción o
consumo, y reorganizaciones sindicales clandestinas tras la cruenta
represión de las condenas de Montjuich de 1896, la clase obrera avanzaba
con dificultad hacía la autoorganización sindical que en aquellas
semanas se fraguaba al entorno de Solidaridad Obrera. En ella un
conjunto de sociedades sindicalistas revolucionarias -en número de 67 en
Cataluña y 53 en Barcelona- se habían constituido autónomamente y
gracias a una aportación económica del pedagogo anarquista Francisco
Ferrer y Guardia habían podido adquirir un inmueble en el que poder
reunirse y realizar la propaganda. Un inmueble en el que se gestarían
buena parte de las iniciativas de aquella semana, pero a las que Ferrer
casi permaneció completamente ajeno, ya que se encontraba fuera de la
ciudad. Se calcula que pertenecían a Solidaridad Obrera unos 10.600
obreros barceloneses de los 200.000, esto según estimaciones de Rovira i
Virgili. El revolucionario José Prat estimaba que unos 15.000 afiliados
eran los inscritos en la sociedad que tenia en la huelga general y la
acción directa eran sus armas más poderosas. Sus reivindicaciones eran
la jornada de 8 horas y mejores condiciones económicas, pero también
mejoras que hacían referencia a su calidad de vida: educación,
asociaciones culturales, asistencia médica, etc.
Paralelamente, el librepensamiento había hecho su aparición en
Europa, y tímidamente se abría camino en España. La masonería, unida a
las campañas de laicidad y al republicanismo hacía su irrupción en los
barrios obreros. Todos ellos (anarquistas, federalistas, masones,
socialistas y republicanos) participaron en las campañas a favor de los
cementerios civiles, por la inscripción de los recién nacidos y los
matrimonios en el registro civil sin dar cuenta a la iglesia que
ostentaba el monopolio de la educación y la vida moral española.
Las obreras no eran ajenas a todo este movimiento sociocultural.
Muchas de ellas militaban activamente en la mayoría de las sociedades
obreras y aparecen ya en la prensa obrera. La mayoría de las más activas
ejercía de maestras laicas y se mostraron valientemente a favor de la
coeducación y de la difusión del racionalismo científico. Sin duda, es
dentro de las filas del librepensamiento y del anarquismo donde las
mujeres encontraron su lugar donde actuar a nivel político, escribir,
hablar y relacionarse. Es decir, un espacio ciudadano en el que actuar y
visibilizarse. Y en este lugar darán muestras de su autoridad
intelectual Teresa Mañé, Teresa Claramunt, Àngeles López de Ayala,
Amalia Domingo Soler, Belén Sàrraga y muchas más que se convertirán en
referente y modelo de sus compañeras.
Los huelguistas catalanes pretendían que el resto de la península los
imitaran y lograr así que la revolución se generalizara, pero los
refuerzos no llegaron, al contrario. Las ideas de los revolucionarios no
se escucharon, ya que el gobierno se aprestó a explicar que en
Barcelona estaba teniendo lugar una revuelta separatista.
Las muchas causas del incendio de las iglesias
Varias son las posibles causas del desencadenamiento de la huelga general y de la quema de los conventos.
La crispación ciudadana de las clases trabajadoras es sin duda una de
las principales. Desde mediados del siglo XIX las calles de Barcelona
eran periódico escenario de huelgas y barricadas. Incluso en 1835 ya se
había efectuado una violenta quema de conventos que conllevó varias
víctimas mortales. Bullangas y revueltas obreras jalonaron los años de
1840-50 para desembocar en las bombas y petardos anarquistas del fin de
siglo. Algunos eran reales, otros meras provocaciones policiales, como
el oscuro caso protagonizado por el confidente Juan Rull y sus
familiares que conmocionó los medios obreros, ya que periódicamente se
efectuaban detenciones indiscriminadas. La célebre bomba lanzada en 1896
durante la procesión religiosa de Corpus puso en marcha un descomunal
aparato represivo que encerró en el castillo de Montjuic a muchos
inocentes. La huelga de las sociedades metalúrgicas de 1902 duró una
semana entera y tal fue la represión que el pintor Ramón Casas la
retrató su lienzo: La carga.
La clase obrera demandaba constantemente una mejor educación. Sólo a
partir de una mejor instrucción podrían elevar su nivel cultural y optar
por mejores trabajos y salarios. Pero la educación escolar estaba desde
1851 condicionada por el concordato entre España y el Vaticano, y la
iglesia ostentaba prácticamente el monopolio de la educación en España,
en unos años en que no había leyes que regularan la edad mínima para
entrar a trabajar y donde niños y niñas frecuentaban fábricas y talleres
por salarios de miseria.
De nada valió el intento de la Ley Moyano (1857) para que los
ayuntamientos se hicieran cargo de la educación. En ciudades como
Barcelona, con una alta afluencia periódica de emigración y con escasos
recursos, nada impulsaba a la oligarquía burguesa a instruir a sus
ciudadanos.
Y la instrucción quedó así en manos de la misma clase trabajadora que
intentará por todos los medios de autoeducarse o de formar escuelas
para sus hijos. Desde los años de la Internacional, la educación será
una demanda generalizada de todo el proletariado mundial. Después de
numerosos y dispersos intentos, Ferrer y Guardia impulsará un modelo
educativo moderno, laico y coeducador. De hecho había observado
experiencias similares en Francia, como la escuela de Cempuis de
Sébastien Faure y Paul Robin. De ellos tomará las ideas del contacto del
niño con la naturaleza, y del trabajo cooperativo.
Además Ferrer, que cuenta con una buena fortuna personal, a partir de
una herencia, formará maestros y impulsará una editorial que publicará
una coherente línea editorial de carácter racionalista y progresista. En
1901 aparece su “Boletín de la Escuela Moderna”, en 1906 ya se
contabilizan más de mil alumnos en 34 centros educativos coordinados por
Ferrer. Aquel mismo año la escuela fue clausurada, ya que Ferrer es
acusado de complicidad con Mateo Morral.
La iniciativa anarquista no era la única en una ciudad convulsa, en
1907, el regidor catalanista Francesc Layret propuso invertir parte de
un excedente económico del consistorio barcelonés en la creación de
cuatro escuelas laicas y coeducadoras para niños obreros. A la
expectación y contento inicial, siguió la indignación obrera, ya que el
cardenal Salvador Cassañas emprendió una intensa campaña de propaganda y
escribió dos circulares en contra de las escuelas y de su manifiesta
“laicidad” y “bisexualidad”. No se volvió a hablar del tema, pero los
republicanos se sintieron muy defraudados por los ataques de la iglesia.
Por último cabria citar a los miembros del republicano partido
radical fundado por Alejandro Lerroux. Formado no sólo por proletarios,
sino por miembros de las clases medias o pequeña burguesía, que en
absoluto aspiraban a la revolución social como los anarquistas o
sindicalistas revolucionarios, pero si querían un estado republicano,
sin monarquía y fundamentado sobre las bases de la laicidad y el
sufragio universal. Según testimonios policiales numerosos miembros de
base se encontraban entre los huelguistas y los activistas de los
diferentes barrios barceloneses. También estuvieron en las calles sus
dirigentes: Sol y Ortega, los hermanos Ulled, Juan Colominas Maseras,
Rafael Guerra del Río y varios más. Sólo el diputado Francisco Giner de
los Ríos, se quedó en casa y estuvo presente en una reunión
consistorial. Es evidente que en el curso que tomaron los
acontecimientos, hubo una clara disyuntiva entre las bases del partido y
sus dirigentes que hábilmente optaron por la vía pactista con los
miembros de la Lliga, es decir la derecha. Incluso en el asunto de la
condena a Ferrer, los dirigentes del Partido Radical tuvieron una
actuación que avergonzó a sus militantes de base.
La lucha por el espacio urbano y la quema de conventos
Por primera vez las fotografías de prensa retrataron a los anónimos
que poblaban las calles. Cada vez más los periódicos insertaban en sus
páginas reportajes fotográficos. Y así, rostros de obreros, mujeres y
muchachos compartían protagonismo tras las barricadas improvisadas con
railes de tranvías, barriles de madera, somieres de cama y adoquines en
los barrios de la ciudad.
Las fotografías mostraban también las entrañas chamuscadas de los
edificios religiosos convertidos en ruinas. Hogueras improvisadas en
grandes naves góticas quemaban sillas, puertas, reclinatorios,
cortinajes, campanas y todo lo que recordaba siglos de oscurantismo.
Pero hay algo que impresiona en el desencadenamiento de los hechos en
esta semana: la imperturbabilidad de la clase burguesa ante las quemas, y
también la del mismo ejército que contemplaba impasible las llamas que
tampoco eran sofocadas por los bomberos. La burguesía parecía mirar
hacia otro lado, como relatan los testimonios de los hechos. Algunos se
encerraron en sus casas, pero otros asistían al espectáculo desde
terrazas y balcones. De hecho quizá preferían ver arder conventos que
ver como se dirigía la rabia ciudadana hacia sus propias fábricas o
propiedades.
Una especie de desamortización popular atacaba las escuelas y
edificios religiosos. La masa atacó también los odiados cementerios de
los conventos que permanecían en los patios de las casas de vecinos
barcelonesas, atentando a la higiene y a las emergentes normas de
salubridad. Y en los cementerios y criptas, el pueblo extrajo las momias
de sus tumbas y las paseó en una escena buñuelesca por toda la ciudad.
Desde los conventos hasta las Ramblas, de ahí hasta la alcaldía de la
plaza de San Jaime, y de ahí, al palacio del marqués de Comillas,
propietario de las minas africanas que los reservistas debían defender.
En cada encuentro con la fuerza pública, los portadores de los ataúdes y
las momias dejaban su carga, para reemprender la marcha después de los
encontronazos, entre música callejera y chirigotas. Un muchacho
deficiente mental fue acusado de haber bailado con una momia lo que le
valió la sentencia a muerte.
En las calles de Barcelona se enfrentaban dos formas de entender las
cosas, por una parte el mundo antiguo, la iglesia, el clasismo
educativo, el viejo estado de cosas, aquello que los progresistas
bautizaban como “la superstición”, y del otro lado de la barricada, la
idea anarquista, el librepensamiento, la emergencia de las mujeres y su
autonomía, la laicidad, la razón, y también el darwinismo.
La represión no se haría esperar, una represión azuzada por la
derecha catalanista que en su periodico La Veu de Catalunya lanzó una
siniestra campaña: ¡Delatad!, es decir: denunciar a vecinos, vecinas,
maestros u obreros. Una campaña que pedía a voces cabezas de turco para
desviar la atención de aquello que realmente importaba: la desatención y
el abandono de la clase trabajadora que no tenía garantías jurídicas,
económicas, sanitarias o sociales. Desviar la vista de aquellos que en
su desesperación quemaron edificios, monumentos a la desigualdad, y no
dirigieron su mirada hacia el patrón, el burgués que hacía del
modernismo y el lujo su forma de vida. Cabezas de turco que como la de
Ferrer eran molestas: anarquista, activo, subvencionador de periódicos
como La Huelga General, o sociedades obreras, amigo de Mateo Morral, de
Malato, de los Montseny, de los neomalthusianos y un hombre con una
libertad moral e intelectual que hacía que palidecieran de envidia los
timoratos y los puritanos, incluso los que profesaban sus mismas ideas.
Ferrer era la víctima perfecta.
Fueron clausuradas más de 122 escuelas laicas, solo en Barcelona. La
mayoría de sus profesores fueron detenidos o deportados a Alcañiz, como
el caso de los profesores amigos y familiares de Ferrer. Otros eligieron
el camino del exilio.
También fueron detenidos líderes obreros, mujeres proletarias,
soldados y guardias civiles que desertaron por su republicanismo, damas
burguesas antimilitaristas que llamaron a la huelga general y un extraño
conglomerado ciudadano de personajes diversos que vieron en la revuelta
urbana la posibilidad de canalizar sus aspiraciones. Con motivo de la
Semana Trágica, la derecha catalana volvió a la carga, en concreto los
hombres de la poderosa Lliga, con Verdaguer y Callís a la cabeza que
testificó contra el pedagogo. Un juicio militar sumarísimo y sin
garantías decidió su futuro. Ferrer y Guardia fue ejecutado en los fosos
del castillo de Montjuïc el 13 octubre de 1909. Un clamor internacional
condenó su ejecución.
Y Solidaridad Obrera, a pesar de la represión, o a consequencia de
ella, siguió adelante, organizando campañas para liberar a los presos, o
participando en los populosos entierros de los ajusticiados
(fotografiados por la prensa), en los actos de protesta contra la
condena de Ferrer, y volviendo a organizar clandestinamente los
sindicatos obreros, sus editoriales y sus escuelas, hasta volver a
representar una amenaza tan importante que pocos años después, en 1919
conseguirian la jornada de 8 horas.
La historia forma parte del presente, en un bucle perverso, ya que
hace cien años de aquel julio en Barcelona, y cuestiones como la
libertad en la enseñanza, la coeducación, el creacionismo y el
racionalismo, la impertinencia con que la iglesia interfiere en la vida
privada de todos nosotros, la poca laicidad en la vida pública, y el
deseo de que la enseñanza forme parte del patrimonio de la crítica y la
reflexión, no como mera instrucción o adiestramiento, son aún motivos
candentes de nuestra vida diaria.